Ese viaje por el dolor, la enfermedad y la muerte que propone Kara no Kyoukai (El jardín de los pecadores, 2007-2013, varios directores) continúa sin pausas en su tercera parte: Tsūkaku Zanryū (Un dolor remanente, 2008, Mitsuru Obunai). En este caso, en forma de la sangrienta y truculenta venganza que una joven estudiante de instituto, Fujino Asami, inflige al grupo de jóvenes delincuentes que la han violado. Violación ejercida en grupo y de manera reiterada. De las maneras más salvajes y violentas, estando a punto de culminar en la mutilación y el asesinato, evitado in extremis porque ese peligro mortal desencadena, en ella, un poder sobrehumano que sus torturadores no podían imaginar, mucho menos controlar ni combatir.
No obstante, en mi opinión, la consabida historia de venganza no es más que una fachada para desarrollar otros temas, entre ellas las constantes que unen las diferentes películas de la serie -y las novelas en las que se basa-. El primero es que Fujino Asagami es el reflejo especular de la protagonista de la entrega anterior -y de la serie-, Shiki Ryogi. Ambas pertenecen a familia de clase muy alta, lo que en otros tiempos hubiera sido considerado como nobleza. En esas familias de la élite, en las que aún pervive el recuerdo de cuando ejercían el poder absoluto sus vasallos, es muy común que sus vástagos sean considerados como piezas sacrificables en los juegos por el poder o como moneda de cambio para tejer alianzas o restañar agravios. El destino de ambas, Fujino y Shiki, estaba ya trazado de antemano sin que se contase con su opinión, más aún cuando ambas eran repositorios de poderes sobrenaturales.
La única diferencia es que en un caso, el de Shiki, esas fuerzas debían ponerse al servicio de la familia y sus intrigas políticas, mientras que el otro, el de Fujino, debían ser reprimidas, para evitar a la estirpe el baldón de contar con un monstruo entre sus filas. El resultado, como ya se dejó claro en la película anterior, es condenar a ambas a una soledad infranqueable, abrumadora y desquiciadora. En el caso de Shiki quedaba implícito que ese aislamiento, unido a su desprecio innato por el resto de la humanidad, incapaz de entender sus afanes, se hallaba detrás de su fascinación por la muerte y el asesinato, tornado en posible única salida, aunque retorcida y fugaz, de su soledad permanente.
Esas desviaciones se ven agravadas en el caso de Fujino, explicando la crueldad desproporcionada con que va a ejercerse su venganza. Desde muy niña, ha sido desprovista de cualquier sensación de dolor -de ahí el título de la película-, lo que le impide entender la gravedad de las torturas que se le han infligido, nocivas para ella de forma meramente abstracta, al tiempo que cierra a su comprensión el dolor que ella está devolviendo, multiplicado, a quienes la torturaron y casi asesinaron. La conclusión que se apunta es que es precisamente esa conciencia del dolor -del nuestro y del supuesto en los demás- la que nos permite vivir en sociedad. Más en concreto, la que impone leyes tácitas que acaban por conformar algo muy similar a la famosa regla de oro.
¿La resolución a estos conflictos? Ninguna clara. La serie se mueve siempre en una gradación de grises en los que sus personajes no son ni culpables ni inocentes por entero. Shiki, por ejemplo, es claramente amoral, sin obedecer a otra impulsp que no sea la satisfacción de sus deseos. Prima en ella el de muerte y destrucción, que satisface destruyendo las anormalidades que le señala la maga Toko Aozaki. Por ello, jamás se sacrificará o ejercerá de justiciero por razones altruistas, como habrá de demostrarse varias veces en este filme. Si no siente la excitación del depredador, se dará media vuelta y se marchará. En el caso de Fujino, si bien los protagonistas -o al menos parte de ellos- no tienen que nada que objetar a su propósito de venganza, sí que se sentirán responsables cuando empiece a involucrar a inocentes. Es decir, cuando Fujino pierda el control sobre sus acciones, su poder y su dolor.
Cuando comience a abismarse en su locura.
¿La resolución a estos conflictos? Ninguna clara. La serie se mueve siempre en una gradación de grises en los que sus personajes no son ni culpables ni inocentes por entero. Shiki, por ejemplo, es claramente amoral, sin obedecer a otra impulsp que no sea la satisfacción de sus deseos. Prima en ella el de muerte y destrucción, que satisface destruyendo las anormalidades que le señala la maga Toko Aozaki. Por ello, jamás se sacrificará o ejercerá de justiciero por razones altruistas, como habrá de demostrarse varias veces en este filme. Si no siente la excitación del depredador, se dará media vuelta y se marchará. En el caso de Fujino, si bien los protagonistas -o al menos parte de ellos- no tienen que nada que objetar a su propósito de venganza, sí que se sentirán responsables cuando empiece a involucrar a inocentes. Es decir, cuando Fujino pierda el control sobre sus acciones, su poder y su dolor.
Cuando comience a abismarse en su locura.
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