Sora no Aosa o Shiru Hito (Su cielo azul, 2019) dirigida por Tatsuyuki Nagai, es una película que me ha gustado y disgustado a partes iguales. En gran medida, por culpa del guion de Mari Okada, una de las grandes figuras del anime reciente -esta guionista dirigió una película tan notable como Maquia (2018)-, pero cuyas narraciones no están exentas de defectos. Es capaz, como pocos, de involucrarse profundamente con los destinos de sus criaturas, individualizándolas y tornándolas cercanas, pero no puede evitar caer en clichés rancios o utilizar trampas de guionista innecesarias.
En el caso de Sora no Aosa o Shiru Hito, la narración de Okada se ve lastrada por la falta de definición sobre quién es el personaje principal. Al principio, pareciera que el foco está en Aoi, la menor de dos hermanas, obsesionada con escapar de la ciudad de provincias en la que viven para embarcarse en su verdadera vocación: la música. Sin embargo, la verdadera historia es la de su hermana mayor, Akane, quien debe enfrentarse a una relación que quedó interrumpida diez años atrás, extensión tiempo que se ha convertido en un abismo insalvable.
En sí, esta modificación de acentos no debería suponer ningún problema. No es la primera película que comienza de una manera y transita a un ámbito muy diferente. Sin embargo, esa modulación entre tonalidades está mal trazada. Otro guionista hubiera ocultado aspectos importantes de la trama -lo que ocurrió hace una década, en concreto- para irlos revelando a medida que se produjese el cambio de foco. Por el contrario, Okada nos lo revela desde el minuto uno, en flashbacks que más bien parecen destinados a satisfacer a un público impaciente, como el actual, por lo que esa transición, cuando llega, ocurre de manera abrupta.
No ayuda tampoco una disonancia insalvable en el tono de la historia. La mayor parte de la narración transcurre en un presente narrado de forma pormenorizada y realista: el conjunto de rutinas que constituyen nuestra vida, necesarias e inservibles a un tiempo. Esa mismas que aprisionan a Akane, en una seriedad que la impide vivir con sinceridad, y de las que Aoi ansía escapar, antes de que la atrapen de manera definitiva. Es en ese ambiente prosaico donde se introduce un elemento sobrenatural, de maravilla, que en mi opinión no pasa de ser una muleta embarazosa: su única función es aportar información sobre el pasado de los personajes de más edad y servir de fulcro para la conclusión final.
El problema con estos desequilibrios y disonancias es doble: por un lado, la resolución al conflicto existencia de Aoi, central durante gran parte del metraje, queda desdibujada, incluso se hurta, mientras que se resalta la conclusión del de Akane, quien no parecía destinada ese protagonismo hasta llegado los últimos momentos. Es más, Akane había sido presentada como santa laíca, protegida por doble armadura, sin dejar traslucir, al menos para el espectador, ninguna de sus debilidades. Tanto peor cuanto que Okada es una guionista de raza, capaz de describir a un personaje con detalles nimios, pero que lo describen e individualizan a la perfección. Observese, en la secuencia que abre esta entrada, como se nos muestra la soledad de Aoi y, al tiempo, la fuerza con la que se entrega -y que obtiene- de su vocación.
Tenemos así una película con grandes virtudes - la detallada caracterización visual y narrativa de sus personajes, aunada a un realismo poco habitual en el anime- que se ven anulados por defectos de igual calibre -revelación precipitada de elementos de la trama, uso de recursos sobrenaturales innecesarios-. El resultado es una obra descompensada, que no llega a cerrar las muchas líneas narrativas que propone y que deja un mal regusto.
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