viernes, 19 de marzo de 2021

En busca de Varda (XXIII): Les Plages d'Agnès (Las playas de Agnès, 2008)

En la primera década de este siglo, Varda había devenido una institución del cine francés. Ese papel es muy peligroso para un artista, tanto por lo que tiene de fosilización creativa -algo que mostrar a los visitantes- como de vaca sagrada -impedimento para las generaciones jóvenes-. Sin embargo, Varda nunca se plegó a quedar encerrada en esa jaula de oro. Además de seguir rodando hasta casi el último instante de su vida, extendió su creatividad a otros ámbitos artísticos como la instalación y el videoarte. En todos ellos, sin cerrarse a las propuestas de los artistas noveles, de los que admiraba su ímpetu y  falta de prejuicios. Como había hecho durante toda su vida.

Este estar abierto a todo lo nuevo, aceptarlo como válido y valioso -incluso mejor que lo pasado, tan de agradecer en una persona de edad avanzada-, no impide que en estas obras de su etapa final se filtre una mirada retrospectiva. Melancolía por todo lo perdido y desaparecido, meditación emocionada por lo conocido, lo aprendido, lo conseguido. Ya con Jacquot de Nantes (1991) y  L'Univers de Jacques Demy (El universo de Jacques Demy, 1995), Varda nos había introducido en la infancia y la obra de su marido, el director Jacques Demy. Con Les Plages d'Agnès (Las playas de Agnès, 2008) llega el momento de hablar de sí misma, de trazar su biografía y evolución artística.
 
Por supuesto, no hay que esperar una narración rectilínea o cartesiana. Las narraciones/descripciones de Varda se construyen a base de analogías y asociaciones, se desarrollan de manera arborescente. como corresponde a la mente de todo buen artista, capaz de descubrir lo invisible y plasmarlo ante nuestros ojos. Ese rasgo/propósito queda patente desde el primer fotograma, cuando Varda realiza una declaración de intenciones. Como recordarán, el cine de esta directora es una constante búsqueda del prójimo, en la que ejerce de medium entre esa persona y los espectadores. Como bien señala, intimar con alguien es descubrir nuevos paisajes, siempre distintos, siempre memorables. En el caso de la propia Varda, las playas. Las muchas que conoció y amó a lo largo de su vida.
 
¿Por qué las playas? Aunque Varda es una persona de secano -nacida en Bruselas y luego, durante gran parte de su vida adulta, con domicilio en la calle Daguèrre de Paris- el mar tuvo una importancia capital sobre su niñez y primera juventud. No tanto por la cercanía de la costa en un país pequeño como Bélgica - a una hora de tren de la capital- sino porque las circunstancias bélicas -la invasión alemana de 1940- provocaron el éxodo de la familia hasta la Provenza, de donde procedía su madre. Allí, durante largos años -que a Varda le parecieron de los mejores de su vida- su hogar fue un barco fondeado en un canal de la ciudad de Sète, donde se familiarizó con las costumbres y el modo de vida de los pescadores.

Ese detalle, narrado por la propia Varda en Les Plages d'Agnès, ayuda a comprender no sólo porque su primera película tiene lugar precisamente en Sète -en el barrio de pescadores de La Pointe Courte- sino constantes de su cine, ahora por fin plenas de contenido. Los barcos habitados por hippies de Sausalito en California - retratados en Oncle Yanko (1962)-, el mar como promesa inalcanzable de libertad - en Documenteur (Documentadora, 1981) - o la isla aislada periódicamente por las mareas - en Les Créatures (Las criaturas, 1966). 

Parangones que no son mecánicos, sino que sirven de base a Varda para construir sobre ellos, para intentar explicarnos el porqué de sus película, la trastienda invisible que se hallaba detrás de sus imágenes. Por ejemplo, en la secuencia que abre esta entrada, cómo un hecho banal -quién se ocuparía de pagar la electricidad para fotografíar los comercios en Daguerréotypes (1975)- termina siendo una decisión estética: sólo las tiendas a las que llegue un largo cable, con origen en el domicilio de Varda, acabarán formando parte de la película final. O cómo un homenaje fotográfico de Varda al festival de Avignon se termina convirtiendo en un mausoleo: recuerdo emocionado, incluso desgarrador, de tantos mentores y amigos a los que ha sobrevivido.

Pelicula emocionante, reveladora, que para mí se encuentra entre sus mejores obras. Aunque ya sabrán de la alta estima en que tengo a esta directora, cuyo cine ha sido mi gran descubrimiento de este año.


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