-Yo ya he perdido la costumbre de actuar -respondí-. Soy italiano. Después de veinte años de esclavitud, los italianos ya no sabemos actuar, ya no sabemos asumir responsabilidades. Como al resto de italianos, a mí también me han roto el espinazo. En estos veinte años hemos dedicado todas nuestras energías a sobrevivir. Ya no servimos para nada. Sólo sabemos aplaudir. ¿Quieren que vaya a aplaudir ante el general Von Schobert y el coronel Luppo? Si quieren, puedo ir hasta Bucarest para aplaudir al mariscal Antonescu, al Perro Rojo, si eso les va a ayudar. Más no puedo hacer. ¿O es que quieren que me sacrifique por Ustedes inútilmente? ¿Quieren que me sacrifique en plena plaza Unirii para defender a los judíos de Iasi? Si pudiera, me habría sacrificado en una plaza de Italia para defender a los italianos, Ni nos atrevemos a actuar, ni sabemos cómo hacerlo, ésa es la verdad -concluí girando la cabeza para ocultar el rubor de mi rostro.
Curzio Malaparte, Kaputt
El nombre de Malaparte pertenece, de siempre, a mis referencias literarias, a pesar de no haber leído, hasta ahora, ninguna de sus novelas. En mis primeras lecturas sobre la Segunda Guerra Mundial, una historia del conflicto con claro enfoque italiano, su nombre aparecía una y otra vez, siempre con las mejores referencias. No ha sido hasta el 2020 cuando al fin me he atrevido con su obra, al leer en un suplemento cultural que se iba a publicar una nueva traducción de su novela Kaputt, partiendo base la versión más o menos definitiva, restaurada y corregida, del texto. La experiencia no ha podido ser mejor: ha sido otro de mis descubrimientos deslumbrantes del año pasado, con los que he podido sobrevivir a la locura de la pandemia. El impacto ha sido de tal magnitud que empecé a comprarme libros de Malaparte, en especial aquéllas inspiradas por otra locura, esta vez humana: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto.
Malaparte es uno de esos escritores que no se pueden entender disociados de su biografía -en realidad obra y vida no se pueden separar en ningún caso, algún día les contaré mi opinión-. Sus dos obras mayores, Kaputt y La piel, se pretenden diarios novelados de las experiencias del escritor durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Kaputt es una extensión/releboración de las crónicas periodísticas que el escritor enviaba desde el frente: Ucrania en el verano de 1941, Finlandia en el invierno de 1942-43, recopiladas luego en El Volga nace en Europa. Sin embargo, esta imbricación literatura-vivencias no se detiene ahí: para entender lo que nos cuenta Malaparte en esa novela, así como su rabia, radicalidad e hipérbole, es crucial entender la evolución política del escritor.
Malaparte, en los años veinte, había militado de manera activa en el partido fascista de Mussolini, participando en la Marcha sobre Roma que llevó al Duce al poder. Sin embargo, durante los años veinte se fue desilusionando con la evolución ideológica del movimiento. Se habla mucho ahora, de manera interesada, de que el Fascismo era de izquierdas, lo que es incorrecto, aunque sí que hubo gentes que esperaban un cierto giro a la izquierda: tras el ajuste de cuentas con el marxismo debería hacerse lo propio con la reacción. En realidad, tras la toma del poder, tanto Hitler como Mussolini prefirieron trabar una alianza con el ejército, los grandes propietarios, los industriales y los banqueros. Sus respectivos movimientos, que siempre habían sido de derecha tradicional y retrógrada -antiliberales, por tanto-, lo fueron desde entonces por completo, con purgas de cualquier elemento que se desviase de la ortodoxia.
La ruptura de Malaparte con Mussolini se fraguó en 1931, cuando publicó Técnica del golpe de estado. En ese libro, el escritor atacaba frontalmente a Hitler, al que calificaba de mediocre intelectual, cobarde político y de siervo de las élites, cuyo apoyo no quería enajenarse. Una vez llegado al poder el nazismo, Malaparte se convirtió en persona non-grata para ese régimen, lo que le llevó a encadenar arrestos, periodos en prisión y destierros, cada vez que un jerarca nazi se paseaba por Italia. No obstante, sus contactos con dirigentes del partido fascista -como Ciano- su aura como luchador de primera hora, así como su categoría como escritor, le permitieron salir en libertad una y otra vez. Se pensaba que se enmendaría, cosa que no ocurrió. Por el contrario, Malaparte fue radicalizándose en su oposición al fascismo.
En uno de esos periodos de libertad entre arrestos, se le envió como corresponsal al frente del Este, una manera como cualquier otra de sacarle de apuros y evitarle nuevas represalias. En concreto, a la Ucrania de los primeros meses de la operacióm Barbarroja, la invasión de la URSS desencadenada por la Alemania nazi en junio de 1941. Sin embargo, al poco las autoridades nazis exigieron que se le apartase de las zonas de combate. Sus crónicas no cuadraban con la línea propagandística promovida por las autoridades militares. En vez de resaltar el barbarismo oriental del ejército rojo, Malaparte señalaba que era una máquina de combate bien entrenada y motivada, apoyada por una potente base industrial. Por ello, la guerra no sería corta y gloriosa, sino larga y sangrienta, como así ocurrió.
La vuelta a Italia se saldó con un nuevo arresto, una nueva temporada en prisión y un nuevo exilio solapado: esta vez al frente secundario de Finlandia, donde se suponía que su actividad no atraería tanto la atención de las autoridades militares alemanas. Malaparte, como se puede esperar, no cambió de actitud y siguió criticando de manera oblicua, pero cristalina, el absurdo de la guerra fascista, el atolladero insoluble en que se habían empozado, así como la imposibilidad de su conclusión victoriosa. Sus previsiones se mostraron tan certeras que a mediados de 1943, previendo el derrumbe de Italia, hizo lo posible para volver a su patria. La caída del fascismo, en julio de 1943 y la rendición de Italia, en septiembre de ese año, le sorprenderían en Napoles, pronto tomada por los aliados.
Durante el resto de la guerra, Malaparte formaría parte de las unidades italianas al servicio de las tropas aliadas, sirviendo como enlace entre ellas, la población civil y los movimientos partisanos. Por ese tiempo, su antifascismo de antes de la guerra había evolucionado en izquierdismo declarado -podría decirse que ese poso siempre estuvo allí presente, incluso en sus tiempos fascistas-, de manera que acabó adoptando posiciones próximas al comunismo tras la guerra. Un tránsito muy poco frecuente - lo normal es moverse de la izquierda a la derecha- lo que nos dice mucho de la la originalidad de su persona.
¿Y qué tiene que ver esto con Kaputt? Ya le he indicado que esa novela es una reelaboración/ampliación de los artículos compilados en El Volga nace en Europa. Sin embargo, su contenido es mucho más radical y duro que esos artículos. El propio Malaparte narra que lo escribió como contrapunto a esas crónicas, tanto como registro del horror que presenciaba y como terapia de supervivencia. Debido a la peligrosidad de ese material -si se hubiera descubierto, las consecuencias habrían sido irreversibles-, el escritor señala que los escribió a escondidas, con las mayores precauciones. Tanto, que el manuscrito acabó siendo dividido en varias secciones y enviado a Italia por diferentes vías, para evitar que fuera detectado y destruido.
¿Y de que trata Kaputt? ¿Por qué me parece tan importante? Pues creo que será mejor dejarlo para una próxima entrada.
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