lunes, 8 de marzo de 2021

En busca de Varda (XXII): Cortos finales (2002-2013)

En análisis de la filmografía de Agnès Varda estoy llegando ya a los años finales. En concreto, con los tres cortos que voy a comentarles, se cierra de su producción  de cortos, que en mi opinión, poco tienen que envidiar a sus largos. No voy a repetir mi lista de elogios habitual, porque  sería ya cansino, pero sí les recalcaré mi admiración ante la juventud perenne del cine de Varda. A pesar de que al comienzo de este siglo ella pasaba ya de los setenta años, seguía rodando con la misma capacidad de asombro que alguien que hubiese tomado una cámara por primera vez. Encontrando nuevas vías, nuevas maneras, nuevas perspectivas.

Le Lion Volatil (El leon que se volatiliza, 2002) es un pequeño divertimento, a ratos cómico, a ratos serio, que acaba por dejar un cierto sabor amargo. Tomando como motivo una estatua de tamaño desmedido de un león, recuerdo de derrotas nacionales que se quisieron luego transformar en victorias, situada en medio de una concurrida plaza parisina, Varda nos narra una historia de amor entre dos personas que trabajan en ese mismo entorno. Romance surgido de causalidades, construido sobre coincidencias, que se desbarata en el mismo momento de ir a consumarse.

No por defecto, torpeza o cobardía en los amantes, sino por la desaparición súbita de su ángel tutelar: el león castrense que vigilaba la plaza.
Ydessa, les ours et etc... (Ydessa, los osos y etc..., 2004) es mucho más compleja y ambiciosa. Parte de una exposición, realizada en Munich, sobre una de las colecciones de la marchante de arte Ydessa: decenas de miles de fotos en las que personas anónimas se retrataron con sus osos de peluche. No sólo niños, sino adultos e incluso de ambientes -como el hampa, la bohemia, los deportes o el ejército- donde a nosotros, desde nuestro presente, nos resultaría chocante la exhibición de ese objeto.
 
A primera vista, parecería una chifladura de una rica excéntrica, pero a medida que Varda nos va a guiando por su interior se muestra compleja, plena en implicaciones y planificada al detalle. Por ejemplo, el modo en que se haya expuesto apunta al desorden, a una acumulación abrumadora -próxima al horror vacui- que pretende desorientar al espectador. Sin embargo, esa confusión oculta un orden riguroso: si se presta atención es posible descubrir secuencias, series, caminos que nos incitan a seguirlos, aunque no sepamos a dónde nos llevan.

A un nivel superior, la exposición se construye como una indagación histórica. Esas imágenes, unidas por un motivo común, nos fuerzan a contemplar con detenimiento ese pasado poblado por desconocidos. Personas que vivieron, que tuvieron anhelos, que fueron dominadas por pasiones, pero de las que sólo queda esta imagen, de la que ni siquiera sabemos si se corresponde a la idea que tenían -ellos o sus allegados- de sí mismo.

Asociación con la historia que es mucho más tétrica de lo que podría suponerse a simple vista. En España, esta muestra sólo fue conocida por el escándalo que produjo, que llegó a eclipsar su contenido principal. En la última de las salas que la componían sólo se podía ver una estatua de Hitler arrodillado, en actitud de pedir perdón. En realidad, la muestra que se acababa de visitar giraba sobre el holocausto, como deberían haber advertido varias de las fotos que figuraban en ellas -quizás de personas desaparecidas en el genocidio-, la propia identidad de descendiente de víctimas del Holocausto de la galerista o el hecho de que se organizase en un edificio con una claro pasado nazi.

Por último, Les 3 boutons (Los tres botones, 2015) es un intento de crear una fábula moderna, tomando como motivo un dicho popular: quien pierda tres botones un mismo día, habrá de tener tres encuentros determinantes en su existencia. No sabría decir hasta que punto esa magia está lograda o es convincente, pero sí es importante resaltar es el enfoque adoptado por Varda. El de una adolescente que no remite a una juventud -o inocencia- soñada, sino a las aspiraciones de vivir, en toda su intensidad, una vida que apenas acaba de comenzar.

Extraño tema para una anciana a quién estos afanes deberían parecerle ya ajenos...o quedar ocultos en una niebla, la del pasado, que ya no habría de disiparse jamás.

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