miércoles, 17 de marzo de 2021

Parangones

 

Jordaens, Meleagro y Atalanta

La exposición Pasiones Mitológicas, apenas inaugurada en el Museo del Prado, es un auténtico who is who de la pintura renacentista y el primer barroco. La nómina de grandes pintores de esos periodos es apabullante: Tiziano, Veronés, Rubens. Ribera, Poussin, van Dyck, Jordaens, Velázquez, asi como otros no tan conocidos, pero no menos interesantes. Por si sola esta muestra equivale a un pequeño museo, aunque de una calidad que pocas instituciones -ni siquiera las mastodónticas- soñarían igualar. Sólo por eso ya valdría la pena visitarla, pero la cosa no se queda ahí. Todas las exposiciones del Prado, de un tiempo a esta parte, vienen con su subtexto y aunque este no sea tan enjundioso como el de la pasada Invitadas, no deja de tener interés.

El tema de la exposición es doble: reunir un conjunto único en la pintura occidental, para proceder a realizar un parangón entre iguales. Ese conjunto central son las seis fábulas -o poesías- mitológicas, todas de tema erótico, que Tiziano pintó para Felipe II. Esas pinturas, de altísima calidad, acabaron dispersándose durante el reinado de Felipe IV, cuando este rey purgó las colecciones reales de las pinturas más salaces. En su mayoría, pasaron a propiedad del rey Carlos I, para luego dispersarse con el triunfo de la revolución Cronwelliana. Algunas volvieron a ser adquiridas por la corona española, pero la mayoría terminó su viaje en museos y colecciones de ambos lados del Atlántico.

Esta reunión nos permite contemplar toda la serie, pero nos reserva algunas sorpresas. La famosa Danae del Prado, por ejemplo, no pertenecía a ese conjunto, sino que es una versión posterior: de una obra de menor calidad de la colección Willington. Este detalle no es nímio: entre la seis fábulas hay evidentes diferencias de estilo y acabado. Incluso, me atrevería a decir, es perceptible el tránsito hacia el Tiziano final, ese que comenzó a renunciar al color y dejaba sus obras cada vez más abocetadas, fuera cual fuera la razón de esa evolución.

Tiziano, Diana y Calisto

El otro punto de interés de esta exposición es el parangón que señalaba al principio. Partiendo de unos mismos temas -conocidos al dedillo por las élites de esa época- estos artistas consiguieron crear infinidad de versiones. No sólo en el enfoque o el momento elegido, sino en el mismo estilo. Es admirable que estos grandes artistas supieran hacer propios estos temas, convertirlos en único y personales, reconocibles al instante, por muy hartos que estemos de ver escenas similares en los museos. Al ver cualquiera de estos cuadros no estamos viendo el tema -aunque al final esto sea con lo que se llenan los artículos y los catálogos-, sino al artista. Y no simplemente el estilo o la paleta, sino la implicación personal con los personajes que representan.

Por ejemplo,  si observamos el cuadro de arriba, de Tiziano, y el de abajo, el de Rubens, ambos ilustrando el mito de Calisto, se puede identificar muy claramente esta diferencia de miradas. Tiziano está más interesado por ilustrar la intransigencia - casi crueldad- de Diana, quien no duda en desterrar a la ninfa Calisto, al descubrir que estaba embarazada. Tanto más injusto, cuando ella había sido engañada por Zeus -sí, él de siempre-, que había adoptado la forma de Diana para ganarse la confianza de Calisto. Tiziano, por tanto, coloca a Diana en posición dominante en la sección derecha, en actitud regia, sin que le tiemble el pulso, como suele decirse, a la hora de dictar sentencia. Calisto, por su parte, queda relegada al lateral izquierda, casi oculta por las otras ninfas que la desnudan, ilustrando su caída en desgracia y prefigurando su eclipse y destierro.

Rubens, por el contrario, pone el acento en Calisto, que domina la sección derecha del cuadro, mientras que Diana queda relegada a un lateral. El acento está en el dolor de Calisto y en la injusticia que sufre, de tal calibre que ella es incapaz de reaccionar y se deja hacer. Destino trágico resaltado por las actitudes de los demás personajes, en cuyas actitudes ha desaparecido toda violencia -la desnudan porque así les ha sido ordenado, pero no la ultrajan- e incluso en la misma Diana: su evidente agitación, su casi desesperación, condensan toda la emoción que Calisto es incapaz de expresar.

Rubens, Diana y Calisto
 

Y es que Rubens, a pesar de poblar sus pinturas de innumerables desnudos, parece tener una mejor opinión de las mujeres que sus contemporáneos, incluso hallarse próximo de ellas, en el sentido de comprender y compartir, así como saber plasmar, el dolor infligido implícito en los mitos.

Incluso en otras obras, más amables o más ligeras. Como en este jardín del amor donde las mujeres parecen aburridas, hastiadas, incluso violentas, mientras que la única pareja feliz, el único amor correspondido parece establecerse entre dos mujeres, justo en el centro de la pintura.

Rubens, El jardín del amor

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