jueves, 18 de noviembre de 2010

Reading the bible (y XII)

Si, hablando lenguas de hombres y de ángeles, no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de profecía y conociendo todos los misterios y toda la ciencia, y tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada. Y si repartiere toda mi hacienda y entregase mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha.

1 Corintios, 13, 1-3

El pasaje que he incluido arriba, extraído de una de las cartas del apóstol Pablo es uno de los fragmentos más famosos de la Biblia, cuya lectura es casi cotidiana en la celebración de la misa (al menos en la misa católica, que es con la que tengo, o tenía, más contacto.

El principal problema es que no representa el pensamiento del apostol Pablo, el cual se puede reducir a un par de líneas básicas, que se repiten una y otra vez, siguiendo esa corriente según la cual cuanto más remaches un concepto, más fácil es que la gente se quede con él. O lo que es lo mismo, a la hora de hacer propaganda o proselitismo, cuanto menos, mejor (no es el único caso, cualquiera que haya leído el Corán, sabe lo repetitivo y reitarativo que llega a ser al poco).

Lo primero que sorprende al lector de las cartas de Pablo, que, no lo olvidemos, son el documento cristiano más antiguo antecediendo a los evangelios en al menos veinte años, es simplemente que para Pablo, Jesús, Cristo o el propio Cristianismo no son otra cosa que meras marcas de producto. Entiéndase bien lo que quiero decir, cualquiera que haya esté aconstumbrado a los evangelios sinópticos, incluso a Juan, cuajados de anécdotas y parábolas, no puede por menos que sentirse incómodo ante la escasez de datos que Pablo aporta sobre el fundador de su religión, fuera del murió y resucitó (ergo, la muerte ha sido vencida) y que en Jerusalén he hablado con sus hermanos y discípulos (ergo, no os estoy contado una trola), el Jesús paulino es como digo una existencia fantasmal, sin todo aquello que aconstumbramos a asociar al personaje.

Este desinterés de Pablo por el fundador de su propia religión y el hecho de que sus cartas son los escritos cristianos más antiguos ha llevado a algunos a teorizar con el hecho de que la figura de Jesús sea una simple invención, bien del propio Pablo o de el círculo de primeros discípulos. Yo ya he señalado que no comparto esta teoría, pero aún así, el silencio de Pablo no deja de ser especialmente chocante... un silencio que quizás se pueda comprender un poco si examinamos los temas que Pablo toca en el resto de las cartas, normalmente poco conocidos por los cristianos y que poco tienen que ver con ese fragmento tan famoso al que me refería.

La cuestión es que aquello de lo que habla Pablo y que le interesa especialmente, no es lo que nos interesaría a nosotros como aficionados a historiadores, ni siquiera en el caso que fuéramos cristianos. La principal preocupación de Pablo es simplemente dejar claro en todo caso que él es el jefe, la autoridad a la que deben referirse las comunidades que ha creado en sus viajes evangelizadores, y que sólo deben hacerle caso a él y a las personas que envíe en su nombre. Resulta chocante, pero muy humano y lógico, pensar en esos protoapóstoles, no como socios en una empresa común, sino como competidores, e incluso vislumbrar, ya en ese amanecer del cristianismo, como religión universal y no únicamente judía, diferentes corrientes en conflictos, que luego se convertirían en la oficial y las múltiples herejías.

El segundo punto, una vez establecido quien está al mando, es exigir a las comunidades que se mantengan unidas, señalando claramente, quién puede pertenecer a ellas y quien no, cómo deben admitirse y expulsarse a sus miembros, en definitiva en qué consiste ser cristiano y cómo deben distinguirse de los demás. Una identificación y diferenciación en la que se establecen por una parte categorías de personas que no pueden pertenecer a la comunidad (por ejemplo, los fornicadores u homosexuales), ceremonias paganas en las que el cristiano no puede participar (banquetes comunales) y, curiosamente una estructura interna en la que se calcan el status quo social de la época, plasmada en la aceptación paulina de la esclavitud y la sumisión estricta de la mujer al hombre.

Sin apenas referencias al mensaje cristiano de Paz y Amor, o mejor dicho, un mensaje de Paz y Amor, que sólo es aplicable a los miembros de la comunidad que acepten las condiciones paulinas, pero no a los que las infrinjan, ni mucho menos a los paganos. Una postura que en mi opinión a hecho mucho daño al cristianismo y que se está resurgiendo como la oficial, en estos tiempos de cristianismo en retroceso y encastillamiento numantino de los pocos puros que quedan.

¿Y qué tiene que ver esto con lo anterior? ¿Qué tiene que ver este rigorismo paulino con su indiferencia ante la biografía de su fundador? Pensemos en el Pablo de antes de la conversión. Un fariseo convencido de la verdad de sus ideas, fuertemente conservador como buen fariseo, y que perseguía con extremo rigor a unos cristianos que veía culpables de un doble intento de subversión, religioso y político. Alguien que tras cambiar de empresa, no cambia de personalidad, y sigue aplicando sus capacidades anteriores para el triunfo de su nueva causa.

No resulta extraño, entonces, que ese cristianismo paulino, a pesar de dirigirse ahora todo el orbe y no sólo a los habitantes de Palestina, siga manteniendo resabios fuertemente excluyentes, aquí nosotros, allá los otros, y se proponga como sosten y pilar del orden social, comp cabría esperarse de un miembro de la élite farisea.

Y en ese contexto resulta comprensible que Pablo se olvidase de todo aquello que no encajaba en su visión del mundo, lo hubiera dicho o no su fundador, o que simplemente no se preocupase en conocerlo y/o transmitirlo.

Todo lo cual, no es para rasgarse las vestiduras, pues lo primero que ha hecho todo buen discípulo es traicionar a su maestro y si no, piénsen como utilizó Platón a Socrates en sus diálogos, haciendo que Sócrates fuera un Platón adelantado a su tiempo.







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