Mateo, 25, 34-40
Cuando era joven, ya saben, en aquellos tiempos en que me debatía entre la fe y el ateísmo, mis libros favoritos de la Biblia eran los evangelios sinópticos, no el de Juan, demasiado teológico doctrinal, junto con el Apocalipsis, del cual ya hablaremos, en la última entrada, por supuesto.
La razón de mi preferencia por los sinópticos es que era la única sección de la Biblia en la que podía encontrar una regla para mi vivir cotidiano, basada en una cierta tolerancia y en el respeto al prójimo, no en una serie de normas grabadas en piedra y cuyo incumplimiento acarrearía los peores castigos, sin posibilidad de perdón. Aún hoy, ciertos pasajes me provocan una especial emoción que luego intentaré explicar, pero antes, conviene plantearse una pregunta básica: ¿Existió un personaje histórico al que identificamos como Jesús llamado el Cristo?
Por supuesto, esta pregunta admite tres respuestas:
- Sí y los evangelios son una fuente fiable para el conocimiento de esa figura histórica.
- Sí, pero los evangelios son una compilación de mitos, rumores y leyendas distorsionadas por el paso de los años.
- No y tanto los evangelios como el personaje llamado como Jesús son una invención de los propagadores de esta nueva religión, en concreto, Pablo & co.
Volvamos al tema y examinemos la primera de las hipótesis. Jesús como personaje histórico, reflejado verazmente en los evangelios. De todos es conocido las imposibilidades del relato de la Natividad, no ya el hecho de que sean incompatibles entre sí, sino que incluso los datos históricos que ofrecen son imposibles de coinciliar (el censo del que habla Lucas no pudo tener lugar en tiempo de Herodes bajo el gobernador de Siria que cita, ya que Herodes había fallecido). Esto aún podría achacarse a la necesidad de añadir un origen al reformador, cuya infancia sera desconocida, lo cual sería apoyado por el hecho de que Marcos, el más antiguo no habla de estos hechos, pero lo que muchos ignoran o no se han dado cuenta son las contradicciones entre los sinópticos y Juan en lo que se refiere al relato de la pasión, que tiene lugar en diferentes días y a diferentes horas, en una secuencia también distinta.
Por supuesto, todas estas contradicciones tienen una razón evidente. Ninguno de los evangelistas fue testigo de los hechos, escriben muchos años después de los hechos (Marcos hacia el 70, Lucas y Mateo en la década siguiente y Juan en los años 90), se dirigen a públicos distintos, más hebreos unos, más helenizados los otros, e incluso parecen proceder de otras regiones del imperio que no son palestina al ignorar costumbres y peculiaridades que serían evidentes para un judío de Jerusalén, según lo que conocemos por otras fuentes.
Esto, por supuesto, plante un grave problema a cualquier literalista bíblico, ya que parece evidente que lo que tenemos es producto de una tradición oral y ha sido distorsionado de tres maneras, por el propio efecto rumor de cualquier narración oral, por la distancia temporal y seguramente física, con respecto a los hechos y por el propio ideario teológico de los evangelistas, una ideología más que clara en Juan y dominante en muchos de los posteriores evangelios apócrifos, cada vez más preocupados por que Cristo hable en el lenguaje de la secta que los inspiró.
El problema se agrava cuando intentamos buscar fuentes fuera de los evangelios. Las cartas de Pablo, escritas en la década de los 40 y por tanto cercanas a los supuestos hechos, apenas hablan de cristo, apenas del sucinto fue crucificado y resucitó. Si nombra a personas cercanas, como Santiago el Mayor, identificado como hermano suyo, pero la referencia apenas pasa de un mero "hay testigos que le vieron y por tanto era una persona real". La impresión que se obtiene de las cartas paulinas es que a Pablo le importaba muy poco el Jesús real y mucho menos aún lo que pudiera haber dicho, una actitud que nos dará más que hablar en entradas futuras.
La situación no mejora con las fuentes grecorromanas. La referencia directa de Josefo en su enciclopédica Antigüedades de los Judíos, que va del Génesis a la rebelión del 66, parece ser una interpolación cristiana, más que nada por que es imposible que un Judío ortodoxo confiese que Jesús era el Mesias, por lo cual la discusión se reduce a sí la falsificación fue total o parcial. Las otras dos referencias son circunstanciales, una en la que se nos habla de un Juan bautista que fue ejecutado por Herodes Antipas en Galilea, mientras que en otras se nos señala la ejecución de un tal Santiago, hermano de Jesus, llamado el Cristo. Referencias que en un caso confirmarían parte del relato bíblico y en el otro simplemente recogerían lo que los protocristianos contaban de su origen.
La situación no mejora con los escritores propiamente romanos. Plinio el Joven, Tácito y Suetonio hablan de los cristianos y de su fundador Cristo en relación con ciertos hechos históricos, más o menos cercanos al rango temporal en que ese personaje debería haber vivido. Sin embargo, hay que recordar que las obras de estos autores se escribieron con posterioridad al 110 d.C y que por tanto lo que recogerían es lo que los cristianos de ese tiempo pensaban que había sucedido... sin contar con que los escritores latinos estaban generalmente muy mal informado sobre lo que pensaban los habitantes de la perifería de su imperio, como muestra el cúmulo de errores que comete Tácito al describir la religión judía en sus Historias.
¿Qué queda entonces? Pues realmente en lo único que coinciden esas fuentes es en describir un Jesús mínimo, alguien que en algún momento de la pretura de Poncio Pilato encabezó un movimiento mesiánico/revolucionario y fue ejecutado como elemento peligroso para el orden establecido, sólo que ese movimiento se reveló inesperadamente resistente y expansivo, resultado para el cual no es necesario acudir a explicaciones sobrenaturales.... lo único que a base de eliminar pruebas, de mostrar lo poco que podemos decir de seguro de ese Jesús, llamado Cristo, parece que me haya movido hacia la opción tres, la inexistencia de un personaje histórico de ese nombre.
Debo decir que efectivamente puede que sea así, que ese personaje llamado Jesús no haya existido y que sea simplemente un invención del núcleo originario de Jerusalén o del propagador fuera de Palestina que llamamos Pablo. Sin embargo, veo muchos peros a esa teoría que intentaré resumir a continuación.
El primero es metodológico. Obviamente, la mejor manera de acabar con el cristianismo es demostrar que su fundador no existió, lo cual parece ser la motivación que se encuentra detrás de la mayoría de los proponentes de la teoría 3. El problema es que, en mi opinión, para destruir el cristianismo no es necesario demostrar que Jesús no existió, sino que su fundador no resucitó, que fue un hombre como los demás que fracasó de manera rotunda en lo que se propuso y cuyos discípulos, por razones que se nos escapan, se negaron a aceptar la derrota.
Además encuentro que en esa causa muchos de sus proponentes llegan al overkill. Como he dicho los datos históricos directos sobre Jesús son muy escasos y las pocas referencias son indirectas o de tercera mano. Esto sólo debería bastar para que abrigásemos serias dudas sobre la existencia de este personaje, pero los proponentes de esta teoría no se detienen aquí, sino que intentan demostrar la falsedad de toda referencia, desde Pablo hasta Tácito, aunque está perfectamente claro que Pablo solo hablaba de oídas y sabía bien poco sobre el fundador de su religión, mientras que Tácito se limitaba a recoger la versión que los cristianos propagaban a principios del siglo II d.C.
Otro argumento que se alega es como el cristianismo primitivo es muy parecido a otras religiones de ese tiempo y como otros dioses también murieron y resucitaron, con lo que la historia que nos narran los evangelios sería una invención de una secta de principios de la era cristiana. Dejando aparte que muchas de las similitudes que se señalan están traídas de los pelos, es cierto que la religión cristiana comparte una serie de elementos en común con las religiones de ese tiempo, pero es que no podía ser de otra manera, ya que por muy revolucionario que fuera Jesús o sus discípulos, eran hombres de su tiempo y por tanto tenían que hablar en el lenguaje de su tiempo, una servidumbre de la cual ninguno podemos escapar.
Es más, esa teoría de creación ex-nihilo, se enfrenta con graves problemas, siendo el primero de ellos la cuestión de quién y porqué, ya que mientras unos pondrían la culpa sobre un maestro de justicia desconocido, pero demasiado similar al Jesús que conocemos, los hay que señalan al el apóstol Pablo, otros lo harían sobre el núcleo originario cristiano de Jerusalén y los habría que incluso lo retrasarían hasta Constantino. Por otra parte, mientras que muchos de esos dioses que mueren y resucitan pertenecen a un pasado lejano o mítico, Jesús se inserta en unas coordenadas temporales precisas, tan precisas que resulta extrañó que ningún escritor de la antigüedad, como Celso o los creadores del judaísmo rabínico, no hayan intentado demostrar que era una figura imaginada y se hayan limitado a señalar que era un hombre normal o que su nacimiento fue todo menos virginal, poniendo el acento en la manipulación de un hecho real, no en su creación ex-nihilo.
O quizás es que la emoción que me aún producen ciertos pasajes, como el citado, me obnubila el entendimiento, al desear, aún siendo ateo, que el Jesús que hablaba de amor, que denunciaba a los ricos y a los duros de corazón, existió necesariamente.
2 comentarios:
hola, ¿en que parte de la Biblia aparecen los evangelios sinopticos?
Los sinópticos son Mateo, Marcos y Lucas. Se llaman así por que tienen evidentes similitudes y parecen estar relacionados entre sí.
La teoría más común es que Marcos fue escrito primero, y que Mateo y Lucas lo utilizaron como base de sus evangelios. Además, se ha postulado la existencia de la llamada fuente Q, una supuesta colección de dichos de Jesús, para explicar el contenido que Mateo y Lucas comparten, pero que no aparece en Marcos.
Publicar un comentario