viernes, 27 de diciembre de 2019

Sin poderse permitir el descanso

Francisco de Goya, Desgracias aceacidas en el tendido de la plaza de Madrid © Museo del Prado

Como deben ya saber, el Museo del Prado cierra la celebración de su centenario con una exposición-mamuth dedicada a los dibujos de Goya. En ella se han incluido todos sus dibujos conservados en el museo, casi sin excepción, abarcando bocetos, diseños, borradores, apuntes, dibujos preparatorios, sucesivas pruebas de impresión, grabados finales, etc, etc. De hecho, es tan exhaustiva que se puede decir que ése es su mayor defecto, puesto que acaba por toparse con diferentes limites: los de espacio, reproducibilidad y resistencia humana.

Por poner un ejemplo. Una buena cantidad de la obra gráfica de Goya son dibujos preparatorios y pruebas de impresión para sus series de grabados. En esos casos es muy interesante, casi esencial, acompañar esos ensayos del resultado final, como se hizo, hace ya muchos años, en la muestra de Los caprichos realizada por la Real Academia de Bellas Artes. Sólo así se puede apreciar su trabajo creativo de Goya, además de comparar las múltiples diferencias y correcciones entre las sucesivas versiones. Cambios no sólo debidos al perfeccionamiento de la concepción inicial o al descubrimiento de nuevas posibilidades compositivas, sino a la imposibilidad de traducir de forma directa las idiosincracias de una técnica, la del dibujo a lapiz o pluma, en otra bien distinto, la del aguafuerte. Por desgracia, esa posibilidad de análisis se hurta al visitante de  muestra, salvo ocasiones muy contadas,  como con el grabado de la Tauromaquia incluido al comienzo.


¿Hubiera podido hacerse? Sí, pero a costa de haber tornado la exposición insufrible. Hay tanta obra expuesta, del orden de cientos de dibujos, que la apreciación de los situados en la últimas salsse resiente, puesto que el visitante ocasional -e incluso el admirador de Goya- llega a ellos agotado, harto, sin más ganas que para dedicarles una mirada de cortesía. De hecho, para poder gustar de cada dibujo con un poco de detenimiento se necesitarían mínimo de dos horas. Con menos tiempo, apenas se hace uno una idea de lo que hay expuesto y donde está, sin poder siquiera pararse a leer las cartelas de la obras. ¿Exagero? Quizás un poco, pero me temo que menos de lo que piensan. Una de las joyas de la muestra es el cuaderno C, del que se exponen todos sus dibujos. Por sí sólo, él ya representa 120 obras. Tantas, que el propio catálogo ha tenido que renunciar a reproducir todas, quedándose apenas con unas cuarenta. Clara admisión de que la exposición está hipertrofiada, que se ha intentado conseguir la muestra definitiva, completa e irrepetible, sin pensar en otras consideraciones

No obstante, me quejo de vicio. Si pueden ir a verla, vayan, y quédense el tiempo que haga falta. No habrá otra oportunidad igual.

Francisco de Goya, ¿Vas muy lejos? Cuaderno C. © Museo del Prado

En la muestra podrán encontrarse con todo Goya: desde sus inicios como pintor relamido rococó hasta el expresionismo feroz de su exilio en Burdeos; desde las amables escenas de majos hasta las descarnadas matanzas de la Guerra de la Independencia; desde los dibujos que quedaron escondidos en sus cuadernos de apuntes hasta las versiones casi definitivas de sus cuatro series de grabados. Si algo queda claro, tras revisar la muestra, es que Goya acumulaba universos enteros en su arte, sin importarle que algunos fuean incompatibles entre sí.  Mundos que pugnaban por salir a luz y ser expresados y que en su plasmación, a traves del lapiz y el pincel de Goya, no quedan reducidos a plantillas formulaicas, sino que se renovaban continuamente. Mediante un continuio proceso de investigación y experimentación estética que sólo muy pocos maestros han alcanzado -ahora mismo sólo me viene a la cabeza el nombre de Rembrandt-, interrumpido sólo por su muerte, prefigurando e inspirando movimientos artísticos de décadas muy posteriores. No sólo en el XIX, sino en el mismo XX. Figuras como Dix o Grosz, por ejemplo, serían impensables sin el magisterio de Goya. 

En mi caso particular, la muestra me ha servido para reconciliarme con etapas y creaciones suyas que encontraba menores o me resultaban indiferentes. Por un lado, su pintura antes de 1790, cartones para tapices incluidos, se me antojaba costumbrista, relamida y conformista. Lo que he encontrado ahora, para mi sorpresa, es que ese Goya joven dibujaba con el vigor y la seguridad de un maestro. Su técnica era tan depurada que explica su explosión creativa de finales del siglo XVIII: innegable e incomparable. Por otra parte, dentro de sus series de grabados, nunca me había llegado la serie de la Tauromaquía, tan ensalzada y reproducida, al contrario que Los disparates. Lo que he descubierto ahora, para mi alegría, son las concomitancias de esa serie de grabados con la de los desastres. Ambas comparten esa mirada goyesca, desengañada y compasiva, sobre la crueldad y las miserias humanas, infligidas en un caso por la naturaleza, en otro por los mismos seres humanos. En algunos casos, por las dos fuerzas.

Pero, por encima de todo, está el citado cuaderno C. Sus ilustraciones, no pensadas para hacerse pública, nos muestran a un Goya en toda su amplitud y pureza. El de un artista-intelectual, que no podía hacer diferencias, como buen ilustrado, entre estética y política. Lo uno viene acompañado de lo otro, y viceversa. Si el arte no se refiere al mundo, a nuestra realidad, con todas sus luces y obscuridaded, no es arte. Y si no señala y denuncia sus lacras, sus injusticias y sus miserias, no pasa de ser mero entretenimiento, inútil ejercicio masturbatorio que de nada sirve, salvo para aliviarnos un breve instante.

Lección que merece ser recordada, en un mundo, como el nuestro, en que todos preferimos mirar hacia otra lado. Hacia las fantasías en que otros obran las heroicidades a las que aspiramos.

Francisco de Goya, ¿Por liberal? Cuaderno C. © Museo del Prado

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