viernes, 17 de diciembre de 2021

Ernest et Célestine (Ernest y Celestine, 2012) Stéphane Aubier/Vincent Patar/Benjamin Renner

Ernest et Célestine (Ernest y Celestine), dirigida en 2012 por Stéphane Aubier, Vincent Patar y Benjamin Renner, es otra de esas muchas películas de animación que no vi en su debido momento. No porque sus creadores, Aubier y Patar, me fueran desconocidos o tuvieran mala fama, sino por mi habitual desorden y dejadez. Volviendo a los directores., ambos fueron las mentes perversas detrás de Panique au Village (Pánico en el pueblo, 2009), desternillante película de animación que extraía su gracia de un truco simplón, pero muy efectivo: subvertir las expectativas de perfección que se asocian a los productos animados reciente,s mediante el uso de figurillas de plástico de ésas que se venden a docenas por cuatro cuartos a los niños. Desvergüenza que venía que ni pintada a unas historias caóticas, desprovistas de toda lógica, cuya locura se veía potenciada por esa misma torpeza de sus recursos.

Ernest et Célestine, por el contrario, parece situarse en las antípodas estéticas de Panique au Village. Voluntariamente bella, animada a la perfección, con claras intenciones de fábula moral, poco queda en ella, en apariencia, del descaro que desbordaba de la obra anterior. Sólo en apariencia, como podrán ver después.  Ese visible preciosismos venía de que la película adaptaba los libros infantiles de Gabrielle Vincent, puesto que intentaba respetar al máximo el estilo con que éstos habían sido ilustrados. Esa fidelidad era uno de sus grandes atractivos, ya que, en un mundo dominado por la perfección de la 3D,  Ernest et Célestine se esforzaba en dejar bien a las claras su origen dibujístico. No sólo adoptando un estilo propio de la acuarela, sino conservando las imprecisiones y los defectos propios del lápiz y del pincel. Mimetismo que llega al extremo de dejar, en ocasiones, parte del encuadre sin pintar, como cuándo en un dibujo éste queda limitado al centro del papel, sin extenderse a los márgenes.

Éste interés por tornarse dibujo/pintura no significa que la animación sea estática. Otro de los atractivos de Ernest et Célestine es la vivacidad, expresividad y naturalidad de su animación. Más allá de las escenas de lucimiento -las habituales de multitudes y persecuciones, tornadas en fáciles por la potencia de los ordenadores- es encomiable como los animadores han decidido representar con todo lujo de detalles escenas que podrían considerarse banales o, como mucho, de transición. Ese detallismo, rayano en obsesión de miniaturista o primor de naturalista, permite individualizar a cada personaje, al dotarle de unos manierismos distintivos. Esa personalización, además, no se queda en la mera etiqueta, sino que es comparable a la actuación de un actor de carne y hueso: sólo así es posible expresar de manera creíble los sentimientos y reacciones ocasionados por el desarrollo de la trama, como bien puede apreciarse en las capturas que abren esta entrada. Una escena ni más ni menos importante que las otras, pero narrada con ritmo seguro y, aún más importante, con los gestos precisos.
 
Sobre esos cimientos tan sólidos,  Aubier y Patar pueden construir sin problemas la historia de Ernest et Célestine. Su narración que gira alrededor de dos marginados, Ernest y Célestine, huidos de sus respectivas sociedades -la de los osos y la de los ratones, en continua lucha y separadas por un odio que no admite reconcilaciones-  y perseguidos a muerte por ellas. Por ambas y sin distinciones, puesto que han cometido el pecado imperdonable de haber puesto en cuestión sus más acendrados convencimientos ideológicos, comunes y compartidos a pesar de su enemistad inmemorial. Es decir,  haber indicado que existen modos de vida alternativos y, peor aún, de haberlos mostrado posibles, con su ejemplo y en el presente.
 
Y de aquí surge la relación perdida entre Panique au Village y Ernest et Célestine. Ambas películas giran alrededor de personajes excéntricos, en el mejor de los sentidos, que causan el caos en sus respectivas sociedades. Revolución bendecida con la simpatía cómplice de los directores y, por poderes, de los espectadores.

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