sábado, 4 de diciembre de 2021

La última y la primera humanidad, Olaf Stapledon

En ese momento, según avanzaba su conocimiento científico, descubrieron que hubo un tiempo, antes de la formación de las estrellas, cuando no había existido un lugar en el cosmos en donde la mente inteligente pudiese arraigar. Y que habría de llegar una época en que la consciencia habría de ser erradicada del universo. Las especies humanas tempranas no habían tenido necesidad de preocuparse por el destino final de la inteligencia, pero para los longevos seres humanos de la quinta humanidad ese destino, aunque distante, no parecía estar situado al cabo de la eternidad. Esa perspectiva les angustiaba. Habían sido educados para vivir por el género humano, no por el individuo particular, y ahora la existencia de la especie resultaba ser un breve instante entre el vacío eterno del pasado y el vacío eterno del futuro. Nada en su naturaleza les resultaba más admirable que el progreso orgánico de la mente humana, de manera que el convencimiento de ésta habría de cesar en breve les llenaba, a los más débiles entre ellos, de horror e indignación. Pero con el tiempo, la Quinta Humanidad, al igual que durante la Segunda, vino a sospechar que en esta brevedad del desarrollo de la mente existía una cierta belleza, más difícil de apreciar que la normal, pero también más exquisita.

La Ultima y La Primera Humanidad, Olaf Stapledon

Llegué a esta novela de ciencia ficción, escrita en los años 30 del pasado siglo, de modo inesperado. Lo que me llevó a leerla -con esa ilusión que se supone a las obras definitivas- fue la visión de una película: Last and First Men (los últimos y los primeros hombres), primera y última película dirigida por el malogrado compositor Johann Johansson. Como ya les conté, ese film me fascinó y me lo vi varias veces, casi en bucle, en los días que siguieron a su primer visionado. Su historia tenía especial resonancia para mí, puesto que contaba cómo los humanos de dentro de miles de millones de años intentaban ponerse en contacto con nosotros, con vistas a trasmitirnos un mensaje cuyo contenido no llegaba jamás a revelarse, así como la forma utilizada para ilustrar esa comunicación frustrada. Esto se plasmaba utilizando tomas obsesivas de los antiguos monumentos comunistas de la antigua Yugoeslavia, devenidos objetos fuera del tiempo y la historia, restos de una civilización que tanto podría provenir de un pasado remoto o de un  futuro impredecible. Todo ello acompañado con la magnífica banda sonora de Johansson, tan etérea e irreal como lo que contaba y fotografiaba.

Pueden hacerse una idea de la ilusión con que esperaba embarcarme en el libro de Stapledon. Tanta que deje de lado otras lecturas esenciales y me sumergí en ella tan pronto como tuve la novela en mis manos... para llevarme una decepción inmensa, de las que hacía tiempo no sentía. ¿Su principal problema? Haberle ocurrido lo peor que puede sucederle a una novela de ciencia-ficción: quedarse anticuada. Se nota demasiado que es un producto de su tiempo, que el autor, a pesar de sus enormes ambiciones -narrar el futuro de la humanidad, incluyendo su desaparición postrera -no consiguió romper las limitaciones de su época, ni mucho menos elevarse sobre ellas para abrir camino hacia ese terreno de las posibilidades imposibles que constituye el de la mejor ciencia-ficción.

No es un problema del conocimiento científico que maneja Stapledon. Es evidente -y disculpable- que mucho de lo que se suponía conocimiento firme y seguro en 1930 haya sido mostrado errónea con el tiempo. Por ejemplo, en esa fecha la teoría de la evolución estelar estaba aún por trazar -el funcionamiento de la fusión en las estrellas no sería propuesto hasta finales de la década- así que Stapledon da palos de ciego a la hora de describir el destino final del Sol. Asímismo, en esa fecha aún entraba dentro de lo posible que Venus y Marte -o incluso planetas gigantes como Urano y Neptuno- fueran habitables, por lo que Stapledon los considera como escenarios donde la tragedía humana podría desarrollarse en el futuro.  Sin embargo, todo esto es secundario. Novelas anteriores y posteriores han cometido errores similares, pero eso no ha evitado que continúen siendo relevantes en nuestro presente.  

¿Por qué? Porque se han convertido en mitos. Por ejemplo, en Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, el motor del Nautilus es un imposible físico, ya que constituye un perpetuum mobile prohibido por las leyes de la termodinámica. Sin embargo, lo que nos interesa de la novela es la posibilidad de la exploración submarina -y el descubrimiento de un mundo que en gran medida aún nos es desconocido- así como el personaje del Capitán Nemo: rebelde y libre hasta las últimas consecuencias. De igual manera, La guerra de los mundos, de H.G.Wells, es una compleja alegoría contra el colonialismo y el capitalismo, en donde la Gran Bretaña Imperial se ve sometida a una invasión imperial del mismo calibre de lo que ellos estaban realizando en África y Asia en ese tiempo. Por último, Cronicas Marcianas, de Ray Bradbury, es también otra crítica del exterminio, humano y cultural, que acompaña toda expansión colonial. En este caso, con un efecto boomerang sobre los propios colonizadores.

¿Cuál es el defecto de La última y la primera humanidad? En primer lugar, más que una novela se trata de una colección de cuentos, sin mucha relación los unos con los otros. En sí, esto no sería un problema - Cronicas Marcianas, es eso mismo disfrazado-, pero sí lo es cuando se intenta narrar como el genero evoluciona a lo largo del tiempo. Con demasiada frecuencia, Stapleton recurre al recurso barato de inventarse una catástrofe universal, que borra la humanidad que había descrito para dejar el campo abierto a otra nueva, sin ligazón alguna con la anterior. Estos constantes deus ex machina se extienden a su vez al interior de cada sección concreta. En ellos no hay ningún personaje de enjundia -ni intentos por crearlos- mientras que las motivaciones y las causas de lo que sucede son muy, pero que muy endebles. 

Al final, lo que queda es un conjunto de temores del periodo de entreguerras -la aviación y los gases venenosos como protagonistas absolutos- que el tiempo demostró inocuos -o al menos en la forma que los imaginaba Stapleton- y una serie de "anticipaciones" sobre el futuro de la humanidad muy pero que muy superficiales. El autor no ahonda en ninguna de las posibilidades que apunta -salvo alguna que otra excepción- mientras que parece meterse de continuo en berenjenales que no sabe como desarrollar, mucho menos resolver, si no es por ese medio del borrón y cuenta nueva que arrasa con todo.

Y es una pena, porque la película de Johansson sí que es una maravilla. Tanto más admirable por el trabajo tedioso que debió suponer la poda de toda la hojarasca de Stapleton junto el esfuerzo ímprobo de remontarlo de modo irreconocible, pero sí mucho más interesante que el material de partida.

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