Last and First Men (los últimos y los primeros hombres), dirigida por el difunto compositor Johann Johansson y estrenada postumamente en 2020, es una película que me ha fascinado, como hacía tiempo que no lo había hecho ninguna. Sin embargo, creo que va a caer pronto en ese limbo de las películas que no encuentran su público y que acaban olvidadas al poco. Para espectador medio, su carácter experimental, su extrañeza e inaccesibilidad, sólo provocarán frustración y hastío. El cinéfilo connaisseur, por el contrario, enseguida encontrará modelos anteriores, referencias, inspiraciones, de manera que su aparente novedad no le parecerá tal, tendiendo a menospreciarla. En mi caso, que habito entre dos aguas, con demasiada afición a mis espaldas para pertenecer al público medio, con demasiadas lagunas para pretender ser un erudito, se ha tornado una experiencia única.
¿De qué trata? Last and First Men as una obra de ciencia ficción, aunque no al uso, que adapta la novela homónima de Olaf Stapledon, escrita hace ya nueve décadas. En ella -o al menos en la versión reducida de esta película- los seres humanos de dentro de miles de millones de años se ponen en contacto con nosotros, a quienes consideran como los hombres originarios.¿Con que objetivo? Con el de recabar nuestra ayuda, pero sin revelarnos que podemos hacer por ellos, sino para relatar qué le ocurrió a la humanidad en las eras casi infinitas que nos separan de ellos. Como pueden imaginarse, tengo una teoría muy clara sobre el auténtico motivo de ese contacto, pero como esos visitantes del futuro, me lo guardaré para mí.
Lo radical de la propuesta de Johansson no está en ese fundamento temático, ya de por sí fascinante, sino en cómo lo ilustra. Ilustración en sentido literar, porque Johansson no intenta narrar, sino que toda su película es ese mismo mensaje del futuro, escuchado de boca de esos mismos visitantes y con destino a cada uno de los espectadores. Así, mientras una voz -tranquila y serena, imbuida de esa distancia y desapego que confiere el conocimiento perfecto- desgrana esa petición de socorro, van desfilando imágenes en blanco y negro de extrañas construcciones, propias de un mundo ajeno al nuestro, aisladas en su belleza cristalina, pero desprovistas de toda presencia humana, como si la humanidad hubiera ya conocido su extinción. Como si viéramos y viviéramos en ese mundo posterior al de los últimos hombres, donde ya nadie guarda recuerdo de nada.
Extrañeza, incompresibilidad, inaccesibilidad, subrayadas por la música del propio Johansson, que parece provenir de tiempos tan lejanos como los de los remitentes de ese mensaje. Y sin embargo, las imágenes que estamos viendo no puede ser más cercanas, más terrenales. Se trata de los monumentos, en hormigón y acero, que se construyeron en la antigua Yugoeslavia en tiempo de Tito, para celebrar las glorias de la guerra partisana contra el nazismo. Construcciones que ya no tienen sentido alguno para las repúblicas sucesoras de ese estado efímero, donde sólo despiertan repulsa, asco e indignación. Monumentos que han quedado relegados al olvido, abandonados a los elemento, ruinas modernas que bien podrían proceder de una civilización desaparecida de la que ya no conocemos nada... o de otra futura cuyos logros nos sean ininteligibles.
Vemos, por tanto, el futuro a través de nuestro pasado, ambos igual de ajenos ante nuestros ojos. Ambos igual de inaccesibles, efecto recalcado por la abstracción, el orgulloso aislamiento que imbuye música e imágenes. Ambas en continua repetición, volviendo de forma incesante, como en un círculo vicioso, sobre los mismos temas y vistas. Monotonía rota sólo en contadas ocasiones. Con la pantalla de un osciloscopio -antaño pináculo de la tecnología, ahora otro símbolo del retropasado- en el que se dibuja la voz de ese narrador proveniente del futuro. Con la aparición única de un sol abrasador, única nota de color en todo el metraje, que acaba por quemar el celuloide -aunque éste ya no exista- devolviéndolo a su monocromía original.
En resumen, una película que tiene mucho de ensoñación, de trance, de experiencia en la que el tiempo -y la realidad que nos rodea- se borra por completo. Un mundo en el que cuando se entra -y para unos será tan fácil como respirar, mientas que para otros será imposible- ya nada volverá a ser igual.
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