Les glaneurs et la glaneuse: Deux ans après (Los espigadores y la espigadora 2 ,2002) es la segunda parte de Les glaneurs et la glaneuse (Los espigadores y la espigadora,2000, película donde la directora Agnés Varda mostraba la vigencia actual de un fenómeno que se asocia con el pasado: el espigado. Dado que la sociedad de consumo se caracteriza por el despilfarro, a todos los niveles y en todas las situaciones, han surgido personas que aprovechan todo aquéllo que se descarta. Unos por mero prurito moral, al no poder tolerar que objetos y alimentos se tiren a la basura cuando aún se pueden utilizar y consumir. Otros, porque es el único medio que la sociedad les ofrece para subsistir. Al igual que en el pasado, de ahí la conexión con el presente, el espigado es una tabla de salvación para los pobres. Tan necesaria, que todo un aparato legal ha sido construido para regular cuándo, con qué y en qué circunstancias se puede desarrollar esa actividad.
Hay por tanto, un elemento de crítica social en ambos documentales, pero también el profundo amor que Varda siente por toda la humanidad, sin reparar en el color de la piel, la posición social o los avatares existenciales. Es esa afinidad de la directora hacia todos los seres humanos, sin distinción, la que motivó esta segunda parte, dos años después. Como la propia Varda señala, su documental debió tocar alguna fibra sensible de la sociedad francesa, de la que se originó un flujo de cartas, fotografías, incluso regalos, con los que los espectadores intentaban mostrar a la directora el impacto que les había causado su creación.
Esto movió a Varda a realizar un experimento que pocas veces se ha intentado en el documental. No sólo nos muestra esa repercusión social de su documental, llevándonos a conocer a esas personas para las Les glaneurs et la glaneuse significó un hito. Tampoco se limita a buscar nuevos ejemplos de espigadores y espigadores., que amplíen o califiquen lo ya narrado en la primera parte. Lo esencial -y distintivo- es que Varda retorna a los lugares y a las personas que rodó en esa otra película, en especial aquéllas que vivían en la miseria o en los márgenes de las sociedad. Todos los olvidados por el mundo, para quienes, como en el pasado de las pinturas del XIX, el espigado es el único modo de sobrevivir.
¿Y qué fue de ellos? Para algunos, ninguna diferencia, salvo la fama efímera que da el haber salido en película famosa, donde representaban un papel positivo. Apreciado por la sociedad, o al menos por aquella más progresista, a pesar de la excentricidad de quien lo desempeña. Para otros, por el contrario, nada se ha modificado en su lento deslizar hacia el abismo. Su destino ya estaba fijado, sin que sirviese de nada la mirada de simpatía que les dedicara Varda. Los hay que, en ese intervalo, han perdido todo, han sido expulsados de la sociedad, al ser consideradas sus costumbres como incompatibles con las de la gente decente y normal. Por último, quedan aquéllos a quienes, a pesar de continuar viviendo de igual manera, el destino les ha arrebatado su único apoyo. Están ya muertos, en cierta manera, aunque aún no lo sepan.
Destinos trágicos, destinos mediocres, destinos admirables. Todos ellos retratados por Varda con igual simpatía: la que cualquier ser humano debe a cualquiera de sus semejantes. Vidas entretejidas, las de ellos con Varda y, a través de ella, con todos nosotros, que deberían hacernos reflexionar. Sobre las energías inagotables que se esconden en los lugares más insospechados, en las personas más anodinas; sobre los sueños irrenunciables que conforman la vida de tantas personas, único medio para mantener su humanidad, su autoestima; de lo necesario que sería que alguien, al estilo de Varda, sin pretensiones, aspavientos o sensiblerías, cantase sus mínimas hazañas,
Y como también, todas ellas, vidas, afanes, sueños, ilusiones, son arrojadas y descartadas por una sociedad que aborrece todo lo que cree inútil o envejecido. Sin que existan espigadores -o espigadoras- que rescaten esas vidas desechadas.
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