martes, 9 de febrero de 2021

El infierno en la tierra (IV)

Las debilidades -bien conocidas- de la red de carreteras, la sobrecarga, la indisciplina generalizada, las destrucciones soviéticas tuvieron más efecto que las inclemencias del tiempo . Por otra parte, no se puede negar que ellas han agravado la situación, en especial en los vados y las zonas pantanosas. La acción acumulada de todos los factores provocó un embotellamiento gigantesco en todas las rutas de un área del tamaño del Benelux, que multiplicó por tres, cinco o diez el tiempo necesario para los desplazamientos. El general Heinrici escribió a su mujer que un camión necesitaba, en el mejor de los casos, «treinta y seis horas para recorrer treinta y cinco horas. A veces se escucha eso no es posible. Y, sin embargo, hay que hacerlo, aunque sea lentamente »... El barro tiene poco que ver con esa situación de penuria. A partir del diez-doce de octubre, la Wehrmacht pierde poco a poco sus principales bazas: la potencia de fuego, la colaboración entre armas y la movilidad. Los Junker 52 arrojan lo que pueden sobre las puntas de lanza motorizadas, pero la mala visibilidad disminuye el número de vuelos. Se necesitan 220m3 de gasolina para que una división panzer avance sesenta kilómetros, lo que requiere cien trimotores, es decir, la mitad de la flota disponible. Las provisiones no llegan ya. Hay que vivir del país, forrajear como en tiempos Napoleón... y condenar a muerte a las familias campesinas, desprovistas de todo.

Jean Lopez/Lasha Otkhemezuri. Barbarrosa, 1941, La guerra absoluta.

En la entrada anterior, les había indicado como los ejércitos nazis habían detenido su avance en agosto de 1941, tras los fulgurantes éxitos iniciales.  El alto mando soviético, equivocando su análisis de la situación, había creído que sus esfuerzos por detener a las divisiones acorazadas alemanas habían tenido éxito. Sin embargo, en realidad se trataba de una pausa táctica, para descansar y reorganizar las tropas con vistas a un segundo salto, que se pensaba ya definitivo. Éste habría de realizarse en dos etapas: la primera, en septiembre, un ataque hacia el sur para embolsar a las tropas soviéticas en torno a Kiev, abriendo así las puertas de Ucrania; la segunda, en octubre, un ataque frontal en dirección a Moscú, tras cuya captura terminaría la guerra, probablemente antes de Noviembre.

Los dos ataques fueron un desastre para las tropas soviéticas peor que las derrotas de julio, En Kiev, los alemanes capturaron unos seiscientos mil prisioneros; la misma cantidad que, un mes más tarde, en la doble bolsa de Viasma-Briansk. A finales de octubre ya no quedaban tropas de importancia entre los alemanes y Moscú, donde cundió el pánico. Ante la huida precipitada de miles de funcionarios del partido, la ciudad permaneció varios días en un caos prerrevolucionario, hasta que las autoridades soviéticas consiguieron recuperar el orden. Contra todo pronóstico, el ejército nazi no había continuado su avance, que sólo sería retomado a mediados de noviembre. ¿Por qué?

En realidad, aún en medio de esas victorias fulgurantes, la máquina de guerra nazi comenzaba a mostrar signos de desgaste, cuando no de avería. Las concentraciones de tropas para la ofensiva de Kiev y la de Viasma-Briansk, obligaron a desguarnecer el Grupo de Ejércitos Norte, parando en seco sus operaciones. A pesar de haber llegado a las afueras de Leningrado a finales de Septiembre, no había tropas suficientes para tomarla al asalto, así que se prefirió sitiarla. Sin embargo, aunque las comunicaciones terrestres con el resto de Rusia quedaron cortadas, no se consiguió la unión con las tropas finlandeses que descendían por las orillas del lago Ladoga, de manera que el sitio se eternizó sin que ningún bando pudiera derrotar al otro.

En Ucrania, la victoria de Kiev permitió llegar a Jarkov y ocupar la cuenca carbonífera del Donetz, pero a mediados de noviembre, el ímpetu de las tropas nazis se había desvanecido. Incluso habían tenido que retirarse de Rostov, la llamada puerta del Cáucaso, ante la imposibilidad de mantenerse en una posición tan lejana. Los generales alemanes echaron la culpa a las lluvias, que convirtieron la estepa en un barrizal infranqueable, impidiendo la movilidad de las divisiones acorazadas. Sin embargo, Lopez demuestra que se trata de un mito interesado: ni las lluvias fueron especialmente tempranas o copiosas, ni supusieron un factor determinante. En todo caso, fueron la proverbial gota que colmó el vaso. Los problemas logísticos alemanes eran tan graves en ese momento, que la estación del barro -la Rasputitsa, en ruso- simplemente los hizo insolubles.

Un ejemplo es el transporte de gasolina. Para alcanzar el frente, había que cruzar miles de kilómetros. Los camiones, por tanto, no sólo tenían que transportar la gasolina necesaria en frente, sino la precisa para completar sus largas rutas. El flujo de camiones -y su desgaste- se incrementaba con cada kilómetro, lo que hacía más probable la aparición de embotellamientos, con el despilfarro de combustible asociado. Dado que la red viaria rusa apenas contaba con un par de carreteras decentes, ese tráfico cada vez más denso tenía que fluir por unas mismas rutas, desgastándolas y ocasionándo aún más embotellamientos. Si ahora añadimos el barro, no es extraño que a mediados de octubre el flujo de gasolina se detuviese casi por completo, y con él, el del cualquier otro tipo de suministro.

Hay que añadir, por otra parte, que tras tres meses de combate las unidades panzer habían perdido mucho de su filo inicial. Lopez calcula que el número de tanques disponible en una división acorazada podía estar, a mediados de octubre, en un tercio de su dotación inicial. Unas máquinas, además, que tras meses de utilización constante eran propensas al fallo mecánico, por lo que su número podía reducirse de forma drástica al poco de comenzar cualquier ofensiva. A mediados de octubre, por tanto, el ejército nazi no estaba en disposición de reanudar la Blitzkrieg, Cualquier otro ejército habría dado por terminada la campaña y esperado a que pasase el invierno mientras restañaba sus heridas. Sin embargo, a mediados de noviembre, se lanzó la operación Tifón con objetivo Moscú.

¿Por qué? Si recuerdan, el plan original de Barbarroja preveía el fin de la campaña para antes del invierno. Sin embargo, a pesar de tantas victorias, ese objetivo parecía aún lejano, así que, presas de su propia inercia, Hitler y el OKH se decantaron por un último intento a la desesperada. Estimaban que el Ejército Rojo estaba dando sus últimos estertores y que la voluntad de hierro del soldado alemán bastaría para derrotarlo. Fue la primera vez que apareció este leit-motiv, que acabaría dando al traste con las operaciones alemanas en la URSS. La superioridad del ejército alemán, por mucho que el nazismo así lo considerara, no estribaba en una diferencia racial, sino en mejores tácticas y mejor material, ventajas que perderían definitivamente en 1943.

En el caso de la operación Tifón, continuar la ofensiva y basarlo sólo en la voluntad, sólo sirvió para quebrar la cohesión y la resistencia de las tropas alemanas. Aunque llegarón a las cercanía de Moscú, en los primeros días de diciembre, fueron incapaces de cruzar los últimos kilómetros. Su estado de extenuación era tal, además, que la contraofensiva rusa subsiguiente provocó el derrumbamiento del frente y una retirada general. Por un breve periodo, pareció que los ejércitos nazis iban a ser hechos trizas. Si no ocurrió así fue por la torpeza táctica y estratégica del mando soviético, así como, de manera paradójica, por la política de resistencia a ultranza ordenada por Hitler. Una ofensiva en la que, a pesar de lo que diga el mito, no tuvo importancia decisiva la llegada de tropas siberianas. Como bien indica Lopez, éstas seguían custodiando la frontera con la Manchuria ocupada por Japón.

En ese septiembre-diciembre, además, empezaron a ponerse en práctica los planes de exterminio nazis. Por razones obvias, el plan Hunger -la eliminación por hambre de 20 a 30 millones de ciudadanos soviéticos, al desviar la producción alimentaria rusa hacia Alemania- no se llevó a cabo. Sin embargo, el sitio de Leningrado -una ciudad que Hitler quería arrasar hasta los cimientos, tras haber exterminado a su población- causó un millón de muertos. Por otra parte, no se tomó ninguna medida para alimentar a las ingentes cantidades de prisioneros rusos, que comenzaron a perecer por miles en cuanto bajaron las temperaturas, hasta alcanzar una cifra de al menos tres millones de muertos. Y ya llevamos cuatro.

Para concluir, tras el fracaso en instigar pogromos locales contra los judíos, los Einsatzkommandos decidieron poner manos en el asunto. En matanzas como la de Babi Yar, un barranco cercano a Kiev, asesinaron a unas treinta mil personas en un par de días, fusilándolos en grupos junto a las fosas comunes donde serían enterrados. En total, esa primera fase del Holocausto bien pudo causar un millón y medio de muertes (y ya llevamos cinco millones y medio) entre 1941 y 1942. Como consecuencia, y debido a los daños psicológicos sufridos por los ejecutores, se decidió la creación de los campos de exterminio, para que ese proceso se llevase a cabo de forma industrial, efectiva e impersonal.

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