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El abrazo, Juan Genovés |
Si viven en este país, aún llamado España, no les habrá pasado desapercibido que en diciembre del año pasado se cumplieron los cuarenta años de la constitución. En otras circunstancias, incluso apenas hace una década, esta efemérides habría dado pie a demostraciones sinceras de regocijo popular. Puede parecer extraño, pero esta moda de poner banderas en los balcones no es nueva. Sólo que si ahora se hace para demostrar el alineamiento con la derecha de orden, antes se hizo para demostrar el apoyo a una democracia amenazada por la involución militar y el terrorismo salvaje. Antes, claro está que el cansancio y la frustración nos tornaran una generación de indiferentes y conformistas.
Así, las celebraciones han sido casi exclusivamente institucionales. Deslucidas, protocolarias y rutinarias. Desprovistas de alegría y repletas de preocupación, aunque esto último no se manifestase a las claras. Por el futuro de nuestro país y por la integridad de nuestra democracia. Esta última cada vez más vacía de contenido, a medida que los partidos tradicionales revelan su debilidad y fragilidad, su dependencia de los poderes que nunca dejaron de serlo. Amenazada, por tanto, desde dentro y desde fuera, en este caso por partidos que ya no tienen remilgos en proclamar su auténticas intenciones. La de volver a tiempos mejores, para ellos, desde el punto de vista del orden, del control cultural y de la protección de la riqueza.
En este contexto, el de la celebración impostada de un constitución ansiada en su momento, se han abierto dos exposiciones muy dispares en Madrid. Una de ellas, en el Caixaforum, de nombre Democracia, 1978-2018, es un panegírico a nuestro sistema político actual, como corresponde a una institución bancaria con mucho que perder en caso de cambio de régimen. La otra, en el Reina Sofia, de nombre Poéticas de la transición, intenta explorar esos años a través del arte de vanguardia coetáneo. Quedan en ella al descubierto los muchas fisuras y contradiciones de ese periodo, así como los muchos caminos abandonados en pos de una necesaria normalización democrática.
Creo que ya pueden suponer cuál de las dos es más interesante.