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lunes, 29 de marzo de 2021

Mecanos

 

He acudido a la muestra El universo de Jean Prouvé, sin saber qué me iba a encontrar. Tampoco tenía un conocimiento previo de quién era Jean Prouvé o de su lugar en el complejo mundo del arte del siglo XX. Mi única pista era el subtítulo de la muestra -Arquitectura, Industria, mobiliario-, que me colocaba en el ámbito de la ingeniería y el diseño industrial. Dos mundos que me resultan muy cercanos, dada mi formación como ingeniero. Pues bien, me he llevado una agradabilísima sorpresa, tanta que creo que Prouvé va a formar parte de mis artistas favoritos. Por las razones que iré desgranando a continuación, pero también porque sus diseños, mobiliarios y arquitectónicos, me son muy familiares. Dada mi edad, algunas de sus creaciones formaban parte del mundo cotidiano de mi niñez, muestra de la influencia y repercusión de su obra

Lo he llamado artista, pero en realidad esa etiqueta es un tanto forzada. En realidad, Prouvé era un obrero metalúrgico -en francés ferrailleur, pero su traducción como herrero no me gusta-. En los años 20, montó un taller que, además de los encargos de forja, comenzó a fabricar una serie de muebles en madera y metal que tuvieron buena acogida. No tanto por su diseño, sobrio y funcional, sino por la industrialización de sus elementos constructivos. Prouvé concibió muebles compuestos de elementos estándar, fáciles de fabricar en serie y en masa, y ensamblados con un mínimo de elementos de unión, fáciles de montar y desmontar. Nos encontraríamos con un Ikea avant-la-lettre: muebles baratos al alcance de todos, que cualquiera pudiese instalar, pero con una vertiente social de la que carece la empresa sueca.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Otras artes

Henri Meunier
Iba con cierta prevención a la muestra Toulouse-Lautrec y los placeres de la Belle époque, recién abierta en la Fundación Canal. Me daba la impresión que quería aprovecharse del éxito, en términos de afluencia de visitantes, de la exposición Lautrec/Picasso que estuvo abierta hasta hace muy poco en la Thyssen. Sin embargo, aunque algo hay de eso, me he llevado una agradable sorpresa. No es la primera vez que bajo un nombre resultón, que busca ser cebo para el gran público, se oculta una muestra muy distinta, mucho más interesante de lo que haría prever la consabida revisión de un gran maestro. 

En este caso, la exploración de un fenómeno artístico del que Lautrec es el ejemplo más conocido: la irrupción del cartel publicitario, a finales del siglo XIX, como forma artística válida y completa. Con el aliciente, además, de servir de medio de popularización de las vanguardias.

Pero vayamos por partes.

jueves, 2 de abril de 2015

El artista como empleado

Robert Mallet-Stevens, La cité moderne

Comentaba en entradas anteriores como el MNCARS madrileño parecía embarcado en la tarea de difundir el arte contemporáneo posterior a 1960, tan poco conocido, casi despreciado, por los aficionados. La fundación Juan March, curiosamente, también realiza algo parecido, solo que últimamente ha pasado de la promoción del arte ruso/soviético y el alemán, a realizar una concienzuda revisión de lo que se llamaba en el pasado artes menores y ahora se conoce como artes industriales/decorativas, con ejemplos tan destacados como la modélica exposición La Vanguardía Aplicada, dedicada a la revolución que experimento la tipografía europea con la llegada de las vanguardias.

Este esfuerzo no puede ser más loable, ya que ayuda a romper la distinción forzada entre las llamadas artes menores y mayores (ejemplo: ¿Por qué la pintura es mayor y la ilustración menor? ),  división para las mismas vanguardias había dejado de tener valor. Asímismo, esta nueva mirada permite ofrecer una imagen más completa del ambiente cultural de ese tiempo, en el que las influencias podían surgir - y de hecho provenían - de los lugares más inesperados. Sin embargo, en este afán de la Juan March, se ha colado otra motivación que ya no me parece tan necesaria y que  no esta exenta de cierta manipulación. Se trata de la reivindicación del artista como asalariado -pero, ¡ojo! no como artesano - que trabaja por encargo, frente al artista revolucionario que hace de la libertad y de la integridad su bandera.

Un tema y un objetivo que parecen ser el centro de la última exposición de la March, la que tiene el nombre de El Gusto Moderno, Art Déco en París, 1910-1935.


sábado, 15 de febrero de 2014

Misleading Reflections

Ozawa Nankoku

En el Caixaforum madrileño está a punto de cerrar una exposición que responde al nombre de Japonismo, una exposición problemática por demasiadas razones, no todas deseadas quizás por sus organizadores.

El primer pequeño problema que veo es el de su propio nombre, que  en mi opinión debería haber sido un más castellano Japonesismo, para  indicar así más claramente que se pretende explorar la influencia y la huella de lo japonés en la cultura y la sociedad europea del siglo XIX. Como pretexto es más que válido para una muestra, puesto que la apertura del Japón al comercio occidental en la década de 1850, tras el aislamiento de dos siglos impuesto por el shogunato Tokugawa, trajo consigo una invasión de productos comerciales japoneses. Lo curioso es que gran parte de esas mercancías - biombos, abanicos, telas, muebles, pinturas - no eran considerados como objetos de lujo en su país de origen, sino como bienes de uso cotidiano, siendo el hecho de su exportación y transporte el que les otorgaba un valor elevado en Europa. Un caso similar, y ciertamente irónico, al de esos abalorios con los que el imperialismo europeo en ascenso se ganaba los favores de los pueblos que iba a someter.