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martes, 11 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y IV)

Ahora bien, pese a que la Brigada Político Social haya cambiado de nombre, lo cierto es que sus agentes han continuado sirviendo en las Fuerzas de Seguridad, y muchos de ellos se han reciclado en la lucha antiterrorista. De hecho, entre este personal, que no ha sido objeto de ninguna depuración, destacan algunas figuras emblemáticas, como el «superagente» Roberto Conesa, probablemente el más conocido. Conesa ingresó en la policía en 1939 y fue adquiriendo experiencia en la lucha contra las guerrillas republicanas de los maquis del Norte, convirtiéndose rápidamente en un especialista de los interrogatorios y de la obtención de confesiones por medio de la tortura -como bien recordarán los acusados del proceso de Burgos-. En los últimos años del franquismo, y transformado en un torturador de renombre, Conesa logrará auparse hasta la cima de la Brigada Política Social. En 1976, al suprimirse este último cuerpo, es nombrado jefe superior de la policía de Valencia. En enero de 1977, tras los desastrosos resultados que está obteniendo la policía en el  caso Oriol, el nuevo director general de la Seguridad del Estado, Mariano Nicolás, exgobernador civil de Valencia, decide llamar a su antiguo jefe de policía. Éste regresa a Madrid, substituye al comisario encargado de la investigación, y en menos de dos semanas consigue resolver el asunto. Varios testigos referirán posteriormente el espanto que se apoderó de ellos al descubrir de pronto en primera plana de todos los medios el rostro del hombre que tanto sufrimiento les había infligido unos años antes. En marzo, Martín Villa le nombra director de la recién creada Brigada Antiterrorista, es decir, los GEOs. Le felicita además por su eficacia en el caso Oriol y lo condecora con la medalla de oro al merito policial. Conesa se pone al frente de la Comisaría general de Información, bajo la que se oculta la antigua Brigada Político Social. En el otoño de 1978, será enviado en misión especial al País Vasco, al frente de unos sesenta policías, con el fin de actualizar la información sobre ETA. Procede entonces a la detención de cerca de 180 personas pertenecientes a los círculos nacionalistas vascos, arrestando indiscriminadamente a los miembros activos y a los ya retirados de la organización e interrogando asímismo a sus familiares o a los militantes de otros partidos alejados de toda actividad terrorista. En 1979 sufre un infarto de miocardio y queda apartado de toda actividad laboral.  Una vez alcanzada la edad de la jubilación, se retira definitivamente de la policía.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica.

En la entradas anteriores, les había hablado de como se ha creado un mito casi indestructible sobre una transición remanso de paz que en realidad no fue tal, sino con un grado de violencia similar al de la Italia coetánea, sumida en una sangrienta guerra sin cuartel entre terrorismo de izquierda y derechas. Asímismo, y en nuestro caso,  la pervivencia en el recuerdo de ambas ramas del terrorismo ha tenido muy diferente suerte. Aun cuando ambos fueron casi igual de violentos, el de la derecha ha quedado casi olvidado, salvo hechos excepcionales como la matanza de Atocha; mientras que el de izquierda sigue siendo utilizado como arma arrojadiza en el combate político, producto de la larga trayectoria de ETA durante los 80 y 90. Sin embargo, hay un tercer tipo de violencia que ha desaparecido por completo de la memoria e incluso de la reflexión histórica: el ejercido por el propio estado.

No es de extrañar, ya que la existencia de esa violencia niega de pleno el mito de la transición pacífica e incluso su legitimidad. Si los poderes existentes usaron la fuerza, la violencia, la intimidación y el amedrentamiento contra su propia población, sus credenciales democráticas quedan claramente en entredicho. Por otra parte, documentar y probar esos hechos delictivos del estado es harto difícil. Algunos, como la guerra sucia contra el terrorismo ejemplificada no sólo por el GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) , sino por su posible predecesor, el nebuloso BVE (Batallón Vasco Español), pertenecen al ámbito de las operaciones secretas, cuya envergadura sólo suele salir a luz muchas décadas tras los hechos, tras la desclasificación de los archivos oficiales. Otros, como la tortura en las comisarías, suelen terminar siendo silenciadas por el miedo y la indefensión de sus víctimas, temerosas de volver a ser succionadas por ese torbellino del terror y el sufrimiento. No obstante, como bien hace Baby en el libro que vengo comentándoles, sí es posible realizar un estudio de esa violencia estatal, aunque sea fragmentario. Incluso es posible dividirlo en dos periodos, los separados por la disolución del TOP (Tribunal de Orden Público) franquista y su substitución por la Audiencia Nacional, el 4 de enero de 1977

jueves, 6 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y III)

Al margen de estas campañas puntuales, la acción armada de ETA se propone frenar toda veleidad de resistencia ciudadana o de « colaboración » con el enemigo, sembrando progresivamente el terror entre la población vasca. La organización elige como blanco a aquellos individuos a los que previamente ha estigmatizado como adversarios de la causa nacionalista, lo que deja la puerta abierta a la práctica de un terrorismo indiscriminado. Un análisis detallado de las víctimas civiles de ETA permite entrever a un tiempo las fórmulas con las que se califica a este enemigo y el lugar que ocupan los civiles que escapan a ese etiquetado simbólico. Dejando a un lado a los empresarios, que se convierten en blanco de la banda por motivos principalmente vinculados con la extorsión de fondos, y a los representantes de la administración, que sufren las acciones de ETA en el contexto de su enfrentamiento con el Estado, la quinta parte de los civiles asesinados por ETA serán atacados por su compromiso político, confirmado o supuesto. Al ser considerados como enemigos ideológicos decididos a oponerse frontalmente al proyecto que acaricia el movimiento de liberación nacional de los radicales vascos, esas personas pueden ser simpatizantes de la extrema derecha (antiguos miembros de la Guardia de Franco, carlistas tradicionalistas o presuntos integrantes de los grupos antiterroristas que causan estragos en el País Vasco), o militantes regionales de los partidos parlamentarios nacionales. La UCD, partido fundado por Adolfo Suárez e iniciador de la reforma democrática, se cuenta entre las formaciones más afectadas, ya que en el otoño de 1980 tres miembros del ejecutivo regional mueren asesinados, mientras otros sufren diversos ataques, como Gabriel Cisneros, un diputado de notable reputación, víctima de un intento de secuestro en julio de 1979 - del que logrará escapar, aunque gravemente herido -, o las víctimas de largos secuestros, como Javier Ruperez, de quien ya hemos tenido ocasión de hablar. También morirán asesinados dos militantes de Alianza Popular, el partido que dirige Manuel Fraga, exministro de Franco y duramente hostil a ETA desde sus inicios. En noviembre de 1979 se llega a asesinar incluso a un militante del PSOE, acusado de ser un « colaborador de las fuerzas represivas ».

Sophie Baby. El mito de la transición política.

 En la entrada anterior, les comentaba el estudio y conclusiones de Baby sobre la violencia de extrema derecha, en donde primaba la paradoja de su rápido eclipse en los primeros años de la transición. Sin embargo, se me olvidó señalar otra extrañeza no menos notable: su desaparición casi completa de la memoria colectiva. Aunque casi tan mortífera como el terrorismo de izquierdas, al menos en sus años de mayor pujanza, la mayoría de la población guarda la idea equivocada de que el terrorismo fue en su mayoría de un solo bando. De la derecha, como mucho, se recordará la matanza de abogados laboralistas en la calle Atocha, en enero de 1977, pero poco más.

Este olvido tiene un origen claro. Como señalaba en esa misma entrada, los  mismos sectores radicales de la derecha, al darse cuenta de que no podían volver a traer el franquismo con sus solas fuerzas, hallaron refugio en la Alianza Popular de Fraga, esperando conquistar el poder con los votos; o, cuándo esto se mostró también un callejón sin salida, depositando sus esperanzas en un golpe militar.  El fracaso del golpe, a su vez, asestó un golpe mortal a la extrema derecha, que durante un par de décadas no se atrevió a manifestarse públicamente con orgullo. Por el contrario, el terrorismo de izquierda continúo mucho más allá del periodo estricto de la transición, en forma de las acciones del GRAPO y sobre todo ETA, condicionando el desarrollo y la política de la joven democracia. Hasta un punto que incluso hoy, cuarenta años tras la aprobación de la constitución, usar el nombre de ETA y de etarra constituye un arma política de especial contundencia.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Las cuentas pendientes (y II)

No obstante, el análisis ha mostrado que el objetivo último no consistía en proteger un ámbito ideológico amenazado, sino en reconquistar asímismo un espacio público ocupado por grupos enemigos - procediendo para ello a reafirmar una identidad vacilante -. Enfrentada a una evolución histórica que parece cada vez más inexorable, lo que intenta la extrema derecha con sus iniciativas de carácter proactivo es construirse un espacio identitario propio y conquistar una esfera de influencia en el marco político que se está organizando. De hecho, da la impresión de que, tras la aprobación de la Ley para la Reforma Política y desde los mismos inicios de 1977, los grupos de extrema derecha renuncian a poner en práctica una estrategia global de terror. A partir de ese momento de contentan con instrumentalizar las acciones terroristas de sus oponentes, con intimidar a la oposición durante los periodos electorales, y con reafirmar su presencia en el espacio público mediante periódicas demostraciones de fuerza. El sector social más nostálgico del franquismo se integra en el proceso de reforma: los líderes del búnker, cono Girón de Velasco, que se halla al frente de la Confederación de Excombatientes, se suman al juego parlamentario pasando a engrosar las filas de Alianza Popular, y el propio Blas Piñar, dirigente de Fuerza Nueva, termina por mostrarse más proclive a la estrategia electoral que a la acción directa. De ese modo, los militantes más radicales quedan desprovistos de todo apoyo organizativo. Los únicos que seguirán disfrutando de un respaldo activo - al menos de forma oficiosa, serán los grupos que se lancen a la lucha contra el terrorismo vasco - lo que explica el impacto de sus crímenes. Por lo demás, después de 1979, la extrema derecha acabará poniendo todas sus esperanzas en una reacción del ejército. Deja por tanto el destino de la patria en manos de los militares, renunciando con ello a convertirse en protagonista autónoma de la historia: demuestra así inscribirse en la tradición de la extrema derecha española, además de confesarse incapaz de toda renovación, ya sea en el plano ideológico o en el estratégico, lo cual la abocará a la desaparición política.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica

En una entrada anterior, ya les había esbozado las líneas generales del interesantísimo ensayo sobre la Transición Española, escrito por la historiadora francesa Sophie Baby. Frente a una versión oficial en el que ese cambio histórico se  presenta como sosegado y meditado, caracterizado por la responsabilidad y el consenso entre una derecha que buscaba con sinceridad la democratización del país y una izquierda que había renunciado a sus veleidades revolucionarias, el análisis de Baby deja bien a las claras como la Transición fue acompañada de una violencia política casi sin igual en los turbulentos años setenta, marcados por el último brote del terrorismo marxista y fascista. De hecho, sólo un país supera, y no por mucho, el número de víctimas de la transición española: la Italia de los años de plomo, asediada por la violencia de las Brigadas Rojas y los grupos de extrema derecha. Frente a lo ocurrido en estos dos países, las actuaciones de la Baader-Meinhoff en Alemania apenas merecerían reseñarse, si no hubieran ocurrido en el clima político posterior a 1968, donde el sistema occidental se imaginaba a sí mismo amenazado y en quiebra. A punto de derrrumbarse ante el menor empujón.

La transición fue así, según ha comenzado a señalarse, no un plan maestro diseñado por las élites de uno y otro bando, a cuyo desarrollo la población asistió pasiva y se limitó a dar su aprobación cuando se le pidió. Por el contrario, y como es habitual en los sucesos humanos, fue un proceso con mucho de improvisación, mucho de chapuza, y sobre todo, mucho miedo. Miedo de las élites franquistas más jóvenes y menos radicales a perder el poder político y económico, lo que les llevó a desmontar de manera controlada el sistema,  proponiendo leyes y reformas que hubieran sido impensables años antes, por su corte democrático y avanzado. Miedo de las izquierdas a quedar neutralizadas y silenciadas en una España cuyo nuevo sistema, aunque imperfecto y limitado, hubiera sido aprobado por la comunidad internacional, exlusión de la que se libró el PCE justo antes de las primeras elecciones del 77, pero que sí afectó a otros partidos más extremistas que permanecieron prohibidos. Miedo, sobre todo, de la población a que se repitiera otra guerra civil, con su cortejo de ejecutados, represaliados y exiliados, catástrofe de la que las muchas violencias de la transición parecían ser el anuncio.

jueves, 9 de agosto de 2018

Nuevas guerras, viejas creencias

Mais la comparaison est trompeuse, car elle suggère que le monde de l'Islam est aussi centralisé que feu le monde soviétique - nonobstant la dissidence chinoise -, et que la Mecque constitue réellement, pour retourner la célèbre formule, le Moscou de l'Islam. Il n'est rien, et le monde musulman n'est ni monolithique ni homogène. Il comporte une pluralité de centres en compétition acharnée pour l'hégémonie sur les valeurs politico-religieuses. Son rapport avec l'Occident, et la modernité que celui-ci invente et diffuse, s'avère plus complexe, profond, intime que l'antagonisme idéologique  et militaire tranché que prévalait entre États-Unis  et Union Soviétique. Il n'existe pas de Komintern islamiste dont les mouvements radicaux à travers la planète appliqueraient les instructions comme les partis communistes de chaque pais suivaient aveuglément la ligne stalinienne eu égard aux intérêts de l'URSS.

Gilles Kepel, Fitna

Pero la comparación es engañosa, ya que sugiere que el mundo islámico está tan centralizado como lo fuera el soviético - a pesar dela disidencia china -, y que la Meca en realidad consituye, por darle la vuelta a la famosa fórmula, el Moscú del Islám. No lo es en absoluto, mientras que el mundo musulmám no es ni monolítico ni homogéneo. Se compone de una pluralidad de centros en competición encarnizada por la hegomonía en el campo de los valores políticos y morales. Su relación con Occidente y la modernidad que inventó y difunde, se revela más compleja y profunda que el antagonismo económico y militar que prevalecía entre los Estados Unidos y la URSS. No existe un Comintern islamista cuyas instrucciones sean aplicadas por los movimientos radicales dispersos por el planeta, de manera similar a como los partidos comunistas de cada país seguían ciegamente las línea estalínista en consideración a los intereses de la URSS.

Para el mundo entero, que los presenció en directo, los atentados del 11-S fueron como un rayo en un cielo sereno. Nadie los esperaba, nadie los previó. Ni ellos, ni la irrupción del islamismo radical como actor en la política contemporánea. Y eso que había habido multitud de signos ya desde 1980.

El primer aviso fue el triunfo de la revolución islámica en Irán y la constitución de una teocracía, que barrió tanto a las fuerzas laicas como a los partidos de izquierda, y que aún goza de perfecta salud. Otro lo fue la constitución de una guerrilla islámica en Afganistán contra los invasores soviéticos, que consiguió derrotarles con el apoyo estadounidense, pakistaní y saudí, para luego ir mutando en formas cada vez más radicales, cuyo último estadio fue el régimen fanático de los talibanes. O la confusa y mortífera guerra civil argelina de los 90, con islamistas del  GIA y fuerzas gubernamentales rivalizando en cometer atrocidades.

Aún así, antes del 2001 esos fenómenos no nos parecían otra cosa que excepciones. O si lo prefieren, vistos desde un eurocentrismo aún dominante, cosas del tercer mundo, de salvajes atrasados a los cuales la modernidad aún no había llegado. Dolores de parto necesarios para el advenimiento de un progreso que no tardaría en cimentarse y producirse. Sin embargo, lo que se nos escapaba es que en todos los países del área islámica, de forma solapada, se estaba desarrollando un proceso de reislamización, paralelo a la decadencia y muerte del bloque comunista. Poco a poco, las fuerzas laícas, progresistas o de izquiersas eran marginalizadas, mientras que la fe rediviva ganaba adeptos y apoyos, como única corriente capaz de imponerse no sólo a un estado de Israel invencible en los aspectos militares, sino en especial a un occidente cuya influencia cultural se filtraba hasta los aspectos más recónditos de la vida cotidiana. Integrismo y reacción que, de forma paradójica, se granjearon el respaldo de la izquierda europea, quien veía en la protección de esas concepciones culturales una forma de lucha contra el neocolonialismo y el racismo, sin percatarse que protegía a los verdugos de sus camaradas ideológicos.

jueves, 14 de septiembre de 2017

La ruptura (I)

Selon toute probabilité, la plupart des fidèles  de cette religion tiennent pour une aberration monstrueuse la caution que prétendent trouver dans l'Islam ceux qui commettent des attentats meurtriers, prennent des otages, les soumettent a la torture et les assassinent. Et sans doute est-il préférable d'éviter tell formule hâtive qui tendrait à faire de tout "islamique" un terroriste en puissance: il serait d'une égale absurdité de suspecter en chaque catholique un Torquemada ou en chaque juif un rabbin Kahane. Plus encore, en pratiquant l'amalgame et l'insinuation, on risque fort de souder dans un réflexe hostile et solidaire les rangs de population qui se sentent soudain l'objet d'un soupçon inique e difus.
Pourtant, ce serait fait preuve de l'aveuglement des compagnons de route de nier un fait: la multiplication des actes terroristes et de prises d'otages s'inscrit dans une stratégie  antioccidentale efficace mis au point par certains états du Moyen Orient, et nomme par les spécialistes le "conflit a baisse intensité". Dans cette perspective, l'usage du vocabulaire islamique, et notamment de l'injonction du jihad, dans son sens le plus belliqueux de "guerre sainte contre les ennemies de Dieu", constitue un précieux auxiliaire pour recruter une mouvance de sympathisantes et d'exécutants au sein d'une jeunesse sinistrée qui considère qu'elle n'a pas plus rien a perdre et qui voit, à tort ou à raison, dans l'Occident haï e opulent la cause de tous ses maux. On se fourvoierait à sous-estimer l'impact de pareilles mots d'ordre.

Gilles Kepel, Les banlieues de l'Islam

Con toda probabilidad, la mayor parte de los fieles de esta religión consideran una aberración monstruosa la pretensión de encontrar en el Islam a aquellos que cometen atentados mortíferos, tomar rehenes, los someten a tortura y les asesinan. Y sin duda es preferible evitar la formula apresurada que haría de todo islamista un terrorista en potencia: sería igual de absurdo suponer en todo católico un Torquemada o en caja judío un rabino Kahane. Aún más, al utilizar esa yuxtaposición e insinuación, nos arriesgamos a desperar un reflejo solidario hostil entre los grupos de población que se sienten repentinamente objeto de una sospecha inicua y difusa.
Sin embargo, sería mostrarse ciego, como los compañeros de viaje, si se negase un hecho: la multiplicación de actos terroristas y de toma de rehenes se inserta en una eficaz estrategia antioccidental practicada por ciertos estados de Oriente Próximo y llamada por los especialistas "conflicto de baja intensidad". Desde esta perspectiva, el uso del vocabulario islámico y especialmente de la jihad, en sus sentido más belicoso de "guerra santa contra los enemigos de Dios", constituye un auxiliar precioso en el reclutamiento de simpatizantes y ejecutores en el seno de una juventud fracasada que considera que no tiene nada más que perder y que ve, de manera correcta o equivocada, que la causa de todos sus males es el Occidente odiado y opulento. Se equivocaría quien subestimase el impacto de semejantes consigna.

Acaba de terminar este libro de Gilles Kepel cuando sucedieron los atentados de Barcelona. Preferí retrasar la escritura hasta que todo se hubiera normalizado - al ritmo que va la actualidad patria, no ha tardado mucho - pero también porque estos hechos luctuosos ya no me afectan como los hicieron los del 11-S o los del 11M. Pareciera que la violencia, en forma de atentado sangriento, aquí o en otra parte del mundo, se ha convertido en parte cotidiana de nuestras vidas. Cada muerte, cada grieta en la convivencia, tiene así cada vez menos valor. Es simplemente otro más en la lista, un paso más en un conflicto que, a mi entender, están ganando los radicales: las formas extremas de religión que pretenden eliminar las conquistas de los estados laocos.

Resulta curioso, leyendo el párrafo de Kepel, lo apropiado que resulta su conclusión al tiempo presente. Pero no es un artículo de actualidad. Se trata de un libro publicado en 1987 que intentaba analizar y explicar las causas de un fenómeno nuevo, la aparición del Islam como un fenómeno político en Francia en los años 80, al socaire de la Revolución Islámica en Irán. Puede sorprender esa fecha temprana. Para nosotros, el Islam, como fuerza política y revolucionaria, no se tuvo en cuenta hasta el shock que supusieron los atentados del 11-S en Nueva York. De repente, descubrimos que minorías implantadas en nuestra sociedad tenían - y exigían - necesidades para las que nuestra sociedad no tenía cabida o que no habían sido consideradas en su construcción. Un problema de construcción social que no habría tenido tanta repercusión sino fuera, precisamente, por esa deriva violenta cuya expresión es el terrorismo islámico.

martes, 3 de enero de 2017

Combatiendo espectros




 Acabo de ver mi segundo Adam Curtis, The Power of Nigthmares (El poder de las pesadillas, 2004), y mi primera impresión se confirma. Aunque son documentales de tesis, eminentemente políticos y polémicos, Curtis basa su información en hechos contrastables y verificables, sin caer jamás en la tentación de apelar a conspiraciones en la sombra por parte de organizaciones todopoderosas y de eficacia perfecta. De hecho, la tesis que desarrolla Curtis es que la historia de las últimas décadas ha venido determinada por dos movimientos políticos públicos y conocidos que han terminado creyéndose sus propias mentiras, mientras se potenciaban y reforzaban involuntariamente el uno al otro, a  pesar de ser oficialmente enemigos irreconciliables.

Estas dos movimientos son el neoconservadurismo estadodounidense y el islamismo radical, que a pesar de sus muchas diferencias comparten evidentes similitudes. La principal, considerar sus sociedades correspondientes, occidente y los países islámicos, como profundamente corrompidas por el laícismo y el liberalismo en las costumbres inherente a la modernidad, y necesitadas por tanto de una renovación espiritual que debe venir necesariamente por vía religiosa. Esta reforma, además, no puede realizarse de otra manera que mediante una contrarrevolución, más o menos pacífica según la sociedad, acompañada de medios militares o terroristas si no hay otro remedio, abriendo así una vía hacia la radicalización que exige asímismo la creación de un enemigo: las personas o regímenes que portan, apoyan y fomentan las ideas contrarias. 

Un enemigo que a lo largo de las últimas décadas ha podido ser común para ambos movimientos, la URSS en los 80, o verse en el otro durante los años 90 y especialmente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001

sábado, 24 de septiembre de 2016

Leyendo a Camus (VIII): Les Justes

DORA: Il y a trop de sang, trop de dure violence. Ceux qui aiment vraiment la justice n'ont pas droit à l'amour. Ils sont dressés comme je suis, la tête levée, les yeux fixes. Que viendrait faire l'amour dans ces coeurs fiers ? L'amour courbe doucement les têtes, Yanek. Nous, nous avons la nuque raide.
KALIAYEV: Mais nous aimons notre peuple.
DORA: Nous l'aimons, c'est vrai. Nous l'aimons d'un vaste amour sans appui, d'un amour malheureux. Nous vivons loin de lui, enfermés dans nos chambres, perdus dans nos pensées. Et le peuple, lui, nous aime-t-il ? Sait-il que nous l'aimons ? Le peuple se tait. Quel silence, quel silence...
KALIAYEV:Mais c'est cela l'amour, tout donner, tout sacrifier sans espoir de retour.
DORA: Peut-être. C'est l'amour absolu, la joie pure et solitaire, c'est celui qui me brûle en effet. À certaines heures, pourtant, je me demande si l'amour n'est pas autre chose, s'il peut cesser d'être un monologue, et s'il n'y a pas une réponse, quelquefois. J'imagine cela, vois-tu : le soleil brille, les têtes se courbent doucement, le coeur quitte sa fierté, les bras s'ouvrent. Ah ! Yanek, si l'on pouvait oublier, ne fût-ce qu'une heure, l'atroce misère de ce monde et se laisser aller enfin. Une seule petite heure d'égoïsme, peux-tu penser à cela ?

Albert Camus, Los justos 

DORA: Hay demasiada sangre, demasiada dura violencia. Los que aman verdaderamente la justicia no tienen derecho al amor. Se disponen como yo lo estoy, cabeza en alto, los ojos fijos. ¿Que podría hacer el amor en los corazones orgullosos? El amor humilla dulcemente las cabezas, Janek. Nosotros, nostres tenemos la nuca raída.
KALIAYEV: Pero amamos a nuestro pueblo.
DORA: Lo amamos, es cierto. Lo amamos de un vasto amor sin asideros, de un amor desgraciado. Vivimos alejados de él, encerrados en nuestras habitaciones, perdidos en nuestros pensamiento. Y nuestro pueblo, ¿nos ama? ¿Sabe que le amamos? El pueblo calla. Qué silencio, qué silencio.
KALIAYEV: Pero eso es el amor. Darlo todo, sacrificarlo todo, sin esperanza de ser correspondido
DORA: Quizás. Es el amor absoluto, el goce puro y solitario, el que me abrasa. A ciertas horas, sin embargo, me pregunto si el amor no es otra cosa, si puede dejar de ser un monólogo, si alguna vez hay respuesta. Imagino esto, mira, el sol brilla, las cabezas se inclinan dulcemente, el corazón abandona su orgullo, los brazos se abren. ¡Ah, Yanek! Si se pudiera olvidar, aunque sólo fuera una hora, la atroz tristeza de este mundo y dejarse llevar. Una breve única hora de egoísmo, ¿puedes imaginarlo?

Al principio de esta serie de meditaciones, me había quejado del rango de santo laico que nuestro establishment cultural ha otorgado  a Camus. Su carácter de guía irreprochable, de humanista sin fisuras es reconocido por todos los sectores, incluso por una derecha que demasiadas veces la ha distorsionado para realizar una enmienda a la totalidad del pensamiento de la izquierda. Así, parecería que ninguna de sus obras debería ser ya polémica, que incluso deberían empezar a quedar en la penumbra del olvido, produciendo sólo aburrimiento a las generaciones jóvenes, que sólo verían en él otra vaca sagrada más.

Sin embargo, en medio de su producción, justo antes de lo que fue su penúltima obra maestra L'Homme Revolté (El hombre rebelde), queda un escrito incómodo, con el que todos sus (falsos) admiradores y (ciertos) aduladores se sienten desconcertados, cuando no asqueados. Una pieza teatral que un país como el nuestro - y seguramente en el resto de Europa - sería imposible de representar ahora mismo, en estos tiempos de terrorismo renaciente y radicalización derechista.

Se trata de Les Justes, cuyos protagonistas son, ni más ni menos, terroristas virtuosos. Defendidos, disculpados y comprendidos en sus acciones por el escritor. Con su acostumbrada pasión y vehemencia.