Cuando se adentra uno en el mundo del anime, conviene tener presente que, al final, las series más interesantes no son aquellas que más ruido han levantado entre los aficionados (los llamados otakus) sino aquellas que se han mantenido en un discreto segundo plano... aquellas que por no llamar al gusto común, pueden permitirse un cierto grado de independencia y originalidad.
Así ha ocurrido que los dos buques insignia de este invierno, la consabidas series de romance, como Clannad o KimiKiss, o las no menos consabidas de acción y aventura como Gundam 00, se han revelado como el enésimo más de lo mismo, lo cual si era de esperar en estudios como Sunrise, que desde hace años no hace otra cosa que repetirse a sí mismo, es triste en el caso de otros como JCStaff, que, aunque irregular ha dado obras importantes en estos años, como Azumanga Daioh o Honey & Clover, y por supuesto es trágico en el caso de un estudio tan dotado técnicamente como Kyoto Animation, que con Clannad parece haberse perdido por los caminos de lo hipermono, la servidumbre al material de partida y la facilidad narrativa, cosas que, por cierto, no parecen molestar a los otakus.
Sin embargo, en esta temporada otoño/invierno, han aparecido otras series de mucho mayor interés, desde el humor negro de Hataba Kitaro, serie que pasa la mitad de su tiempo entre los cementerios y el infierno, las vueltas y revueltas científico/mágico/místicas de Ghost Hound, lo último del estudio IG, la perfección narrativa y técnica de una sorpresa como True Tears, o la madurez de una serie como Spice & Wolf.
Es una pena que esta serie no se concibiese como gran éxito de la temporada, puesto que su presupuesto limitado ha supuesto el peor obstáculo para que esta buena serie se convirtiese en una de las grandes, simplemente porque la penuria de recursos ha obligado a limitar la animación excesivamente, haciendo que algunas escenas fueran de auténtica vergüenza ajena.
Sin embargo, al tratarse de un anime de personajes, y de personajes maduros, que conocen el mundo y saben como moverse en él, un mundo donde el dinero es el rey, y la inteligencia, las relaciones, y la estrategia, el modo de conseguirlo, los animadores han echado el resto a la hora de transcribir las expresiones faciales. Simplemente porque ése es el método, al igual que ocurría en el cine clásico, de mostrarnos, bien lo que un personaje realmente piensa, tan distinto de las palabras que pueda estar pronunciando, o bien la manera en que éste se disfraza para conseguir sus fines, algo crucial en un mundo como el representado, en que es la esgrima verbal, el adelantarse a los pensamientos del contrario, lo que da la victoria, y no la fuerza de las armas.
Una densidad conceptual, casi de curso de economía y política, que ha espantado a muchos de los posibles espectadores de la serie que se habían visto atraídos por la premisa inicial, la de la diosa lobo Horo, que adopta la figura de una joven para volver a los bosques de los proviene, viaje en el que adopta, literalmente, a un mercader itinerante. Una premisa que nos lleva a otro de los invariantes del anime, la cotidianidad en que lo fantástico y lo real conviven, una cercanía que además es muy cara a todos, los que, como yo, somos aficionados a la antigüedad clásica y sentimos cierto cariño por ese mundo en que los dioses y diosas caminaban por la tierra y no tenían reparos en mezclarse con los mortales y compartir su vida.
Una relación, esta de la diosa lobo y el mercader, que resulta otra (por no decir la) de las fortalezas de la serie, puesto que ambos personajes son personas maduras y experimentadas, el uno por su profesión, la otra por sus cientos de años de vida, lo que lleva a que todo momento sepan muy bien lo que se traen entre mano y a que su relación, nos recuerde, nuevamente, a esas parejas míticas de la comedia americana de los años cuarenta, enzarzadas en un combate de palabras e intelecto.
Una madurez de los personajes que en los últimos lleva a algo inusitado, especialmente en un producto como el anime destinado a la juventud y que muchas veces tiende a adular a su público. Se trata simplemente que Horo, al encontrarse con una manada de lobos que les pone en dificultades, no duda en tildarles, lisa y llanamente de niñatos, preocupados por conceptos, como el honor y el orgullo, que no tienen ninguna importancia.
y no duda en enfrentarse a ellos y cantarles las cuarenta, arropada en la seguridad que le da su edad y su experiencia.
Para ponerles en su sitio, vamos, demostrándoles que toda su agresividad y orgullo, no son más que pose y fachada.
domingo, 30 de marzo de 2008
viernes, 28 de marzo de 2008
Go East, Son, and become a Man
Hanschën Klein ging allein
in die weite welt hinein
...
aber Mama weinet sehr
hat ja nun kein Hänschen mehr
...
El pequeño Hans se adentra solo
en el ancho mundo
...
Pero Mama llora mucho
ya no tiene a su pequeño Hans
...
Por esas casualidades de la vida, en estos momentos que comente el Unser Hitler de Syderbegr, y comentaba, asímismo, la mítica serie The World at War de la BBC, me haya topado, con las secuencia de inicio y fin de la película The Cross of Iron, de Sam Peckinpah, tan criticada y denostada en su momento, pero que con el tiempo, se va convirtiendo en una de las obras máximas del cine bélico (mientras que otras como Saving Private Ryan, se van empequeñeciendo y perdiendo su impacto inicial).
Si la película es buena, las secuencias de apertura y cierre son aún mejores, de hecho, es muy difícil encontrar ahora mismo, ejemplos que tengan la intensidad narrativa y que prensen en su interior tanto significado, convirtiéndose en un cifra, un símbolo de lo que supuso el nazismo para Alemania, la locura sanguinaria que se abatió sobre uno de los centros de la cultura Europea, que asombraba al mundo por su ciencia, su filosofía, su literatura y su música, y que pasado Hitler y régimen, sólo asombraría por la enormidad de sus crímenes.
Resulta difícil comprender, casi imposible, como tanta gente inteligente, como Emil Nolde o Heidegger, no estamos hablando de cuatro skinheads extremistas, se enamorara de un movimiento que pretendía convertir a los alemanes en soldados descerebrados, cuya destino vital se redujera a procrear nuevos arios perfectos y a morir defendiendo al Führer, así como resulta incomprensible que mujeres liberadas e independientes como Leni Riefensthal o Thea Von Harbou, ligasen su destino a una ideología que sólo aceptaba las mujeres en tanto que productoras de nuevos soldados para mayor gloria.
Lo piensa uno detenidamente y siente terror, porque algo muy atractivo debía haber en esa ideología para cautivar y arrastrar a tanta gente. Algo que definiera muy bien un antinazi que se infiltró en las SS cuando, al narrar uno de los mítines gigantescos con que los nazis celebraban su dominio, confesó sinceramente que a veces deseaba pensar él igual que los demas, para así compartir esa alegría arrebatadora, esa euforia que hacía presa en los asistentes y las hacía olvidarse de lo que eran, de sus miserias y de sus imperfecciones.
Esto, como muy bien nos muestra la secuencia de inicio, ilustrado con imágenes documentales, es lo que Hitler vendió a los alemanes, la posibilidad de ser los dueños del mundo, de salir de las fronteras de Alemania, como si fueran el pequeño Hans, y tomar todos lo que les apateciera o fuera su capricho. Saberse dueños de un poder invencible, ante al que nadie podía resistirse, saber que la historia, el destino, la naturaleza, la raza, todo estaba de su lado, y que podían hacer lo que se les antojara, incluso exterminar a pueblos enteros, sin que nadie fuera a pedirles cuentas.
Y es que el régimen de Hitler se basaba en eso, precisamente, en robar y saquear, en destruir y saquear, en convertir a sus súbditos en una banda de asesinos y ladrones, igual que su Führer, de manera que la sangre de los crímenes recayera sobre todos ellos, por entero, y todos se vieran forzados a defender ese régimen, puesto que el castigo afectaría a todo.
Sin embargo, a pesar de toda la propaganda, a pesar de toda la retórica y las aclamaciones, los pueblos que el nazismo había querido sojuzgar, los subhombres a los que se les reservaba una existencia de esclavos, quebraron los ejércitos de la raza superior, como muy bien muestra la segunda parte de la introducción, montando en paralelo escenas de la rendición de Stalingrado y de un Führer feliz y contento, al que sólo le interesaba Alemania en cuanto que serviera a sus propósitos, y que cuando la derrota fue ya segura y evidente, para todos, incluso, para él, abjuró de Alemania, deseó su extinción, y aplico contra ella el mismo puño de hierro despiadado con que había exterminado a millones de europeos... al mismo tiempo que la venganza de los aliados aplastaba a esa misma Alemania, que en los dos últimos años de la guerra de 1944-1945, sufrió la mayor parte de sus muertos.
Así, por tanto, fue abatido ese régimen criminal. Así, por tanto, pudo alegrarse la humanidad, bailar sobre las tumbas de los asesinos, aunque Europa no fuera más que un inmenso campo de ruinas, aunque nadie pudiera traer a la vida a decenas de millones de muertos, ni recuperar todo lo que se había perdido.
Alegría pasajera, puesto que como muy bien nos muestra la secuencia de cierre, el mal absoluto que representaba Hitler y el nazismo no murió con él, continúa vivo en cada uno de nosotros, dispuesto a levantar la cabeza y enseñorearse del mundo, al menor descuido.
in die weite welt hinein
...
aber Mama weinet sehr
hat ja nun kein Hänschen mehr
...
El pequeño Hans se adentra solo
en el ancho mundo
...
Pero Mama llora mucho
ya no tiene a su pequeño Hans
...
Por esas casualidades de la vida, en estos momentos que comente el Unser Hitler de Syderbegr, y comentaba, asímismo, la mítica serie The World at War de la BBC, me haya topado, con las secuencia de inicio y fin de la película The Cross of Iron, de Sam Peckinpah, tan criticada y denostada en su momento, pero que con el tiempo, se va convirtiendo en una de las obras máximas del cine bélico (mientras que otras como Saving Private Ryan, se van empequeñeciendo y perdiendo su impacto inicial).
Si la película es buena, las secuencias de apertura y cierre son aún mejores, de hecho, es muy difícil encontrar ahora mismo, ejemplos que tengan la intensidad narrativa y que prensen en su interior tanto significado, convirtiéndose en un cifra, un símbolo de lo que supuso el nazismo para Alemania, la locura sanguinaria que se abatió sobre uno de los centros de la cultura Europea, que asombraba al mundo por su ciencia, su filosofía, su literatura y su música, y que pasado Hitler y régimen, sólo asombraría por la enormidad de sus crímenes.
Resulta difícil comprender, casi imposible, como tanta gente inteligente, como Emil Nolde o Heidegger, no estamos hablando de cuatro skinheads extremistas, se enamorara de un movimiento que pretendía convertir a los alemanes en soldados descerebrados, cuya destino vital se redujera a procrear nuevos arios perfectos y a morir defendiendo al Führer, así como resulta incomprensible que mujeres liberadas e independientes como Leni Riefensthal o Thea Von Harbou, ligasen su destino a una ideología que sólo aceptaba las mujeres en tanto que productoras de nuevos soldados para mayor gloria.
Lo piensa uno detenidamente y siente terror, porque algo muy atractivo debía haber en esa ideología para cautivar y arrastrar a tanta gente. Algo que definiera muy bien un antinazi que se infiltró en las SS cuando, al narrar uno de los mítines gigantescos con que los nazis celebraban su dominio, confesó sinceramente que a veces deseaba pensar él igual que los demas, para así compartir esa alegría arrebatadora, esa euforia que hacía presa en los asistentes y las hacía olvidarse de lo que eran, de sus miserias y de sus imperfecciones.
Esto, como muy bien nos muestra la secuencia de inicio, ilustrado con imágenes documentales, es lo que Hitler vendió a los alemanes, la posibilidad de ser los dueños del mundo, de salir de las fronteras de Alemania, como si fueran el pequeño Hans, y tomar todos lo que les apateciera o fuera su capricho. Saberse dueños de un poder invencible, ante al que nadie podía resistirse, saber que la historia, el destino, la naturaleza, la raza, todo estaba de su lado, y que podían hacer lo que se les antojara, incluso exterminar a pueblos enteros, sin que nadie fuera a pedirles cuentas.
Y es que el régimen de Hitler se basaba en eso, precisamente, en robar y saquear, en destruir y saquear, en convertir a sus súbditos en una banda de asesinos y ladrones, igual que su Führer, de manera que la sangre de los crímenes recayera sobre todos ellos, por entero, y todos se vieran forzados a defender ese régimen, puesto que el castigo afectaría a todo.
Sin embargo, a pesar de toda la propaganda, a pesar de toda la retórica y las aclamaciones, los pueblos que el nazismo había querido sojuzgar, los subhombres a los que se les reservaba una existencia de esclavos, quebraron los ejércitos de la raza superior, como muy bien muestra la segunda parte de la introducción, montando en paralelo escenas de la rendición de Stalingrado y de un Führer feliz y contento, al que sólo le interesaba Alemania en cuanto que serviera a sus propósitos, y que cuando la derrota fue ya segura y evidente, para todos, incluso, para él, abjuró de Alemania, deseó su extinción, y aplico contra ella el mismo puño de hierro despiadado con que había exterminado a millones de europeos... al mismo tiempo que la venganza de los aliados aplastaba a esa misma Alemania, que en los dos últimos años de la guerra de 1944-1945, sufrió la mayor parte de sus muertos.
Así, por tanto, fue abatido ese régimen criminal. Así, por tanto, pudo alegrarse la humanidad, bailar sobre las tumbas de los asesinos, aunque Europa no fuera más que un inmenso campo de ruinas, aunque nadie pudiera traer a la vida a decenas de millones de muertos, ni recuperar todo lo que se había perdido.
Alegría pasajera, puesto que como muy bien nos muestra la secuencia de cierre, el mal absoluto que representaba Hitler y el nazismo no murió con él, continúa vivo en cada uno de nosotros, dispuesto a levantar la cabeza y enseñorearse del mundo, al menor descuido.
martes, 25 de marzo de 2008
Our Hitler (y II)
Había pensado dedicar más entradas del blog a esta película, siguiendo la línea que había abierto con esta otra, pero tengo demasiados temas de los que me gustaría hablar y demasiado poco tiempo, así que tendré que cerrarlo con esta anotación.
Una anotación que se basa en algo curioso que me descubrió esta secuencia, y es que la crítica de Syberberg al nazismo se realiza desde la derecha. En efecto, el director vivió su juventud en la República Democrática Alemana, apenas fundada ésta, y huyó a occidente poco después de la muerte de Stalin. Como todos aquellos que vivieron en esos países y no formaban parte de la jerarquía dirigente, su postura hacia el socialismo real y en general hacia la izquierda es de profundo desengaño, cuando no de oposición. Debido a esto, el director se muestra enamorado de la la cultura y la sociedad alemana previas a a la primera guerra mundial, conservadora, idealista y patriarcal, encarnando una serie de virtudes necesarias que él ve ausentes del mundo moderno, simplemente porque Hitler y el nazismo las envenenaron, al apoderarse de ellas.
Esto que digo, no es privativo de Hitler, al contrario es una característica común a todos los fascismos de entreguerras, incluido el régimen de Franco. Al contrario que los regímenes comunistas, que basaban su ideología en la ruptura del pasado, en la creación de un hombre, un sistema y una cultura completamente nuevas, los regímenes fascistas se pretendían la ultima ratio de ese pasado, su consumación y su perfección. Con ese fundamento ideológico, estos regímenes pretendían justificarse ante la población, intentando demostrar con su propaganda, educando y adoctrinando a los jóvenes, en la creencia de que todo el pasado, toda la historia, todo lo grande, noble y hermoso que había existido en la historia de la nación que gobernaban, no había sido más que un presentimiento del régimen fascista que se había establecido, una secuencia donde, aquí y allá, habían aparecido rasgos, elementos, ideales y aspiraciones, que se habían plasmado, al fin y para siempre, en ese nuevo régimen que englobaba todo el sentir nacional, lo representaba por entero, y habría de durar hasta el fin de los tiempos.
De esa manera, en el régimen de Franco, se nos enseñaba que Viriato y los guerrilleros de 1808 no eran otra cosa que un reflejo del espíritu indómito de los españoles, que les llevaban a rechazar las ingerencias extranjeras, es decir, el comunismo soviético, dejando de lado que el fascismo era tan extraño como otro. Con esa misma ceguera espiritual, ceguera que era evidente para todos, llamaban españoles a los emperadores romanos, Trajano y Adriano, que habían nacido en Itálica, como si, por algún milagro extraño, la Roma Imperial se hubiera españolizado y prefigurase la expansión imperial del siglo XVI, la cual a su vez era un trasunto del nuevo imperio, renovado y renacido, con que el nuevo régimen habría de asombrar al mundo. Por último, las guerras de religión del XVI y del XVII contra los protestantes, contra toda Europa en realidad, en las que la corona española se había desangrado y destruido, negado su modernidad mostraban como ejemplos de excelso sacrificio, similares a la cruzada contra el comunismo a la que se reducía la sangrienta y cruel guerra común.
Por supuesto, todo esto no era más que un absurdo. Al intentar reducir la historia a la ideología del momento, lo único que se conseguía era destruirla, convertirla en un cuento para niños donde se había ocultado o deformado todo lo que no convenía o no reafirmaba los dogmas del régimen. En vez de ser una lección para el presente, algo cuyo estudio y visión nos sirviesen para conocernos mejor a nosotros mismos, la historia se convertía en un catecismo, en una serie de dogmas siempre repetidos a gusto de los creyentes.
Si esto pasaba en España, que en aquel tiempo, primera mitad del siglo XX, no tenía ninguna importancia en la formación y desarrollo de la cultura europea, y donde por tanto, estas perversiones y estos destrozos, sólo tendrían un efecto local, no global, se puede pensar lo que supuso la intromisión de Hitler y el nazismo en la cultura alemana, uno de los puntales y motores del sentimiento Europeo. De repente, personas, obras, ideas, fueron prohibidas, arrancadas de la memoria, declaradas como no alemanas, cuando lo eran tanto como cualquier otro, simplemente por que no representaban al ideal inexistente que los nazis querían construir en la tierra.
Y si eso era así en el arte, la literatura o la historia, podemos pensar también, como señala Syderberg, en el efecto devastado que tuvo Hitler en el mundo de los valores. Palabras como honor, lealtad, dignidad, patria, sacrificio, fueron saqueadas por los nazis, que las convirtieron en sus estandartes, pretendieron hacer creer que sólo ellos las habían pensado, sentido, actuado en su significado primigenio y completo.
De esa manera, cuando tras esa fachada de ideales, de valores, de obras de artes, de héroes históricos y de horas gloriosas, se descubrió la guerra de exterminio, la esclavización del resto de Europa, Auschwitz y Dachau, ellas se derrumbaron también, puesto que los nazis, como las termitas, habían carcomido y minado sus cimientos.
Ya no era posible creer en ellas, más aún, ya no era posible ser derechas, al igual que tras Stalin, ya no es posible ser de izquierdas.
Y de ahí el odio de Syderberg a Hitler, el verdugo de la civilización occidental, la sombra que pesa sobre toda nuestra cultura y nos hace imposible hablar de justicia y verdad.
lunes, 24 de marzo de 2008
Going Overboard
Normalmente, el anime antiguo (y hablo de antes de 1980) tiene mala reputación, tanto desde el punto de vista de los aficionados, que consideran como rancio incluso aquello de apenas unos años de antigüedad, como los profesionales, para los cuales el anime no es animación, y no pasa de ser una illustrated radio, por utilizar la agria expresión de Chuck M. Jones.
Es cierto que muchas series antiguas adolecen de graves defectos, historias inverosímiles, longitudes desmesuradas, movimientos mal animados, personajes mal dibujados, falta de consistencia en los diseños, incongruencias varias, etc, etc, todos los defectos que se han achacado desde siempre al anime, hasta el punto de convertirse en un lugar común, y que convierten a series más que interesantes, como es el caso de la mítica Macross, en un auténtico Via Crucis para el aficionado.
Muy distintos es el caso de los filmes y los OVAs, en este caso, la duración muy limitada y un presupuesto más holgado, permitía a los animadores experimentar y jugar con el medio. Así ocurre que en todos estas producciones antiguas se alcanza un nivel de calidad, en los aspectos puramente técnicos, estéticos y dinámicos que muchas producciones actuales ya quisieran, aunque en el aspecto historia y guión dejen mucho que desear. Un aparente defecto que en sí no lo es, puesto que descubre a unos profesionales a los que se les ha dado via libre, sin las constricciones y limitaciones que supone sujetarse a una historia, y que intentan, como digo llevar al límite las posibilidades de su medio.
De esta manera, en los años sesenta y setenta, la Toei se convirtió en una de las productoras más arriesgadas e innovadoras de su tiempo, superando incluso a la mítica Disney, aunque nadie en occidente se diera cuenta, por esa falta de historias coherentes en sus producciones. Sin embargo, la Toei de entonces, muy diferente a la anquilosada Toei de ahora, se convirtió en un auténtico semillero de talentos que luego continuarían sus carreras en solitario, entre ellos, ni más ni menos que los míticos Miyazaki y Takahata, cofundadores del estudio Ghibli.
Un ejemplo de esto que digo es Animal Treasure Island, una adaptación de la Isla del Tesoro de Robert Stevenson, donde lo único que queda es, obviamente, una isla con un tesoro, y que el protagonista se llame Jim y el pirata Silver. Una divergencia que para los aficionados a las adaptaciones literales suena casi a herejía, pero que sirve, en este caso, para que los animadores se desmelenen, entre ellos un Miyazaki como animador en jefe, aunque no director de la película, y del cual aparecen aquí y allá detalles que son de puro Ghibli, como los personajes femeninos poderosos que no tienen miedo a nada ni a nadie.
Ya desde el momento que comienza la película se puede dar uno cuenta de que no se está ante una producción cualquiera, simplemente por la originalidad y belleza de los diseños, que, como en todos estos animes tempranos, parecen todo menos japoneses,
sino, más bien sacados de algún extraño almacén de sueños de la infancia.
...una película donde se intenta echar el resto en los detalles, llenando la pantalla de vida y de movimiento, lo cual va en contra de todas la ideas que tenemos del anime, como animación limitada, repetición de patrones o tosquedad en los movimientos...
...un lujo de detalles, que llega hasta el virtuosisimo de que algunos sólo son visibles cuando se para la imagen y se examina el plano, como es el caso ilustrado abajo, en que en medio de la batalla se desencadena una fiesta en uno de los galeones, o como abajo a la izquierda aparece un periscopio, detalles puramente de tebeo, practicamente salidos de alguna publicación de Brugera, y que no sirven a la historia, pero hacen reír
...o escenas realmente sorprendentes, por el dinamismo y la pasión con la que están descritas, demostrando, como digo a unos profesionales jóvenes, como eran los de la Toei en aquel entonces, con ganas de jugar y divertirse con el medio, y a los que no se les ha puesto ninguna cortapisa.
¿Y de qué va la película? Pues como en muchas producciones de aquel tiempo, es lo que menos importa, y de hecho es lo que menos les importó a los creadores, que no intentaron ni caracterizar a los personajes, que no pasan de caricaturas, ni de dar consistencia a la trama, pero en cuanto acepta uno esto y lo pone al lado, puede disfrutar de lo realmente importante, dejarse llevar por la película y divertirse con ella, sin preocupaciones ni complicaciones.
Nada más. Y es algo a veces se agradece. Y mucho.
Es cierto que muchas series antiguas adolecen de graves defectos, historias inverosímiles, longitudes desmesuradas, movimientos mal animados, personajes mal dibujados, falta de consistencia en los diseños, incongruencias varias, etc, etc, todos los defectos que se han achacado desde siempre al anime, hasta el punto de convertirse en un lugar común, y que convierten a series más que interesantes, como es el caso de la mítica Macross, en un auténtico Via Crucis para el aficionado.
Muy distintos es el caso de los filmes y los OVAs, en este caso, la duración muy limitada y un presupuesto más holgado, permitía a los animadores experimentar y jugar con el medio. Así ocurre que en todos estas producciones antiguas se alcanza un nivel de calidad, en los aspectos puramente técnicos, estéticos y dinámicos que muchas producciones actuales ya quisieran, aunque en el aspecto historia y guión dejen mucho que desear. Un aparente defecto que en sí no lo es, puesto que descubre a unos profesionales a los que se les ha dado via libre, sin las constricciones y limitaciones que supone sujetarse a una historia, y que intentan, como digo llevar al límite las posibilidades de su medio.
De esta manera, en los años sesenta y setenta, la Toei se convirtió en una de las productoras más arriesgadas e innovadoras de su tiempo, superando incluso a la mítica Disney, aunque nadie en occidente se diera cuenta, por esa falta de historias coherentes en sus producciones. Sin embargo, la Toei de entonces, muy diferente a la anquilosada Toei de ahora, se convirtió en un auténtico semillero de talentos que luego continuarían sus carreras en solitario, entre ellos, ni más ni menos que los míticos Miyazaki y Takahata, cofundadores del estudio Ghibli.
Un ejemplo de esto que digo es Animal Treasure Island, una adaptación de la Isla del Tesoro de Robert Stevenson, donde lo único que queda es, obviamente, una isla con un tesoro, y que el protagonista se llame Jim y el pirata Silver. Una divergencia que para los aficionados a las adaptaciones literales suena casi a herejía, pero que sirve, en este caso, para que los animadores se desmelenen, entre ellos un Miyazaki como animador en jefe, aunque no director de la película, y del cual aparecen aquí y allá detalles que son de puro Ghibli, como los personajes femeninos poderosos que no tienen miedo a nada ni a nadie.
Ya desde el momento que comienza la película se puede dar uno cuenta de que no se está ante una producción cualquiera, simplemente por la originalidad y belleza de los diseños, que, como en todos estos animes tempranos, parecen todo menos japoneses,
sino, más bien sacados de algún extraño almacén de sueños de la infancia.
...una película donde se intenta echar el resto en los detalles, llenando la pantalla de vida y de movimiento, lo cual va en contra de todas la ideas que tenemos del anime, como animación limitada, repetición de patrones o tosquedad en los movimientos...
...un lujo de detalles, que llega hasta el virtuosisimo de que algunos sólo son visibles cuando se para la imagen y se examina el plano, como es el caso ilustrado abajo, en que en medio de la batalla se desencadena una fiesta en uno de los galeones, o como abajo a la izquierda aparece un periscopio, detalles puramente de tebeo, practicamente salidos de alguna publicación de Brugera, y que no sirven a la historia, pero hacen reír
...o escenas realmente sorprendentes, por el dinamismo y la pasión con la que están descritas, demostrando, como digo a unos profesionales jóvenes, como eran los de la Toei en aquel entonces, con ganas de jugar y divertirse con el medio, y a los que no se les ha puesto ninguna cortapisa.
¿Y de qué va la película? Pues como en muchas producciones de aquel tiempo, es lo que menos importa, y de hecho es lo que menos les importó a los creadores, que no intentaron ni caracterizar a los personajes, que no pasan de caricaturas, ni de dar consistencia a la trama, pero en cuanto acepta uno esto y lo pone al lado, puede disfrutar de lo realmente importante, dejarse llevar por la película y divertirse con ella, sin preocupaciones ni complicaciones.
Nada más. Y es algo a veces se agradece. Y mucho.
domingo, 23 de marzo de 2008
Mikrogramme
Im Verlieren wie im Vergessen liegt Schönheit. Was du nichts besitzst, besitzst du, weil du es besitzten möchtest.
En el perder como en el olvidar estriba la belleza. Lo que no posees, lo posees, porque quisiste poseerlo
Wer es liebt, er bleibt allein
Quien ama, permanece solo.
Hablar del escritor suizo Robert Walser (a quien ya dediqué una entrada, tiempo ha) es, al mismo tiempo, enumerar tópicos y señalar singularidades.
El primer tópico en que todos los comentaristas caen, es por supuesto, el señalar la singularidad de su muerte, recogida en una fotografía hermosa y mágica...
...un muerte que se produjo en el transcurso de uno de los largos paseos (de días en incluso semanas) en lo que aconstumbraba a perderse, como buen solitario. Un paseo que no debía haber tenido lugar, puesto que Walser estaba internado, desde hacía treinta años en una institución psiquiátrica, pero en la que, por alguna razón se le toleraban esas excentricidades. Una muerte que es aún más llamativa puesto que repodruce casi exactamente la muerte de uno de los personajes en su primera novela (Geschwister Tanner) a quien un paseante encuentra congelado sobre la nieve.
Walser pertenece a una curiosa tradición de la literatura alemana, la de los escritores escondidos, la de aquellos que como Kafka apenas son conocidos durante su época, o bien se aíslan de la actualidad para continuar su obra y acaban olvidados por sus contemporáneos, como es el caso de Musil, o su obra se convierte en famosa mucho después de haber sido escrita, como fuera el caso de Hesse. En el caso de Walser, sin embargo, todos estos rasgos se convierten en extremos.
Su obra temprana, las novelas como Geschwister Tanner o Jacob von Gunten, apenas fueron leídas (se cuenta que, años tras la edición de una de ellas, los pocos cientos de ejemplares continuaban cogiendo polvo en la editorial), pero sin embargo, su nombre alcanzo cierta fama en los círculos literarios germanos, de forma que gente como Hesse o Musil se declararon admiradores suyos, y el mismo Walser no dudo en mudarse a Berlín, a los lugares donde se estaba creando el arte del siglo, los lugares a los que había que ir si se quería ser alguien.
Sin embargo, Walser era un solitario, cualidad que se muestra claramente en esos caminatas en las que desaparecía, como digo, durante días y semanas, y que todos los personajes de sus novelas muestran en mayor y menor medidad. Por ello, no permaneció en Berlín, volvió a Berna, su cuidad natal y allí se ocultó de todo el mundo, comenzó a vivir en el mayor aislamiento, dedicado a trabajos que no le correspondían pero que le permitían que comer... una soledad autoimpuesta que se transformo en enfermedad y que condujo a su internamiento en el sanatorio, donde ya no volvería a escribir, a pesar de los ruegos de algún admirador que le visitaba esporádicamente.
No obstante, antes de la crisis y ese periodo de soledad, había dado en escribir los que se conoce como Microgramas, hojas sueltas que iba agrupando en carpetas, rellenas de una letra mínima, practicamente indescrifable, de forma que, durante largo tiempo, ese legado Walser, sus últimas obras, se consideró perdido por la casi imposibilidad práctica de descifrarlo, hasta que en los años 80 un par de eruditos, consiguio presentar una transcripción completa.
Esto confirmó algo que ya se sabía, que Walser había sido uno de los escritores más originales y más difíciles del siglo XX. Difícil no el sentido de Joyce u otros que se proponen una investigación del lenguaje y por tanto realizan juegos malabares formales que desconciertan al lector. Walser no es de esos. Al contrario, toda su búsqueda está basada en el significado en preñar, como decía Gracian, la frase de contenido, de manera que no duda en inventarse palabras que puedan reflejar lo que dice, ni en cambiar la trayectoria de sus razonamientos, dos, tres, cuatro veces, en el transcurso de una misma frase, al ir descubriendo nuevas posibilidades.
Lo cual, por supuesto, requiere una atención extrema del lector, que puede encontrarse, a la menor distracción, completamente perdido, sin saber de qué iba la cosa y como ha acabado allí, aparte de requerirle un perfecto dominio del lenguaje, para poder descifrar los constructos, enigmas y cifras con los que Walser siembra sus párrafos.
Al mismo tiempo, como decía, es también uno de los escritores más originales de este siglo, por ser completamente modernista, es decir interesado no tanto por lo que dice, sino por la forma en que lo dice, y embarcarse en una búsquesa y expermientación costante, lo que no quita que sea uno de los primeros postmodernos, antes que ese movimiento existiese. En efecto, en sus obras en general y especialmente en los microgramas, se mezclan continuamente elementos de la cultura popular y de la high culture, en un plano de igualdad. Un a mezcla que lleva a Walser a reinventar, desmontándolas, reconstruyéndolas, defomándolas y distorsionándolas, novelas rosas, relatos de aventura, travelogues, narraciones de intriga. Una tarea de montaje en la que el autor se muestra en todo instante consciente de su labor de mecánico/artesano y se pregunta, nos pregunta, una y otra vez, la idoneidad de una frase, el efecto que podría tener en el público, las diferentes posibilidades según los lectores, el estilo o él estado anímico.
Todo mezclado como digo con ese avance en zig/zag de su prosa, donde no se sabe nunca de donde se viene o a donde se va, donde las contradicciones se aprietan unas contra otras sin tener conciencia de serlo, donde hay que aceptar, como lector, lo que se nos propone, sin juzgarlo, ni criticarlo.
Como el caminante perdido en su camino.
En el perder como en el olvidar estriba la belleza. Lo que no posees, lo posees, porque quisiste poseerlo
Wer es liebt, er bleibt allein
Quien ama, permanece solo.
Hablar del escritor suizo Robert Walser (a quien ya dediqué una entrada, tiempo ha) es, al mismo tiempo, enumerar tópicos y señalar singularidades.
El primer tópico en que todos los comentaristas caen, es por supuesto, el señalar la singularidad de su muerte, recogida en una fotografía hermosa y mágica...
...un muerte que se produjo en el transcurso de uno de los largos paseos (de días en incluso semanas) en lo que aconstumbraba a perderse, como buen solitario. Un paseo que no debía haber tenido lugar, puesto que Walser estaba internado, desde hacía treinta años en una institución psiquiátrica, pero en la que, por alguna razón se le toleraban esas excentricidades. Una muerte que es aún más llamativa puesto que repodruce casi exactamente la muerte de uno de los personajes en su primera novela (Geschwister Tanner) a quien un paseante encuentra congelado sobre la nieve.
Walser pertenece a una curiosa tradición de la literatura alemana, la de los escritores escondidos, la de aquellos que como Kafka apenas son conocidos durante su época, o bien se aíslan de la actualidad para continuar su obra y acaban olvidados por sus contemporáneos, como es el caso de Musil, o su obra se convierte en famosa mucho después de haber sido escrita, como fuera el caso de Hesse. En el caso de Walser, sin embargo, todos estos rasgos se convierten en extremos.
Su obra temprana, las novelas como Geschwister Tanner o Jacob von Gunten, apenas fueron leídas (se cuenta que, años tras la edición de una de ellas, los pocos cientos de ejemplares continuaban cogiendo polvo en la editorial), pero sin embargo, su nombre alcanzo cierta fama en los círculos literarios germanos, de forma que gente como Hesse o Musil se declararon admiradores suyos, y el mismo Walser no dudo en mudarse a Berlín, a los lugares donde se estaba creando el arte del siglo, los lugares a los que había que ir si se quería ser alguien.
Sin embargo, Walser era un solitario, cualidad que se muestra claramente en esos caminatas en las que desaparecía, como digo, durante días y semanas, y que todos los personajes de sus novelas muestran en mayor y menor medidad. Por ello, no permaneció en Berlín, volvió a Berna, su cuidad natal y allí se ocultó de todo el mundo, comenzó a vivir en el mayor aislamiento, dedicado a trabajos que no le correspondían pero que le permitían que comer... una soledad autoimpuesta que se transformo en enfermedad y que condujo a su internamiento en el sanatorio, donde ya no volvería a escribir, a pesar de los ruegos de algún admirador que le visitaba esporádicamente.
No obstante, antes de la crisis y ese periodo de soledad, había dado en escribir los que se conoce como Microgramas, hojas sueltas que iba agrupando en carpetas, rellenas de una letra mínima, practicamente indescrifable, de forma que, durante largo tiempo, ese legado Walser, sus últimas obras, se consideró perdido por la casi imposibilidad práctica de descifrarlo, hasta que en los años 80 un par de eruditos, consiguio presentar una transcripción completa.
Esto confirmó algo que ya se sabía, que Walser había sido uno de los escritores más originales y más difíciles del siglo XX. Difícil no el sentido de Joyce u otros que se proponen una investigación del lenguaje y por tanto realizan juegos malabares formales que desconciertan al lector. Walser no es de esos. Al contrario, toda su búsqueda está basada en el significado en preñar, como decía Gracian, la frase de contenido, de manera que no duda en inventarse palabras que puedan reflejar lo que dice, ni en cambiar la trayectoria de sus razonamientos, dos, tres, cuatro veces, en el transcurso de una misma frase, al ir descubriendo nuevas posibilidades.
Lo cual, por supuesto, requiere una atención extrema del lector, que puede encontrarse, a la menor distracción, completamente perdido, sin saber de qué iba la cosa y como ha acabado allí, aparte de requerirle un perfecto dominio del lenguaje, para poder descifrar los constructos, enigmas y cifras con los que Walser siembra sus párrafos.
Al mismo tiempo, como decía, es también uno de los escritores más originales de este siglo, por ser completamente modernista, es decir interesado no tanto por lo que dice, sino por la forma en que lo dice, y embarcarse en una búsquesa y expermientación costante, lo que no quita que sea uno de los primeros postmodernos, antes que ese movimiento existiese. En efecto, en sus obras en general y especialmente en los microgramas, se mezclan continuamente elementos de la cultura popular y de la high culture, en un plano de igualdad. Un a mezcla que lleva a Walser a reinventar, desmontándolas, reconstruyéndolas, defomándolas y distorsionándolas, novelas rosas, relatos de aventura, travelogues, narraciones de intriga. Una tarea de montaje en la que el autor se muestra en todo instante consciente de su labor de mecánico/artesano y se pregunta, nos pregunta, una y otra vez, la idoneidad de una frase, el efecto que podría tener en el público, las diferentes posibilidades según los lectores, el estilo o él estado anímico.
Todo mezclado como digo con ese avance en zig/zag de su prosa, donde no se sabe nunca de donde se viene o a donde se va, donde las contradicciones se aprietan unas contra otras sin tener conciencia de serlo, donde hay que aceptar, como lector, lo que se nos propone, sin juzgarlo, ni criticarlo.
Como el caminante perdido en su camino.
viernes, 21 de marzo de 2008
In the nude
Había hablado ya, en otra entrada, de la exposición Modigliani que se puede ver este invierno/primavera en la Thyssen madrileña, así como de los problemas que una retrospectiva de este artistas, tan igual a sí mismo, plantea.
Sin embargo, otra de las ventajas de una exposición de estas características es, precisamente, reunir en una misma sala aquellos conjuntos que se planearon como una unidad y que luego han acabado dispersados por colecciones y museos del mundo. En concreto, la reconstrucción de la mítica muestra que Modigliani realizó en diciembre de 1917 y de la cual la policía ordenó la retirada de varios desnudos, por atentar contra la moralidad y realizar pornografía.
Por supuesto, uno podría ahora perderse relatando tópicos. El como han cambiado los conceptos de erotismo, puesto que estos cuadros tan escandalosos en su época, si alguien los propusiese ahora serían calificados de cursis (un adjetivo que he escuchado, por cierto ultimamente referido a Sade, lo cual pone a quien lo profirió en la misma posición de ridículo que los burgueses escandalizados que denunciaron la exposición Modigliani, solo que por razones completamente contrarias).
Se podría también señalar, como se hace al hablar de la Olimpia de Manet, cuan enraizado en la tradición pictórica Europea está el modo en que Modigliani ataca el desnudo. Un modo que fue fijado y llevado a la perfección por los pintores venecianos del XVI, Giorgione y Tiziano, y que consigue un pequeño milagro, que a pesar de una idealización evidente, presente tambien en Modigliani como corresponde a un buen formalista, estos cuadros poseen una menos evidente sensualidad, la sensación de que estamos tratando, viendo, espiando a una mujer de carne y hueso, que respira, cuya piel estaría caliente al tocarla, y cuyos músculos se flexionarian al sentirnos.
Todo lo contrario de las representaciones escultóricas, frías e inalcanzables de los artistas florentinos, como puede verse en estas Venus, las Venus por antonomasia de Giorgione y Tiziano.
Y por supuesto, podría decirse que esos burgueses no tendrían que por que haberse escandalizado, si fueran claro ésta personas realmente cultas y no domingueros culturales, ya que estas representaciones tendrían que serles conocidas, familiares, formar parte de su experiencia, haberles deshabituado a la extrañeza que pudiera provocarles la visión de un cuerpo desnudo.
O quizás no, puesto que esto era una cosa del pasado, de "otros tiempos" como suele decirse, algo que ya no tenía conexión con el presente y no podía influirlo, con lo cual era inofensivo, no podía dañar las convicciones, los dogmas sociales, a pesar de ese erotismo y sensualidad, esa llamada a la participación del espectador, como voyeur visto por los protagonistas del cuadro que estas obras del renacimiento, especialmente la de Tiziano, proponen.
No es tampoco que el arte, el arte oficial, de encargo, de medallas en los salones, de ese tiempo prohibiera el desnudo. Todo aficionado sabe que no era así, sólo que el desnudo estaba domado, necesitaba de coartada, una lección que pudiera ser presentada como el auténtico tema del cuadro, como podía ser la mitología grecorromana, la ilustración exótica o la recreación histórica, y que permitiese, por tanto, dada su importancia educativa llevar a verlo a toda la familia a que se instruyese y a presumir de conocimiento.
Lo que no estaba tolerado, por supuesto, es representar ese tema de forma contemporánea, de forma que esa sensualidad y erotismo del pasado encontrase vías para hacerse realidad en el presente, como es el caso de estas pinturas (u otros ejemplos no menos conocidos, como es el caso de Manet). O lo que era mucho peor que esa presentación contemporánea del tema no se disfrazase de lección moral, de moraleja, de denuncia de situación presente y de enseñanza que permitiese su reforma (cosa que, extrañamente, se hace ahora muy a menudo con la violencia).
No. Lo que más indignaba a las personas de ese tiempo, era que esos cuerpos, esa carne, estaba pintada igual que una naturaleza muerta, con casi indiferencia e inocencia, con serenidad y tranquilidad, de algo habitual y cotidiano, íntimo, ante lo que no caben sorpresas ni aspavientos. y es que a pesar del fuerte erotismo de estos desnudos de Modigliani, un erotismo que se fundamenta en la mirada, la mirada de quien se sabe observado y recibe y acoge al observador, hay como digo, al mismo tiempo, una serenidad y una tranquilidad evidentes en todos esos desnudos, una serenidad sin sorpresas, de no ser la primera vez, sino algo repetido y cotidiano, compartido y consentido, y que no plantea ningún problema o dilema moral.
Una serenidad y tranquilidad que permite otra pequeña subversión, tanto en tiempos de Giorgione y Tiziano, como el de Modigliani, el que al final lo que realmente importa es el cómo está pintado ese desnudo, el entramado formal utilizado para plasmarlo, puesto que, el objeto temático, la mujer desnuda, no es un individuo reconocible, es una idealización, igual en todos los lienzo e intercambiable entre todos ellos, que nos permite, al primer golpe de vista, saber que eso que vemos es de Giorgione, de Tiziano, de Modigliani.
Una serenidad y una tranquilidad, por último, que han desaparecido del arte de ahora mismo, en que de nuevo tenemos que buscar excusas para representar un cuerpo desnudo.
Sin embargo, otra de las ventajas de una exposición de estas características es, precisamente, reunir en una misma sala aquellos conjuntos que se planearon como una unidad y que luego han acabado dispersados por colecciones y museos del mundo. En concreto, la reconstrucción de la mítica muestra que Modigliani realizó en diciembre de 1917 y de la cual la policía ordenó la retirada de varios desnudos, por atentar contra la moralidad y realizar pornografía.
Por supuesto, uno podría ahora perderse relatando tópicos. El como han cambiado los conceptos de erotismo, puesto que estos cuadros tan escandalosos en su época, si alguien los propusiese ahora serían calificados de cursis (un adjetivo que he escuchado, por cierto ultimamente referido a Sade, lo cual pone a quien lo profirió en la misma posición de ridículo que los burgueses escandalizados que denunciaron la exposición Modigliani, solo que por razones completamente contrarias).
Se podría también señalar, como se hace al hablar de la Olimpia de Manet, cuan enraizado en la tradición pictórica Europea está el modo en que Modigliani ataca el desnudo. Un modo que fue fijado y llevado a la perfección por los pintores venecianos del XVI, Giorgione y Tiziano, y que consigue un pequeño milagro, que a pesar de una idealización evidente, presente tambien en Modigliani como corresponde a un buen formalista, estos cuadros poseen una menos evidente sensualidad, la sensación de que estamos tratando, viendo, espiando a una mujer de carne y hueso, que respira, cuya piel estaría caliente al tocarla, y cuyos músculos se flexionarian al sentirnos.
Todo lo contrario de las representaciones escultóricas, frías e inalcanzables de los artistas florentinos, como puede verse en estas Venus, las Venus por antonomasia de Giorgione y Tiziano.
Y por supuesto, podría decirse que esos burgueses no tendrían que por que haberse escandalizado, si fueran claro ésta personas realmente cultas y no domingueros culturales, ya que estas representaciones tendrían que serles conocidas, familiares, formar parte de su experiencia, haberles deshabituado a la extrañeza que pudiera provocarles la visión de un cuerpo desnudo.
O quizás no, puesto que esto era una cosa del pasado, de "otros tiempos" como suele decirse, algo que ya no tenía conexión con el presente y no podía influirlo, con lo cual era inofensivo, no podía dañar las convicciones, los dogmas sociales, a pesar de ese erotismo y sensualidad, esa llamada a la participación del espectador, como voyeur visto por los protagonistas del cuadro que estas obras del renacimiento, especialmente la de Tiziano, proponen.
No es tampoco que el arte, el arte oficial, de encargo, de medallas en los salones, de ese tiempo prohibiera el desnudo. Todo aficionado sabe que no era así, sólo que el desnudo estaba domado, necesitaba de coartada, una lección que pudiera ser presentada como el auténtico tema del cuadro, como podía ser la mitología grecorromana, la ilustración exótica o la recreación histórica, y que permitiese, por tanto, dada su importancia educativa llevar a verlo a toda la familia a que se instruyese y a presumir de conocimiento.
Lo que no estaba tolerado, por supuesto, es representar ese tema de forma contemporánea, de forma que esa sensualidad y erotismo del pasado encontrase vías para hacerse realidad en el presente, como es el caso de estas pinturas (u otros ejemplos no menos conocidos, como es el caso de Manet). O lo que era mucho peor que esa presentación contemporánea del tema no se disfrazase de lección moral, de moraleja, de denuncia de situación presente y de enseñanza que permitiese su reforma (cosa que, extrañamente, se hace ahora muy a menudo con la violencia).
No. Lo que más indignaba a las personas de ese tiempo, era que esos cuerpos, esa carne, estaba pintada igual que una naturaleza muerta, con casi indiferencia e inocencia, con serenidad y tranquilidad, de algo habitual y cotidiano, íntimo, ante lo que no caben sorpresas ni aspavientos. y es que a pesar del fuerte erotismo de estos desnudos de Modigliani, un erotismo que se fundamenta en la mirada, la mirada de quien se sabe observado y recibe y acoge al observador, hay como digo, al mismo tiempo, una serenidad y una tranquilidad evidentes en todos esos desnudos, una serenidad sin sorpresas, de no ser la primera vez, sino algo repetido y cotidiano, compartido y consentido, y que no plantea ningún problema o dilema moral.
Una serenidad y tranquilidad que permite otra pequeña subversión, tanto en tiempos de Giorgione y Tiziano, como el de Modigliani, el que al final lo que realmente importa es el cómo está pintado ese desnudo, el entramado formal utilizado para plasmarlo, puesto que, el objeto temático, la mujer desnuda, no es un individuo reconocible, es una idealización, igual en todos los lienzo e intercambiable entre todos ellos, que nos permite, al primer golpe de vista, saber que eso que vemos es de Giorgione, de Tiziano, de Modigliani.
Una serenidad y una tranquilidad, por último, que han desaparecido del arte de ahora mismo, en que de nuevo tenemos que buscar excusas para representar un cuerpo desnudo.
martes, 18 de marzo de 2008
Time without Time
The expense of spirit in a waste of shame
Is lust in action, and till action, lust
is perjured, murd'reous, bloody, full of blame
Savage, extreme, rude, cruel, not to trust
Enjoyed no sooner, but despised straight
Past reason hunted, and no sooner had
Past reason hated as swallowed bait
On purpose laid to make the taker mad
Mad in pursuit and in possession so,
had, having, and in quest to have extreme
a bliss in proof, and proved, a very woe
before, a joy proposed, behind, a dream
All this the world well knows, yet none knows well
to shun the heaven that leads men to this hell
Sonnet 129, Shakespeare.
Recuerdo haber leído estos sonetos cuando apenas tenía dieciséis años. No me gustaron entonces. Ha tenido que pasarme toda una vida, llegar a los cuarenta, para poder comprender y compartir las experiencias que Shakespeare escribio hace cuatrocientos años.
Cuando era joven, allá por el comienzo de los años ochenta del siglo pasado, me parecía que esos sonetos no hablaban del amor, mejor dicho, de mis ilusiones, mis esperanzas, la imagen formada por mi educación y mi contexto cultural, que asociaba eso que tantos nombres ha recibido y recibirá, con la alegría, el gozo, la felicidad, el paraíso, la cesación de ser, el abandono de sí mismo en brazos de otro, el ser completo via otra persona.
Sin embargo, estos sonetos no habían sido escritos por un hombre joven, lo habían sido por un hombre viejo, lleno de deseo al principio por un joven y luego por una joven. Un hombre que camina ya hacia su vejez, que sabe que quizás esa sea la última oportunidad que le dé la vida para entregarse a ese goce, y que sabe cuan frágil y pasajero es ese estado, como simplemente consitutuye una excepción en la vida, algo que desaparecerá antes de haberse dado cuenta de que estuvo ahí, y que, por tanto no se recordará con gusto, bien por su prematuro final, por no haberlo aprovachado, bien por haber desembocado en catástrofe, y haber defraudado todas las promesas dictadas por la pasión.
Es así que la muerte es omnipresente en casi todos lo sonetos, la muerte tanto de ese enamoramiento, esa infatuation que dicen los anglosajones, como la física de los amantes, anunciada por la vejez en la que transcurrirá la mayor parte de nuestras vidas. Tampoco es de extrañar que, una y otra vez, se comparé la vejez del poeta con la juventud de su amante, sabedor el primero de que esa diferencia, o mejor dicho, la atracción que la juventud siente por la juventud, la que habrá de quebrar cualquier realación entre ambos por muy profunda que se pretenda o proclame.
Ni es de extrañar tampoco que, como en el soneto que encabeza esta entrada, se enumeren todas las miserias, todos los sufrimientos, todas las calamidades, que aceptamos voluntariamente, con una sonrisa, casi guiando la mano de nuestro ejecutor, por un momento de éxtasis, que a veces ni siquiera llega a serlo.
Por eso, quizás estos tiempos, en que el sexo está disociado del amor, desprovisto de cualquier romanticismo, convertido casi en industrial y utilitario, no sean tan malos después de todo.
Por todo lo que se ahorran.
Is lust in action, and till action, lust
is perjured, murd'reous, bloody, full of blame
Savage, extreme, rude, cruel, not to trust
Enjoyed no sooner, but despised straight
Past reason hunted, and no sooner had
Past reason hated as swallowed bait
On purpose laid to make the taker mad
Mad in pursuit and in possession so,
had, having, and in quest to have extreme
a bliss in proof, and proved, a very woe
before, a joy proposed, behind, a dream
All this the world well knows, yet none knows well
to shun the heaven that leads men to this hell
Sonnet 129, Shakespeare.
Recuerdo haber leído estos sonetos cuando apenas tenía dieciséis años. No me gustaron entonces. Ha tenido que pasarme toda una vida, llegar a los cuarenta, para poder comprender y compartir las experiencias que Shakespeare escribio hace cuatrocientos años.
Cuando era joven, allá por el comienzo de los años ochenta del siglo pasado, me parecía que esos sonetos no hablaban del amor, mejor dicho, de mis ilusiones, mis esperanzas, la imagen formada por mi educación y mi contexto cultural, que asociaba eso que tantos nombres ha recibido y recibirá, con la alegría, el gozo, la felicidad, el paraíso, la cesación de ser, el abandono de sí mismo en brazos de otro, el ser completo via otra persona.
Sin embargo, estos sonetos no habían sido escritos por un hombre joven, lo habían sido por un hombre viejo, lleno de deseo al principio por un joven y luego por una joven. Un hombre que camina ya hacia su vejez, que sabe que quizás esa sea la última oportunidad que le dé la vida para entregarse a ese goce, y que sabe cuan frágil y pasajero es ese estado, como simplemente consitutuye una excepción en la vida, algo que desaparecerá antes de haberse dado cuenta de que estuvo ahí, y que, por tanto no se recordará con gusto, bien por su prematuro final, por no haberlo aprovachado, bien por haber desembocado en catástrofe, y haber defraudado todas las promesas dictadas por la pasión.
Es así que la muerte es omnipresente en casi todos lo sonetos, la muerte tanto de ese enamoramiento, esa infatuation que dicen los anglosajones, como la física de los amantes, anunciada por la vejez en la que transcurrirá la mayor parte de nuestras vidas. Tampoco es de extrañar que, una y otra vez, se comparé la vejez del poeta con la juventud de su amante, sabedor el primero de que esa diferencia, o mejor dicho, la atracción que la juventud siente por la juventud, la que habrá de quebrar cualquier realación entre ambos por muy profunda que se pretenda o proclame.
Ni es de extrañar tampoco que, como en el soneto que encabeza esta entrada, se enumeren todas las miserias, todos los sufrimientos, todas las calamidades, que aceptamos voluntariamente, con una sonrisa, casi guiando la mano de nuestro ejecutor, por un momento de éxtasis, que a veces ni siquiera llega a serlo.
Por eso, quizás estos tiempos, en que el sexo está disociado del amor, desprovisto de cualquier romanticismo, convertido casi en industrial y utilitario, no sean tan malos después de todo.
Por todo lo que se ahorran.
lunes, 17 de marzo de 2008
The Taste of the Skin (y IV)
Quizás algún lector de este blog se haya llevado una sorpresa sobre mi persistencia en hablar sobre el nazismo en este blog. No es algo que deba extrañar a nadie. Desde joven el nazismo ha sido una de mis obsesiones, más concretamente el problema histórico que supone su aparición, su ascenso y su casi victoria total, de la cual muchas veces nos salvo el azar y la causalidad.
De una ideología, no lo olvidemos que se basaba en el odio, la rapiña y el asesinato y que no era más que un amasijo de absurdos.
En este sentido, hay un aspecto que muchas veces se evita o se olvida, pero que es primordial a la hora de enjuiciar, y si queremos decirlo así, combatir esa ideología. Como hubiera afectado al hombre normal, cada uno de nosotros. Como todos los fascismos, la vida se reducía a la guerra. Los hombres debían ser educados para ser soldados, para combatir y morir por la comunidad racial, sin que dudas, titubeos o razonamientos pudiera turbar esa convicción fanática. Las mujeres, asímismo, sólo servían en cuanto que productoras de soldados, de una nueva generación que substituyese a los caídos y mejorase la raza.
Por ello, no es de extrañar que una forma de luchar contra el nazismo sea precisamente exaltar las virtudes de la paz, o mejor dicho, que para lo que estamos hechos los seres humanos es para gozar de esa paz y no de los riesgos de la guerra.
Y que por tanto, lo auténticamente moral, si realmente queremos evitar que la historia se repita, que el nazismo resurja de las cavernas donde se refugió, como Syderberg temía en su película, es narrar el placer, la sensualidad, la ternura y el cariño, dejar claro cual es la sociedad a la que aspiramos y cual es la que rechazamos.
Más o menos esto.
Y resulta curioso observar los productos culturales, las proyecciones ideológicas, de estas sociedades donde las muestras de cariño no se realizan en público, y donde el gesto más mínimo, más inocente, más sencillo, puede suponer cruzar algún umbral sin retorno.
Tan distinto a nuestro occidente, donde ya nada significa nada.
Y más extraño aún es recordar que nosotros eramos así hace escasos decenios y que uno es capaz aún de recordarlo.
De una ideología, no lo olvidemos que se basaba en el odio, la rapiña y el asesinato y que no era más que un amasijo de absurdos.
En este sentido, hay un aspecto que muchas veces se evita o se olvida, pero que es primordial a la hora de enjuiciar, y si queremos decirlo así, combatir esa ideología. Como hubiera afectado al hombre normal, cada uno de nosotros. Como todos los fascismos, la vida se reducía a la guerra. Los hombres debían ser educados para ser soldados, para combatir y morir por la comunidad racial, sin que dudas, titubeos o razonamientos pudiera turbar esa convicción fanática. Las mujeres, asímismo, sólo servían en cuanto que productoras de soldados, de una nueva generación que substituyese a los caídos y mejorase la raza.
Por ello, no es de extrañar que una forma de luchar contra el nazismo sea precisamente exaltar las virtudes de la paz, o mejor dicho, que para lo que estamos hechos los seres humanos es para gozar de esa paz y no de los riesgos de la guerra.
Y que por tanto, lo auténticamente moral, si realmente queremos evitar que la historia se repita, que el nazismo resurja de las cavernas donde se refugió, como Syderberg temía en su película, es narrar el placer, la sensualidad, la ternura y el cariño, dejar claro cual es la sociedad a la que aspiramos y cual es la que rechazamos.
Más o menos esto.
Y resulta curioso observar los productos culturales, las proyecciones ideológicas, de estas sociedades donde las muestras de cariño no se realizan en público, y donde el gesto más mínimo, más inocente, más sencillo, puede suponer cruzar algún umbral sin retorno.
Tan distinto a nuestro occidente, donde ya nada significa nada.
Y más extraño aún es recordar que nosotros eramos así hace escasos decenios y que uno es capaz aún de recordarlo.
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