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miércoles, 17 de febrero de 2021

Tornando tus utopías económicas en desastres sociales (y II)

 Lloyd George decidió entonces doblar la apuesta, haciendo que en la cámara de los comunes se aprobase una ley nueva, esta vez de naturaleza constitucional, por la cual la cámara de los lores no podría, desde entonces, enmendar las leyes financieras -de aquí en adelante jurisdicción exclusiva de los comunes-, y estipulaba que el bloqueo del resto de las leyes sólo podría durar un año. Los lores, como era de esperar, opusieron su veto a este suicidio programado, provocando la convocatoria de nuevas elecciones, donde se repitió la victoria de los liberales. En virtud de la doctrina Salisbury, los lores tendrían que haber renunciado  voluntariamente a su oposición y aceptar que se sancionasen las leyes en litigio, que eran, a la vez, financieras y constitucionales. Sin embargo, dado el calado histórico de la apuesta, una buena parte de los lores estaban dispuestos a revocar ese compromiso de su jefe, que en el fondo no era más que un acuerdo informal. Según los testimonios mejor informado, parece que la amenaza, por parte del rey, de crear quinientos escaños nuevos en la cámara de los lores -resultado de una promesa secreta a Lloyd George antes de las elecciones- jugó un papel decisivo. Sin embargo, es muy complicado predecir que habría sucedido en realidad si los lores no se hubieran amoldado a adoptar, en mayo de 1911, la nueva ley consitucional. En  todo caso, es en ese instante cuando la cámara de los lores perdió todo poder legislativo auténtico. Desde 1911, ha sido la voluntad mayoritaria, plasmada en las urnas y en la cámara de los comunes, la que cuenta con fuerza de ley en el Reino Unido, mientras que los lores sólo tienen un papel consultivo, en gran medida protocolario. La institución política que había gobernado el Reino Unido durante siglos, que había presidido la formación y el destino de su primer imperio colonial e industrial mundial a lo largo de los siglos XVIII y XIX, había cesado de facto de ser un instancia decisiva.

Thomas Piketty, Capital e ideología

En la entrada anterior, había intentado esbozar los presupuestos metodológicos del último libro de Piketty, intento de una historia general de los sistemas impositivos desde el inicio de los tiempos.  Durante todo el análisis, hay que tener en cuenta la tesis principal del libro: economía e ideología no son compartimentos aislados y estancos. Toda organización social tenderá a crear un sistema financiero e impositivo amoldado a sus ideales políticos, en el sentido de contribuir a perpetuarla en el tempo. El objetivo principal será mantenerse intactos una serie de privilegios y jerarquías ya existentes -o recién creados-, sean estos del signo político que san,  La regulación económica devendrá así una criada de la política, nunca al contrario, negando sus pretensiones de ciencia objetiva e independiente -esto lo añado yo-.

Partiendo de esa premisa, Piketty identifica una serie de sistemas político-económicos, que podrían resumirse en tres: las sociedades ternarias, las sociedades de propietarios, propias del siglo XIX, para terminar en los múltiples sistemas mixtos del siglo XX. Mixtos, porque incluso en los países más vocalmente neoliberales -EE.UU y UK- la realidad es de una amalgama público/privada en la que que ninguna de las partes puede sobrevivir sin la otra. De todos ellos, el más longevo ha sido el ternario, que sólo empezó a cuarterarse a finales del siglo XVIII y eso en Europa. De hecho, durante todo el XIX el sistema ternario se perpetúo en forma de la administraciones coloniales que surgían a medida que la potencias europeas se adueñaban del mundo.

martes, 29 de diciembre de 2020

El azar y la historia

Or had it really worked? Hancock, like Sykes, Caldwell, and every other Union general that afternoon, managed to shore up Dan Sickles' misbegotten line along the Emminsburg Road by robbing divisions and brigades from anyone not under immediate pressure and sending them to suffocate the emergencies breaking out in place after place from Devil's Den to Plum Run. But there was going to come a moment when some part of the Union defenses was going to find itself so denuded by emergencies elsewhere that it would have nothing left for its own defense and nowhere to borrow more. Hancock had bled his own corps -ten infantry brigades when the day began- down to exactly three, which only about 1400 men. The would have to face over 4200 Confederates, because the last brigades of Richard Henson Anderson's division were stepping out into the lengthening shadows and moving forward, on a line pointed straight at a small woodlot where the last bits of the 2nd Corps readied themselves for what was already looking lile the Army of the Potomac's Götterdämmerung.

Allen C. Guelzo. Gettysburg, the last invasion

Pero, ¿había funcionado? Hancock, como Sykes, Caldwell y todo general de la unión durante esta tarde, se las arreglaron para apuntalar la mala posición de Dan Sickles a lo largo de Emminsbiurg Road, pero sólo arrebatando divisiones y brigadas de cualquier zona que no estuviera bajo presión directa, para así enviarlas a apagar las emergencias que surgían de un lugar a otro, de Devil's Run a Plum Run. Sin embargo, llegaría un momento en el que algún punto de las defensas de la unión se encontraría tan desprovista, debido a las emergencias en otras áreas, que no tendría con qué defenderse ni donde acudir para buscar refuerzos. Hancock había sangrado su propio cuerpo -compuesto por diez brigadas de infantería al comienzo del día- hasta quedarse sólo con tres, que contaban en total unos 1400 hombres. Estas fuerzas tendrían que hacer frente a 4200 confederados, porque las últimas brigadas de la divisíon de Richard Henson Anderson, estaban saliendo de las sombras y comenzando a avanzar, siguiendo una línea que apuntaba a un pequeño bosquecillo, donde los restos del 2º Cuerpo se estaban preparando para lo que parecía iba a ser el Ocaso de los dioses del ejército del Potomac.

Por casualidad, llegué a este magnífico libro de Allen C. Guelzo, donde se narran, con un detalle rayano en la obsesión, los tres días de la batalla de Gettysburg en 1863. Lo más llamativo, y encomiable, del libro es como su autor se esfuerza en despejar las impresiones erróneas que se suelen asociar con esta batalla de la Guerra Civil americana. Originadas, en su mayoría, del hecho de que su relato se ha transmitido se ha realizado en forma resumida, como punto culminante de una sangrienta guerra civil que queda simbolizada en uno o dos detalles llamativos: en concreto, la carga suicida de la brigada Pickett -en realidad, una división- con la que terminaron los combates. A esa escena épica, con la última carga confederada parada en seco y aniquilada por el fuego cruzado de las posiciones de la Unión, se añadían dos conclusiones: su carácter de batalla decisiva y su condición de batalla decidida antes incluso de haberse producido el primer disparo.

Por el contrario, Guelzo pone de manifiesto una realidad que se suele ocultar en las popularizaciones de grandes campañas y batallas, pero que es evidente a poco que se rasque: en los combates, el azar es decisivo. No pocas veces, operaciones preparadas con el mayor detalle han fracasado al estrellarse contra lo imprevisto, mientras que, por el contrario, la improvisación se las ha bastado para ganar el día, simplemente por convertirse en el proverbial grano de arena que atasca un mecanismo preciso. Ese es precisamente el caso de Gettysburg, durante tres días, una y otra vez, los confederados estuvieron a punto de quebrar la resistencia del ejército de la unión, pero de igual manera, éste último encontraba siempre un regimiento o una brigada con la que a rechazar al enemigo, justo cuando éste comenzaba a encontrarse falto de aliento.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Adoctrinamientos invisibles

Aurelia Navarro, Desnudo
Aurelia Navarro, Desnudo

El sábado pasado pasé a ver la muestra Invitadas, que se puede visitar en el museo del Prado. Como sabrán, se trata de una exposición política, en el mejor sentido de la palabra, con un objetivo doble: mostrar como la ideología patriarcal del siglo XIX halló un vehículo de propaganda en la pintura oficial, la consagrada en concursos y  premios, además de indicar como el arte realizado por mujeres fue sistemáticamente excluido y ocultado, como impropio de ese género. En ese sentido, resulta incomprensible la falsa polémica levantada por ciertos medios de izquierda, por la cual esta exposición sería ejemplo de los mismos vicios que pretende denunciar. Con demasiada frecuencia -y es algo con lo que me topado en múltiples ocasiones-, la pureza política a ultranza acaba desembocando en cometer similares injusticias a las que se denuncian. Baste recordar cuantos revolucionarios en pro de la libertad y la igualdad han terminado convertidos en tiranos.

Antes de analizar la exposición, un apunte personal: el periodo artístico en el que se centra me resulta bastante indiferente, cuando no cargante. Cuando la colección de pintura del siglo XIX del museo del Prado estaba concentrada en el Casón del Buen Retiro, su visita era para mí como cruzar un árido desierto: fuera de su inicio, los seguidores de Goya, y su final, un magnífico retrato de Juan Gris, el resto me parecía aburrido y prescindible. En general,  ese hastío me ocurre no sólo con la pintura del siglo XIX español, sino con toda la europea de ese periodo. No soporto ese arte destinado a contentar  y no molestar a la burguesía, concebido como medio de amasar fortunas, condecoraciones y distinciones, ni sus muchos movimientos de revival en busca de una pureza perdida, echada a perder por el progreso. Los artistas que admiro de este tiempo son los que se quedaron un poco al margen, fuera de esas corrientes mayoritarias: los precursores de la modernidad y la vanguardia, tal y como esta se enseñaba hace cuarenta o cincuenta años.

miércoles, 24 de junio de 2020

Parangones

Rodin, Retrato de la musa trágica
Antes de compartir mis impresión sobre la muestra Rodin-Giacometti de la Mapfre - ¡al fin pude verla!-, les confesaré que cualquier muestra sobre la escultura de Giacometti me parece problemática, llena de trampas en las que es muy fácil caer. Si no se tiene cuidado, puede quedar reducida a una sucesión de objetos indistinguibles, similar al muestrario de una tienda de recuerdos en alguna carretera perdida, ambas igual de aburridas y prescindibles. Así ocurrió, hace muchos años, con una muestra enciclopédica en el MNCARS, pero por suerte los encargados de la Mapfre saben como sortear esos peligros.

Me queda otro reparo, no obstante. En principio, me parecía muy arriesgado realizar un parangón entre dos escultores tan diferentes como Rodin y Giacometti. Uno de ellos podía comerse al otro, más aún teniendo en cuenta el carácter de gozne de Rodín, último de los clásicos y primero de los modernos, así como el amplio predicamento del que goza entre el público en general, al igual que ocurre con sus coetáneos impresionistas. Giacometti, más inaccesible, más críptico, más experimental, podría haber quedado un tanto en la penumbra, borrado por la figura gigantesca de su predecesor, influencia y reto insoslayable para cualquier escultor de finales del XIX y principios del XX.

Por suerte -de nuevo- no ocurre así, sino que de la comparación entre ambos pueden sacarse conclusiones -revelaciones- muy importantes. No de las posibles similitudes o confluencias entre ambos, que no van más allá de algunas coincidencias en temas universales para un escultor, sino en las grandes diferencias que los separan. De una profundidad abismal.

sábado, 18 de abril de 2020

Estamos bien jodidos (y VII)

These last points are crucial. The fundamental deprivation  of human rights is manifested first and above all in the deprivation of a place in the world which makes options significant and actions effective. Something much more fundamental than freedom and justice, which are the rights of citizens, is at stake when belonging to the community into which one is born is no longer a matter of course and not belonging no longer a matter of choice, or when one is placed in a situation where, unless one commits a crime., his treatment by others does not depend on what he does or does not do. This extremity, and nothing else, is the situation of people deprived of human rights. They are deprived, not of the right to freedom, but of the right to action, not of the right to think whatever they please, but of the right to opinion. Privileges in some cases, injustices in most, blessings and doom are meted out to them according to accident and without any relation whatsoever to what they do, did, or may do.

Hannah Arendt, The Origins of Totalitarism

Estos últimos puntos son cruciales. La privación fundamental de los derechos humanos se manifiesta, primero y ante todo, en la privación de un lugar en el mundo donde esas opciones tengan significado y esas acciones sean efectivas. Algo mucho más fundamental que la libertad y la justicia, derechos de los ciudadanos, está en peligro cuando la pertenencia a la comunidad de nacimiento ya no se da por sentado y el no pertenecer ya no es una elección, o cuando el individuo se ve en una situación done, a menos que cometa un crimen, su trato por parte de los otros no depende de lo que haga o no haga. Este extremo y no otra cosa es la situación de las personas privadas de los derechos humanos. Se les priva, no sólo del derecho a ser libres, sino del del derecho a actuar; no sólo del derecho a la libertad de pensamiento, sino del derecho a opinar. Privegios en algun caso, injusticias en la mayoría, bendiciones y condenaciones se le asignan por mero accidente, sin relación alguna con lo que haga, hiciesen o puedan hacer.

En la entrada anterior, recordarán que Hannah Arendt señalaba que el primer paso hacia totalitarismo era el antisemitismo. No como mero odio a los judíos, una constante en la historia europea, sino como la creación de un otro, ajeno, enemigo y sin posibilidad de integración, que había que eliminar de cuerpo social si se quería que éste mejorase y sanase. Por descontado, ese otro no tenía por qué restringirse a los judíos, aunque en sa forma representase su mejor ejemplo. Dependiendo del protototalitarismo en cuestión podía adoptar múltiples identidades: eslavos, homosexuales, feministas, negros, gitanos, musulmanes, creyentes, izquierdistas, intelectuales, clases pudientes, élites, kulaks, habitantes de la ciudad, etc. Lo que importaba era esa identificación de un enemigo, fuente de todo mal, y la necesidad de su erradicación.

Recordarán también que Arendt señalaba que ese racismo excluyente necesitaba de otra condición para florecer como totalitarismo: el imperialismo. Ese nombre, como sabrán, se aplica a un fenómeno y un periodo de tiempo muy completo: la dominación casi completa del orbe, entre 1870 y 1960, por parte de las potencias europeas. Pero, ¿por qué ese apelativo y aplicado a ese marco temporal tan estrecho? Los imperios siempre han existido y, de hecho, el dominio europeo sobre las Américas fue un hecho irreversible desde 1550. No obstante, esa conquista fue más producto del azar, las epidemias y el oportunismo, lindante con la criminalidad, de los conquistadores que de una superioridad técnica occidental o de una política coherente de las potencias europeas. En África, hasta el siglo XIX, la presencia europea no pasó de una tenue red de puestos comerciales, mientras que en Asia se nos consideraba como molestos parásitos a los que se podía eliminar de un papirotazo. Como ocurrió de hecho en el caso del Japón.

jueves, 16 de abril de 2020

Estamos bien jodidos (y VI)

Small as these first antisemitic parties were, they at once distinguished themselves from all other parties. They made the original claim that they were not a party among parties but a party "above all parties". In the class and party-ridden nation-state, only the state and the government had ever claimed to be above all parties and classes, to represent the nation as a whole. Parties were admittedly groups whose deputies represented the interests of their voters. Even though they fought for power, it was implicitly understood that it was up to the government to establish a balance between the conflicting interests and their representatives. The antisemitic parties' claim to be "above all parties" announced clearly their aspirations to become the representative of the whole nation, to get exclusive power, to take possession of the state machinery, to substitute themselves for the state. Since, on the other hand, they continued to be organised as a party, so that their voters would actually dominate the nation.

Hanna Arendt, The Origins of Totalitarism

Por muy pequeños que fuesen estos primeros partidos antisemitas, se distinguieron al momento de otros partidos. Mostraban la pretensión original de ser no un partido entre otros, sino un partido «por encima de los demás». En los estados-nación, infestados de clases y de partidos, sólo el estado y el gobierno habían pretendido representar a la nación por entero. Se suponía que los partidos eran grupos cuyos cargos representaban los intereses de sus vontantes. Aunque luchasen por el poder, quedaba implícito que era tarea del gobierno alcanzar un equilibrio entre los intereses en conflicto y sus representantes. La pretensión, por parte de los partidos antisemitas, de estar «por encima de todos los partidos» anunciaba su intención de llegar a representar al país por entero, de obtener el poder único, de hacerse con la maquinaria del estado, de substituirlo por el partido. Puesto que, por otra parte, seguían estando organizados como un partido, su votantes habrían de controlar la nación.

Hace unas pocas décadas, el libro de Hanna Arendt sobre el origen de los totalitarismo apenas tenía otro interés que el histórico. Servía para entender como el nazismo alemán, junto con su reflejo especular en forma de régimen soviético, había construido un sistema que pretendían controlar al individuo de forma completa. Tanto en su vida pública como en su vida privada. Tanto en su  actividad social como en sus convicciones íntimas. Amenazando, a quienes no se sometiesen, con la eliminación física. El campo de concentración, junto con el del exterminio, terminaban siendo rasgos esenciales de esos regímenes totalitarios. Su consecuencia y su símbolo, pero también su motor y su fundamento.

Por supuesto, un libro de tal complejidad y agudeza no puede ser resumido en unas pocas entradas de blog. Además, no creo estar a la altura intelectual de una pensadora que puede codearse, con toda justicia, con cualquier filósofo del siglo XX. Sí intentaré comentar lo que más me ha llamado la atención, estructurándolo en lo que son las tres grandes áreas temáticas del libro: el antisemitismo, el imperialismo y el totalitarismo en sí. División que es también una secuencia cronológica, en la que cada etapa es evolución, conclusión lógica, de la anterior.

domingo, 29 de marzo de 2020

Historia(s) de España (IX)

El arancel fiscal es aquel que se concibe como un impuesto, cuya finalidad es principalmente recaudatoria; y así eran en su origen los aranceles: un impuesto más, fácil de recaudar, similar a los derechos de puertas, a los peajes, o a los pontazgos. Con el desarrollo de los Estados nacionales, sin embargo, pronto se echo de ver que el arancel también puede servir para inhibir el comercio; como cualquier otro impuesto, puede deprimir la actividad sobre la que recae: basta fijarlo lo suficientemente alto para que se convierta en un arancel protector. Ahora bien, un arancel tan alto que desanime la actividad sobre la que recae equivale a una prohibición: un impuesto que gravara con un millón de pesetas cada paquete de cigarrillos importado sin duda acabaría con la importación de tabaco, al menos con la legal. Pero no recaudaría ni un céntimo. Poer eso, cuando se trata de proteger a toda costa una industria nacional de la competencia extranjera, de impedir la exportación de un determinado producto, en lugar de al arancel se recurre a la prohibición pura y simple. Es más sencilla y el resultado es el mismo. A diferencia de la prohibición, el arancel se emplea como arma doble: no sólo protege, sino que también recauda. Debe observarse, sin embargo, que, aunque cumple ambas emisiones a un tiempo, lo hace de manera alternativa: cuanto más protege un arancel, menos ingresos produce, y viceversa.  

Grabiel Tortella Casares, Casimiro Martú, José Maria Jover Zamora, José Luis García Delgado, David Ruiz. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo (1834-1923). Tomo VIII de la Historia de España de Manuel Tuñón de Lara.

Ya he señalado, en otras ocasiones, que la Historia de España de Manuel Tuñón de Lara constituyó un hito de la historiografía, a principios de la década de 1980. Fue la primera obra multivolumen escrita en libertad tras el Franquismo, lo que no evita que esté lastrada por defectos muy importantes. El primero, metodológico, es una periodización atípica que mezcla etapas muy distintas, impidiendo alcanzar una visión coherente de conjunto. Por ejemplo, extender la narración del siglo XVII al reinado de Fernando VII, cuando el orden borbónico había sido quebrantado por completo y era ya irreparable. O en este caso, unir las décadas centrales del siglo XIX, plenas en pronunciamientos y ocasiones perdidas, con el largo periodo de aparente paz que fue la restauración.

La segunda carencia es ideológica. La obra está concebida desde una óptica marxista, en la que la economía es el motor principal de la historia. Si recuerdan un poco de esa teoría, la cultura, la sociedad, incluso la política, son superestructuras, efectos contingentes de las relaciones de producción, la estructura. Estudiar el modo en que se construye la economía, por tanto, es determinante a la hora de analizar como esa sociedad reaccionará ante los hechos históricos -la política-, además de las justificaciones que construirá para eternizar esas relaciones productivas -la cultura-. Es un enfoque muy interesante y que podría llevar a descubrimientos muy valiosos, siempre que se aplicase con ese objetivo. Sin embargo, no es el caso. En todos los volúmenes de la Historia de Tuñón de Lara, la economía se aborda la primera, pero de forma aislada. Parece existir por sí sola, presa de sus propias leyes, sin influir ni ser influida por las medidas políticas, ni las ideas preconcebidas de los miembros de la sociedad. En conclusión, no aclara nada de la evolución histórica, ni se utilizan sus conclusiones para iluminar aspectos culturales. Ni en un sentido, ni en el contrario. 

Excepto en este tomo, que en el capítulo económico sí se establecen esas relaciones, además de explicar porque las decisiones políticas tenían sentido o no.

jueves, 27 de febrero de 2020

En busca del momento inasible


En el panorama expositivo nadrileño han coincidido dos exposiciones dedicadas a Rodin, una en la Mapfre, que aún no he visto, y otra en la Fundación Canal, que es la que les voy a comentar. Ambas difieren bastante en sus tesis y sus enfoques. La de la Mapfre busca comparar a Rodin, escultor máximo del siglo XIX, con Giacometti, figura señera del siglo XX. Sea cual sea la razón por la que se ha buscado este paragón, al menos sirve, creo, para apreciar la metamorfosis irreversible que se había producido en ese arte entre ambos escultores. En menos de medio siglo, se había pasado de mantener la vista en el pasado, en Miguel Ángel y, más allá de él, en la escultura grecorromana, a dar un giro de 180 grados, dejar a un lado cualquier canon, maestro y modelo pasados, para confiar sólo en el futuro. En avanzar sin límite por su senda.

Sabemos ahora que aquéllas convicciones no eran más que ensueños, de los que vendría a despertarnos el postmodernismo, de manera brusca y violenta. Sin embargo, nunca esta de más constatar, quizás con cierta envidia, la pasión inextinguible con la que esos artistas se entregaban a su obra. Seguros de estar en el camino correcto, dispuestos a sacrificar cualquier cosa, incluso la salud, en busca de una perfección que se les escurría a cada intento de asirla. Camino tortuoso en el que era fácil perderse, como muestran las inacabables series de ensayos, bocetos y borradores que quedaron en sus estudios. La mayoría sin plasmarse en una obra final, pero todos anunciando ese momento en que se produciría la revelación. En que la obra surgiría de sí misma, pura y perfecta, como si no fuese creación humana.

De esto último, precisamente, trata la exposición de la Fundación Canal: de como Rodín exploraba, a ciegas y a tientas, los vastos espacios de su capacidad artística. Teniendo siempre como modelo y guía a Miguel Ángel, cierto, pero retomando su labor allí donde el florentino la había dejado hacía 300 años. Abriendo, de esa manera, las puertas a la escultura contemporánea.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Sin poderse permitir el descanso

Francisco de Goya, Desgracias aceacidas en el tendido de la plaza de Madrid © Museo del Prado

Como deben ya saber, el Museo del Prado cierra la celebración de su centenario con una exposición-mamuth dedicada a los dibujos de Goya. En ella se han incluido todos sus dibujos conservados en el museo, casi sin excepción, abarcando bocetos, diseños, borradores, apuntes, dibujos preparatorios, sucesivas pruebas de impresión, grabados finales, etc, etc. De hecho, es tan exhaustiva que se puede decir que ése es su mayor defecto, puesto que acaba por toparse con diferentes limites: los de espacio, reproducibilidad y resistencia humana.

Por poner un ejemplo. Una buena cantidad de la obra gráfica de Goya son dibujos preparatorios y pruebas de impresión para sus series de grabados. En esos casos es muy interesante, casi esencial, acompañar esos ensayos del resultado final, como se hizo, hace ya muchos años, en la muestra de Los caprichos realizada por la Real Academia de Bellas Artes. Sólo así se puede apreciar su trabajo creativo de Goya, además de comparar las múltiples diferencias y correcciones entre las sucesivas versiones. Cambios no sólo debidos al perfeccionamiento de la concepción inicial o al descubrimiento de nuevas posibilidades compositivas, sino a la imposibilidad de traducir de forma directa las idiosincracias de una técnica, la del dibujo a lapiz o pluma, en otra bien distinto, la del aguafuerte. Por desgracia, esa posibilidad de análisis se hurta al visitante de  muestra, salvo ocasiones muy contadas,  como con el grabado de la Tauromaquia incluido al comienzo.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Lo visto/lo pintado

Marina de Gustave Le Gray
En la fundación Thyssen madrileña lleva ya unas cuantas semanas abierta una muestra de título Los impresionistas y la fotografía. Dejando a un lado la manía de esa institución por meter a los impresionistas hasta en la sopa, lo cierto es que en ella se aborda un tema muy interesante: las relaciones entre dos artes, pintura y fotografía, que competían por un mismo espacio, el visual, en el imaginario del espectador del siglo XIX. El tema se complica aún más si consideramos que en el último tercio de ese siglo, el arte más vieja de las dos, la pintura, va a experimentar una revolución estética, comparable a la del quatrocento; mientras que la fotografía, recién inventada, no va a encontrar un lenguaje propio hasta casi 1900, cuando consigue liberarse de referencias pictóricas o reinterpretarlas al modo vanguardista.

Ese cruce de relaciones, influencias, investigaciones e innovaciones lleva a un problema similar al de la gallina y el huevo: ¿qué arte influyó en cuál? ¿La pintura en la fotografía o la fotografía en la pintura? Se suele considerar que la fotografía fagocitó gran parte del campo comercial de la pintura, en especial cuando consiguió ser reproducible. Aún así, casi desde su invención en 1830, facilitó que miembros de la burguesía media y baja, sin recursos para contratar un pintor -o tiempo para las largas sesiones de posado que exigía las primeras fotografías- pudieran hacerse con un retrato de familia o del patriarca. Asímismo, el mundo entero, cualquier región y cultura, podía ser traído a esos mismos salones acomodados, sin tener que depender de la veracidad y fidelidad de un dibujante. Como resultado, la pintura tuvo que buscar otros horizontes estéticos para afrontar esa competencia, lo que llevó a la sacudida impresionista y la larga cadena de ismos que le siguieron en la década de 1880.

martes, 24 de septiembre de 2019

Elogio de la cursilería


Desde que la modernidad en arte se disolvió en la nada a finales de la década de los setenta, ha ido siendo más y más habitual la deconstrucción del relato basado en las vanguardias históricas. La marcha inevitable hacia la abstracción, punteada por sucesivas revoluciones estéticas, surgidas las unas de las otras, se ha revelado una visión incompleta, incluso injusta. Deja fuera a pintores inmensos que se apartaron, voluntariamente, de un arte militante, de confrontación y escándalo, para explorar otros caminos, no menos rompedores, que sólo ahora comenzamos a apreciar. Con la vuelta a un arte que intenta ser figurativo, transmitir un mensaje, dialogar con su público, sin que eso signifique copiar a rajatabae los estilos del pasado.

Sin embargo, hallo que muchas veces ese esfuerzo por rescatar pintores del olvido acaba por errar su objetivo: reparar injusticias evidentes. Por ejemplo, los museos que tienen colecciones del siglo XIX han vuelto a exponer en lugar de honor la pintura de historia del siglo XIX, señalando la pericia técnica de sus creadores. En contrapartida, intentan ocultar el carácter de encargo de la gran mayoría esas obras, muchas veces compradas por metros. La mayoría, a pesar de su maestría, no dejan de ser  un acúmulo de convenciones concebidas para no asustar al cliente, cuando no absurdos temáticos y compositivos que bordean el ridículo. Vergüenza ajena que se extiende a la pintura de Salón, en tantos casos indistinguible de un erotismo solapado para consumo de burgueses bien acomodados con sólidos principios morales. Una pintura al que le falta el brío, la naturalidad, la sensualidad, incluso el descaro, con que esos mismos temas eran abordados en el renacimiento y en el barroco.

Esta introducción viene a cuento de que en la fundación Mapfre acaba de inagurarse una exposición de título Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. Su tésis es recuperar la figura de Giovanni Boldini, pintor del último tercio, más o menos, del siglo XIX, presentado como figura de gran relieve y talento, además de relacionarlo con una ristra de pintores españoles de esa época, todos bien conocidos por el público: Fortuny, Sorolla, Zuloaga.

Pues no. Lo siento, pero no. Boldini es un pintor con muchas carencias, además de notarse demasiado que estaba en eso por el dinero. Les explico.


domingo, 15 de septiembre de 2019

Hacia lo desconocido (y II)

What he (Burckhardt) had discovered here, in fact, was the great crossroads of the Nile. The River at this point made its closest approach to the southern end of the Red Sea, and thus the way was opened up to Arabia, India and the Far East. To the west the caravan routes keeping as far as possible within the cover of  the rain belt and south of the Sahara, led on from oasis to oasis, to Lake Chad and Timbuktu. The Nile valley itself provided a highway to Egypt in the North and Ethiopia could be reached by the track that led up through Metemme to Gondar. In a curious but inevitable way al the themes of the river were gathered here. The pilgrims from Central Africa came through Shendy on their way to Mecca. The slaves captures on the Upper Nile were inevitably bound for Shendy market. Here, for the first time, the traveller ascending the Nile came into touch with Ethiopia, and here on his return journey downstream he was once more drawn into the influence of Egypt and the north. Shendy was also known as "The Gates", and it lay in the heart of the ancient "Island of Meroë" - the area bounded by the Athara and the Nile. From Meroë the Egyptian Pharaohs and their Queens had ruled the river almost as far norht  as the delta and it was in this part of the Nile that Cambyses had been finally driven back. On his way into Shendy, Burckhardt had passed through the ruins of the ancient capital of Meroë and although he failed to investigate the place ("I was in the company of a caravan, and had the marvel of Thebes been placed on the road, I should not have been able to examine them"), he had correctly divined that important discoveries would be made on the site.

Allan Moorehead, The Blue Nile (El Nilo azul)

Lo que (Burckhardt) había descubierto aquí, de hecho, era el gran cruce de caminos del Nilo. En ese punto era donde el río se acercaba más al extremo inferio del mar Rojo, de manera que existía una ruta hacia Arabia, India y el Extremo Oriente. Al oeste, las rutas caravaneras, que se mantenían tanto como les era posible en la zona de lluvias y al sur del Sahara, conducían de oasis en oasis hasta el lago Chad y el Tombuktu. El valle del Nilo, en sí, constituía una vía hacia Egipto, al norte, mientras, que se podía llegar a Etiopía por la pista que conducía a Gondar, a través de Meteme. De manera curiosa, pero inevitable, todas las regiones del río confluían aquí. Los peregrinos de África Central cruzaban Shendy en su camino hacia La Meca. Los esclavos capturados en el cauce alto del Nilo eran conducidos inevitablemente al mercado de Shendy. Aquí, por primera vez, el viajero que remontaba el Nilo entraba en contacto con Etiopia y aquí, en su descenso de vuelta, se veía envuelto por la influencia de Egipto y el norte. Shendy era conocido también como "Las Puertas" y se alzaba en la antigua "Isla de Meroe" -el área limitada por el Atara y el Nilo-. Desde Meroe, los faraones egipcios y sus reinas gobernaban el río hasta el delta, al norte, y era en estas regiones del Nilo donde Cambises había sido finalmente repelido. En su ruta hacia Shendy. Burckhardt había cruzado las ruinas de la antigua capital de Meroe y aunque le fue imposible investigarlas («Estaba en compañía de una caravana y aunque todas las maravillas de Tebas se hallasen en el camino, no habría podido examinarlas») intuyó correctamente que allí se harían grandes descubrimientos.

En la entrada anterior, les reseñaba The White Nile (El Nilo blanco), obra de Allan Moorehead que se centraba en el largo y complejo descubrimiento de las fuentes del Nilo en el centro de África, para seguir con el relato de la rebelión del Mahdi en el Sudán.  Sin embargo, el Nilo es un río doble, con dos ramales bien diferenciados que confluyen en la ciudad de Jartúm, la actual capital del Sudán. The White Nile se centraba en uno sólo de ellos, el Nilo Blanco, objeto de viajes de descubrimiento y luego de conquista en la segunda mitad del siglo XIX, pero dejaba de lado el otro, el Nilo Azul, proveniente de la meseta de Etiopia. Así, de una obra titulada The Blue Nile esperaba un tratamiento igual de detallado sobre el descubrimiento y exploración de sus orígenes, además de la intervención de las potencias coloniales en Etiopía. El único país africano, junto con Liberia, que sobrevivió al reparto del continente.

El problema con esta narración es que las fuentes del Nilo eran conocidas en Europa ya desde el siglo XVI, cuando los primeros misioneros portugueses llegaron a la corte de los reyes de Abisinia. No hubo, como tal, un descubrimiento al estilo del siglo XIX, con un esforzado explorador presentando su informe ante alguna sociedad geográfica, sino una serie de contactos esporádicos que se fueron intensificando a partir del siglo XVIII. Además, debido a una serie de circunstancias que sería largo de relatar, no fue objeto de una agresión colonial. La única seria, el intento Italiano de unir Abisinia a sus colonias de Eritrea y Somalia, acabó en la catástrofe de Adua de 1896, cuando un ejército expedicionario italiano fue aniquilado por entero por las tropas del emperador abisinio Menelik II. No hay por tanto un relato continuado, como en el Nilo Blanco, en el que las exploraciones iniciales se convierten en campañas de conquista.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Hacia lo desconocido (I)

Mohammed Ahmed Ibn el Sayyid Abdullah, The Mahdi, follows the true tradition of the warrior priests of Islam. Like a sandstorm in the desert he appears, suddenly and inexplicably out of nowhere and by some strange process of attraction generates and ever increasing force as he goes along. Confused accounts were given of his origins: some said that he came from a family of boat-builders on the Nile, others that he was the son of a poor religious teacher, others again that he was the descendent of a line of Sheiks. It was generally accepted, however, that he was born in the Dongola province in the North Sudan in 1844 (which would make him 37 years of age at this time) and that quite early in life he had achieved a local reputation for great sanctity and for a gift of oratory that was quite exceptional. His effects, it seemed were obtained by an extraordinary personal magnetism. To put it in Strachey's phrase: "There was a strange splendour in its presence, an overwhelming passion in the torrent of his speech". He was a man possessed. Mohammed had promised that one of his descendants would one day appear and reanimate the faith, and Abdullah now declared, with an unshakable conviction, that he himself was that man. His hatred of Egyptians was inmense.

Alan Moorehead, The White Nile.

Mohammed Ahmed Ibn el Sayyid Abdullah, el Mahdi, continúa la larga tradición de los monjes guerreros del Islam. Aparece como una tormenta del desierto, repentina e inexplicable, salida de la nada, y por un extraño proceso de atracción va creciendo en fuerza a medida que avanza. Los relatos sobre su origen eran contradictorios: había quien decía que procedía de una familia de constructores de botes en el Nilo, para otros era el hijo de un maestro religioso pobre, mientras que por último se lo suponía descendiente de una estirpe de Sheiks. Se solía aceptar, sin embargo, que había nacido en la provincia de Dongola, en el norte del Sudán, en 1841 (lo que haría que tuviese 37 años en esta fecha) y que desde joven se había granjeado reputación de gran santidad y un don para la oratoria excepcional. Como decía Strachey: "Su presencia tenía una aire de esplendor, una pasión abrumadora en el torrente de su habla". En un hombre poseído. Mahoma había prometido que uno de sus descendientes reaparecería un día para revivir la fe y Abdullah declaraba ahora, con convicción inamovible, que él era ese hombre. Su odio hacia los egipcios era inmenso.

Desde pequeño me ha fascinado la historia del descubrimiento de las fuentes del Nilo. Esa pasión de la debo a una magnífica serie de la BBC -algún día les tengo que hablar de la influencia de esta emisora en mi formación intelectual-  de los años setenta, llamada The Search of the Nile. Gracias a ella, me aprendí al dedillo las andanzas de los exploradores británicos Burton, Speke, Livingstone y Baker, quienes junto al americano de adopción Stanley, cartografiaron la región africana de los grandes lagos. Origen y fuente de dos grandes ríos africanos: el Congo y el Nilo. 

Por supuesto, estos europeos victorianos no se movían en un espacio abstracto, vacío de población, ni tampoco obedecían a puros intereses científicos. Muchos de ellos, aunque fuera de forma inconsciente, estaban infectados por la seguridad de la superioridad de la raza blanca. Incluso aquellos que, como Burton, estaban fascinados por las culturas del Oriente, hasta considerarlas iguales a Occidente, no podían evitar contemplar a los negros del centro de África como inferiores, subhumanos que necesitaban la influencia de una cultura superior, ya fuera la cristiana o la musulmana, para avanzar hacia la civilización. Para empeorar las cosas, las rutas descubiertas por los exploradores sirvieron de vía de entrada para los ejércitos coloniales europeos, mandados y aconsejados en ocasiones por esos mismos aventureros, caso de Stanley y Baker.

martes, 16 de julio de 2019

El pasado y el presente, la misma cosa (III)

- Una revolución no es una bullanga romántica, ni un cadalso. ¿Qué fruto promete al pueblo español el castigo de su Reína? ¿Le concede libertades? ¿Establece el reinado de la justicia? Vuestra Capeta, ajusticiada, es un episodio para figuras de cera. Carlos Estuardo, Luis Capeto, María Antonienta, una cabeza más, las cabezas de todos los tiranos no son un concepto revolucionario ni una filosofía política. Las nuevas revoluciones no son contra los reyes, sino contra la burguesía. Una revolución es como el soplo del espíritu eterno, que no destruye y no suprime sino por ser fuente de toda vida. La pasión de la destrucción es una pasión creadora. Urge educar al pueblo, imbuirle el sentimiento de la dignidad humana. 
Enrojeció Salvoechea.
- ¡Para que no grite vivan las cadenas!

Ramón María del Valle Inclán, Baza de espadas.

Es difícil adivinar como habría quedado el ciclo completo de El Ruedo Ibérico. Por lo que se sabe, Valle Inclán planeaba narrar entero el sexenio revolucionario (1868-1876), pero sólo llegó a culminar tres novelas y un par de narraciones secundarias, que llegaban hasta el estallido de la revolución de Septiembre y la batalla de Alcolea. En tres novelas para condensar seis meses de 1868, mientras que seis años enteros tenían que ser embutidos en sendas nuevas entregas. Quizás habría terminado siguiendo el camino de su odiado Galdos, quien en la sexta y última serie de los episodios nacionales, derivó a una forma quasi experimental, en la que la realidad histórica se diluía en extrañas alegorías. Con Clío, la musa de la historia, vagabundeando por la península ibérica, por encima y por debajo de su superficie

No llegaremos a saberlo nunca, incluso cabe la posibilidad de que Vallé hubiese abandonado el empeño. La última entrega, Baza de espadas, se publicó en 1932, y ella misma quedo inconclusa, sin que el escritor intentase abordar su continuación - fuera de esos fragmentos dispersos que mencionaba - en los cuatro años que le quedaban de vida. Lo que sí sabemos es que la visión amarga, desengañada y vitriólica con la que Valle contemplaba la historia reciente española se mantenía incólume. Como ya se apuntaba en la novela precedente, los espadones y almirantes implicados en la confabulación antiborbónica marchaban hacía la revuelta a regañadientes, arrastrando los pies. Nada les repugnaba más que tratar con la chusma revolucionaria, de apoyo indispensable para el triunfo del pronunciamiento, pero a la que hubieran preferido dispersar de una fusilada. Por el contrario, cualquier guiño por parte de la corona y la camarilla les habría devuelto al redil como por ensalmo. Bien satisfechos y contentos.

miércoles, 10 de julio de 2019

El pasado y el presente, la misma cosa (II)

Solana del Maestre, famosa por sus mostos y mantenimientos, se halla sobre los confines de La Mancha con Sierra Morena. Antañazo, como rezan allí los viejos, estuvo vinculado a una encomienda de Alcántara: Hogañazo, las olivas, piaras y rebaños del término se reparten entre dos casas de nobleza antigua y un beato arrepentido, comprador de bienes eclesiásticos, en los días de Mendizábal. Solana del Maestre, en la llanura fulgurante y reseca, es un ancho villar de moros renegado, y sus fiestas, un alarde berebere. - Pólvora y hartazgo, vino y puñaladas. - En aquellas ferias, con los calores, las calles eran bocanas de lumbre, y un agobio del aire con polvo de trillas y moscas tabaneras. Los negros charros, los gitanos escuetos, el haldudo mujerío con vistosos pañuelos portugueses, adquirían en aquel ambiente una luminosidad agresiva. Entre acecinados pastores de zurrón y montera, trotaban piños de cabras, escandiendo el baladro de las esquilas con un hálito agreste. Iban las piaras tardas y gruñidoras en una tolva: Ringlas de mulos movían con desgarbo las cruces anqueras, y no faltaban trifulcas de arrieros al contorno de los ornajos, por las rinconadas de paradores y mesones. Los vastos zaguanes rebosaban de gente aquel año subversivo de 1868. El cartel de ferias, bronco de rojos y gualdas, anunciaba veintitrés vaquillas de capea y cuatro novillos de muerte.

Ramón María del Valle Inclán, Viva mi dueño.

En la entrada anterior, les comentaba mi desacuerdo con la clasificación de Valle Inclán como uno de los integrantes de la generación del 98. Poco hay en él de la idolización de una Castilla austera y ascética, tan propia de un Unamuno o un Azorín.  Casi nada del uso natural del lenguaje, libre de refinamientos y florituras, casi oído en la calle, de un Machado o un Baroja. El estilo de Valle Inclán siguió siempre anclado en un preciosismo modernista, cercano al arte por el arte, esa manera poética de Rubén Dario - y de simbolistas y parnasianos franceses - en que el poema deviene joya tallada con primor, valioso en sí mismo, sin conexión con una realidad a la que vuelve la espalda.

Sin embargo, Valle Inclán supo darle la vuelta a ese esmaltado lingüistico para convertirlo en una arma con la que atacar y demoler un orden, político y estético, al que aborrecía: el de la restauración borbónica de 1875. Su conocimiento del lenguaje, de sus muchos registros y variedades locales, es tan preciso que le permite acertar con el nombre exacto, calificándolo luego con el adjetivo justo, para lo que describe o narra. El resultado es una concisión narrativa de rara intensidad y precisión, que le hermana con un escritor, como Baroja, que está en sus antípodas estéticas. Ambos son capaces de describir un lugar en un párrafo, caracterizar a un personaje en un par de réplicas, narrar un incidente entero en dos páginas escasas. Sus novelas, por tanto, marchan a una cadencia vivísima, saltando de un episodio a otro, con el lector siempre a punto de perder el resuello.

martes, 2 de julio de 2019

El pasado y el presente, la misma cosa (I)

¡Unos hartazgo, y otros tan poco, que una vuelta de las nubes basta a dejarlo sin pan y sin techo! ¡Si es más que justicia rebajarle a los ricos sus caudales! ¡Tanto vituperio sobre los caballistas, y callar la boca para el mal ejemplo del que corrompe su hacienda en el bateo de vino, baraja y mujeres! ¿Y esto no es más escarnio que tentarle las onzas a un malvado usurero que las tiene enterradas?  No les faltaba razón a los compadres cuando decían que las leyes las sacan los ricos, sin otra mira que sus prosperidades. El viejo pardo, por el hilo de sus cavilaciones y recelos, deducía el  monstruo de una revolución social. En aquella hora española, el pueblo labraba ese concepto, desde los latifundios alcarreños a la Sierra Penibética.

Ramón María del Valle Inclán, La corte de los milagros

No les voy a ocultar mi profunda admiración por Valle Inclán, cuya figura me parece que se agiganta a medida que pasa el tiempo. Entre los muchos escritores que forman esa generación que se dio en llamar del 98 - adscripciciones que me parecen forzadas y ....... - él me parece el más internacional de todos. No en el sentido de que sea el que mejor se puede vender a sensibilidades extrañas - como ocurre con García Lorca - sino por ser el que mejor conectó con lo que se estaba cocinando en la vanguardia europea de primeros del siglo XX. 

Sus esperpentos teatrales, por ejemplo, resisten la comparación con el distanciamiento Brechtiano e incluso adelantan ciertos dejes del futuro teatro del absurdo. Esa modernidad, en sintonía con Europa, le convierte en una excepción dentro del teatro español, incluso hasta mediados del siglo XX, Singularidad que se ha mantenido hasta el presente, cuando sus obras, a pesar de la dificultad lingüística que puedan suponer, son de una actualidad pasmosa. En gran medida, porque las divisiones, trincheras y bandos de tiempos de Alfonso XIII, ésas que llevaron al desgarro de la Guerra Civil, han vuelto a revivir como si el tiempo no hubiera pasado en absoluto. Efecto zombie del que tiene la culpa la cisura histórica del franquismo, pesadilla de la que no acabamos de despertar, mucho menos olvidar.

sábado, 22 de junio de 2019

Historia(s) de España (VII)

A partir de la segunda mitda del siglo XVII y principios del XVIII, el modo de explotar las colonias empezó a modificarse por parte de las potencias europeas. De proporcionar metales preciosos por medios no económicos y, secundariamente, ciertos productos destinados al consumo de privilegiados - especias, tintes para tejidos de alta calidad... -, se convirtieron en fuente de productos coloniales de consumo algo más general y en una ampliación del mercado interior para los artículos manufacturados de la metrópoli, adquiridos no solo por las dificultades que ésta imponía al desarrollo de un sector artesanal indiano, sino gracias al poder adquisitivo generado por la venta de coloniales en Europa. Pero el hundimiento de la industria de la monarquía hispana y la pérdida de los canales comerciales hizo que las colonias americanas siguieran siendo explotadas de forma feudal. Las Indias proveían a la corona de fuertes sumas de dinero recaudadas vía tributos y facilitaban puestos administrativos y prebendas a los segundones de la nobleza. El abastecimiento de productos manufacturados lo realizaban los extranjeros a través de Sevilla, a partir de 1717 de Cádiz, y muy frecuentemente merced al contrabando.

Historia de España dirigida por Tuñón de Lara, tomo 7, Centralismo, ilustración y agonía del Antiguo Régimen, Emiliano Fernández de Pinedo, Alberto Gil Novales, Albert Derozier.

Ya les he comentado en varias ocasiones la gran decepción que me está suponiendo la lectura de la Historia de España dirigida por Tunón de Lara. Junto a tomos magistrales - aquéllos escritos por un autor en solitario, curiosamente - se hallan volúmenes que poco aportan y que más bien parecen empecinados en marear al lector. Bien perdiéndose en disquisiciones metodológicas que sólo tenían interés para un experto de hace cuarenta años, bien citando datos fascinantes de los que no se ofrece contexto alguno ni su posible ligazón con otros. Por fortuna, en estos últimos casos, ahora se puede contar con wikipedia, pero pueden imaginar mi frustración de joven, cuando esta obra era una de las pocas al alcance de un estudiante interesado por la historia.

Gran parte de los problemas de esta obra se deben al enfoque marxista del estudio. Pero no en sus aspectos políticos, ni en sus conclusiones, sino la partición que obliga a realizar sobre el material histórico. Como podrán saber, para el marxismo la economía, junto con las relaciones de producción, es el motor de la historia, la estructura que conforma las sociedades y las fuerza a ser de una manera precisa y determinada. El resto, formas de gobierno, relaciones sociales, aspectos culturales, hechos históricos, son mera superestructura, consecuencia del sistema económico, síntoma sin mayor consecuencia, por lo que su estudio deviene secundario. Esa obligación de economy first, obliga a abordarla en primer termino en el estudio, lo que no sería reprochable, sino fuera por presentarla disociada del resto de aspectos sociales. Se muestra así como algo estático y determinado, sin verse afectadas por cuestiones climáticas, tan relevantes hoy, el impacto de guerras y conflictos, tan regidos por el azar, o las reformas políticas, que pueden acarrear resultados contrarios a los previstos -.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Sin dejar rastro (y III)

Louie Kamookak did not set out to solve one of naval history's most enduring mysteries. His early work focused on tracing the family trees of four main groups that made up the Netsilingmiut. As the lines of those family trees became clearer, Kamookak also got a better understanding of contacts that Inuit had with the foreign explorers. Qalunaaq names did not make any more sense to them than Inuit names registered in white men's ears. So Inuit gave the outsiders nicknames . A common one was Aglooka, from the Inuktitut description of the long strides they saw foreigners taking. The problem is that Inuit knew several nineteenth-century visitors by that name, including James Clark Ross and Rozier. That makes it hard for someone accustomed to the conventions of European history to untangle the various strands of it in Inuit oral history. But if an Inuk tells a story of an encounter with Aglooka from an old relative, and a listener like Kamookak knews the source's family group, he can figure out where they normally lived and hunted. That gave the Inuk historian a distinct edge over experts from the south trying to figure out the Franklin mystery. Travelling across Netsilingmiut territory, he listened and learned, deciphering elders' stories to figure out which groups of qaluunaq various Inuit family groups likely met, and when. In time Kamookak found that one of the most obvious mariners in the elders ' stories was Franklin loyal friend John Ross. Those accounts came from the years when the Ross expedition was trapped on the Boothia peninsula, and Netsilingmiut helped the sailors survive, sealing their place in local legend.

Paul Watson, Ice Ghosts

Louie Kamookak no se propuso desde un principio resolver un misterio naval (el de la expedición Franklin) de los más persistente de la historia. Su trabajo inicial se centraba en trazar los árboles genealógicos de los cuatro grupos principales que componían la tribu de los Netsilingmiut. A medida que los diferentes linajes se iban aclarando, Kamookak comenzó a tener una mejor comprensión de los contactos que los Inuit habían tenido con los exploradores extranjeros. Los nombres de los Qaluunak eran tan incompresibles para ellos como podían serlo los nombres Inuit para los oídos de los hombres blancos. Por ello, los Inuit se inventaron apodos. Uno comín era Aglook, proveniente de la descripción de las largas zancadas que los Inuktituk veían dar a los extranjeros. El problema es que los Inuit ser referían a varios visitantes decimonónicos con ese nombre, incluyendo a James Clark Ross y Rozier. Esto tornaba difícil, para quien está aconstumbrado a las convenciones de la historiografía europea, el desenredar los diferentes cabos que componen la tradición oral de los Inuit. Pero si un Inuk narra una historia de un encuentro de un pariente con Aglooka y un oyente, como Kamookak, conoce el árbol familiar de ese Inuk, puede adivinar donde vivían y cazaban. Esto confería una clara ventaja al historiador Inuk, comparado con los expertos del sur que intentaban aclarar el misterio de Franklin. En sus viajes a lo largo del territorio Netsilingmiut, Kamookak escuchó y aprendió, descifrando las historias de los ancianos para así esclarecer con qué grupos de Qaliinaq podían haberse encontrado los distintos grupos familiares Inuit. Con el tiempo, Kamookak averiguó que uno uno de los marinos más frecuentes en las historias de los ancianos era John Ross, el fiel amigo de Franklin. Esas narraciones provenían de los años que la expedición de Ross permaneció atrapada en la península de Bothia y los Netsilingmiut ayudaron a los marinos a sobrevivir, quedando marcado en sus leyendas.

Este es el último libro sobre la desaparición de la expedición Franklin que voy a reseñarles. Visto lo tenues y contradictorias que son las pruebas e indicios que nos han llegado, no creo que se pueda concluir nada definitivo sobre el destino de los expedicionarios. Al menos hasta que terminen las excavaciones submarinas en los pecios del Erebus y el Terror, los dos barcos de la expedición recientemente encontrados en 2014 y 2016, respectivamente. Esta tarea va a llevar años, cuando no decenios, y temo que las elevadas esperanzas puestas en ellas se vean defraudadas, al suscitar más preguntas que respuestas, cuando no misterios insolubles.

De hecho, si compre este libro es porque narraba, precisamente, el hallazgo de estos pecios, relato casi ausente en los dos libros anteriores, tanto en el de Woodman como en el de Potter. Aún así, los comentarios que leí en la tienda de internet donde lo adquirí eran desalentadores. Según ellos, esta obra no añadía nada a lo expuesto en las obras clásicas sobre el tema. Incluso se le reprochaba el perderse en meandros y digresiones que poco interesaban al tema principal, al tiempo que se olvidaban hechos fundamentales en el desarrollo de las investigaciones.

Éste último defecto era bien cierto, ya que, por ejemplo, se pasaba de puntillas tanto sobre la tarea de recopilación de los testimonios Inuit que realizó Rae en 1870, como sobre las penalidades de varias de las expediciones de rescate, en concreto la de McClure. Por el contrario, se dedicaba una atención desmesurada al circo, con mediums y videntes incluidos, farsantes y personas de buena fe. que se montó alrededor de la esposa del explorador; o las supuestas hazañas, ya en nuestro siglo, de uno de esos millonarios/aventureros que tanto abundan en el mundo anglosajón, pero que en esta ocasión, aparte de destruir pecios, poca relevancia tenían.

Sin embargo, cualquier libro de historia, aunque divague y se pierda por vericuetos, puede ser una fuente inestimable de información, siempre que abunde en datos bien investigados. Tal es el caso del libro de Watson, que ilumina multitud de aspectos secundarios de las numerosas búsquedas en pos de la exposición perdida. Algunas de ellas, cierto, total y completamente irrelevantes; otras, sin embargo, de gran pertinencia. Como el papel fundamental que tuvieron y tienen los testimonios Inuit en la reconstrucción y verificación de cualquier teoría sobre la desaparición de la expedición

viernes, 21 de septiembre de 2018

Sin dejar rastro (y II)

McKlintock thought that Ootgoolik referred to the west coast of King William Island, but we  have seen that this term applies to the west coast of the Adelaide Peninsula. Hall was told that the natives found this second ship "in the ice of the sea between Dease Strait and Simpson Strait" - modern Queen Maud Gulf. From descriptions of the actual wreck site, Hall concluded that the ship, "sank some time after they [the Inuit] found it but no so bad what the topmast were above water - ultimatley (sic) the ice broke the vessel that masts, timbers etc. drifted to the land south side of Ook-joo-lik sea & and there found in abundance by Ook-joo-lik natives. 

Hall was later given more detail about this wreck by an Oot-goolik native named Ek-pre-ree-a.

This ship first seen he said by Nuk-kee-che-uk an Ook-joo-lik Innuit who in now dead, having been killed by his (Ek-kee-pee-ree-a0's) father. This he told me with a smile. This ship had 4boats hanging at the sides and 1 of them was above the quarter deck. The ice about the ship one winter's make, all a smooth flow (sic) & and a plank was found extending from the ship down to the ice. The innuit were sure some white men must have lived there through the winter. Heard of tracks of 4 strangers, not Innuits, being seen on the land adjacent to the ship (Emphasis in the original)

David C. Woodman. Unravelling the Franklin Mistery, Inuit Testimony

McKlintock pensó que Ootgoolik se refería a la costa oeste de la isla del Rey Guillermo, pero ya hemos visto que ese apelativo se aplica a la costa occidental de la península de Adelaida. A Hall se le contó que los nativos habían encontrado ese segundo barco « en el hielo, en el mar entre el estrecho de Dease y el de Simpson » - el actual golfo de la Reína Maud. De la descripción del lugar del naufragio, Hall concluyó que el barco « se había hundio al poco de ser encontrado [por los Inuit], pero no tan profundo que los mástiles no sobresalieran del agua - al fimal (sic) el hielo troncho el barco, de manera que los mástiles y el maderamen fueron arrastrado a tierra, al sur del mar de Ook-joo-lik, donde los nativos los encontraron en abundancia.

Hall consiguió aún más detalles del pecio por medio de un nativo de Oot-goolik de nombre Ek-pre-ree-a. 

« Este barco fue visto primero por  Nuk-kee-che-uk un Inuit de Ook-joo-lik ya muerto,k asesinado por su padre (el de Ek-kee-pee-ree). Esto me lo narró sonriendo. Este barco tenía cuatro botes colgados a sus lados y 1 de ellos estaba sobre la cubierta. El hielo que rodeaba al barco era de un invierno de edad, todo suave fluido (sic) y se encontró una plancha de madera que descendía del barco hasta el hielo. Los Inuit tenían la certeza de que algunos hombres blancos debían haber vivido allí durante el invierno. Se hablaba de rastros en la nieve de cuatro extraños, que no eran Inuit,  vistos en las tierras próximas al barco »

Buscando libros que resumiesen el estado de las investigaciones sobre la expedición Franklin, llegué por casualidad a éste de Woodman. Sin sospecharlo, me había tocado el premio gordo de la loteria. Unravelling the Franklin Mistery, Inuit Testimony (Desenredando el misterio de Franklin, el testimonio de los Inuit), es un libro clave en la investigación moderna de la desaparición de esa expedición. 

Publicado en los años 90, Woodman realiza en él un análisis exhaustivo del cúmulo de noticias obtenidas de los Inuit por los exploradores que fueron en busca de Franklin. No sólo los más famosos, y que ya les señale en la entrada anterior, como Rae, MacKlintock o Hall, sino otros menos conocidos o mucho más tardíos, como Schwatka, el propio Admundsen o Rassmussen, éstos últimos ya en el siglo XX. Y no sólo lo publicado por ellos, ya corregido y pulido, sino los diarios originales que dormían en los archivos, más cercanos a la verdad y con menos distorsiones, tanto voluntarias como involuntarias. Con esas fuentes, Woodman construyó una versión alternativa al destino de la expedición que destaca por su lógica y su verosimilitud, y que ha sidoconfirmada en gran medida por los descubrimientos de los pecios del Erebus y el Terror, encontrados en los lugares señalados por los Inuit y en condiciones casi idénticas a las descritas por ellos.