jueves, 27 de diciembre de 2018

Al borde del apocalipsis (y III)

Kennan sostenía que los soviéticos estaban fanáticamente convencidos de que no era posible un modus vivendi con los norteamericanos y que para preservar su propia seguridad, necesitaban «romper la armonía de nuestra sociedad, destruir nuestro modo de vida tradicional y acabar con la autoridad internacional de nuestro estado». La conducta de los rusos respondía, en opinión de Kennan, que era historiador de formación y conocía la lengua rusa, a una mentalidad de siglos. Temerosos de los extranjeros, e inseguros ante la superioridad tecnológica de Occidente, habían desarrollado una visión del mundo paranoica que les hacía creerse sitiados. En cuanto al marxismo, los dirigentes soviéticos no creían en él, sino que lo utilizaban como un pretexto `para disimular la vaciedad de lo que no era más que la última de una larga serie de tiranías rusas que habían recurrido al poder militar para reforzar «la seguridad externa de unos regímenes internamente débiles». No se podía negociar con los soviéticos, ni se debía tratar de aplacarlos. Sólo una actitud de firmeza, unida a la voluntad de usar la fuerza si era necesario, podía contener a la Unión Soviética, sensible sobre todo a la lógica de la fuerza. «Por esta razón puede retirarse -y normalmente lo hace- cuando encuentra una fuerte resistencia en algún punto»

Los errores de Kennan eran evidentes e iban a tener graves consecuencias en el futuro. Al demonizar a los dirigentes soviéticos, ha escrito Herring, Kennan «confirmaba la futilidad e incluso el peligro de más negociaciones» y preparaba el camino para una política de enfrentamiento. Este texto (el telegrama largo) venía a dar una confirmación de experto al giro político que se estaba produciendo en Washington. Aunque se trataba de un documento secreto, James Forrestal lo hizo circular por el gobierno.

Josep Fontana, Por el bien del Imperio

El segundo libro que he leído, en estos últimos meses, sobre la guerra fría es la monumental obra de Josep Fontana, si bien su marco temporal excede un tanto al de la Guerra Fría en sí. La conclusión de su relato, abierta, como era de esperar, coincide con el presente del historiador, un 2011 en el que la Gran Depresión estaba en su apogeo y surgían los primeros movimientos de protesta popular contra el neoliberalismo rampanta. Fuerzas, amorfas y acéfalas, que en aquellos tiempos eran de izquierdas, como el movimiento 15M español, los 99ers americanos o los muchos Occupy/Ocupa, que siete años más tarde parecen haber sido barridos por los vientos de la historia, substituidos por potentes formaciones de extrema derecha que proclaman su racismo, xenofobia, machismo y nacionalismo a los cuatro vientos. 

Una inesperada metamorfosis a corto plazo que remeda la otra transformación, esta vez de largo recorrido, que motivó a Fontana el realizar la narración histórica del periodo 1975-2011. Su pregunta es aterradora en su simplicidad: cómo pudo ocurrir que una Europa que acaba de aplastar al Nazismo y que, junto con los EEUU, aspiraba a unos sistemas políticos de mayor representación popular y justicia social, acabase derivando a un neoliberalismo sin ley, en donde todo, leyes, derechos, deberes, se supedita al mero beneficio empresarial. Evolución de la que la victoria mundial de los citados populismos de ultraderecha no es más que la última etapa. Demasiado similar, por otra parte, a esa Europa de los años 30 que repudiaba la democracia y prefería gobiernos autoritarios y represores.

Sin embargo, la lectura del libro me ha dejado sentimientos encontrados. Es cierto que la cantidad de datos y hechos, en su mayoría ciertos, que se pueden encontrar en el libro es abrumadora, a lo que hay que agradecer que el posicionamiento político de Fontana, cercano al comunismo, nos libre de la propaganda de los vencedores de la Guerra Fría, al tiempo que procede a su denuncia. Sin embargo, esa virtud es también su mayor defecto. Por sistema, Fontana excusa y disculpa las iniciativas tomadas por el llamado bloque comunista, que acaba por parecer menos hegemónico, belicoso y totalitario de lo que en realidad fue. Sin contar que con su fijación en los "malos" de su narración, los EEUU, otros muchos aspectos de la evolución global quedan sin explicar o simplemente se omiten. Por ejemplo, tanto la revolución Sandinista como la Iraní parecen surgir de la nada, mientras que en este último caso su deriva hacia la teocracia se silencia, al mismo tiempo que se desconecta sde lo que ha acabado siendo un problema capital en el mundo moderno: la polarización del ámbito musulmán hacia el islamismo radical.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Los muchos caminos/las pocas vías

Zao Wou-Ki

Varias veces les he recalcado que el gran defecto de las exposiciones del MNCARS es su exhaustividad, que llega a ser abrumadora. Para demostrar fehacientemente y sin fisuras la tesis propuesta se recurre a todo tipo de ejemplos, acumulados de manera insistente, incluso reiterativa. En sí, esto no es una mala táctica, ya que permite estudiar en profundidad a un artista, en las monográficas, o realizar comparaciones insospechadas, en las colectivas, tanto de manera sincrónica como secuencial. El problema viene cuando coinciden tres o cuatro exposiciones de primera categoría, como es el caso, y el aficionado se queda sin tiempo para exprimirlas. Es decir, encuentra que no dispone de cuatro o más horas libres, para verlas con la atención que se merecen.

Es lo que me he ocurrido, hoy mismo, con la exposición enciclopédica París Pese a Todo: Artistas extranjeros, 1944-1969. Tras haber recorrido, con tranquilidad y detenimiento, las tres muestras de la tercera planta, dedicadas a Camnitzer, Ghirri y Tanning, para cuando he llegado a la primera planta apenas me quedaba ya tiempo para otra cosa que una visita superficial y apresurada. Tanto peor, porque la importancia y pretensiones de esta exposición son considerables. Ni más ni menos, narrar la evolución del arte en París, mediante las obras de los artistas extranjeros que allí confluyeron, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la conclusión de la década prodigiosa de 1960. O en otras palabras, recorrer los multiples y multiformes informalismos;  la evolución de la abstracción, ya sin sus fundadores; las muchas variantes del Art Brut, el feísmo, el desengaño y desconfianza artística y filosófico de postguerra; para terminar con los idealismos políticos renovados de 1960 y la irrupción del arte pop, ya fuera ésta para bien o para mal.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Al borde del apocalipsis (y II)

The moves away from dictatorship and toward more accountable forms of government in many parts of the world at the end of the Cold War were much helped by invigorated  international debates on rights and norms. Many of these debates questioned the strong and in some places almost overwhelming role of the state in Cold War politics. The Cold War had helped states to expand their power over people and communities everywhere. Even in the United States, where so many ideological positions privileged individual freedoms and rights, the practice have been toward and enlargement of the capacity of the federal government. The argument, everywhere, had been won by the combined needs of military preparedness and social improvement. The former was to fend off enemy expansion. The latter was to organise society better and to present it as the model of the future. But in the 1980 these forms of thinking were coming under pressure both in the East and West. In the Soviet Union, Gorbachev began to reconsider the established belief that mere state power was the solution to all the problems. In the United States and Britain neoliberals challenged the very foundations that postwar interventionism was built on: that capitalism functioned better if it was regulated by governments. While before state seemed to be the answer (or at least part of it), now, for some, it was the mother of all ills.

Odd Arne Westad, The Cold War: A World History


El alejamiento, en muchas partes del mundo, de formas de gobierno dictatoriales en favor formas sujetas a escrutinio al final de la Guerra Fría fue promovido por un renovado debate internacional sobre derechos y deberes. Muchos de esos debates ponían en cuestión el poderoso papel del estado en la política de la Guerra Fría, abrumador en ocasiones. La Guerra Fría había permitido en todas partes que los estados expandieran su poder sobre la población y la comunidad. Incluso en los Estados Unidos, donde se privilegiaba ideológicamente los derechos y libertades individuales, en la práctica se había promovido la ampliación de los poderes del estado federal. La discusión, aquí y a allá, había sido ganada por una doble necesidad combinada: la preparación militar y la mejora social. Aquélla debía mantener a raya la expansión enemiga. Ésta tenía que mejorar la organización social y mostrarla como modelo futuro. Pero en 1980 estos modos de pensamientos estaban siendo puestos a prueba tanto en el Este como en el Oeste. En la Unión Soviética, Gorbachev comenzó a cuestionarse la creencia heredada según la que el estado era la solución a todos los problemas. En los Estados Unidos y Gran Bretaña, los neoliberales impugnaron los fundamentos que los que se basaba el intervencionismo estatal de la postguerra: que el capitalismo marchaba mejor si estaba regulado por el gobierno. Mientras que antes el estado parecía ser la solución (o al menos parte de ella), ahora, para algunos, era la fuente de todos los males.

En la entrada anterior, les comentaba las muchas dudas que comienza a haber sobre la versión oficial del comienzo de la guerra fría. Según ella, tras la desidia de Roosevelt y su manifiesta indulgencia hacía Stalin, Truman había tenido que adoptar una política de intransigencia hacía la URSS, única manera de evitar que el totalitarismo soviético se hiciera con el continente europeo, tal y como ya había ocurrido en el Este de Europa. Sin embargo, lo que se comienza a pensar ahora es que salvo países muy concretos, caso de Polonia, Stalin hubiera estado dispuesto a neutralizar gran parte del continente a cambio de disponer de tiempo para reconstruir la URSS. De hecho, y para sustentar esa tesis, la toma del poder definitiva en países como Checoslovaquia  sucede no en 1945, sino en 1948, y como respuesta a los primeros desaires de los aliados occidentales.

No se puede aventurar qué hubiera ocurrido en el contienente si los EE.UU hubiera adoptado una postura más negociadora y hubieran jugado las bazas que tenían para obtener concesiones de Stalin. Lo que sí sabemos es que la Guerra Fría cristalizó en Europa, en 1948, para mantener dividido el continente durante cuarenta años. Durante ese periodo, ambos bandos se observarían, intranquilos, desde su lado de una frontera militarizada en un grado impensable. Dispuestos a invadir al contrario, o detener su ofensiva, utilizando todo su poder militar, sin descartar el uso de armas nucleares. Es más, incluyendo ese arma definitiva en sus planes, desde su uso meramente táctico, hasta el ataque masivo que debía arrasar por entero los países enemigos.

Esa militarización extrema, unida a la certeza de que cualquier conflicto en Europa derivaría en guerra nuclear total, congeló la frontera entre ambos bloques y el propio desarrollo de la Guerra Fría. La única solución para obtener la victoria, se creía, era trasladar las operaciones militares a otros países, los de tercer mundo y las excolonias europeas, donde la guerra entre EEUU y la URSS se libraría por intermediarios, sin arriesgarse a desencadenar la Tercera Guerra Mundial. El objetivo de ambas partes era robar al enemigo el mayor número de fichas sobre el tablero, de manera que éste se derrumbase sobre sí mismo, incapaz de mantener una supremacía planetaria. El resultado fue un inmenso sufrimiento humano, cuyas secuelas aún permanecen, con el añadido perverso de que además fue completamente inútil. Al final, la Guerra Fría se decidió en Europa, en las mismas regiones del Este del continente donde se había iniciado.

sábado, 22 de diciembre de 2018

El orden del mundo

Arte del periodo de Amarna, Segunda mitad del siglo XIV a.C.





En el Caixaforum madrileño lleva abierta ya desde hace unos meses una extensa exposición dedicada a la figura del Faráon en el Antiguo Egipto. O mejor dicho, una exposición que intenta ilustrar la vida y las creencias de esa civilización mediante la figura de sus gobernantes.

Ese enfoque, como ocurre con otras culturas en las que la que la arqueología es vital para su conomimiento, se debe a las propias limitaciones y lagunas de la disciplina. Gran parte de lo que  ha llegado hasta nuestros días gira por necesidad alrededor de la figura del Faraón, en forma de pirámides, tumbas y templos funerarios. Construcciones pensadas para la eternidad, un futuro remoto en donde ellas conservarían tanto la existencia ultraterrena del Faraón como el recuerdo de sus glorias. Incluso cuando nos adentramos en entornos más privados, menos oficiales, la sombra del faraón sigue gravitando sobre ñps hallazgos. Las tumbas son ahora de funcionarios y sacerdotes al servició del gobernante, e incluso un yacimiento único, como el poblado de artesanos de Deir-el-Medina, tenía como misión la construcción y decoración de las sepulturas de la élite, los únicos con recursos necesarios para crearse moradas para el más allá.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Al borde del apocalipsis (y I)

Stalin hoped that his alliance with the United States and Britain would last for several years after the war ended. His country was a disaster in 1945. The physical destruction was immense, as were the human losses. He feared the consequences for its own party if people were forced to live in misery even after the war was over. But Stalin was never quite sure what peace really meant, or whether his and communism's international opponents were willing to let him rest. There was no opposition to his dictatorship in the Soviet Union, and Stalin had a hard time imagining any opposition coming out of the new regions the Red Army had conquered. These countries might not be ripe for Communism yet, he thought, but they could be guided toward it by his authority and the example of the Soviet state. The British and Americans would extend their form of capitalism into the heart of Europe. Stalin would, at least over time, attempt to do the same with his system. It was both and ideological and strategic imperative. "This war" Stalin told his Yugoeslav Communist admirers in April 1945, "is not as in the past; whoever occupies a territory also imposes on it its own political system. Everyone imposes his own system as far as his army can reach. It cannot be otherwise"

Odd Arne Westad: The Cold War, A World History

Stalin esperaba que su alianza con los EE.UU. y Gran Bretaña durase varios años tras el fin de la guerra. En 1945, su país estaba en un estado desastroso. La destrucción física era inmensa, al igual que las pérdidas humanas. Temía a las consecuencias para el partido si se obligaba a la población a vivir en la pobreza más allá del fin de la guerra. Pero Stalin nunca estaba seguro de cuál sería el significado de la paz ni si los oponentes internacionales del comunismo le darían un respiro. No había oposición a su dictadura en la Unión Soviética y a Stalin le era difícil imaginar una oposición proveniente de las nuevas regiones conquistadas por el ejército rojo. Esos países podrían no estar maduros para el Comunismo, pero podían ser guiados hacia él mediante su autoridad y el ejemplo del estado soviético. Británicos y Americanos iban a extender su modalidad de capitalismo hasta el corazón de Europa y Stalin haría lo propio con su sistema político, al menos con el tiempo. Era un imperativo ideológico y estratégico. «Esta guerra» comunicó Stalin a sus admiradores yugoeslavos en abril de 1954 «no es como las pasadas, quien ocupe un territorio también impondrá allí su sistema político. Todos lo impondrán hasta donde alcancen sus ejércitos. No puede ser de otro modo.»

El periodo que llamamos la Guerra fría, de 1945 a 1991, o de 1948 a 1989, según se mire, tiene un interés especial para mí. En gran medida, por razones biográficas, ya que mi periodo formativo, el de mi adolescencia y primera juventud, coincidió con su recrudecimiento final en la década de los 80. Fue tan fuerte la impresión que me produjo vivir al borde del exterminio nuclear que, en gran medida, aún contemplo y juzgo la actualidad política con la mentalidad de antaño. Grave error, como pueden suponerse.

No debe sorprenderles que casi desde el momento en que cayó la URSS comenzase a leer libros sobre ese periodo, para intentar entender lo que había vivido. Las primeras obras que consulté, me doy cuenta ahora, tenían pesados lastres que las hacen casi inservibles, más allá de mera referencia de su transcurso temporal. El problema no estriba en su natural precipitación o que se pusiese el acento en temas quizá secundarios, como los complejos sistemas de armas y de alerta temprana que regían el equilibrio del terror, sino en su dependencia de la propaganda de los vencedores. Aquélla que decía que Truman y Churchill tuvieron los arrestos de plantarle la cara a Stalin, al contrario que el débil de Roosevelt, para impedir que el totalitarismo comunista se adueñase de Europa entera. O la otra que erigía a Thatcher, Reagan y Juan Pablo II en trío de duros cowboys que por si solos se las arreglaron para derribar el odioso sistema soviético  y traer la democracia a una Europa sojuzgada.

Pero... ¿realmente fue así? Mejor dicho, ¿fue inevitable la Guerra Fría? ¿Tuvo que acabar como acabó?

domingo, 16 de diciembre de 2018

La lista de Beltesassar: Conclusiones II

En la entrada anterior, les recordaba como en el periodo cubierto por la selección de cortos del misterioso profesor Beltesassar, de 1990 a 2010, se había obrado un cambio cualitativo en el mundo de la animación. Esa revolución, porque no merece otro nombre, había consistido en la introducción de la animación 3D, que en pocos años había pasado de ser una curiosidad, de acabado tosco y burdo, a convertirse en la forma dominante, capaz de substituir y suplantar la propia realidad. Toca ahora examinar con brevedad como esa nueva forma había afectado a las tradicionales, tanto en su apreciación como en su proceso productivo, tanto en sus formas comerciales como en las vanguardistas/experimentales.

La primera constatación es que el ordenador se ha convertido en una herramienta insustituible en el proceso animado. En la animación comercial, sea americana, europea o el anime japonés, ha conseguido que la gran mayoría de los defectos usuales e inevitables de la animación tradicional, dibujada primero en papel y luego transferida a acetatos, hayan desaparecido por completo. Por ejemplo, el temblor en la imagen debido al uso de distintos acetatos entre cada plano ha sido erradicado, así como las diferencias en color debidas a tener que pintarlos uno por uno, en ocasiones por diferentes manos.  Asímismo, aunque los diseños, e incluso la animación en primer borrador, puedan seguir siendo realizadas a mano, acaban siempre por ser escaneadas. La liberación del formato físico, sea papel o acetato, permite hacer correcciones, incluso reconstruir toda la secuencia, en un tiempo mucho menor y casi sin costes, fuera del de las horas de trabajo del operador.

martes, 11 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y IV)

Ahora bien, pese a que la Brigada Político Social haya cambiado de nombre, lo cierto es que sus agentes han continuado sirviendo en las Fuerzas de Seguridad, y muchos de ellos se han reciclado en la lucha antiterrorista. De hecho, entre este personal, que no ha sido objeto de ninguna depuración, destacan algunas figuras emblemáticas, como el «superagente» Roberto Conesa, probablemente el más conocido. Conesa ingresó en la policía en 1939 y fue adquiriendo experiencia en la lucha contra las guerrillas republicanas de los maquis del Norte, convirtiéndose rápidamente en un especialista de los interrogatorios y de la obtención de confesiones por medio de la tortura -como bien recordarán los acusados del proceso de Burgos-. En los últimos años del franquismo, y transformado en un torturador de renombre, Conesa logrará auparse hasta la cima de la Brigada Política Social. En 1976, al suprimirse este último cuerpo, es nombrado jefe superior de la policía de Valencia. En enero de 1977, tras los desastrosos resultados que está obteniendo la policía en el  caso Oriol, el nuevo director general de la Seguridad del Estado, Mariano Nicolás, exgobernador civil de Valencia, decide llamar a su antiguo jefe de policía. Éste regresa a Madrid, substituye al comisario encargado de la investigación, y en menos de dos semanas consigue resolver el asunto. Varios testigos referirán posteriormente el espanto que se apoderó de ellos al descubrir de pronto en primera plana de todos los medios el rostro del hombre que tanto sufrimiento les había infligido unos años antes. En marzo, Martín Villa le nombra director de la recién creada Brigada Antiterrorista, es decir, los GEOs. Le felicita además por su eficacia en el caso Oriol y lo condecora con la medalla de oro al merito policial. Conesa se pone al frente de la Comisaría general de Información, bajo la que se oculta la antigua Brigada Político Social. En el otoño de 1978, será enviado en misión especial al País Vasco, al frente de unos sesenta policías, con el fin de actualizar la información sobre ETA. Procede entonces a la detención de cerca de 180 personas pertenecientes a los círculos nacionalistas vascos, arrestando indiscriminadamente a los miembros activos y a los ya retirados de la organización e interrogando asímismo a sus familiares o a los militantes de otros partidos alejados de toda actividad terrorista. En 1979 sufre un infarto de miocardio y queda apartado de toda actividad laboral.  Una vez alcanzada la edad de la jubilación, se retira definitivamente de la policía.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica.

En la entradas anteriores, les había hablado de como se ha creado un mito casi indestructible sobre una transición remanso de paz que en realidad no fue tal, sino con un grado de violencia similar al de la Italia coetánea, sumida en una sangrienta guerra sin cuartel entre terrorismo de izquierda y derechas. Asímismo, y en nuestro caso,  la pervivencia en el recuerdo de ambas ramas del terrorismo ha tenido muy diferente suerte. Aun cuando ambos fueron casi igual de violentos, el de la derecha ha quedado casi olvidado, salvo hechos excepcionales como la matanza de Atocha; mientras que el de izquierda sigue siendo utilizado como arma arrojadiza en el combate político, producto de la larga trayectoria de ETA durante los 80 y 90. Sin embargo, hay un tercer tipo de violencia que ha desaparecido por completo de la memoria e incluso de la reflexión histórica: el ejercido por el propio estado.

No es de extrañar, ya que la existencia de esa violencia niega de pleno el mito de la transición pacífica e incluso su legitimidad. Si los poderes existentes usaron la fuerza, la violencia, la intimidación y el amedrentamiento contra su propia población, sus credenciales democráticas quedan claramente en entredicho. Por otra parte, documentar y probar esos hechos delictivos del estado es harto difícil. Algunos, como la guerra sucia contra el terrorismo ejemplificada no sólo por el GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) , sino por su posible predecesor, el nebuloso BVE (Batallón Vasco Español), pertenecen al ámbito de las operaciones secretas, cuya envergadura sólo suele salir a luz muchas décadas tras los hechos, tras la desclasificación de los archivos oficiales. Otros, como la tortura en las comisarías, suelen terminar siendo silenciadas por el miedo y la indefensión de sus víctimas, temerosas de volver a ser succionadas por ese torbellino del terror y el sufrimiento. No obstante, como bien hace Baby en el libro que vengo comentándoles, sí es posible realizar un estudio de esa violencia estatal, aunque sea fragmentario. Incluso es posible dividirlo en dos periodos, los separados por la disolución del TOP (Tribunal de Orden Público) franquista y su substitución por la Audiencia Nacional, el 4 de enero de 1977

domingo, 9 de diciembre de 2018

La lista de Beltesassar: Conclusiones I

Como les había anunciado la semana pasada, he llegado al final de las compilaciones de cortos realizadas por el misterioso profesor beltesassar. Ha sido un largo camino, comenzado hace cinco años, el 19 de mayo de 2013, y me temo que en ese periodo se han modificado demasiadas cosas, tanto en el mundo de la animación como en mi apreciación de esa forma.

Empecemos por la propia lista de Beltesassar. Esa persona o personas anónimas comenzaron a distribuir sus antologías en 2007, hasta totalizar un total de 17 compilaciones, de tamaño e interés muy variados. Así, cuando escribí la primera de estas entradas, podía pensar que las colecciones de Beltesasatr constituían un conjunto abierto, al que habría de añadirse más y más entregas. Un concepto, el de obra en construcción, que era uno de sus principales atractivos, puesto que el grueso de los cortos eran contemporáneos,  en concreto de las décadas de 1990 y 2000. Ofrecía por tanto, una visión necesaria, muy de agradecer, de las nuevas tendencias y caminos de la animación, en sus vertientes no tan comerciales o directamente independientes y experimentales.  Obras aisladas que con demasiada frecuencia terminan siendo invisibles, reducido su poco impacto al paso por festivales primero, a lo que acabe subido a las plataformas de streaming luego.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y III)

Al margen de estas campañas puntuales, la acción armada de ETA se propone frenar toda veleidad de resistencia ciudadana o de « colaboración » con el enemigo, sembrando progresivamente el terror entre la población vasca. La organización elige como blanco a aquellos individuos a los que previamente ha estigmatizado como adversarios de la causa nacionalista, lo que deja la puerta abierta a la práctica de un terrorismo indiscriminado. Un análisis detallado de las víctimas civiles de ETA permite entrever a un tiempo las fórmulas con las que se califica a este enemigo y el lugar que ocupan los civiles que escapan a ese etiquetado simbólico. Dejando a un lado a los empresarios, que se convierten en blanco de la banda por motivos principalmente vinculados con la extorsión de fondos, y a los representantes de la administración, que sufren las acciones de ETA en el contexto de su enfrentamiento con el Estado, la quinta parte de los civiles asesinados por ETA serán atacados por su compromiso político, confirmado o supuesto. Al ser considerados como enemigos ideológicos decididos a oponerse frontalmente al proyecto que acaricia el movimiento de liberación nacional de los radicales vascos, esas personas pueden ser simpatizantes de la extrema derecha (antiguos miembros de la Guardia de Franco, carlistas tradicionalistas o presuntos integrantes de los grupos antiterroristas que causan estragos en el País Vasco), o militantes regionales de los partidos parlamentarios nacionales. La UCD, partido fundado por Adolfo Suárez e iniciador de la reforma democrática, se cuenta entre las formaciones más afectadas, ya que en el otoño de 1980 tres miembros del ejecutivo regional mueren asesinados, mientras otros sufren diversos ataques, como Gabriel Cisneros, un diputado de notable reputación, víctima de un intento de secuestro en julio de 1979 - del que logrará escapar, aunque gravemente herido -, o las víctimas de largos secuestros, como Javier Ruperez, de quien ya hemos tenido ocasión de hablar. También morirán asesinados dos militantes de Alianza Popular, el partido que dirige Manuel Fraga, exministro de Franco y duramente hostil a ETA desde sus inicios. En noviembre de 1979 se llega a asesinar incluso a un militante del PSOE, acusado de ser un « colaborador de las fuerzas represivas ».

Sophie Baby. El mito de la transición política.

 En la entrada anterior, les comentaba el estudio y conclusiones de Baby sobre la violencia de extrema derecha, en donde primaba la paradoja de su rápido eclipse en los primeros años de la transición. Sin embargo, se me olvidó señalar otra extrañeza no menos notable: su desaparición casi completa de la memoria colectiva. Aunque casi tan mortífera como el terrorismo de izquierdas, al menos en sus años de mayor pujanza, la mayoría de la población guarda la idea equivocada de que el terrorismo fue en su mayoría de un solo bando. De la derecha, como mucho, se recordará la matanza de abogados laboralistas en la calle Atocha, en enero de 1977, pero poco más.

Este olvido tiene un origen claro. Como señalaba en esa misma entrada, los  mismos sectores radicales de la derecha, al darse cuenta de que no podían volver a traer el franquismo con sus solas fuerzas, hallaron refugio en la Alianza Popular de Fraga, esperando conquistar el poder con los votos; o, cuándo esto se mostró también un callejón sin salida, depositando sus esperanzas en un golpe militar.  El fracaso del golpe, a su vez, asestó un golpe mortal a la extrema derecha, que durante un par de décadas no se atrevió a manifestarse públicamente con orgullo. Por el contrario, el terrorismo de izquierda continúo mucho más allá del periodo estricto de la transición, en forma de las acciones del GRAPO y sobre todo ETA, condicionando el desarrollo y la política de la joven democracia. Hasta un punto que incluso hoy, cuarenta años tras la aprobación de la constitución, usar el nombre de ETA y de etarra constituye un arma política de especial contundencia.

sábado, 1 de diciembre de 2018

El mundo/el museo entero

La Piedad Despla, Bartolomé Bermejo


Aunque pueda sonar a sacrilegio, les tengo que decir que he salido más satisfecho de la visita a la exposición de Bartolomé Bermejo, abierta ahora mismo en el Prado, que de la celebratoria del segundo centenario de esa pinacoteca. Por mucho que ésta sea mucho más grande y ambiciosa que aquella, además de  haber sido anunciada a bombo y platillo en todos los medios. Dígamos que tengo debilidad por las exposiciones mínimas, más aún cuando se centran en un pintor cuya obra se desarrolla en un periodo que encuentro fascinante: la transición del gótico al renacimiento.

Parte de mi atracción por este periodo y estos artistas se debe que su figura se suele hallar envuelta en un denso manto de misterio. Estamos acostumbrados, por influencia del romanticismo y de las vanguardias, a imaginar a artistas cuya vida, su ideología, sus conflictos y aspiraciones, se revelan en el lienzo. Sin el conocimiento detallado de la biografía del pintor, de sus ideas y su personalidad, la obra se quedaría coja, amputada de gran parte, sino todo, su impacto e importancia. Esa necesidad por completar lo visto ha servido de acicate a profundos y detallados estudios, que llegan a crear la ilusión en los lectores de poderconocer íntimamente al artista, ser, sino su amigo, al menos alguien cercano a él. Lo suficiente para compartir su arte, cuando no replicarlo.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Las cuentas pendientes (y II)

No obstante, el análisis ha mostrado que el objetivo último no consistía en proteger un ámbito ideológico amenazado, sino en reconquistar asímismo un espacio público ocupado por grupos enemigos - procediendo para ello a reafirmar una identidad vacilante -. Enfrentada a una evolución histórica que parece cada vez más inexorable, lo que intenta la extrema derecha con sus iniciativas de carácter proactivo es construirse un espacio identitario propio y conquistar una esfera de influencia en el marco político que se está organizando. De hecho, da la impresión de que, tras la aprobación de la Ley para la Reforma Política y desde los mismos inicios de 1977, los grupos de extrema derecha renuncian a poner en práctica una estrategia global de terror. A partir de ese momento de contentan con instrumentalizar las acciones terroristas de sus oponentes, con intimidar a la oposición durante los periodos electorales, y con reafirmar su presencia en el espacio público mediante periódicas demostraciones de fuerza. El sector social más nostálgico del franquismo se integra en el proceso de reforma: los líderes del búnker, cono Girón de Velasco, que se halla al frente de la Confederación de Excombatientes, se suman al juego parlamentario pasando a engrosar las filas de Alianza Popular, y el propio Blas Piñar, dirigente de Fuerza Nueva, termina por mostrarse más proclive a la estrategia electoral que a la acción directa. De ese modo, los militantes más radicales quedan desprovistos de todo apoyo organizativo. Los únicos que seguirán disfrutando de un respaldo activo - al menos de forma oficiosa, serán los grupos que se lancen a la lucha contra el terrorismo vasco - lo que explica el impacto de sus crímenes. Por lo demás, después de 1979, la extrema derecha acabará poniendo todas sus esperanzas en una reacción del ejército. Deja por tanto el destino de la patria en manos de los militares, renunciando con ello a convertirse en protagonista autónoma de la historia: demuestra así inscribirse en la tradición de la extrema derecha española, además de confesarse incapaz de toda renovación, ya sea en el plano ideológico o en el estratégico, lo cual la abocará a la desaparición política.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica

En una entrada anterior, ya les había esbozado las líneas generales del interesantísimo ensayo sobre la Transición Española, escrito por la historiadora francesa Sophie Baby. Frente a una versión oficial en el que ese cambio histórico se  presenta como sosegado y meditado, caracterizado por la responsabilidad y el consenso entre una derecha que buscaba con sinceridad la democratización del país y una izquierda que había renunciado a sus veleidades revolucionarias, el análisis de Baby deja bien a las claras como la Transición fue acompañada de una violencia política casi sin igual en los turbulentos años setenta, marcados por el último brote del terrorismo marxista y fascista. De hecho, sólo un país supera, y no por mucho, el número de víctimas de la transición española: la Italia de los años de plomo, asediada por la violencia de las Brigadas Rojas y los grupos de extrema derecha. Frente a lo ocurrido en estos dos países, las actuaciones de la Baader-Meinhoff en Alemania apenas merecerían reseñarse, si no hubieran ocurrido en el clima político posterior a 1968, donde el sistema occidental se imaginaba a sí mismo amenazado y en quiebra. A punto de derrrumbarse ante el menor empujón.

La transición fue así, según ha comenzado a señalarse, no un plan maestro diseñado por las élites de uno y otro bando, a cuyo desarrollo la población asistió pasiva y se limitó a dar su aprobación cuando se le pidió. Por el contrario, y como es habitual en los sucesos humanos, fue un proceso con mucho de improvisación, mucho de chapuza, y sobre todo, mucho miedo. Miedo de las élites franquistas más jóvenes y menos radicales a perder el poder político y económico, lo que les llevó a desmontar de manera controlada el sistema,  proponiendo leyes y reformas que hubieran sido impensables años antes, por su corte democrático y avanzado. Miedo de las izquierdas a quedar neutralizadas y silenciadas en una España cuyo nuevo sistema, aunque imperfecto y limitado, hubiera sido aprobado por la comunidad internacional, exlusión de la que se libró el PCE justo antes de las primeras elecciones del 77, pero que sí afectó a otros partidos más extremistas que permanecieron prohibidos. Miedo, sobre todo, de la población a que se repitiera otra guerra civil, con su cortejo de ejecutados, represaliados y exiliados, catástrofe de la que las muchas violencias de la transición parecían ser el anuncio.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Escapando de uno mismo

Roy Lichtenstein, Poster contra el apartheid
Hay ocasiones en que conseguir ese éxito que acarrea la fama definitiva puede suponer casi una maldición. Esa forma final, que por su propio acierto se ve repetida por doquier, conocida e identificada por todos, puede llegar a ocultar, a borrar, la obra posterior de ese artista. El creador se ve aprisionado así por un dilema ineluctable. Si continúa en ese modo que le dio la fama, se le acusará, casi de inmediato, de repetirse, de haber perdido su inspiración, para pasar a ser considerado ser flor de un día, meteoro destinado al olvido. Si intenta salir de ese callejón sin salida, marchar a la aventura en busca de una nueva voz, se juzgarán sus nuevos intentos como fallidos, por debajo de su época de gloria, signo de una decadencia que se sentenciará irreversible.

Algo así sucede con Lichtenstein, artista del movimiento Pop famoso entre los famosos. A principios de los sesenta encontró un estilo propio que pronto devino icónico, símbolo característico de la época de trangresión y rebeldía que solemos llamar los años 60. Su manera era muy sencilla: tomar una viñeta de un cómic barato, cuanto más banal y anodina mejor, y ampliarla a las dimensiones de un lienzo de importancia. En ese proceso, los puntos de color puro del procesos tricromático se hacían visibles, mientras que el trazo negro de los contornos tomaba una intensidad inuisitada, añadiendo aún extrañeza a esas imágenes sacadas de contexto, ante las que el espectador desconocía como juzgarlas. No eran bellas en sí, no se proponían transmitir un mensaje político, sólo parecían formar parte de una broma privada, sin gracia fuera de los círculos en que se contaba, de un juego cuyas reglas no se revelaban a los extraños.

martes, 20 de noviembre de 2018

Voces y Miradas


Ya sabrán que me hago lenguas de la política expositiva del MNCARS, institución empeñada en trazar las muchas vías laterales del arte posterior a 1945 y las vanguardias históricas. Un tiempo artístico que el aficionado medio suele menospreciar, puesto que el arte de ese periodo va a quebrar los dos últimos tabúes de la tradición cultural Europea, el de la belleza y el del propio arte, hasta desembocar en el todo vale, todo me es indiferente, indisociable de nuestro presente postmoderno. El único pero que puedo poner a este loable afán es que demasiadas veces se produce un embotellamiento expositivo, como es el caso. Con cinco muestras simultáneas en el mismo museo, siempre hay alguna que se me queda sin ver, mientras que otras las visito de manera apresurada, sin poder saborearlas con fruición.

Dejemos a un lado las jeremiadas. Ya les hablado de la magnífica exposición de Dorothea Tanning, tan importante no sólo por la reivindicación de una pintora de gran inspiración, sino además por tratarse de una excepción aparente, la de mujer artista, dentro un movimiento, como el surrealista, tan machista y sexista en muchas de sus manifestaciones. En esa misma planta, la tercera del edificio antiguo del MNCARS, pueden visitarse otras dos exposiciones de no menor interés. Una dedicada al artista conceptual uruguayo Luis Camnitzer y otra al fotógrafo italiano Luigo Ghirri.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Busquedas/identidades

Quel Amor, Dorothea Channing

Una consideraciones antes de comentar la exposición de Dorothea Tanning - Detrás de la puerta invisible, otra puerta, es el subtítulo -, abierta en el MNCARS. En estos últimos tiempos, coincidiendo con el auge del feminismo, se está procediendo a rescatar a muchas artistas femeninas del olvido en que se hallaban sumidas. Injusto olvido, añado, puesto que bastantes de ellas tienen poco que envidiar a sus contemporáneos masculinos. E incluso aunque no fuera aí, no puedo imaginarme mayor alegría, para cualquier aficionado al arte, que descubrir nuevos nombres, enfrentarse a nuevas experiencias. Encontrar, en definitiva otras visiones que rompan los diques en los que nos hemos aconstumbrado a embalsar a nuestras afinidades artísticas. Tanto más importante cuanto más viejo se va siendo, como es mi caso, y esa sensibilidad embota, dejando su lugar al hastío y la indiferencia, incluso ante los grandes maestros.

Queda mucho por hacer, no obstante. Entre otras, cosa la revisión completa del canón, para decidir quien, de entre los grandes nombres masculinos, debe ceder su lugar a los grandes nombres femeninos. Así ha ocurrido, por ejemplo, con Artemisia Gentileschi, cuyo lugar en el panteón artístico del XVII es, al fin, innegable e inatacable. Y no por las circunstancias biográficas que rodearon su trayectoria, sino por su propia valía. Asímismo, en lo que se refiere a la historia del surrealismo, cada vez es más frecuente encontrar en sus exposiciones toda una constelación de nombres femeninos, que supieron adaptar el movimiento a su propia sensibilidad y preocupaciones, sin deberles nada a sus coetáneos masculinos. Tanto más chocante cuanto el surrealismo, en su vertiente masculina, era refractario a la presencia creadora de la mujer, reducida a musa y objeto del deseo, pero nunca considerada como protagonista.  Por ello, en larga y longeva injusticia, las artistas surrealistas quedaron ocultas tras la sombra de sus colegas masculinos, apenas atisbadas como modelos, citadas como amantes.

Así, a las listas del surrealismo se han añadido nombres como Dora Maar, Kay Sage, Meret Oppenheim, Leonora Carrington, Remedios Varó y tantas y tantas otras. De obra más que interesante y que resulta difícil de concebir por qué han permanecido tanto tiempo en la penumbra, aparte de por lo obvio. 

Y entre ellas, Dorothea Channing

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Rompecabezas

Fresco de las musas (Tersicore) hallado en las excavaciones de la antigua ciudad romana de Cartagena
He visitado, este fin de semana, dos exposiciones en el museo arqueólogico que, cada una en su ambito, ilustran aspectos poco conocidos de los primeros siglos de nuestra historia. La primera, de nombre Las musas, sobre la Hispania Romana; la segunda, de nombre Galaicos, sobre los habitantes prerromanos de la esquina noroccidental  de la península.

Las musas es una exposición muy breve, pero no por ello de poca importancia. Recoge el hallazgo de unos frescos de Apolo  y las musas en la excavaciones de la ciudad romana de Cartagena. Obras notables por su propia rareza, al tratarse de frescos de los primeros siglos de nuestra era, puesto que fuera de la península itálica y de los contextos funerarios - o de criptas y subterráneos religiosos - es muy poco corriente encontrar muestras de la pintura romana. Además, para aumentar su valor, fueron pintados en un estilo similar al de una de las etapas idenficadas en la ciudad de Pompeya, ese catálogo al aire libre de la pintura altoimperial.

martes, 6 de noviembre de 2018

En la clandestinidad y en el exilio

Carnaval, Max Beckmann

En la fundación Thyssen se acaba de abrir la que puede ser la exposición de este otoño, con permiso de las dedicadas a Lina Bo Bardi en la March y Leonora Carrington en el MNCARS. Su importancia no le viene de que nos descubra a un artista olvidado o en la penumbra. Max Beckman, protagonista de esta muestra, es un artista bien conocido, un expresionista de la segunda generación, aquélla que desarrollo su obra tras la Primera Guerra Mundial y durante la república de Weimar.

Como otros artistas coetáneos, Dix o Gross, Beckmann dejó un tanto de lado las investigaciones formales de los primeros expresionistas, lindantes en muchos casos con la abstracción, para enfrascarse en la crítica social a una Alemania que no acaba de asumir el trauma paralizante de la guerra y que, durante unos breves años, creyó poder emprender un camino democrático y progresista. El resultado, como sabrán, fue el Nazismo y la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, cuya abyección y horror tiñe de manera retrospectiva de obra todo artista alemán de los años 20, aunque la mayoría nunca llegase a identificar ese peligro antes de que fuera ya demasiado tarde.

Lo que distingue a esta exposición de otras similares son dos factores: uno propiamente expositivo, el otro de selección y enfoque. En el aspecto más técnico, hacía tiempo que no veía una muestra tan bien cuidada a la hora de disponer e iluminar los cuadros. En primer lugar, no hay esos brillos molestos que impiden disfrutar de una obra, obligando a hacer complejos ejercicios de trigonometría sobre el suelo de las salas para conseguir eliminarlos. A esto hay que añadir que la cuidad iluminación aísla e individualiza los cuadros, creando la ilusión de que una luz propia surge de ellos. Se consigue así una impresión de cercanía, de intimidad, hogareña y acogedora, que favorece la conexión la pintura de Beckmann, a pesar de su carácter enigmático e indescifrable, de distorsión desesperada de la experiencia humana.

martes, 30 de octubre de 2018

De mis soledades voy, a mis soledades vengo


 

No me canso de repetirlo: la labor que la Fundación Mapfre está realizando con sus exposiciones de fotografía es ejemplar. Para los que admiramos la fotografía, pero su historia nos es similar a una terra incognita, la labor pedagógica de este institución nos permite descubrir paisajes insospechados. De belleza e importancia que poco tienen que deber a las otras artes mayores.

La última de estas muestras es la dedicada a Humberto Rivas, fotógrafo argentino radicado en España. Su estilo se puede definir en un par de frases, tan escuetas que podría pensarse en un artista que descubrió un truco, allá en sus inicios, y los ha repetido hasta la saciedad. Sin embargo, lo que lo distingue del meteoro fugaz es un rigor obsesivo que le llevó a apurar esos temas, esas soluciones estéticas, hasta sus últimas consecuencias. Superando sus límites cuando esa tarea parecía imposible, estéril. Para abrir esos nuevos horizontes a los que antes me refería.

¿Y cuáles son esos temas? Dos, claramente definidos y delimitados. Por un lado fotografías de paisajes urbanos, por otro retratos de personas cualesquiera. Temas manidos, ya viejos en los inicios de la fotografía. pero que Rivas desplaza hasta situarlos en los márgenes, en una zona de penumbra que produce incomodidad, desazón, en el espectador.

sábado, 27 de octubre de 2018

Las cuentas pendientes (y I)

Por consiguiente, el presunto « pacto de olvido » de la transición abarcó a un tiempo los crímenes de la transición, los de la guerra civil y los del franquismo, al unificarlos en un ciclo histórico común. La implacable determinación de excluir la violencia del horizonte democrático se halla también en el corazón de esta voluntad de apartar los enfrentamientos pasados del campo de visión del presente, con el fin de construir un porvenir común -y ya hemos visto también que había sido esa misma voluntad la que había guiado la política de contención de la violencia en el presente de la transición-. Por consiguiente, la cuestión no estriba tanto en ignorar o « echar al olvido » los horrores del pasado, sino más bien en expulsar del pasado democrático en construcción toda aquella gramática de la violencia que pudiera ponerlo en peligro. En este sentido, la simple mención de la violencia pasada resulta inoportuna, dado que sobre ella viene a recaer la acusación de reactivar  en el presente los conflictos de otra época. Del mismo modo, el solo hecho de señalar que la tortura persistía en las comisarías resulta inoportuno, dado que constituye un atentado intolerable contra la propia esencia de lo que pretende ser el nuevo régimen democrático. No existe la menor duda que la realidad tangible de la violencia, constatable a lo largo del periodo aquí estudiado, contribuyó a elevar a su máxima expresión esta lógica del silencio. Tal dinámica persistirá hasta que una nueva generación, carente de complejos y liberada del temor a un resurgimiento presente de los conflictos del pasado como del peso de haber protagonizado la transición y sus malentendidos, se atreva a poner en cuestión las decisiones tomadas entonces. Evidentemente, dichas decisiones permitieron salir de la dinámica cíclica de la violencia que pesaba sobre la historia de España, pero la pacificación democrática que se exalta no consiguió una verdadera reconciliación. Antes al contrario, ya que generó un gran número de frustraciones que se hallan en la base del desarrollo, visible a partir del año 2000,  de un movimiento favorable a lo que se ha dado en llamar la « recuperación de la memoria histórica », con el que se pretende rehabilitar la memoria de oculta de los vencidos de la Guerra Civil y del Franquismo.

Sophie Baby. El mito de la transición política. Violencia y política en Espala (1975-1982)

Ya les he comentado en otras entradas como, a partir de 2005, se empezó a resquebrajar el consenso sobre el significado de la transición política a la democracia tras la muerte del dictador Francisco Franco. Este crítica se ha intensificado en la década posterior, coincidiendo con la asoladora crisis económica mundial. Una de sus resultas ha sido la quiebra del sistema bipartidista español, dada la imposibilidad de los partidos tradicionales para responder con eficacia a la creciente pobreza de la población o encontrar una solución duradera al ascenso de los movimientos separatistas. Así, desde la derecha, se ha comenzado a abandonar los disfraces democráticos con los que se habían arropado hasta ahora, para volver a reclamar la legimitidad de la dictadura pasada y su carácter de gloria nacional. Una evolución similar al resurgimiento fascista que está teniendo lugar en toda Europa, sólo que aquí no nos llama tanto la atención, puesto que el PP, surgido de una AP fundada por familias franquistas opuesta a cualquier tipo de democratización, nunca llegó a perder del todo sus raíces, ni a exorcizar los fantasmas dictatoriales de su pasado.

Por parte de amplios sectores de la izquierda,  asímismo, y en un movimiento que antecede al de la derecha, se ha vuelto a recuperar el recuerdo de la Segunda República, como primera experiencia democrática real en España, destruida por la intransigencia de reaccionarios y militares. La Transición y la Democracia del 78, a su vez, han dejado de verse como plasmación de lo que quedó en proyecto en aquel entonces, para pasar a considerarse como claudicación por causa de fuerza mayor. Ante la amenaza de involución por parte del ejército, que condujese a una represión feroz y quizás a otra guerra civil, las fuerzas progresistas aceptaron al rey y toleraron la pervivencia de múltiples resabios franquistas. Peor aún, consintieron un silencio cómplice para proteger el futuro democrático, por el cual el pasado, el golpe militar, la guerra civil y la cruel represión franquista que la siguió, quedaban relegados a los libros de historia, sin que fuese lícito preguntarse en público quiénes fueron los asesinos y por qué. Para el común de la población, la guerra debía considerarse como conflicto entre hermanos, del que todos habíamos sido responsables en la misma medida. La reconciliación, por tanto, sólo podía alcanzarse por medio de un perdón general y de la immunidad perpetua.

martes, 23 de octubre de 2018

Retornos, encuentros, tópicos

Theo van Rysselberghe

En la fundación Mapfre se ha abierto, hace poco, una exposición de nombre Redescubriendo el Mediterráneo, que se propone explorar las relaciones entre el arte contemporáneo, o mejor dicho, las vanguardias históricas, y ese mar, antaño origen, centro y núcleo de la cultura occidental. Un tema de gran interés, por lo que les señalaré a continuación, pero que al que en esta plasmación expositiva le encuentro varios peros. Tanto a lo que se puede ver en ella como al modo en que está enfocado.

Se habla, en primer lugar, de redescubrir. Sin embargo, el viaje al sur, desde el norte, es uno de los temas centrales del arte y la cultura occidental, al menos desde el siglo XVIII. Los nobles primero, los burgueses adinerados más tarde, viajaban hacia el sur para encontrarse con los restos arquitectónicos y escultóricos de las culturas clásicas, cuyos testimonios literarios habían estudiado en el colegio y la universidad, como marca y sello de la persona auténticamente culta y refinada. El pintor, además, marchaba en busca de una luz que le estaba negada en los climas del norte, siempre encapotados, un encuentro determinante del que había de derivarse el descubrimiento de un color de fiereza insospechada, intolerable por su ardor en países donde el pudor y el recato, incluso el puritanismo, eran obligados e impuestos.

En esas apreciaciones de los viajeros nórdicos había mucho de ese exotismo que impide ver la realidad de las sociedades que se visitan, y que puede reconocerse aún en la manera en que nosotros, los europeos, contemplamos el norte de África, la India o el Extremo Oriente. Países y gentes de sentimientos extremos, donde la violencia puede estallar a cada instante, así como de sensualidad devoradora, de exquisito refinamiento rayano en el ideal soñado, pero también atrapados en un pasado barbárico del cual no pueden liberarse y seguramente no quieren desprenderse. Etiquetas que todo español recordará se aplicaban a nuestro país en el siglo XIX, casi hasta mediados del XX, pero que nosotros nos hemos habituado, a nuestra vez, a aplicar a nuestros vecinos del sur y los de mucho más lejos.