Como les había anunciado la semana pasada, he llegado al final de las compilaciones de cortos realizadas por el misterioso profesor beltesassar. Ha sido un largo camino, comenzado hace cinco años, el 19 de mayo de 2013, y me temo que en ese periodo se han modificado demasiadas cosas, tanto en el mundo de la animación como en mi apreciación de esa forma.
Empecemos por la propia lista de Beltesassar. Esa persona o personas anónimas comenzaron a distribuir sus antologías en 2007, hasta totalizar un total de 17 compilaciones, de tamaño e interés muy variados. Así, cuando escribí la primera de estas entradas, podía pensar que las colecciones de Beltesasatr constituían un conjunto abierto, al que habría de añadirse más y más entregas. Un concepto, el de obra en construcción, que era uno de sus principales atractivos, puesto que el grueso de los cortos eran contemporáneos, en concreto de las décadas de 1990 y 2000. Ofrecía por tanto, una visión necesaria, muy de agradecer, de las nuevas tendencias y caminos de la animación, en sus vertientes no tan comerciales o directamente independientes y experimentales. Obras aisladas que con demasiada frecuencia terminan siendo invisibles, reducido su poco impacto al paso por festivales primero, a lo que acabe subido a las plataformas de streaming luego.
Sin embargo, a principios de esta década, no he podido determinar exactamente cuándo, esta labor de compilación se interrumpió. Tampoco he podido llegar a esclarecer el porqué, pero no es raro, como sabrán los que vivan a base de fansubs de producciones extranjeras, que los grupos a cargo de estas labores de difusión terminen disolviéndose, ya sea por cansancio o por cuestiones personales. También podría aventurarse que su desaparición fue un efecto de esa Gran Recesión que tanto daño ha hecho a nuestras sociedades y que tantas cosas bonitas nos ha arrebatado, pero esto son sólo especulaciones mías, sin base alguna. Lo único seguro es que estas colecciones, vivas y actuales en su inicio, han devenido un conjunto de valor histórico, al ofrecer una visión muy completa sobre dos décadas cruciales en la historia de la animación, las de 1990 y 2000.
Durante esos 20 años, se ha producido una revolución tecnológica cuyas consecuencias aún son difíciles de evaluar, más allá de haber transformado por completo y de manera irreversible el modo en que se crea la animación e incluso se concibe, tanto por parte de los animadores como del gran público. La primera transformación es obvia: la mejora continua de los algoritmos de cálculo y el aumento creciente de la potencia de los ordenadores han hecho de la animación 3D la forma casi única de la animación, al menos en sus vertientes comerciales. Un cambio cualitativo que no se obró de la noche a la mañana, sino en un largo camino, esos veinte años, treinta si añadimos la década de 1980, plenos en resultados parciales, fracasos, torpezas, desastres estéticos y comienzos en falso.
De hecho, como recordarán de mis anotaciones, la plenitud técnica y formal de la 3D sólo se va a alcanzar en la segunda mitad de la década del 2000. Hasta ese instante, los cortos y films 3D no pasaban de la categoría de demos de los últimos avances de la técnica. Obras de usar y tirar que se tornaban anticuadas a la siguiente temporada, un defecto que sería disculpable e incluso podría dotarles de una cierta patina pasado el tiempo, al igual que ocurre con los cortos de los pioneros de 1910 y 1920, sino fuera porque la inmensa mayoría, preocupados por conseguir exprimir esas nuevas posibilidades técnicas, rellenaban su contenido con estereotipos narrativos y visuales. Ya fuera la copia sin inspiración de los logros de la Warner en los años cuarenta o los peores defectos del cine contemporáneo norteamericano, música grandilocuente e impersonal incluida.
Ha sido sólo a partir del periodo 2005-2010 que la animación 3D ha cambiado el foco de su interés. En esta década presente, la de 2010, el esfuerzo de los animadores y el interés del público ya no se centra en la consecución de una perfección antinatural, ésa realidad creada más real que la propia realidad percibida tan astragante y empalagosa. Se ha llegado a un límite insuperable, donde los avances técnicos no producen resultados visibles, o al menos tan espectaculares como en los tiempos de los pioneros. Ha llegado el tiempo, por fin y para alegría de los muchos escépticos, entre los que me cuento, de explorar las auténticas posibilidades estéticas y narrativas de estas tecnologías tan nuevas. Más allá, como era costumbre hace años, de contar cuantos millones de pelos tenía el bicho.
¿Qué habrá de venir después? Es aún una incógnita. Sólo se puede decir, y es una obviedad de lo evidente que es, que esta revolución es irrevocable, a menos que se produzca una catástrofe de orden planetario. El camino de la animación, en casi todas sus formas y manifestaciones, pasa ya por el ordenador, herramienta imprescindible en algún momento del proceso creativo, cuando no en todos.
Pero este análisis, el de como el ordenador ha modificado las formas tradicionales de la animación, hasta tornarlas irreconocibles, lo tendremos que posponer hasta la semana que viene.
Por hoy y como siempre, no les entretengo más.
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