lunes, 24 de diciembre de 2018

En busca de Bergman (IV): Törst (La sed, 1949)



































Törst (La sed) de 1949, es la septima película rodada por Bergman y la cuarta contenida en la compilación de Criterion. En mi opinión, es además la primera obra en la que nos hallamos en auténtico territorio Bergman. No en el Bergman más existencial, preocupado por el silencio de Dios y el sentido de nuestra existencia. sino en aquél que meditaba acerca del matrimonio y el infierno entre dos en que suele devenir. Así, Törst narra el viaje de vuelta  de unos recién casados, de Basilea a Estocolmo, cruzando en un tren nocturno por una Alemania devastada por la Guerra Mundial. Travesía en el que ambos aprovechan para decirse a la cara lo que realmente sienten el uno por el otro: hastío, odio, desengaño, inutilidad, fracaso, desesperación. No porque, se intuye, no se lo hayan dicho antes muchas otras veces, sino porque es lo único de lo que pueden hablar ya. De eso y de los recuerdos compartidos, fuera por haberlos vivido juntos o habérselos confiado el uno al otro, convertidos ahora en armas con que herirse sin piedad.

Es un tema, éste del matrimonio que se odia, pero que no encuentra la manera de separarse, al que Bergman volvería una y otra vez, de forma obsesiva, a lo largo de su carrera.  Tan central es que incluso forma parte esencial de una de sus dos películas fundacionales de 1957, aquéllas con la que se puede decir que comienza, esta vez ya de verdad, su filmografía. Me refiero, es obvio, a  Smultronstället (Fresas Salvajes), en el que el fracaso matrimonial se ve reflejado en tres generaciones distintas: la de los viejos, a los que sólo queda el recuerdo; los maduros, para los que representa aburrimiento y desprecio; los jóvenes, para los que aún supone un sueño y una esperanza. Sólo que allí, como en otras películas Bergmanianas se halla teñido de una cierta abstracción y una clara aspiración a la universalidad, mientras que en Törst nos movemos en unas coordenadas claramente realistas: la descripción de un tiempo, un lugar y unas personas concretas, prisioneras a su vez de las creencias y convenciones de la sociedad en la que habitan

Es esa descripción realista la que puede resultar más llamativa ahora, en especial cuando se considera la fecha en la que fue rodada. En esta película de 1950, y en clara oposición al pacatismo del cine de Hollywood coetánao, no hay miedo a presentar en pantalla todo tipo de temas escabrosos. No ya el adulterio, presencia constante en la literatura decimonónica, sino el aborto, la locura, los abusos sexuales aprovechándose de la posición de poder, los malos tratos dentro del matrimonio e, incluso, una clara insinuación a una relación lésbica entre dos de las protagonistas. Elementos que, así dicho, harían pensar en un folletín televisivo o en esas obras tan serias de falsa denuncia, pero que se insertan aquí manera natural, como soporte a la crisis casi terminal del matrimonio protagonista. Aunque hay que decir, para ser sinceros, que Bergman sabría luego podar todas esas excusas argumentales para reducirlas a lo esencial. Es decir, que no son necesarias grandes razones para justificar la ruptura de un matrimonio y, que si en realidad existen, llevarían a desenlaces mucho más trágicos y desoladores.

Por supuesto, el interés de Törst no se debe en exclusiva a esta primera aparición de un tema claramente Bergmaniano. Como les decía en entradas anteriores, es palpable como película a película Bergman va ganando en pericia y seguridad. En concreto, en esta cinta el director sueco se atreve a contarnos una historia sin revelarnos nada en los primeros minutos, permitiéndonos ver sólo a dos personajes que evolucionan en una habitación de hotel, casi en silencio, lo que nos permite constatar enseguida que a) algo hay entre ellos, b) ese algo no es muy boyante que lo digan. Conclusiones que se obtienen, subrayémoslo, únicamente con la imagen y, muy importante, con los silencios. Una Táctica que se va a volver a utilizar una y otra vez en la película, hasta alcanzar, en ocasiones, una calidad obsesiva, casi alucinatoria, muy apropiada para el grado de exasperación que llega a alcanzar la relación entre ambos conyuges.

No es que la película no esté exenta de defectos. El principal son los múltiples flashbacks que interrumpen la acción, la crónica de esa ruptura inevitable entre los esposos, apenas aplazable por un tiempo indeterminado. Sin embargo, hay que señalar que el uso de estos flashbacks es bastante original. No nos hallamos ante el uso mecánico, tan habitual en telefilmes y cine comercial, en la que las explicaciones de un personaje son substiuidas por su recreación en imágenes. En Törst, estos flashback tienen su propia dinámica interna, como si fueran recuerdos que vienen a la mente sin ser evocados, sin razón aparente, fuera de la de turbarnos. Tienen, es obvio, una misión narrativa, que se extiende más allá del pasado de cada personaje para tejer un tapiz de acciones paralelas, donde se narra incluso el destino de otros personajes con casi nula relación con los protagonistas. Lo que acaba por producir confusión en el espectador, que no sabe muy bien por qué se le están contando esas historias. Interesantes, sí, pero sin mucha relación con la central.

Torpeza que no es achacable por entero a Bergmann, puesto que el material de partida es una elaboración teatral de una colección de cuentos. Resulta evidente, por tanto, que se quiso embutir demasiado en  apenas hora y media de metraje, sin que al final se consiguiese dejarlo todo bien cosido y terminado. Requería una buena poda y, sobre todo, concentrarse en lo esencial. 

Algo que el Bergman pleno sabría hacer a la perfección.

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