Esta entrada es especial. Con ella, llego al último corto de los contenidos en las colecciones del misterioso profesor Beltesassar. Es una lástima, porque no me hubiera importado continuar, pero desgraciadamente esas recopilaciones descargables se interrumpieron a principios de esta década. Quizás como consecuencia de la Gran Recesión, que tantas cosas buenas nos ha arrebatado, mientras que sólo nos ha regalado malas. No será, sin embargo, la última entrada. Aún tengo que escribir las conclusiones, aliñadas con meditaciones sobre el futuro de esta forma tan sufrida y menospreciada, pero no sé si esto me llevará una o dos publicaciones.
Pasemos al último corto. Through my Thick Glasses (A través de mis gruesas gafas, 2003), es de un autor, Piotr Sapegin, del que he comentado ya varios cortos en esta misma serie. Este animador noruego nació y se formó en la extinta URSS, lo que dota a su obra de influencias y técnicas poco corrientes en la animación occidental, en especial la actual, tan dominada por el ordenador y lo virtual. Sapeguin, un tanto a contracorriente y a destiempo, sigue utilizando la animación con plastilina, que moldea y anima de un modo que delata una clara raigambre soviética, ese estilo artesanal y primoroso, no exento de grandes audacias formales, que tan atractivo resulta a ojos occidentales. Un modo, una técnica, incluso un ethos, que, poco a poco, a medida que los grandes maestros del bloque del este van muriendo, se ve abocada a una segura desaparición.
¿Es esto bueno o malo? Ningún estilo es eterno, ni tampoco está al abrigo de perderse en la comodidad y la repetición de los logros del pasado. Por otra parte, las nuevas tecnologías han abierto todo un mundo de posibilidades que aún están por explorar, mientras que con las formas tradicionales es muy difícil no acabar copiando a algún maestro de renombre, tanto peor cuando ahora una simple búsqueda en internet es capaz de encontrar en un periquete de donde provienen todas tus influencias. Por último, toda sociedad necesita que le hablen de sus problemas y sus inquietudes, no de los de sus padres y abuelos, necesidad temática que tiene una repercusión estética directa, puesto que los estilos del pasado suelen haber sido creados para responder a las necesidades de esos otros tiempos, mientras que una época nueva necesita de modos nuevos, frescos y propios, por mucho que los otros, los antiguos sean admirables y sabrosos.
Hay que marchar al frente, por tanto, en vez de ir a remolque, largar las amarras y embarcarse en nuevos periplos, si no se quiere terminar dejando de comprender el mundo o renegar de él. Volverse un viejo decrépito que sólo sabe contar sus batallitas. ¿Y que tiene que ver esto con el corto de esta semana y con Sapegin? Nada o a lo mejor todo. Porque no es solamente que este animador utilice un técnica cuyo uso empieza a tener rasgos de "revival", sino que la misma historia que narra es una rememoración. La de un abuelo que cuenta a su nieta, quien se niega a salir abrigada a la calle, como sobrevivió él a la guerra mundial y a la ocupación alemana de su país, Noruega.
Tema y estilo que no aparecen rancios ni anticuados en la versión de Sapegin, sino que son contados con brío juvenil. Con un sentido del humor, no exento de ironía ni de exageración cómica, en el que abundan los hallazgos y bromas visuales. Los justos para que esos cuentos de viejo puedan interesar, incluso emocionar, a los jóvenes.
No les entretengo más. Como siempre, aquí les dejo el corto para que lo disfruten. Obra notable de un animador que debería ser más apreciado. Cómica y amarga al mismo tiempo. Jubilosa y trágica, sin apenas aviso o transición entre ambos estados de ánimo. Capaz de traducir lo abstracto en imágenes concretas, rasgo característico de la mejor animación.
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