Hamstad (Ciudad portuaria, 1948) es la quinta película dirigida por Ingmar Bergman. A estas alturas, sería obligado hablar de los asombrosos progresos de este director, pero creo que hay que moderar el entusiasmo. Aún estamos a una década de su año crucial y, más que un ascenso imparable hacia el Parnaso, lo que esas películas primerizas muestran es la voluntad de Bergman por aprender de todo y de todos. Como bien se señala en las notas que acompañan a la edición de Criterior, el primer Bergmann saltaba de un género a otro sin método aparente, como si buscase a tientas un lugar propio donde afincarse definitivamente. Así, Kris (Crisis, 1946) era un dramón moralizante, mientras que Skepp till Indialand (Barco a la India, 1947), es un drama de conflictos familiares y adulterios varios. Hamstad, por su parte, es un film neorrealista de manual.
La historia que se nos narra es la de la difícil resinserción de una muchacha que ha pasado una temporada en el reformatorio. Sin embargo, lo que podría haber sido un mero telefilme - etiqueta que aplico retrospectivamente, a sabiendas que ese género aún no existía - alcanza un interés especial tanto por sus aspectos temáticos como por la evidente pericia de la que Bergman comienza a presumir. En su contenido, llama la atención lo avanzada socialmente, incluso escandalosa, que esta película debió resultar en su época. Hay un claro intento de crítica social, de denuncia de un sistema imbuido de prejuicios religiosos e imponedor de una moralidad asfixiante, que aplasta cualquier intento de naturalidad o espontaneidad, en especial amor y cariño, en las personas que tienen la desgracia de vivir en él.
Ocurre así que los peores "crímenes" de la protagonista y sus compañeras, como las insinuaciones de prostitución, lesbianismo o un aborto de mal final, se producen después, no antes, de su entrada en el reformatorio. Se señala con claridad, por tanto, que esas instituciones suelen estar más interesadas en consumar la caída de quienes tienen la desgracia de ser encerrados en ellas, que de corregirlas y obrar su regeneración. Peor aún, el haber pasado por esos sitios de encierro deviene un estigma indeleble, que justifica tanto la discriminación y el desprecio por parte de los rectos y puros, los firmes en su rectitud, como el permiso para humillarlos y aprovecharse de ellos. En especial de manera sexual.
Temas que, como pueden ver, no han perdido actualidad, salvo en un único punto. En aquélla época, el puritanismo, la represión sexual, era una postura asumida por toda la población, aunque fuera de forma inconsciente e involutaria. Así, puede parecer chocante, visto desde la libertad de nuestro tiempos, que el mayor problema que surge entre la protagonista y su amante sea precisamente aceptar que ella haya tenido experiencias sexuales, que no sea tan pura, tan angelical, como su aspecto externo prometía. Detalle que apunta, a su vez, a un problema común a estos films primeros de Bergman. Aun miran hacia el pasado, hacia el mundo de la novela decimonónica, obsesionada con el adulterio y la deshonra.
Desde un punto de vista técnico, es fácil percatarse de la pericia con que Bergman comienza ya a rodar. No queda apenas nada de la torpezas y titubeos de Kris, ni del preciosismo impostado que astragaba algunas secuencias de Skepp till Indialand. Por el contrario, en Hamstad Bergman se atreve con secuencias de complejidad admirable, como la ilustrada arriba y que lamento no poder incluir completa. Es una escena larga, resuelta sin cortes de montaje, con sólo elegantes movimientos de cámara, que nos llevan de un personaje a otro, de una situación a otra, ilustrando el hastío que ellas sienten en su encierro, roto por la súbita animación que las invade cuando otro personaje entra con las mercancías que ha conseguido entrar de contrabando. Culminando con la lasitud en que se permiten hundirse tras ese breve e ínfimo placer prohibido.
Escena que señala ya a un cineasta de talento, confirmada en otras escenas como aquélla en que un momento crucial se resuelve sin mover la cámara, sólo mostrando como un personaje intenta marcharse, emprende camino, pero retrocede, se derrumba y se rinde. Sin cometer ese error tan común de introducir un inserto de su rostro, lo que rompería la tensión dramática y sería una reiteración innecesaria. Contención que no significa, ni mucho menos, que Bergman tenga miedo a acercarse a sus personajes o mostrarse próximo a ellos. Basta para desmentirlo las largas escenas íntimas entre los amantes, que siempre culminan en primeros planos.
De ambos juntos, por supuesto.
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