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viernes, 8 de enero de 2021

Nieblas y cortinas de humo (y 3)

 En la pertinaz de la resistencia a asumir los resultados más atendibles de la investigación se confirma que lo que se haya en juego no es sólo ni principalmente la fisonomía de un galileo muerto en un pasado remoto, sino la de quienes, habiendo hecho de él el fulcro de sus creencias, lo veneran como modelo señor y divinidad. La fabricación de Jesús no ha sido nunca una operación desinteresada ni inocente: no lo fue en la etapa de su génesis, cuando resulto indispensable para que los seguidores de un visionario fracasado pudiesen preservar su autoestima y el sentido de sus vidas y evitar así convertirse en el hazmerreír de sus coetáneos, y no lo es en el presente, cuando la desvelación de la existencia de un hondo desfase entre la figura que la historia reconstruye y lo que la perspectiva emic proclama como su verdadera identidad pone en jaque la credibilidad de ésta, e induce a los turiferarios del mito a intentar afianzarlo a toda costa.

Fernando Bermejo Rubio. La invención de Jesús de Nazaret.

Voy a cerrar esta serie de entregas con tres breves anotaciones, ya que el tema de la historicidad de Jesús es tan amplio que precisaría de un blog entero para sólo rascar la superficie. Para que se hagan  una idea, el libro de Bermejo rubio tiene 700 páginas sin bibliografía, mientras que otros estudiosos, como Bart D. Ehrman, llevan decenios publicando tomitos de 300 páginas.

La primera consideración podría ser: ¿Por qué ese ánimo diseccionador? El descender a ese análisis tan profundo, casi palabra por palabra, podría llevar a pensar que hay cierta animosidad contra el mensaje crisitano, propia de descreídos. Sin embargo, ese rigor no es muy distinto del que se aplica a otros textos de la misma época, ya que el punto crucial es  más una cuestión de enfoque: considerar al Nuevo Testamento como otro documento histórico más de la antigüedad. con los que comparte claras similitudes. Hay que tener siempre en cuenta que los métodos de los historiares antiguos eran muy distintos de los actuales, lo que nos obliga a tomar precauciones ante su contenido. Por ejemplo, no se solían indicar fuentes -aunque se pueden rastrear- y su uso era bastante creativo, ya que la historia se suponía una de las artes, con su propia musa. El historiador, por tanto, tenía que añadir elementos de sus cosecha, embellecer y dramatizar los hechos recibidos, de manera que quedasen de manifiesto sus habilidades literarias.

lunes, 4 de enero de 2021

Nieblas y cortinas de humo (y II)

Con independencia de cuál de las posiciones expuestas se considere más plausible, ambas comparten una serie de aspectos que p0ueden considerarse resultados suficientemente seguros de una reconstrucción crítica. Primero, el proyecto de Jesús tuvo una dimensión política y nacionalista que fue nuclear en su visión, hasta el punto de que, sin ella, su figura -así como el texto de los evangelios- resulta ininteligible. Segundo, Jesús no se opuso por principio a la violencia y no fue un pacifista avant-la-lettre. Tercero, al igual que tantos otros profetas milenaristas en la historia, Jesús creyó -y prometió a sus seguidores- que en el momento oportuno tendría lugar una asistencia sobrenatural en sus esfuerzos por destruir el orden repudiado: Dios intervendría de manera decisiva a su favor.

Fernando Bermejo Rubio.

En el estudio del primer cristianismo y su fundador, Jesús, recientemente ha tomado cierto auge una corriente que en inglés recibe el nombre de mythicism. Estos miticicistas sostienen que nunca existió un Jesús real, cuyos hechos fueran recogidos en los evangelios. Bien fue un invento de los primeros cristianos, con el apóstol Pablo como principal sospechoso, bien lo que nos ha llegado está tan embellecido y distorsionado que nada tiene que ver el personaje, o personajes, al que se refieren. Esta postura puede parecer radical, pero se fundamenta en un hecho incontestable, que ya comentamos en la historia anterior: los evangelios son fuentes tardías, basadas en una tradición oral que ha sido remozada para servir los intereses de comunidades cristianas muy concretas, lo que lleva a que incurran en frecuentes contradicciones, en su mayor parte irresolubles.

Este problema fundamental en las fuentes resulta exasperante para todo estudioso serio, en especial, aquéllos que intentan descubrir al Jesús real, no al de la doctrina. Al final, lo único que podemos concluir, basándonos en los evangelios, es que en algún momento hacia el año 30 surgió un predicador, en apariencia venido de Nazaret, que tras un breve periodo de actividad pública -menos de un año, para Marcos, tres, para Juan - fue hecho preso por las autoridades romanas durante la Pascua judía, para ser crucificado al punto, como rebelde al poder imperial. Poco más, puesto que en el resto de detalles las fuentes no hacen más que contradecirse, empezando por el día en que tuvo lugar su ejecución: el viernes, para los evangelistas sinópticos, el jueves, para Juan. Sin embargo, aunque parezca que se está en un callejón sin salida, en realidad muchos de los problemas que afectan a los evangelios son comunes a las fuentes de la antigüedad. La utilización de los mismos métodos críticos podría llevarnos a alguna conclusión substancial. Veamos cómo.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Nieblas y cortinas de humo (yI)

Cabe apreciar mejor la fuerza de la anterior objeción cuando se consideran los estudios recientes sobre el funcionamiento de la memoria y se cae en la cuenta de su falibilidad, los errores perceptivos y la proclividad humana al autoengaño se añaden los intensos sesgos ideológicos de las fuentes. El modelo de los criterios de autenticidad se basa en la premisa de que una parte de la tradición original sobre Jesús se conservó virtualmente intacta durante la fase oral del proceso de transmisión. Ahora bien, la investigación moderna ha mostrado que en la tradición oral no se puede contar con estabilidad. En particular, la memoria -que es más reconstructiva que reproductiva e implica por ello la imaginación- tiende a funcionar manteniendo de modo fiable los grandes rasgos de un evento o una persona, pero sin retener los pormenores: la visión general está menos sujeta a distorsión que los aspectos de detalle, que se desdibujan más fácilmente (a menudo en virtud de la interferencia de experiencias similares posteriores). Esto exige una metodología que difiera sustancialmente de la presupuesta en el enfoque criteriológico, orientado a determinar la fiabilidad de unidades aisladas.

Fernando Bermejo Rubio. La invención de Jesús de Nazaret: historia, ficción, historiografía

 En este periodo de confinamiento, sea estricto o laxo, impuesto por el COVID he leído mucho menos que de ordinario, pero quizás, en compensación, me he topado con obras que me han producido un gran impacto, tanto de literatura como de historia. Una de ellas -descubierta gracias a uno de tantos youtubers culturales- ha sido el libro de Fernando Bermejo Rubio que cito un poco más arriba. Su objetivo es descubrir quién, y qué ideología, se oculta tras la imagen del Jesús-Cristo que constituye el corazón de la fe cristiana. 

¿Quién y qué?  ¿No está acaso claro? La realidad es que sobre el posible personaje histórico de Jesús, cuya vida transcurrió en la Palestina del primer tercio del siglo I de nuestra era, se han acumulado espesos estratos ideológicos y teológicos, que lo han convertido en el Cristo de la doctrina, ocultando al ser humano por completo. La invención de Jesús de Nazaret intenta así una labor de limpieza, realizada en tres fases, metodológica, para determinar los mejores métodos del análisis; la propia analítica, examinando los textos que nos han llegado a la luz del contexto histórico e ideológico, para terminar con la crítica de la propia disciplina, tan propensa a posiciones extremas.

¿Por qué es tan difícil encontrar al Jesús histórico que se encuentra detrás de la doctrina? El principal problema se haya en los propios textos bíblicos. Puede resultar chocante esta afirmación, en especial si se ha crecido en un ambiente cristiano -mi caso en particular-, ya que la imagen popular que sobre ellos se tiene, al menos la propagada por la Iglesia, es la de una historia coherente y sin fisuras, estructurada en tres hitos principales: natividad, predicación y pasión. Sin embargo, si se examinan los Evangelios con atención se descubrirá que abundan en contradicciones e inconsistencias. En ocasiones, las versiones de diferentes evangelistas son tan divergentes que resulta imposible establecer una versión común, es decir, una mínima que contenga los datos en los que todos coincidan.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

La vista hacia atrás

Those dilemmas point at an even more fundamental issue in the cultural history of Rome. For it is almost impossible to identify -even if, like Toner, you are looking hard for them- clearly divergent strands of  of elite and popular taste. Rome was not a culture, such as ours, where status is paraded and distinguished by aesthetic choices (there is no sign in antiquity of any such markers of class as the Aga). Quite the contrary. So far as we can tell, cultural and aesthetical choices at Rome were broadly the same right across the spectrum of wealth and privilege, the only difference lay in what you could afford to pay for. This strikingly clear at Pompeii, where the decoration of all the houses -both large and small, elite and non-elite- follows the same broad pattern, with roughly the same preferences in themes and designs. The richer houses are distinguished only by having more extensive painted decoration and by painting of greater skill: the more you paid, the better you got. Whether there were such a thing as 'popular culture' (as distinct from dirt, poverty and hunger) is a trickier issue that Toner sometimes acknowledges

 Mary Beard, Confronting the Classics

Estos dilemas apuntan a una cuestión fundamental de la historia cultural de Roma: es casi imposible identificar - aun cuando, como Toner, se esfuerce uno en ello- líneas divergentes en los gustos de la élite y el pueblo.  Roma no era una cultura  como la nuestra, donde se hace ostentación del rango y se  reconoce por las preferencias estéticas. En la medida en que podemos apreciarlas, las preferencias culturales y estéticas eran aproximadamente las mismas en toda la escala de riquezas y privilegios, mientras que la única diferencia era cuánto podías permitirte gastar en ellas. Esto es llamativo en Pompeya, donde la decoración de todas las casas -grandes y pequeñas, de la elite o del populacho- sigue un mismo patrón aproximado, con similares preferencias en temas y diseños. Las casas más ricas destacan sólo por tener más extensiones pintadas, y éstas de mejor calidad: cuanto más pagues, mejor es lo que obtienes, Si en realidad existió algo como una cultura popular -diferente de la mera suciedad, pobreza y hambre- es un cuestión más complicada de lo que Toner parece aceptar.

Les confieso que el nombre de este libro (Confrontando o enfrentándose a los clásicos, podría ser una traducción) puede llevar a engaño. Yo esperaba una disquisición sobre el papel que los clásicos -entendiendo éstos como las obras literarias de la antigüedad grecolatina- pueden jugar en el mundo de hoy. O no jugar, claro está, puesto que desde hace ya unos decenios es perceptible un movimiento de distanciamiento, cuándo no de rechazo, hacia esa herencia cultural dominante durante siglos en Occidente. Tras ese cambio hay multitud de razones, procedentes de muy diversos orígenes,  sin que sea fácil adscribirlas a una ideología política definida, al menos en términos derecha-izquierda. En él, se entrecruzan la realidad de un mundo postcolonial, multiracial y multicultural, cuya herencia histórico-artística no puede, ni debe, quedar reducida a la de una civilización en concreto, junto con la del resurgimiento del nacionalismo, el integrismo religioso y el autoritarismo, en sus muchas variedades y grados. Sin olvidar la consolidación de un sistema hipercapitalista en donde todo lo viejo debe ser arrumbado, en favor de una serie inacabable de novedades de usar y tirar

sábado, 24 de octubre de 2020

Los dioses no son necesarios

Así pues, la muerte no es nada ni nada tiene que ver con nosotros, una vez que se considera mortal la sustancia del espíritu, y lo mismo que en el tiempo pasado ninguna pena sentimos al llegar de todas partes cartagineses en pie de guerra, cuando todo bajo las altas brisas del éter se estremecía en el pavoroso desorden de la guerra y temblaba de espanto, y dudoso estuvo bajo cuál de los dos imperios por tierras y mares habría de caer la humanidad entera, igualmente cuando no estemos, una vez que ocurra la separación del alma y el cuerpo que en unidad nos constituyen, es bien claro que a nosotros, que no estaremos entonces, nada en absoluto podrá ocurrimos o impresionar nuestra sensibilidad, aunque la tierra se revuelva con el mar y el mar con el cielo.

...

Porque, si acaso nos esperan desdichas y dolores, debe también en ese tiempo de entonces estar aquel al que le podría ocurrir algo malo; puesto que la muerte evita tal cosa e impide que esté aquel al que podrían juntársele tales inconvenientes, podemos dar por sentado que nada hay que temer en la muerte, que no puede llegar a ser desgraciado quien no está ya, y que ello ya no se diferencia de no haber nacido en ningún momento, una vez que la muerte inmortal suprime la vida mortal

Tito Lucrecio Caro, De Rerum Natura (Sobre la naturaleza)

En mi comentario sobre The Map of Knowledge, el libro de Viollet Moller que traza la transmisión del saber de la Antigüedad al Renacimiento, se me olvidó mencionar que su énfasis no estaba sólo en las ciudades y los eruditos que obraron esta conservación del conocimiento antiguo. De igual importancia son las obras que les sirvieron como acicate en su labor, objetos/vórtices a cuyo alrededor se condensaron ideas y conclusiones, tanto científicas, como filosóficas y morales. De tal calibre que sirvieron para modificar el curso intelectual de civilizaciones enteras, ya fueran el Islam o el Cristianismo Occidental. 

Uno de esos ejemplos, de importancia central en el despegue del Renacimiento europeo, fue el descubrimiento casual, a comienzos del siglo XV, del De Rerum Natura de Lucrecio. Se trataba de una copia única, encontrada en la biblioteca de un monasterio alemán por el humanista Poggio Brancolina, cuya importancia estribaba en que era un libro que no debería haberse conservado. Se trataba de un resumen/reelaboración, en latín, de las doctrinas de los filósofos griegos Demócrito y Epicuro,  fundadores respectivos del atomismo y el hedonismo. En el sistema  sistema filosófico que ambos proponían, los dioses no era más que ilusiones, la religión una mentira, mientras que el alma era mortal, sin posibilidad de una vida tras la muerte.