En el capítulo cuarto de The World at War se abarca el periodo de más de un año, de Mayo 1940, tras la caída de Francia, a Junio 1941, tras el inicio de la operación Barbarroja, en que el único aliado que se mantuvo en la lucha fue el Reino Unido, aunque muy a duras penas y con no pocos sacrificios, esos que Churchill había prometido en sus discursos.
En mi opinión, las potencias del Eje estuvieron a punto de ganar la guerra en tres ocasiones, ya hablaré de ellas en el curso de estas reseñas, siendo la primera de ellas el verano/otoño de 1940, durante el cual rugió sobre los cielos del sur del reino unido, lo que se conoce como batalla de Inglaterra, un largo y fallido intento de aniquilar a la RAF por parte de la Luftwaffe, para así hacerse con el control de los cielos e impedir la intervención de la Royal Navy en el area de las cabezas de puente de la operación Seelöwe: la nunca llevada a cabo invasión de Inglaterra.
Cualquier niño de mi edad, aún en España, ese antiguo país fascista reconvertido en defensor de occidente contra el comunismo, había crecido con la leyenda de la RAF y sus "so few", los cuales se habían apañado para contener y derrotar a los cachorros del nazismo, jovenes adoctrinados en el culto de las armas con las cuales conquistar el mundo, y cuya máxima expresión eran los pilotos de la Luftwaffe: los mismos que habían resultado decisivos años antes en los cielos de una España ensangrentada por la guerra civil.
La realidad, sin embargo, habia sido muy otra. La batalla había sido perdida por la Luftwaffe, no ganada por la RAF. Es cierto que la fuerza aerea británica, contaba con importantísimas bazas, como el rádar y, más importante aún, un eficiente sistema para interpretar su información y transmitirla a las escuadrillas en combate, permitiendo ahorrar recursos y utilizarlas donde y cuando eran realmente necesarias, o un caza de primera fila como era el Spitfire, operativo hasta el final de la guerra, en un conflicto que empezó con biplanos de cabina abierta (como el Swordfish) y terminó con el jet de combate (el Me262).
Grandes ventajas que compensaron las deficientes tácticas británicas, que prescribían el ataque en formación cerrada, llamada por los alemanes Idiotenreihe (fila de idiota) o que los aeródromos y muchas de las fábricas de cazas estaban en el sur de Inglaterra, completamente a merced de la Luftwaffe, pero que no le bastaban para vencer de una manera clara, especialmente en un tiempo en que la mitad de la RAF se había perdido en la batalla de Francia y el número de cazas a disposición del mariscal Dowding, el auténtico genio tras la RAF y que sería despedido casi sin recompensas, era claramente insuficiente.
Así, durante las semanas finales de agosto y las primeras de septiembre, la batalla aere permaneció largo tiempo en tablas, sin claro ganador, en un tira y afloja en el que vencería aquel que tuviera mayores recursos y supiera utilizarlos mejor, un privilegio que en esas semanas de combate continuo, parecía irse decantando del lado de la Luftwaffe, que a mediados de septiembre parecía apunto de dejar KO a la RAF, con los aeródromos del sur de Inglaterra fuera de combate, el número de casas reducido al mínimo indispensable y los pilotos al borde del colapso.
No obstante, los oficiales alemanes no eran conscientes del estado de postración de la RAF. Su propia propaganda y la borrachera de victorios en los cielos de Flandes, les había hecho creer que tras la derrota de Francia y la humillación inglesa en Dunquerque, espantar a la RAF de los cielos de Inglaterra sería cuestión de días, cuando no de horas. Por eso cuando los días se convirtieron en semanas, las semanas se acercaron al mes, y la RAF continuaba saliéndoles al encuentro, mientras que las bajas propias parecían no tener fin, su moral y motivación se reducieron a cero.
Aún podrían haber ganado, en ese combate de aguante en el que se había convertido la batalla, si Göring no hubiera cometido uno de los mayores errores de la guerra, al ordenar que la Luftwaffe bombardease sin piedad Londres y las ciudades británicas en represalía por los ataques aeros sobre Berlín. Un nuevo objetivo en el que los aviones alemanes demostraron los bien que habían aprendido las lecciones de la guerra civil española y de los primeros meses del conflicto mundial: el bombardeo de aglomeraciones urbanas como Guernica, Varsovia o Rotterdam. Una fase del combate que se alargaría durante meses, llegando hasta la primavera de 1941 y que causaría 50.000 muertos entre la población británica, pero que permitiría a la RAF reparar sus aviones, entrenar a nuevos pilotos y recomponer las diezmadas filas de sus escuadrillas, de forma que en pocas semanas, la batalla de Inglaterra estaba ganada y la Luftwaffe tuvo que renunciar a los ataques diurnos.
No obstante, no hay que hacer más énfasis que el necesario en el patinazo de Göring. Lo cierto es que el fracaso de la Luftwaffe sobre los cielos de Inglaterra vino a demostrar que la imagen de eficiencia y organización del ejército nazi sólo era eso, una fachada. El ejército que acaba de asombrar a Europa, en realidad no tenía ni los medios ni la capacidad para cruzar los pocos kilómetros de mar que separaban Francia de Alemania. La Kriegsmarine no tenía posibilidades para enfrentarse con la Royal Navy, mientras que el el ejército de tierra nunca había hecho planes para llevar a cabo operacioens anfibias, algo que a los aliados les llevaría todo el conflicto bélico perfeccionar. Peor aún, la Luftwaffe era esencialmente táctica, de apoyo a las operaciones terrestres, sin autonomía ni capacidad de ataque para llevar la guerra a un país que su ejército no estuviera ya invadiendo.
Peor aún, Hitler realmente no quería invadir Inglaterra, si no que ya en septiembre, cuando la batalla de Inglaterra aún podía ganarse, empezó a preguntar a sus generales, según el testimonio de Halder, sí se podría invadir Rusia ese otoño, aceptando a regañadientes un retraso hasta mayo de 1941. Desde ese instante, los recursos que podrían haber doblegado a Inglaterra empezaron a desviarse hacia el nuevo frente, cuando, a pesar de su derrota en los cielos ingleses, alemania podría haber dejado fuera de combate al Reino Unido ese mismo año o como muy tarde el siguiente, si hubiera sabido jugar sus cartas como un imperio debería jugarlas.
Simplemente, poniendo todo su esfuerzo bélico en el arma submarina, que estaba diezmando los convoyes britanicos y podía haber rendido a ese país por hambre, mientras la aviación y el ejército de tierra llevaban la guerra a África, ayudando de manera decisiva a Italia, cerrando el canal de Suez e invadiendo los pozos de petroleo de Oriente Medio, los cuales nunca habrían podido ser defendidos con eficacia por una Inglaterra amenzada por un desembarco.
Pero Hitler, en contra de la leyenda, nunca fue un estratega, el pensaba en términos, como muchos de los enemigos que había derrotado, aún pensaba en los términos del conflicto mundial, en eliminar al enemigo rompiendo su frente o en resistir a ultranza. Un primer concepto que le funcionaría en tanto que la Wehrmacht estuviera bien engrasada y sus enemigos no aprendiesen, mientras que el segundo sólo contribuiría a acelerar su caída, una vez que las tornas cambiasen