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jueves, 18 de noviembre de 2021

Francisco Veiga, El desequilibrio como orden

Desde Occidente se contemplaba la situación en Rusia con creciente preocupación. La economía se deterioraba por momentos, el descontento social era unánime. Los sueldos no se cobraban durante meses  y cuando eran abonados ya no servían para hacer frente a la subida de los precios. La delincuencia aumentó, se expandió por todos los ámbitos de la sociedad. Las costumbres ya conocidas durante los últimos tiempos de la Unión Soviética (el trueque a base de los productos substraídos en la propia empresa, los sobornos) se convirtieron en práctica común y corriente. Pero se asoció con el uso de la violencia y la aparición de mafias cada vez más organizadas. Rusia amenazó con transformarse en un gigantesco bazar donde todo se podía comprar y vender. Desde Occidente se consideraba cada vez más seriamente la posibilidad de que eso incluyera no sólo armas convencionales -algo muy extendido por entonces-, sino tráfico de armas atómicas y componentes asociados a las mismas o a su fabricación, incluidos los científicos y técnicos que las habían creado y mantenido. O crisis derivadas de fallos fatales en las instalaciones nucleares.

Francisco Veiga, El desequilibrio como orden, una historia de las postguerra fría.

En entradas anteriores ya les había comentado otro libro de Francisco Veiga, del titulado La fábrica de la fronteras, centrado en las guerras  de secesión yugoeslavas de las década de 1990. Aunque no coincido del todo con algunas de sus conclusiones -la autoría de ciertos hechos luctuosos-, es un análisis brillante de esa década convulsa, tanto por su detalle como por ayudar a disolver los errores que la propaganda de entonces inculcó en quienes vivimos en esa época. Pueden imaginarse el interés que me despertó saber que había escrito un estudio de igual calidad sobre los años posteriores a la guerra fría, de 1990 a 2012

Y aquí se hace necesario un inciso. Hace muchos, muchos años, en los noventa del pasado siglo, ya había leído otro libro de este autor: La paz simulada, escrito en colaboración con Enrique da Cal y Ángel Ugarte. Obra centrada en la Guerra fría que devoré con fruición, ya que, como sabrán, mi adolescencia había transcurrido en los años ochenta, durante los últimos coletazos de ese conflicto, cuando parecía que, a la mínima, habrían de empezar a llover pepinos nucleares. No ocurrió así, por suerte, así que, durante los noventa, me obsesione con comprar libros dedicados a ese periodo: obras que me ayudasen a comprender el porqué de esa locura. Sin embargo, con el tiempo, ese periodo que me marcó de manera indeleble ha devenido historia antigua, de la que aburre a los escolares. Ahora, pasados 30 años, es necesario descubrir qué ocurrió en la posguerra de ese conflicto, en este tiempo de neoliberalismo triunfante.

jueves, 1 de abril de 2021

Sólo una matanza sin sentido (y III)

 En realidad, el espíritu de Hitler es un espíritu profundamente femenino; su inteligencia, sus ambiciones, su voluntad misma no tienen nada de viril. Es un hombre débil que se refugia en la brutalidad para ocultar su falta de energía, sus sorprendentes flaquezas, su egoísmo mórbido, su orgullo sin recursos. Algo que tienen todos los dictadores, uno de sus rasgos característicos en su modo de concebir las relaciones entre hombres y acontecimientos es la envidia: la dictadura no es sólo una forma de gobierno, es la forma más completa de la envidia, tanto en lo político, como en lo moral y lo intelectual. Como todos los dictadores, Hitler se deja guiar más por sus pasiones que por sus ideas. Sus relaciones con sus antiguos partidarios, esas tropas de asalto que lo han seguido desde el primer momento, que le han permanecido fieles en las desgracia, que han compartido con él humillaciones, peligros, cárcel y que han contribuido a su gloria y a su poder, no puede explicarse más que por un sentimiento del que únicamente se extrañarán los que ignoran la naturaleza especial de los dictadores, su psicología violenta y tímida. Hitler siente envidia de los que le han ayudado a convertirse ne una figura de primera línea en la vida política alemana. Teme su orgullo, su energía, su espíritu combativo, esa voluntad valerosa y desinteresada que hace de las tropas de asalto hitlerianas un peligroso instrumento para la conquista del estado.

Curzio Malaparte, Técnicas de golpe de estado.

En la trayectoria política de Malaparte, este libro tiene una importancia capital. Publicado en 1931, sus comentarios despectivos contra Adolf Hitler, futuro dictador de Alemania -e indirectamente contra el propio Musolini- le granjearon la inquina perpetua del partido Nazi. Cuando se hicieron con el poder, cada viaje de los jerarcas alemanes a Italia acarreaba arrestos carcelarios para Malaparte, que poco a poco se fueron haciendo cada vez más largos, culminando con destierros. Como resultado, la decepción de Malaparte con el rumbo del fascismo mussoliniano se transformó en oposición abierta. Tras la rendición italiana en 1943, Malaparte se pasaría al bando aliado para luego, en la postguerra, militar en las filas comunistas. Curiosa evolución para quien había sido un fascista convencido, de los primeros en unirse al movimiento, e intelectual mimado por el régimen de Mussolini.

Técnicas de golpe de estado se ha visto rodeado de una aureola de libro antifascista que tiene bastante de falsa. Es cierto que hay un ataque directo contra Hitler, pero es más bien contra los métodos que estaba utilizando en su toma del poder: electorales y parlamentarios, a largo plazo, frente a las técnicas relámpago que habían encumbrado a Mussolini. Malaparte se embarca así en un estudio de la formas violentas de conquistar el poder de forma, pero no mediante una revolución, sino mediante un golpe de estado. ¿La diferencia? La revolución implica masas, es decir, un levantamiento popular que triunfa sobre el poder del estado por la fuerza del número, al abrumar a las fuerzas represivas. El golpe de estado, por el contrario, es obra de una minoría, que consigue tomar los centros neurálgicos del poder, para poder así paralizar al estado y doblegarlo a su voluntad.

jueves, 25 de marzo de 2021

Solo una matanza sin sentido (II)

 Y de pronto vuelve a mi memoria aquéllo que he oído narrar desde que llegué a Laponia, aquéllo de lo que todos hablan en voz queda, como si fuera algo misteriosos (y sin duda lo es), aquéllo de lo que está prohibido hablar; vuelve a mi memoria aquéllo que he oído hablar desde que llegué a Laponia acerca de unos jóvenes soldados alemanes, unos Alpenjäger del general Dietl, que se ahorcan de los árboles en lo profundo de los bosques o que pasan días sentados a orillas de un lago contemplando el horizonte para después dispararse en la sien, o que, impelidos por una prodigiosa locura, casi una fantasía amorosa, deambulan por los bosques como animales salvajes y se arrojan a las aguas inmóviles de los lagos, o se echan a esperar la muerte sobre los lechos de líquenes al pie de los árboles agitados por el viente, y se dejan morir con dulzura en la soledad fría y abstracta del bosque.

Curzio Malaparte, Kaputt

En  la entrada anterior, les había esbozado la compleja trayectoria política y biográfica de Cuzio Malaparte, desde su militancia fascista de los años veinte a su comunismo de los años cincuenta. Sin embargo, no les había explicado aún de qué va su novela Kaputt, ni por qué ha supuesto una descubrimiento para mí. Digamos, de manera muy breve, que es la mejor novela sobre la Segunda Guerra Mundial que he leído, con el permiso de Los desnudos y los muertos de Norman Mailer. Aún más, lo que cuenta y el modo en que lo cuenta invalidan cualquier aproximación anterior, ya sea en literatura o en cine. Tras Kaputt, no es posible ver de la misma manera esos productos, en especial los hollywodenses, que de repente se tornan vacuos, vehículos de un patriotismo huero que fue, precisamente, una de las causas de esta segunda conflagración mundial.

Las razones de esta originalidad son múltiples. En primer lugar, Kaputt es producto de un hombre que ya estaba desengañado y que observa el conflicto sin muchas esperanzas. No se trata, por tanto, de un relato de descubrimiento, de toma de consciencia, sino de una constatación de hechos ya conocidos, como mucho sospechados. En segundo lugar, la posición de Malaparte no es la de un soldado de primera línea, sino la de quien en su condición de corresponsal, se mueve por la retaguardia y llega, como mucho a las inmediaciones del frente. No hay lugar, en su novela, para las heroicidades o las hazañas bélicas, pero sí para los efectos deletéreos de la guerra sobre la población civil o sus resultas  sobre quienes han dejado, temporalmente, de ser soldados: prisioneros, personal de retaguardia, militares de permiso o en retirada.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Más allá de nuestro terruño (IV)

The forces that brought the National Movement to a bitter end, however, were more complex. Above all, the political volatility of the postwar era and the presence of many players created an environment of perpetual turmoil. The combination of an insecure monarch with memories of his father's downfall, a royal court susceptible to intrigue, a reinvigorated officer corps in search of power and privilege, an old elite clinging to its privileges, corrupt deputies of the Majles, the comings and goings of impermanent governments,  the presence of a well-organised and ideological Tudeh Party, and extremist Islamic tendencies -all them made designing any workable consensus highly formidable, if not impossible. Before Mosaddeq both Quram and Razmara had failed to master the treacherous political terrain. The widening political chasm aside, the forces at play in any particular moment could forge odd and opportunistic alliances while other were willing to change course or even to act as foreign proxies, a situation that called into question the loyalties of many politicians of the period.

Abbas Amanat, Iran, a modern history

Las fuerzas que contribuyeron al final abrupto del Movimiento Nacional (el liderado por Mosaddeq) eran, sin embargo, más complejas. Por encima de todo, la inestabilidad política de la postguerra y la conjucción de muchos actores políticos crearon un ambiente de constante desorden. La combinación de un monarca inseguro, con el recuerdo de la caída de su padre; una corte real proclive a las intrigas; un cuerpo de oficiales reforzado, en busca de poder y privilegios; una antigua elite aferrada a sus privilegios; los diputados corruptos del Majles (parlamento iraní); el ascenso y caída de gobiernos efímeros; la presencia del Partido Tudeh (comunista), bien organizado y adoctrinado; tendencias radicales islámicas... todo ello convertía en casi irrealizable la tarea de crear un consenso que funcionase. Antes de Mossafeq, tanto Quram como Razmara habían fracasado a la hora de controlar un escenario político traicionero. Dejando a un lado los abismos políticos, las fuerzas en liza en cada momento podían forzar alianzas extrañas y oportunistas, mientras otras estaban dispuesta a cambiar de dirección o incluso a actuar como intermediarios del extranjero, una sitación que ponía en tela de juicio la lealtad de muchos políticos de la época.

En la entrada anterior les había comentado la importancia capital de las revoluciones de 1905 a 1911 en los imperios Ruso y Otomano, Irán, México y China. No sólo son movimientos de cambio político extraeuropeos -con la excepción de Rusia- que desplazan el foco histórico de las potencias coloniales al Tercer Mundo, sino que tienen como objetivo el establecer regímenes democráticos -en ocasiones incluso de izquierda radical- que permitan a sus países ponerse a la altura los países europeas. Se trataba así de conseguir el mismo resultado que el Japón Meiji que, en un tiempo record, consiguió salvar un atraso técnico que se remontaba a los inicios de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, además de constituirse como potencia regional. Sin embargo, Japón fue una excepción. Otros países, como Egipto o Madagascar, habían intentado seguir la misma ruta en el XIX, para acabar siendo anexionadas a uno u otro imperio colonial.

En el caso de las revoluciones de la primera década del XIX no se producirá esa conversión en colonia -las potencias coloniales, a pesar de estar en su cénit, estaban ya al límite de su potencial humano y económico-, pero todas se saldarían en un fracaso. Los parlamentos surgidos de ellas, u otros fenómenos más avanzados, como los primeros Soviets Rusos, se revelarían frágiles y efímeros. Casi en seguida se convertirían en sede de poderes autoritarios de nuevo cuño, incluso totalitarios precedidos o seguidos por largas y cruentas guerras civiles que dejarían a esos países extenuados, prestos para ser repartidos entre las potencias coloniales, si éstas no hubieran quedado agotadas por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Unos procesos de cambio político de muy amplio rango, que seguirían vigentes hasta el fin del siglo XX -en ocasiones hasta el XXI- y en los que, por primera vez, la religión no jugaba ningún papel. Incluso se la consideraba como una antigualla en proceso de extinción, en claro constante con su vuelta al primer plano político desde 1980 en adelante.

jueves, 16 de abril de 2020

Estamos bien jodidos (y VI)

Small as these first antisemitic parties were, they at once distinguished themselves from all other parties. They made the original claim that they were not a party among parties but a party "above all parties". In the class and party-ridden nation-state, only the state and the government had ever claimed to be above all parties and classes, to represent the nation as a whole. Parties were admittedly groups whose deputies represented the interests of their voters. Even though they fought for power, it was implicitly understood that it was up to the government to establish a balance between the conflicting interests and their representatives. The antisemitic parties' claim to be "above all parties" announced clearly their aspirations to become the representative of the whole nation, to get exclusive power, to take possession of the state machinery, to substitute themselves for the state. Since, on the other hand, they continued to be organised as a party, so that their voters would actually dominate the nation.

Hanna Arendt, The Origins of Totalitarism

Por muy pequeños que fuesen estos primeros partidos antisemitas, se distinguieron al momento de otros partidos. Mostraban la pretensión original de ser no un partido entre otros, sino un partido «por encima de los demás». En los estados-nación, infestados de clases y de partidos, sólo el estado y el gobierno habían pretendido representar a la nación por entero. Se suponía que los partidos eran grupos cuyos cargos representaban los intereses de sus vontantes. Aunque luchasen por el poder, quedaba implícito que era tarea del gobierno alcanzar un equilibrio entre los intereses en conflicto y sus representantes. La pretensión, por parte de los partidos antisemitas, de estar «por encima de todos los partidos» anunciaba su intención de llegar a representar al país por entero, de obtener el poder único, de hacerse con la maquinaria del estado, de substituirlo por el partido. Puesto que, por otra parte, seguían estando organizados como un partido, su votantes habrían de controlar la nación.

Hace unas pocas décadas, el libro de Hanna Arendt sobre el origen de los totalitarismo apenas tenía otro interés que el histórico. Servía para entender como el nazismo alemán, junto con su reflejo especular en forma de régimen soviético, había construido un sistema que pretendían controlar al individuo de forma completa. Tanto en su vida pública como en su vida privada. Tanto en su  actividad social como en sus convicciones íntimas. Amenazando, a quienes no se sometiesen, con la eliminación física. El campo de concentración, junto con el del exterminio, terminaban siendo rasgos esenciales de esos regímenes totalitarios. Su consecuencia y su símbolo, pero también su motor y su fundamento.

Por supuesto, un libro de tal complejidad y agudeza no puede ser resumido en unas pocas entradas de blog. Además, no creo estar a la altura intelectual de una pensadora que puede codearse, con toda justicia, con cualquier filósofo del siglo XX. Sí intentaré comentar lo que más me ha llamado la atención, estructurándolo en lo que son las tres grandes áreas temáticas del libro: el antisemitismo, el imperialismo y el totalitarismo en sí. División que es también una secuencia cronológica, en la que cada etapa es evolución, conclusión lógica, de la anterior.

jueves, 31 de octubre de 2019

Nunca antes en la historia de la humanidad (y III)

Diatlov eventually concluded that neither the principal presiding judge, a member of the Soviet Supreme Court, Raymond Brise, nor the main prosecutor, Yurii Shadrin, a senior aide to the general prosecutor of the Soviet Union, were interested in uncovering the truth about the explosion. Indeed, they shielded the designers of the RBMK reactors from responsability by removing all the materials pertaining to reactor design from the case against plant management and assigning them to a separate criminal case requiring further investigation. The commission of nuclear experts summoned by the court to look into the causes of the explosion was dominated by representatives of the institutions  responsible for the design of the RBMK reactors, and evidence given from among the operators and engineers of the Chernobyl nuclear plant was often ignored by the judges.

Serhii Plokhy, Chernobyl, History of a tragedy

Diatlov llegó a la conclusión que ni el juez que presidía el juicio, Raymond Brise, miembro del tribunal supremo, ni el fiscal principal, Yurii Shadrin, ayudante del fiscal general de la Unióbn Soviética, estaban interesados en descubrir la verdad sobre la explosión. De hecho, protegieron a los diseñadores del reactor RBMK ante cualquier responsabilidad, al eliminar del caso contra la dirección del reactor cualquier infomación relativa a su diseño, mientras que la desviaban a un caso criminal distinto que requería más investigación. La comisión de expertos nucleares convocada por el tribunal para examinar las causas de la explosión estuvo dominada por representates provenientes de las instituciones a cargo del diseño del reactor RBMK mientras que las pruebas presentadas por los operadores e ingenieros de la planta nuclear de Chernóbil solían ser ignoradas por los jueces.





sábado, 26 de octubre de 2019

Nunca antes en la historia de la humanidad (y II)

...La primera vez que fuimos, nos encontramos a los perros  junto a sus casas. De guardia. Esperando a la gente. Se alegraban de vernos, acudían a la voz humana. Nos recibían. Los liquidábamos a tiros en las casas, en los cobertizos, en las huertas. Los sacábamos a la calle y los cargábamos en el volquete. No era agradable, claro. Los animales no podían entender por qué les disparábamos. Resultaba fácil matarlos. Eran animales domésticos. No temían ni a las armas ni al hombre. Acudían a la voz humana...
...Y los perros que quedaban con vida se instalaron en las casas. Entrabas, y se te tiraban encima. Entonces dejaron de confiar en el hombre. Entro un día en una casa y veo acostado en medio de un cuarto a una perra, y los cachorros a sus vera. ¿Que te da pena? Desagradable lo era, como no...
...Pues lo que es disparar, lo tenías que hacer a bocajarro. De modo que la perra, tirada en medio del cuarto y los cachorros a su vera, se me lanzó encima y la tumbé de un tiro. Los cachorros te lamían las manos, pedían caricias, tonteaban...

Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil



jueves, 17 de octubre de 2019

Nunca antes en la historia de la humanidad (y I)

-Anatoly Ivanovich -empecé yo (V.Y. Prushinski,ingeniero jefe del Departamento de Energía Nuclear de Soyuzatomenergo) animado-. Polushkin y yo hemos inspeccionado desde el aire la planta nº 4, desde una altura de doscientos cincuenta metros. La planta está destrozada... O sea, está destruida, principalmente la parte monolítica de la sección del reactor, el cilindro separador, los locales de las principales bombas de circulación,  el cilindro separador, la sala central, la cubierta superior de la defensa biológica está incandescente, hasta haber adquirido un color rosado y se halla inclinada en la cuna del reactor. En ella se ven nítidamente trozos de cables de comunicación y del sistema de refrigeración. En todas partes: en el tejado de la torre V, en la sala de máquinas, en el desgaseador, en el asfalto alrededor de la planta de, incluso, en el territorio de los dispositivos de distribución 330 y 750kv, ha esparcidos grafito y trozos de combustible. Es de creer que el reactor ha sido destrozado. La refrigeración no es efectiva.

Grigori Medvedev, La verdad sobre Chernóbil.



miércoles, 13 de febrero de 2019

Las vías interrumpidas

Poesía Zaum

Acaba de comenzar la temporada de exposiciones de este año y la Fundación Mapfre se ha colocado en los primeros puestos, con lo que puede ser una de las muestras del año. Su nombre es De Chagal a Malevich: El arte en revolución, y recorre, de forma exhaustiva , esos veinte años que van de 1910 a 1930, cuando arte ruso, luego soviético, se erigió como uno de los motores de la vanguardia. Hasta el cierre de los experimentos artísticos con la consolidación del totalitarismo estalinista, que consagró, como arte único, el realismo socialista.  Tan capaz en sus resultados técnicos, pero tan aburrido, incluso repelente, en sus aspectos temáticos.

La categoría de esta exposición no está en que se exploré territorios vírgenes. El arte ruso de las vanguardias es un invitado habitual en el panorama expositivo madrileño. Hace nada que estuvo abierta la exposición dedicada al Dadá ruso en el MNCARS, pero si nos remontamos más atrás, habría que citar la muestra de la Thyssen del 2006 o, aún más atrás, la del Central Hispano en 1993. Sin contar las monográficas centradas en un único artista, como las de Rodchenko o Malevich. Todas ellas girando alrededor de los mismos problemas y, se podría decir, casi con parecida selección de obras, de manera que visitarlas se asemeja, en ocasiones, al reencuentro con viejos amigos.

martes, 22 de enero de 2019

Intentando darle un sentido

La represión, la ausencia de cauces de representación popular y de libertades causaron la aparición y desarrollo de una oposición radical al sistema zarista dispuesta a derribarlo. Esta oposición estaba compuesta fundamentalmente por intelectuales, las elites educadas, lo que en Rusia se llamó Inteligentsia, estudiantes, escritores, profesionales liberales y una especie de subcultura al margen de la Rusia oficial, que intentaba explotar cualquier muestra de descontento popular para llegar al poder.  Fueron ellos quienes establecieron una tradición de ideas, propaganda y agitación revolucionarias, antes de que, con el cambio de siglo, todo eso se plasmara en la creación de diferentes partidos socialistas que dominaron después el escenario político en 1917.
Esa profunda grieta entre una sociedad en cambio y la autocracia, comenzada ya algunas décadas antes, con manifestaciones violentas desde arriba y desde abajo, generó un enorme potencial para el desarrollo del conflicto. La quiebra del sistema zarista no llegó, sin embargo, por la subversión, sino por un acontecimiento externo: la rivalidad imperial que Rusia mantenía con Alemania y Austria-Hungría.
¿Hubiera podido evitar Rusia la revolución, de no haberse producido la Primera Guerra Mundial? Es una cuestión imposibles de responder. Lo que sabemos es que la guerra actuó de catalizadora, empeoró las cosas y añadió problemas insalvables.

Julián Casanova, La venganza de los siervos, Rusia 1917

Hace dos años, en ocasión del centenario de la Revolución Rusa, se publicaron multitud de libros sobre ese acontecimiento. En el mercado hispanoparlante, se recibió con especiales elogios el libro que cito arriba. Lo escribió Julián Casanova, afamado historiador cuya especialidad es el periodo de la Segunda República, la Guerra Civil y el Franquismo. Con esas credenciales, pueden imaginarse que esperaba su lectura con expectación, así que en cuanto se publicó una edición en tapa blanda, me hice con ella de inmediato. Sin embargo, me he llevado una decepción. Mayor de la que debiera, dada la calidad de libro, pero decepción, al fin y al cabo.

El principal problema es la intencionalidad declarada del libro. Casanova no pretende realizar un análisis personal de la Revolución, sino ofrecer una síntesis, orientada al público español, de lo publicado en otras lenguas sobre ese acontecimiento. Un resumen que, además, es demasiado apretado, apenas 175 páginas, de las cuales las 25 finales son una repetición de las ideas apuntadas anteriormente. Mi mala impresión viene, precisamente, de esa sección de conclusiones, puesto que en vez de aportar ideas nuevas, es un mero copiar y pegar de otras secciones del libro, como si el autor no supiera hacer otra cosa que resumir. En esta ocasión, su propia obra.


jueves, 3 de enero de 2019

Al borde del apocalipsis (y IV)

«El año 1988 - escribe Chernyaev - reveló que las reformas del mercado que se habían iniciado eran inadecuadas (e imposibles en esencia en la URSS). Las innovaciones iniciadas por Gobachov y el abandono de la economía de planificación estatal empeoraron abruptamente la situación económica y, a la vez, el clima psicológico del país». En estas circunstancias «el pluralismo de la opinión» adoptado por la intellligentsia y por los miembros del aparato, les permitió aprovechar la insatisfacción general con la política del perstroika y con el liderazgo de Gorbachov, y transformar la crítica de la «deformación del socialismo» y de la «desviación de Lenin» en una «condena total del marxismo-leninismo como ideología y teoría, y en el rechazo en general de un régimen socialista«. No iban a encontrar resistencia alguna por arriba, ya que, como afirmaba Chernyaev a comienzos de 1990 «M.S. [Gorbachov] no cree en ninguna ideología»

Josep Fontana, Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945.

Sólo por su extensión y detalle, la historia de la Guerra Fría escrita por Josep Fontana es esencial a la hora de entender lo que supuso ese conflicto y sus múltiples ramificaciones. No obstante, como ya les comenté en una entrada anterior, no se halla exenta de defectos. El principal es que el posicionamiento político de este historiador, de claras simpatías comunistas, le lleva a exculpar, por sistema, las acciones realizadas por el bloque soviético, salvo, claro está, la paranoia asesina estalinista. Por ejemplo, a la hora de narrar el derrumbamiento de los sistemas comunistas en el este de Europa, insinúa que no fueron revoluciones populares, sino movimientos dirigidos desde arriba por las élites comunistas, que buscaban perpetuarse en el poder. Con éxito en muchos casos, como ocurrió, de forma paradójica, en la sangrienta rebelión que acabó con la dictadura de Ceaucescu en Rumanía.

jueves, 27 de diciembre de 2018

Al borde del apocalipsis (y III)

Kennan sostenía que los soviéticos estaban fanáticamente convencidos de que no era posible un modus vivendi con los norteamericanos y que para preservar su propia seguridad, necesitaban «romper la armonía de nuestra sociedad, destruir nuestro modo de vida tradicional y acabar con la autoridad internacional de nuestro estado». La conducta de los rusos respondía, en opinión de Kennan, que era historiador de formación y conocía la lengua rusa, a una mentalidad de siglos. Temerosos de los extranjeros, e inseguros ante la superioridad tecnológica de Occidente, habían desarrollado una visión del mundo paranoica que les hacía creerse sitiados. En cuanto al marxismo, los dirigentes soviéticos no creían en él, sino que lo utilizaban como un pretexto `para disimular la vaciedad de lo que no era más que la última de una larga serie de tiranías rusas que habían recurrido al poder militar para reforzar «la seguridad externa de unos regímenes internamente débiles». No se podía negociar con los soviéticos, ni se debía tratar de aplacarlos. Sólo una actitud de firmeza, unida a la voluntad de usar la fuerza si era necesario, podía contener a la Unión Soviética, sensible sobre todo a la lógica de la fuerza. «Por esta razón puede retirarse -y normalmente lo hace- cuando encuentra una fuerte resistencia en algún punto»

Los errores de Kennan eran evidentes e iban a tener graves consecuencias en el futuro. Al demonizar a los dirigentes soviéticos, ha escrito Herring, Kennan «confirmaba la futilidad e incluso el peligro de más negociaciones» y preparaba el camino para una política de enfrentamiento. Este texto (el telegrama largo) venía a dar una confirmación de experto al giro político que se estaba produciendo en Washington. Aunque se trataba de un documento secreto, James Forrestal lo hizo circular por el gobierno.

Josep Fontana, Por el bien del Imperio

El segundo libro que he leído, en estos últimos meses, sobre la guerra fría es la monumental obra de Josep Fontana, si bien su marco temporal excede un tanto al de la Guerra Fría en sí. La conclusión de su relato, abierta, como era de esperar, coincide con el presente del historiador, un 2011 en el que la Gran Depresión estaba en su apogeo y surgían los primeros movimientos de protesta popular contra el neoliberalismo rampanta. Fuerzas, amorfas y acéfalas, que en aquellos tiempos eran de izquierdas, como el movimiento 15M español, los 99ers americanos o los muchos Occupy/Ocupa, que siete años más tarde parecen haber sido barridos por los vientos de la historia, substituidos por potentes formaciones de extrema derecha que proclaman su racismo, xenofobia, machismo y nacionalismo a los cuatro vientos. 

Una inesperada metamorfosis a corto plazo que remeda la otra transformación, esta vez de largo recorrido, que motivó a Fontana el realizar la narración histórica del periodo 1975-2011. Su pregunta es aterradora en su simplicidad: cómo pudo ocurrir que una Europa que acaba de aplastar al Nazismo y que, junto con los EEUU, aspiraba a unos sistemas políticos de mayor representación popular y justicia social, acabase derivando a un neoliberalismo sin ley, en donde todo, leyes, derechos, deberes, se supedita al mero beneficio empresarial. Evolución de la que la victoria mundial de los citados populismos de ultraderecha no es más que la última etapa. Demasiado similar, por otra parte, a esa Europa de los años 30 que repudiaba la democracia y prefería gobiernos autoritarios y represores.

Sin embargo, la lectura del libro me ha dejado sentimientos encontrados. Es cierto que la cantidad de datos y hechos, en su mayoría ciertos, que se pueden encontrar en el libro es abrumadora, a lo que hay que agradecer que el posicionamiento político de Fontana, cercano al comunismo, nos libre de la propaganda de los vencedores de la Guerra Fría, al tiempo que procede a su denuncia. Sin embargo, esa virtud es también su mayor defecto. Por sistema, Fontana excusa y disculpa las iniciativas tomadas por el llamado bloque comunista, que acaba por parecer menos hegemónico, belicoso y totalitario de lo que en realidad fue. Sin contar que con su fijación en los "malos" de su narración, los EEUU, otros muchos aspectos de la evolución global quedan sin explicar o simplemente se omiten. Por ejemplo, tanto la revolución Sandinista como la Iraní parecen surgir de la nada, mientras que en este último caso su deriva hacia la teocracia se silencia, al mismo tiempo que se desconecta sde lo que ha acabado siendo un problema capital en el mundo moderno: la polarización del ámbito musulmán hacia el islamismo radical.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Al borde del apocalipsis (y II)

The moves away from dictatorship and toward more accountable forms of government in many parts of the world at the end of the Cold War were much helped by invigorated  international debates on rights and norms. Many of these debates questioned the strong and in some places almost overwhelming role of the state in Cold War politics. The Cold War had helped states to expand their power over people and communities everywhere. Even in the United States, where so many ideological positions privileged individual freedoms and rights, the practice have been toward and enlargement of the capacity of the federal government. The argument, everywhere, had been won by the combined needs of military preparedness and social improvement. The former was to fend off enemy expansion. The latter was to organise society better and to present it as the model of the future. But in the 1980 these forms of thinking were coming under pressure both in the East and West. In the Soviet Union, Gorbachev began to reconsider the established belief that mere state power was the solution to all the problems. In the United States and Britain neoliberals challenged the very foundations that postwar interventionism was built on: that capitalism functioned better if it was regulated by governments. While before state seemed to be the answer (or at least part of it), now, for some, it was the mother of all ills.

Odd Arne Westad, The Cold War: A World History


El alejamiento, en muchas partes del mundo, de formas de gobierno dictatoriales en favor formas sujetas a escrutinio al final de la Guerra Fría fue promovido por un renovado debate internacional sobre derechos y deberes. Muchos de esos debates ponían en cuestión el poderoso papel del estado en la política de la Guerra Fría, abrumador en ocasiones. La Guerra Fría había permitido en todas partes que los estados expandieran su poder sobre la población y la comunidad. Incluso en los Estados Unidos, donde se privilegiaba ideológicamente los derechos y libertades individuales, en la práctica se había promovido la ampliación de los poderes del estado federal. La discusión, aquí y a allá, había sido ganada por una doble necesidad combinada: la preparación militar y la mejora social. Aquélla debía mantener a raya la expansión enemiga. Ésta tenía que mejorar la organización social y mostrarla como modelo futuro. Pero en 1980 estos modos de pensamientos estaban siendo puestos a prueba tanto en el Este como en el Oeste. En la Unión Soviética, Gorbachev comenzó a cuestionarse la creencia heredada según la que el estado era la solución a todos los problemas. En los Estados Unidos y Gran Bretaña, los neoliberales impugnaron los fundamentos que los que se basaba el intervencionismo estatal de la postguerra: que el capitalismo marchaba mejor si estaba regulado por el gobierno. Mientras que antes el estado parecía ser la solución (o al menos parte de ella), ahora, para algunos, era la fuente de todos los males.

En la entrada anterior, les comentaba las muchas dudas que comienza a haber sobre la versión oficial del comienzo de la guerra fría. Según ella, tras la desidia de Roosevelt y su manifiesta indulgencia hacía Stalin, Truman había tenido que adoptar una política de intransigencia hacía la URSS, única manera de evitar que el totalitarismo soviético se hiciera con el continente europeo, tal y como ya había ocurrido en el Este de Europa. Sin embargo, lo que se comienza a pensar ahora es que salvo países muy concretos, caso de Polonia, Stalin hubiera estado dispuesto a neutralizar gran parte del continente a cambio de disponer de tiempo para reconstruir la URSS. De hecho, y para sustentar esa tesis, la toma del poder definitiva en países como Checoslovaquia  sucede no en 1945, sino en 1948, y como respuesta a los primeros desaires de los aliados occidentales.

No se puede aventurar qué hubiera ocurrido en el contienente si los EE.UU hubiera adoptado una postura más negociadora y hubieran jugado las bazas que tenían para obtener concesiones de Stalin. Lo que sí sabemos es que la Guerra Fría cristalizó en Europa, en 1948, para mantener dividido el continente durante cuarenta años. Durante ese periodo, ambos bandos se observarían, intranquilos, desde su lado de una frontera militarizada en un grado impensable. Dispuestos a invadir al contrario, o detener su ofensiva, utilizando todo su poder militar, sin descartar el uso de armas nucleares. Es más, incluyendo ese arma definitiva en sus planes, desde su uso meramente táctico, hasta el ataque masivo que debía arrasar por entero los países enemigos.

Esa militarización extrema, unida a la certeza de que cualquier conflicto en Europa derivaría en guerra nuclear total, congeló la frontera entre ambos bloques y el propio desarrollo de la Guerra Fría. La única solución para obtener la victoria, se creía, era trasladar las operaciones militares a otros países, los de tercer mundo y las excolonias europeas, donde la guerra entre EEUU y la URSS se libraría por intermediarios, sin arriesgarse a desencadenar la Tercera Guerra Mundial. El objetivo de ambas partes era robar al enemigo el mayor número de fichas sobre el tablero, de manera que éste se derrumbase sobre sí mismo, incapaz de mantener una supremacía planetaria. El resultado fue un inmenso sufrimiento humano, cuyas secuelas aún permanecen, con el añadido perverso de que además fue completamente inútil. Al final, la Guerra Fría se decidió en Europa, en las mismas regiones del Este del continente donde se había iniciado.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Al borde del apocalipsis (y I)

Stalin hoped that his alliance with the United States and Britain would last for several years after the war ended. His country was a disaster in 1945. The physical destruction was immense, as were the human losses. He feared the consequences for its own party if people were forced to live in misery even after the war was over. But Stalin was never quite sure what peace really meant, or whether his and communism's international opponents were willing to let him rest. There was no opposition to his dictatorship in the Soviet Union, and Stalin had a hard time imagining any opposition coming out of the new regions the Red Army had conquered. These countries might not be ripe for Communism yet, he thought, but they could be guided toward it by his authority and the example of the Soviet state. The British and Americans would extend their form of capitalism into the heart of Europe. Stalin would, at least over time, attempt to do the same with his system. It was both and ideological and strategic imperative. "This war" Stalin told his Yugoeslav Communist admirers in April 1945, "is not as in the past; whoever occupies a territory also imposes on it its own political system. Everyone imposes his own system as far as his army can reach. It cannot be otherwise"

Odd Arne Westad: The Cold War, A World History

Stalin esperaba que su alianza con los EE.UU. y Gran Bretaña durase varios años tras el fin de la guerra. En 1945, su país estaba en un estado desastroso. La destrucción física era inmensa, al igual que las pérdidas humanas. Temía a las consecuencias para el partido si se obligaba a la población a vivir en la pobreza más allá del fin de la guerra. Pero Stalin nunca estaba seguro de cuál sería el significado de la paz ni si los oponentes internacionales del comunismo le darían un respiro. No había oposición a su dictadura en la Unión Soviética y a Stalin le era difícil imaginar una oposición proveniente de las nuevas regiones conquistadas por el ejército rojo. Esos países podrían no estar maduros para el Comunismo, pero podían ser guiados hacia él mediante su autoridad y el ejemplo del estado soviético. Británicos y Americanos iban a extender su modalidad de capitalismo hasta el corazón de Europa y Stalin haría lo propio con su sistema político, al menos con el tiempo. Era un imperativo ideológico y estratégico. «Esta guerra» comunicó Stalin a sus admiradores yugoeslavos en abril de 1954 «no es como las pasadas, quien ocupe un territorio también impondrá allí su sistema político. Todos lo impondrán hasta donde alcancen sus ejércitos. No puede ser de otro modo.»

El periodo que llamamos la Guerra fría, de 1945 a 1991, o de 1948 a 1989, según se mire, tiene un interés especial para mí. En gran medida, por razones biográficas, ya que mi periodo formativo, el de mi adolescencia y primera juventud, coincidió con su recrudecimiento final en la década de los 80. Fue tan fuerte la impresión que me produjo vivir al borde del exterminio nuclear que, en gran medida, aún contemplo y juzgo la actualidad política con la mentalidad de antaño. Grave error, como pueden suponerse.

No debe sorprenderles que casi desde el momento en que cayó la URSS comenzase a leer libros sobre ese periodo, para intentar entender lo que había vivido. Las primeras obras que consulté, me doy cuenta ahora, tenían pesados lastres que las hacen casi inservibles, más allá de mera referencia de su transcurso temporal. El problema no estriba en su natural precipitación o que se pusiese el acento en temas quizá secundarios, como los complejos sistemas de armas y de alerta temprana que regían el equilibrio del terror, sino en su dependencia de la propaganda de los vencedores. Aquélla que decía que Truman y Churchill tuvieron los arrestos de plantarle la cara a Stalin, al contrario que el débil de Roosevelt, para impedir que el totalitarismo comunista se adueñase de Europa entera. O la otra que erigía a Thatcher, Reagan y Juan Pablo II en trío de duros cowboys que por si solos se las arreglaron para derribar el odioso sistema soviético  y traer la democracia a una Europa sojuzgada.

Pero... ¿realmente fue así? Mejor dicho, ¿fue inevitable la Guerra Fría? ¿Tuvo que acabar como acabó?