viernes, 5 de noviembre de 2021

La fábrica de las fronteras, Francisco Veiga (II)

Por ello, las masacres debido a impactos directos fueron muy raras y, cuando se producían, solían provocar muchas polémica mediática. Tras la denominada <<matanza de la cola del pan>>, el 27 de mayo de 1992, atribuida a un morterazo serbio, levantó una enorme polvareda la publicación de diversos informes de las Naciones Unidas, según las cuales éste y otros ataques similares habían sido provocaciones organizadas por las mismas fuerzas bosniacas, a fin de forzar la tan ansiada intervención internacional. El bombardeo del 5 de febrero de 1994 sobre el mercado generó muchas dudas en su momento; a día de hoy existen ya pocas dudas de que el ataque se debió a las mismas fuerzas bosnio-musulmanes. De hecho, según fuentes de inteligencia estadounidenses, el gobierno de Sarajevo incluso lo admitió ante sus aliados americanos, aunque en secreto.

Francisco Veiga, La fábrica de las fronteras.

Ya les había hablado, en otra entrada, de este magnífico libro de Francisco Veiga, un completo -y algo polémico- análisis de las guerras de Yugoeslavia. Ese complejo de guerras civiles, que ocupan la década de 1990 por entero, supuso un shock para una Europa que aún celebraba el fin de la Guerra Fría y que, además, llevaba viviendo cuarenta y cinco años de paz. Tensa, pero necesaria tras los treinta años de guerra sin cuartel, culminados en el genocidio contra los judíos, que habían ocupado la primera mitad del siglo XX. En muchos aspectos, las guerras yugoeslavas parecieron, para los europeos, como un retorno a esos años terribles, ya que la limpieza étnica, con toda su crueldad, se convirtió en su rasgo característico. Sin olvidar tampoco que, al contrario que las hostilidades de primeros de siglo, esta guerra fue televisada: durante largos años los europeos pudieron ver, día tras día, imágenes de las atrocidades casi según se estaban produciendo. Nombres como Sarajevo o Srebenica se clavaron en la memoria de los contemporáneos, pasando a formar parte de la larga historia de la infamia.

Sin embargo, a pesar de esa exposición mediática y de la cercanía temporal de los hechos, subsisten aún graves dudas y discordancias sobre lo que ocurrió en realidad. En la entrada anterior, ya les había señalado como la versión construida en esos años -y que aún persiste en gran medida- ponía la responsabilidad del conflicto en el estado serbio y sus dirigentes -Milosevic y Karadzic, quienes habrían intentado crear una Gran Serbia arrebatando amplias regiones a las repúblicas yugoeslavas vecinas. Esa culpabilidad se extendería también a las limpiezas étnicas, que habrían sido perpetradas, casi en exclusiva, por los serbios, teniendo como epítome el asedio de Sarajevo y las matanzas de Srebenica. Sin embargo, lo que ocurrió en realidad es que nadie quiso mantener la unidad de la federación, cuyos organismos fueron minados, desde dentro, por los propios gobernantes de los futuros estados sucesores. Serbia no habría podido hacer nada sin la colaboración, tácita y tempestuosa, de Croacia, cuyo presidente, Tudman, acordó en varias ocasiones el reparto de Bosnia con Milosevic.

Fue precisamente en Bosnia donde la guerra se convirtió en un infierno. Eslovenia consiguió su independencia en un para de semanas, principalmente por el desinterés de Milosevic en esa región, mientras que la guerra entre Croacia y Serbia entró en punto muerto en cuanto el presidente Serbio hubo conseguido sus dos objetivos principales: desmontar lo poco que quedaba del ejército federal y hacerse con las regiones de mayoría étnica serbia. No para anexionarlas a Serbia, sino para utilizarlas como moneda de cambio con Croacia en un futuro reparto de Bosnia. Si no ocurrió así, fue porque la guerra en esa república derivó en el caos absoluto, con milicias creando sus propios feudos, sin obedecer las órdenes de sus superiores teóricos, mientras libraban batallas que más tenían que ver con los intereses de criminales comunes que con cualquier aspiración de conquista. De hecho, tras varios años de guerra interminable, sin posibilidad real de que un bando se impusiera al otro, con continuos rasgados de vestiduras ante las matanzas étnicas y de campañas de bombardeo que no surtían efecto alguno, la comunidad internacional decidió mirar hacia otro lado y tolerar que el ejército croata aplicase una limpieza étnica sobre los serbios de Bosnia, unica forma de que Milosevic se sentase a la mesa de negociaciones.

Las guerras de secesión yugoeslavas se convirtieron así en un conflicto donde todos los participantes -desde las milicias incontroladas a los gabinetes occidentales- terminaron siendo cómplices de las peores atrocidades, ya fuera de manera voluntaria, consentida o tácita. La población civil, la propia y la enemiga, terminaron convirtiéndose en meros peones que se sacrificaban sin mayores miramientos según conviniese. De ahí el carácter polémico del libro de Veira que anunciaba al principio de este comentario: para él muchos acontecimientos de esa guerra fueron manipulados por las distintas partes. Bien para conseguir ventajas tácticas; bien, en especial, para forzar la intervención de las potencias occidentales. Entre ellos y en concreto, aquéllos que en su tiempo llenaron las portadas de los periódicos y el tiempo de los telediarios.

Un ejemplo serían las matanzas en Sarajevo, atribuidas en su tiempo a la artillería de las fuerzas sitiadoras serbias. Veira señala como estos hechos espectaculares coincidían con visitas de personalidades a la ciudad mártir o con reuniones de las altas esferas de la OTAN o la Comunidad Europea. Se trataría, según el autor, de ataques de "falsa bandera", utilizados por la presidencia bosnia, dirigida por Izetbegovic, para forzar una intervención internacional que evitase el colapso de las fuerzas musulmanas bosnias. No puedo juzgar hasta que punto las pruebas que presenta Veira son ciertas o no, pero si que queda clara la conclusión que apuntaba al principio: en ese horrendo conflicto no hubo partes inocentes, fuera de los civiles masacrados. Los dirigentes, incluso los de los musulmanes bosnios, actuaron con oportunismo repelente, sin hacer ascos a la mentira, la manipulación, las matanzas y la limpieza étnica, siempre y cuando sirvieran a sus intereses del momento

Mis reparos contra el revisionismo de Veira se deben, en consecuencia, no tanto a la solidez o fragilidad de sus pruebas, sino  a que yo viví en ese tiempo y, por tanto, asumí como verdadera la versión propagada por los de los medios de comunicación . Por eso, si sus conclusiones sobre los bombardeos sobre Sarajevo me resultan difíciles de tragar -aunque sean plausible, dada la catadura moral de los protagonistas de esa guerra-,  me es casi imposible aceptar lo que cuenta sobre Srebenica.  En su reconstrucción, no se niegan las matanzas, pero sí se pone de manifiesto que los mandos de la OTAN estaban al corriente de lo que planeaban los serbios, que éstos no tenían la intención de hacerse con el enclave -aunque sí estrechar aún más el cerco-, y sobre todo, que el gobierno de Sarajevo directamente dejó sin medios de defensa a las tropas y mandos allí apostados, facilitando una conquista que no estaba en los planes serbios. Lo que ocurrió después fue la consecuencia "lógica" de abandonar una población indefensa en manos de unas milicias que no daban cuartel.

Más allá de si ocurrió esto o aquello, la conclusión principal, en mi opinión, es otra: a pesar de las seguridades de las versiones aceptadas -y celebradas una y otra vez- quedan muchas zonas de sombra, demasiadas medias verdades, demasiados silencios interesados.  Tinieblas que, dado el carácter de guerra civil del conflicto, serán casi imposibles de despejar. Todos tienen interés en que la culpa recaiga sobre el otro.

 

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