miércoles, 3 de noviembre de 2021

Exposición Ad Reinhard, El arte es el arte y todo lo demás es todo lo demás, en la fundación Juan March

 


Se acaba de abrir en la fundación Juan March una exposición muy, pero que muy notable, tanto por las obras expuestas como por su carácter "metaartístico". Está dedicada al artista Ad Reinhard, pintor abstracto norteamericano de mediados de siglo, y su subtítulo ya nos da una una pista de la cualidad "meta" a la que me refería: El arte es el arte y todo lo demás es todo lo demás.

¿Qué quiero decir? Pues que la muestra está dividida en dos partes sin comunicación entre ellas. Separación que no es sólo temática, sino física, de manera que se podría hablar de dos exposiciones distintas, aisladas e independientes entre sí. Así, nada más entrar, se obliga al visitante a elegir entre "el arte" y "todo lo demás", que se hallan a lados opuestos del vestíbulo de entrada. Un lugar de tránsito, no expositivo, que hay que volver a cruzar cuando se quiere visitar el "otro lado", sin que lo que hay en él sea visible desde "nuestro" lado y viceversa.

¿Por qué esta decisión tan radical e inusual? En mi opinión, se quiere destacar la frontera infranqueable que solemos trazar entre la obra "oficial", "seria" de un artista y sus producciones por "ocio" y "divertimento". Es decir, entre lo que podemos ver expuesto en los museos, elevado al nivel de objeto sacro que debe contemplarse con reverencia, y lo que fue dejando esparcido en el camino: cartas, artículos, juegos, bromas... Producciones que se suelen considerar prescindibles o, como mucho, manillo de las obras esenciales. Necesarias en la exposiciones retrospectivas sólo en su papel de contexto explicativo para sus hermanas mayores. El problema -o la ventaja- es cuando esta obra menor resulta de igual categoría que la consagrada, como es el caso de Reinhard. 

Reinhard, por una parte, es famoso por los cuadros monocromos que pinto al final de su vida: pinturas negras que parecen todas iguales pero que no lo son en absoluto. En realidad, se trata de azules, grises y tierras de tonalidad muy profunda, que parecen surgir de una noche eterna. Como en otros artistas abstractos de igual radicalidad, piénsese en Rothko o Klein, la reducción al mínimo de los recursos provoca que el ojo de nuestra mente entre en trance, comenzando a percibir lo que puede -o no puede- estar ahí, lo que puede -o no puede- haber sido buscado por el artista. En mi caso, construcciones que surgen de las tinieblas, anuncio de mundos desconocidos, pero en ningún caso inquietantes. Tan protectoras como la noche en el interior de tu alcoba.



Sin embargo, Ad Reinhard dedicó gran parte de su vida y de sus energías a lo que entonces se llamaba agit-prop. Él consideraba que el arte tenía una función política y que esto conducía a que se expresase de un modo determinado, incluso en un campo como el de la abstracción, que a ojos de muchos merece el reproche de autista, conformista e incluso retrógradas. Sin embargo, para él esa descalificación sólo convenía a un tipo de abstracción: la geométrica. Aquélla que estaba siendo enseñada por supervivientes y epígonos de la Bauhaus y que, demasiado pronto, tras una serie de aciertos parciales, se instaló en la comodidad y la repetición.

Agit-prop que Reinhard realizó de una forma nueva. No mediante sesudos artículos en publicaciones especializadas, al alcance de unos pocos elegidos. Tampoco con panfletos u octavillas, que sería una forma de romper esas barreras autoimpuestas de los ambientes eruditos, sino con cómics. Tratando, mediante la imagen, de manera directa, hacer visible la historia del arte hasta su presente, los problemas a los que se enfrentaba y las direcciones en que debería dirigirse. Sin olvidar aquéllos que, quizás sin mala intención, estaban constriñiendo su desarrollo.
 
Una plasmación que nos resulta especialmente atractiva ahora, en nuestro presente de twits, youtubers y demás. El hecho de utilizar el dibujo/diseño para representar, simplificados, procesos complejos es ahora normal, casi trivial, aunque en tiempos de Reinhard pudiese parecer revolucionario. No tanto por el formato, sino por el hecho de traducir lo abstracto al lenguaje corriente. Tornándolo accesible, por tanto, para todos, puesto que cualquier sería capaz de captar la idea descrita y la intencionalidad del autor al primer golpe de vista. 
 
Sin necesidad, por tanto, de descender a los muchos detalles concretos que Reinhard embute en sus esquemas, cuya abundancia es un plus pero que no embarazan la comprensión del mensaje principal.
 
 

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