domingo, 31 de octubre de 2021

La Deuxième Nuit (La segunda noche, 2016) Eric Pauwels

La Deuxième Nuit (La segunda noche, 2016) cierra la llamada Trilogía de la Cabaña (2002-2016) de  Eric Pauwels,  Las dos primeras, Les films rêvés (Las películas soñadas, 2010) y  Lettre d'un cinéaste à sa fille (Carta de un cineasta a su hija, 2000) ya se las había comentado en entradas anteriores. Como ellas, es una obra híbrida, en la intersección del documental, el videoensayo y el cine experimental, pero con un inesperado cambio de tono. Las dos primeras películas eran celebraciones del cine y, por ende, de la vida, centradas en lo que se podría llamar el descubrimiento de la visión. Tanto la propia  como la de la cámara de cine, a lo que seguía su plasmación plena, ya fuera en acto o en la imaginación. Por el contrario, La Deuxième Nuit tiene un claro tinte elegíaco. ¿De pérdida de esa visión, debido a la cercanía de la muerte, único hecho común a toda la humanidad? Sí y no.

El título ya nos pone sobre la pista de lo que quiere contarnos Pauwels. Esa segunda noche a la que se refiere el director tiene lugar muy al principio de la vida de todo ser humano: el momento cuando el recién nacido tiene que dormir su primera noche solo, sin la cercanía protectora de su madre. Una separación desgarradora que no deja recuerdos en el individuo, pero sí en su progenitora: tras nueve meses de compañía constante, eso que portaba ya no está en su interior, ni siquiera al alcance de su mano. Ausencia, abandono, extrañamiento, que tienen un reflejo similar y distorsionado al final de la vida. Cuando la madre muere, es el turno para el hijo de sentir lo mismo que experimentó su madre esa noche olvidada, de hace tantos años, sólo que esta vez esa distancia entre ambos será insalvable. Para siempre.

El sentido elegiaco de La Deuxième Nuit proviene así de un hecho muy concreto de la biografía de Pauwels: la muerte de su madre. Una persona con la que el director mantiene, incluso tras su fallecimiento, un vínculo muy especial, más allá del mero hecho biológico. A lo largo del documental, Pauwels nos va revelando detalles de la biografía  de su madre -no siguiendo un orden temporal, sino apenas fragmentos esparcidos y desconectads- pero que apuntan hacia dos direcciones principales. Por una parte, el hecho de haber sido testigo, desde la niñez, de la insoldable soledad de su progenitora, cuyo marido estaba siempre ausente -se nos habla de una vaga actividad militar y de espía- y a quien descubrió que no amaba desde el mismo día de su matrimonio.

Un callejón sin salida que esta mujer aceptó, como tantas mujeres de este tiempo -los años cincuenta- hicieron obligadas por el modo en que habían sido educadas, por lo que sus familiares, sus parientes, la sociedad entera, esperaban de ellas, pero que ella no quiso que fuera el destino de su hijo. En el momento en que Pauwels le confeso que quería ser cineasta, abandonando sus estudios de medicina y, en aquel tiempo, las perspectivas de una posición futura segura y acomodada, ella le apoyó por entero. De hecho, le dio la respuesta que él esperaba, antes incluso de que llegase a pedírsela. Para que, al contrario que ella. no fuese aplastado por la frustración, los remordimientos, por no haber seguido su camino. Para que no devinese, como ocurre a tantos, un muerto más en vida, esperando a la liberación última y postrera.

Con esto, puede imaginarse el lazo tan estrecho, en apariencia indisoluble hasta que la muerte se interpuso, que unía a Pauwels con su madre. Él, casi como su confidente; ella, como apoyo constante en su vocación. De ahí que el film sea más que una elegía, un lamento por una pérdida irremplazable. De nuevo, se vuelve al símbolo de la segunda noche. Se trata, como en el caso del bebé recién nacido y de su madre, de atravesar esa noche, ese vacío y esa obscuridad interminable, para empezar en un caso, para recomenzar en el otro. En el caso de Pauwels y su cine, de volver a ser, de volver a crear, de volver a mirar, de volver a meditar sobre lo mirado, de volver a presentar y representar. 

De volver a compartir, en definitiva. Porque en eso consistía y debe seguir consistiendo su cine. En compilar lo que otros ven, para verlo a su vez y ofrecerlo a la vista de otros.

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