martes, 12 de octubre de 2021

Las trampas de la tecnología, Stanislaw Lem

Y es así, por tanto, porque en el transcurso de los cuarenta años que, que como escritor, he ocupado con mis aspiraciones futurológicas, he llegado a convencerme de que lo que yo había preparado con un claro optimismo unilateral, la historia lo ha condimentado con una desmedida crueldad, de manera que si, por así decirlo, el progreso hubiera debido ser la semilla de una existencia mejor, en realidad ha originado nuevos infortunios, cuyo propio desarrollo ha alimentado.

Stanislaw Lem, Las trampas de la tecnología

Si me siguen, ya sabrán de mi admiración por Stanislaw Lem. Aunque asociado con la ciencia-ficción, género del que constituye una cumbre indiscutible, se trata de un escritor polifacético cuya obra escapa de sus estrechos márgenes. No es ya que muchas de sus mejoras obras de ciencia-ficción pertenezcan, con todos los honores, al género humorístico -gran parte de las andanzas de Egon Tichy-, sino que otras se trasladan a un género de largo recorrido, con sus inicios en la antigüedad grecorromana, pero muy olvidado en el siglo XX: la literatura satítirico-fantástica, de manos de los dos robot-ingenieros Turi y Clapaucio. Al final de su vida, además, se aventuró en los terrenos de la experimentación - o, como poco, la vanguardia - con los prólogos a libros inexistentes que componen su amplia Biblioteca del Siglo XXI.

El rango de temas que aborda la obra de Lem no se detiene ahí. Uno de los hilos conductores de su ciencia ficción no es tanto la anticipación científica -descubrir qué cacharros y cachivaches nos deparará el futuro- sino la crítica de la ciencia y la tecnología, poniendo de relieve sus limitaciones y carencias. Se podría decir que Lem es un filósofo de la ciencia y ese espíritu es el que anima una obra capital de su producción: el largo ensayo Summa Technologiae. Se trata de un largo e intrincado análisis sobre las posibilidades futuras del progreso científico -que ya les he comentado in extenso en muchas entradas-, pero, de nuevo, no centrado tanto en describir las innovaciones tecnológicas, sino en analizar si podremos prescindir de ellas, qué problemas acarrearán y sí nos conducirán a nuevos atolladeros, puede que sin salida. 

Es una pena que este libro de los años sesenta no alcanzará la difusión que merecía en occidente. Publicado tras el telón de acero, no llegó a ser leído fuera de él hasta los años 90, cuando muchas de sus especulaciones comenzaban a tornarse realidad -y ahora son experiencia cotidiana, casi banal-. Si el curso de los eventos hubiera sido otro, ahora podríamos estar hablando de fantomática y fantasmología, en vez de realidades virtuales o aumentadas. Pueden imaginarse, por tanto, con qué ilusión emprendí la lectura de Las trampas de la tecnología, recopilación  de ensayos escritos por Lem a finales de los 80 y principios de los 90, que conformaban una suerte de continuación a esa Summa Tecbnologiae, actualizándola y completándola. Pues bien, ha sido una pequeña decepción.

Ya les he comentado que el giro a la experimentación de Lem, en los años 70, tuvo el efecto indeseable de que su obra de ciencia-ficción se resintiese un tanto en los 80. Aunque continuó publicando obras unicas -como Fiasco-, otras no pasaban de mera colección de cuentos mal recosidos - como Paz en la Tierra-. Hay también indicios de que Lem estaba empezando a perder el contacto con el mundo y sus cambios, como demuestra su declarada incomprensión, cuando no rechazo directo, hacia el feminismo. Por otra parte, sus escritos se tiñen de un pesimismo cada vez más negro y esterilizante -el cual comparto, por cierto- en donde la raza humana se revela como mero escalón más en la evolución, superada y arrumbada por sus propias creaciones, cuando no una potencia destructiva y aniquilador, una amenaza para el orden natural.

Por ello, a lo largo de los ensayos recopilados en Las trampas de la tecnología, Lem se mueve entre los dos extremos de una paradoja que se muestra incapaz de resolver. Por una parte, en esa juntura de 1990, las posibilidades tecnológocas que se apuntaban en Summa Tecbnologiae, estaban comenzando a hacerse realidad, como punta de lanza de ese terremoto tecnológico que ha cambiado por completo la faz del mundo en los últimos 30 años: el tránsito de un mundo desconectado y activo a horas fijas a otro hiperconectado y en ebullición las 24 horas del día. Sin embargo, por otra parte, ese acendrado pesimismo de Lem -propio de quien vivió la Segunda Guerra Mundial, la máquina de aniquilar Nazi y la pesadilla burocrática del Estalinismo-, se vuelve contra esa misma tecnología que él había anticipado.

Entiéndase bien. Ese pesimismo prudente estaba ya en Summa Technologia, pero se expresaba allí con evidente poder de fascinación. Lem era capaz de desmenuzar los peligros latentes del progreso, pero apartándose del estereotipo fácil. Por ejemplo, señalaba que tendríamos que recurrir a máquinas que decidiesen por nosotros, pero cuyos procesos de razonamiento seríamos incapaces de entender, mucho menos predecir -piensen, por ejemplo, en los algoritmos de censura existentes en las redes sociales-. Esto abría la puerta, en el imaginario popular, a la catástrofe de tipo Skynet, donde una AI consciente decide erradicar la raza humana, pero lo que Lem apunta, con gran tino, es que ese exterminio se podría producir sin que la máquina fuera consciente de que está haciendo e incluso sin que tomara una decisión explícita en ese sentido. Las instrucciones de los humanos, dictadas en su propio beneficio, podrían llevar a que la máquina adoptase medidas beneficiosas, pero cuya conjunción se tornase nociva.

Es esa clarividencia del Lem de los 60 la que se echa de menos en el Lem de los 90. Su método en estos ensayos parece reducirse a tomar pasajes de Summa Technologia, contrastarlos con las tendencia del momento -yendo un tanto a remolque-, para luego divagar sin llegar a ninguna conclusión clara. Tendencia a la digresión que también era patente en la obra de partida pero que allí era símbolo y medida de que lo que se trataba era inagotable, al tiempo que los callejones sin salida de cada divagación eran los puntos de partida de la siguiente. Aquí, por el contrario, cada ensayo finaliza en medio del desierto, donde nos deja abandonados.

No tanto, para ser justos, por fallo del propio escritor, sino porque se trata de publicaciones independientes, sin continuidad, que sólo ahora se encuentran, por casualidad, insertadas en una misma secuencia.

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