sábado, 30 de octubre de 2021

Calamity (2020) Remi Chayé

Hace unas entradas, les comenté la muy buena impresión que me había causado Tout en haut du monde (El techo del mundo, 2015), película de animación dirigida por  Remi Chayé. El año pasado se estrenó su segundo largo Calamity (2020), aunque no ha llegado a nuestro país hasta hace unos pocos meses. Como pueden imaginar, tenía cierta aprensión a que Chayé no hubiese conseguido mantener el nivel de su opera prima, tropiezo que suele ser demasiado común en autores primerizos. Por fortuna, creo que Calamity se mantiene a la altura, ya notable, de su predecesora. Quizás quede un poco por debajo, pero no mucho.

Si en Tout en haut du monde, Chayé nos llevaba al tiempo de las exploraciones polares, en esta segunda obra nos conduce a un lugar no menos mítico: El Lejano Oeste. Un espacio mítico que ha ocupado un lugar prominente en la memoria de varias generaciones -yo diría que hasta los años ochenta- aunque ahora haya quedado un tanto en la penumbra, tras la desaparición del Western de la lista de prioridades de las grandes productoras cinematográficas y de la parrilla de las televisiones. Una Ausencia debida también al cambio de nuestro punto de vista sobre ese periodo histórico. No se concibe ya como una gracias a la que la civilización se llevó hasta esas tierras salvajes, sino de un genocidio que acabó con las poblaciones indígenas. Asímismo, el carácter de libertad y de nuevo comienzo que se asociaba al oeste ha sido muy matizado, para poner de manifiesto la ilegalidad y la anarquía capitalista que rigieron esos tiempos.

Factores que ya habían sido señalados en los años sesenta, cuando el Western se metamorfoseó, durante su último periodo de gloria, en crepuscular y de denuncia, pero que continuó durante las décadas siguientes, cuando se disoció del arquetipo que había constituido su encarnación en la ficción: el vaquero solitario, por supuesto blanco, que desfacía entuertos con el cañón de su pistola. En realidad, la conquista del Oeste fue obra, en igual medida, de mexicanos, negros y mujeres, incluso indios, sin los cuales jamás se hubiera podido construir el novus ordo estadounidense en el interior del continente. Con esto en mente, resulta más evidente la elección del personaje histórico que da nombre a la película: Calamity Jane, Juana Calamidad o Martha Jane Canary-Burke ha devenido un icono feminista.

Una reivindicación bastante reciente y ligada con las nuevas olas de ese movimiento. En tiempos del Western clásico, aunque Juana Calamidad era un nombre conocido, sólo lo era a la sombra de James Butler Hickok, a medias pistolero y agente de la ley. Calamity Jane, por tanto, quedaba reducida al papel de amante del gran hombre y mero miembro de la banda, cuando en realidad su categoría como aventurera y exploradora poco tenía que envidiarle. Es ese aspecto el que evoca la película de Chayé, que se centra en la adolescencia de Martha Jane Canary-Burke, imaginando cómo llegó a convertirse en Calamity Jane. Un camino de descubrimiento que es también de rebeldía, puesto que en esa época las actividades de los sexos estaban compartimentalizadas: cabalgar, sobrevivir en los bosques, tener libertad para ir a dónde y cuándo se quisiera se reservaban a los hombres, puesto que rebajaban la categoría de la mujer.

Conflictos que la película de Chayé refleja en toda su extensión, adoptando una postura clara pero sin parecer panfletaria. Que Calamity decida, y pueda, hacer lo mismo que sus compañeros masculinos se plasma como algo natural, mientras que lo irracional es lo contrario. Sin olvidar que el estilo de Chayé, como bien mostraba Tout en haut du monde (El techo del mundo, 2015), es introspectivo, meditativo y descriptivo. Si llegamos a creernos a Calamity y su rebelión, es porque antes Chayé nos ha mostrado con todo detalle en qué consistía vivir en el Oeste de mediados del siglo XIX. Se centra en las pequeñas acciones cotidianas, en los diferentes ritmos que permitían sobrevivir en un entorno duro, cuando no hostil. Plasmación que, de forma paradójica, se realiza con una paleta de colores un tanto antinaturales, pero que no molesta en absoluto. Coincide, de manera inesperada, con nuestra imagen idealizada del oeste, reforzada por unos encuadres, muy clásicos, que subrayan la inmensidad, la grandeza, de esos espacios donde aún reinaba la naturaleza salvaje.

Sólo un pequeño pero. Quizás en la segunda parte Chayé se deje tentar un tanto por el relato de aventuras al uso, pero es solo un pequeño tropiezo que no va a mayores.

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