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Lápida del presbítero Crispín |
Siguiendo con mis notas al nuevo montaje del museo arqueológico, ha llegado el momento de las salas dedicadas al medievo: Visigodos, árabes y cristianos. Como ya les había dicho, el principal problema de la reforma es que a pesar del aumento del espacio expositivo da la impresión que éste ha disminuido, a lo que no ayuda la reducción en el número de piezas.
Entiéndase bien, en áreas como la romana o la protohistórica, que rebosan de piezas, esta saca ha ayudado a aligerar la exposición, permitiendo que sea más accesible al público. Aún así, y debido a esa misma abundancia de objetos, no puede evitarse cierta sensación de agobio, de estar perdidos tanto en el tiempo como en el espacio. La exposición es así, al mismo tiempo, pedagógica y críptica, ya que, como les contaba, se han eliminado muchas de las explicaciones, mapas y maquetas del antiguo montaje, sin que hayan sido substituidos por otras nuevas.
No obstante, en zonas tan ricas como la romana y la prerromana, estas quejas mías no son más que pijoterias, ya que a pesar de los defectos que aún quedan, los problemas de exponer tal número de piezas de un modo coherente han sido resueltos de forma bastante elegante y muy ilustrativa. Muy diferente, por el contrario, es el caso de las salas a la Edad Media, donde es evidente que sí se ha producido una importante reducción del espacio expositivo, las piezas se acumulan sin casi dejar espacio para disfrutarlas, mientras que reina una evidente confusión en el dónde y cuándo de lo que se muestra.
Parte de esta confusión se debe a modificaciones en los modelos historiográficos, muy evidentes en la sala dedicada al paso de la antigüedad romana a los reinos sucesores germanos. Si en la narración de la prehistoria se han dejado a un lado los parámetros de la antigua arqueología cultural, en lo que se refiere a la caída del imperio romano se intenta evitar la singularidad de ese hecho, para hablar en cambio de Antigüedad Tardía, entendida como un extenso periodo de transición del siglo IV al VIII durante el que, lenta y paulatinamente, el mundo romano se habría transformado en la cristiandad medieval, mientras que las invasiones bárbaras no pasarían de ser una anécdota.