Selon toute probabilité, la plupart des fidèles de cette religion tiennent pour une aberration monstrueuse la caution que prétendent trouver dans l'Islam ceux qui commettent des attentats meurtriers, prennent des otages, les soumettent a la torture et les assassinent. Et sans doute est-il préférable d'éviter tell formule hâtive qui tendrait à faire de tout "islamique" un terroriste en puissance: il serait d'une égale absurdité de suspecter en chaque catholique un Torquemada ou en chaque juif un rabbin Kahane. Plus encore, en pratiquant l'amalgame et l'insinuation, on risque fort de souder dans un réflexe hostile et solidaire les rangs de population qui se sentent soudain l'objet d'un soupçon inique e difus.
Pourtant, ce serait fait preuve de l'aveuglement des compagnons de route de nier un fait: la multiplication des actes terroristes et de prises d'otages s'inscrit dans une stratégie antioccidentale efficace mis au point par certains états du Moyen Orient, et nomme par les spécialistes le "conflit a baisse intensité". Dans cette perspective, l'usage du vocabulaire islamique, et notamment de l'injonction du jihad, dans son sens le plus belliqueux de "guerre sainte contre les ennemies de Dieu", constitue un précieux auxiliaire pour recruter une mouvance de sympathisantes et d'exécutants au sein d'une jeunesse sinistrée qui considère qu'elle n'a pas plus rien a perdre et qui voit, à tort ou à raison, dans l'Occident haï e opulent la cause de tous ses maux. On se fourvoierait à sous-estimer l'impact de pareilles mots d'ordre.
Gilles Kepel, Les banlieues de l'Islam
Con toda probabilidad, la mayor parte de los fieles de esta religión consideran una aberración monstruosa la pretensión de encontrar en el Islam a aquellos que cometen atentados mortíferos, tomar rehenes, los someten a tortura y les asesinan. Y sin duda es preferible evitar la formula apresurada que haría de todo islamista un terrorista en potencia: sería igual de absurdo suponer en todo católico un Torquemada o en caja judío un rabino Kahane. Aún más, al utilizar esa yuxtaposición e insinuación, nos arriesgamos a desperar un reflejo solidario hostil entre los grupos de población que se sienten repentinamente objeto de una sospecha inicua y difusa.
Sin embargo, sería mostrarse ciego, como los compañeros de viaje, si se negase un hecho: la multiplicación de actos terroristas y de toma de rehenes se inserta en una eficaz estrategia antioccidental practicada por ciertos estados de Oriente Próximo y llamada por los especialistas "conflicto de baja intensidad". Desde esta perspectiva, el uso del vocabulario islámico y especialmente de la jihad, en sus sentido más belicoso de "guerra santa contra los enemigos de Dios", constituye un auxiliar precioso en el reclutamiento de simpatizantes y ejecutores en el seno de una juventud fracasada que considera que no tiene nada más que perder y que ve, de manera correcta o equivocada, que la causa de todos sus males es el Occidente odiado y opulento. Se equivocaría quien subestimase el impacto de semejantes consigna.
Acaba de terminar este libro de Gilles Kepel cuando sucedieron los atentados de Barcelona. Preferí retrasar la escritura hasta que todo se hubiera normalizado - al ritmo que va la actualidad patria, no ha tardado mucho - pero también porque estos hechos luctuosos ya no me afectan como los hicieron los del 11-S o los del 11M. Pareciera que la violencia, en forma de atentado sangriento, aquí o en otra parte del mundo, se ha convertido en parte cotidiana de nuestras vidas. Cada muerte, cada grieta en la convivencia, tiene así cada vez menos valor. Es simplemente otro más en la lista, un paso más en un conflicto que, a mi entender, están ganando los radicales: las formas extremas de religión que pretenden eliminar las conquistas de los estados laocos.
Resulta curioso, leyendo el párrafo de Kepel, lo apropiado que resulta su conclusión al tiempo presente. Pero no es un artículo de actualidad. Se trata de un libro publicado en 1987 que intentaba analizar y explicar las causas de un fenómeno nuevo, la aparición del Islam como un fenómeno político en Francia en los años 80, al socaire de la Revolución Islámica en Irán. Puede sorprender esa fecha temprana. Para nosotros, el Islam, como fuerza política y revolucionaria, no se tuvo en cuenta hasta el shock que supusieron los atentados del 11-S en Nueva York. De repente, descubrimos que minorías implantadas en nuestra sociedad tenían - y exigían - necesidades para las que nuestra sociedad no tenía cabida o que no habían sido consideradas en su construcción. Un problema de construcción social que no habría tenido tanta repercusión sino fuera, precisamente, por esa deriva violenta cuya expresión es el terrorismo islámico.