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martes, 4 de septiembre de 2018

Futuros imperfectos

¿Pero qué pasa con el original? Si sale de la cabina en la cual hemos realizado el inventario de sus átomos, es evidente que no ha partido a ningún lugar, sino que se ha quedado donde estuvo hasta el momento. Fuera de eso, aun si millones de sus copias han comenzado su existencia en los aparatos receptores, eso en nada cambia la situación del Smith original: si no le decimos nada, se irá a su casa sin tener la más mínima idea de lo que realmente ha ocurrido. Entonces resulta que hay que destruir el "original", enseguida después del "inventario atómico". Puestos en la situación del Señor Smith, con facilidad advertiremos que las perspectivas de su viaje telegráfico no son para nada color de rosa. En realidad, parecería que morirá en la cabina, asesinado una vez y para siempre , en tanto que de los receptores saldrán individuos idealmente parecidos a él , pero no él mismo. Porque es así: entre casa estado del hombre y su estado anterior hay un estricto vínculo causal. En el momento T1 vivencio el gusto dulce, porque en el momento T2 me han puesto sobre la lengua un terrón de azúcar. Entre el señor Smith y su retrato atómico también hay un vínculo causal: el retrato es tal y cual, dado que hemos actuado sobre el cuerpo de Smith así y asá, y gracias a esa acción se ha llegado a un envío informativo completo sobre la constitución del señor Smith. De igual modo, existe un vínculo informativo y casual entre el retrato atómico y las "copias" que salen de los receptores, dado que han sido construidas tal como lo indicaban las indicaciones del "retrato". ¿Pero qué relaciones acaecen entre la totalidad de esas transformaciones (Smith como organismo vivo, Smith como información enviada y los múltiples Smith copiados acorde con esa información) y la muerte del señor Smith, que provocamos apenas terminado el retrato atómico?

Stanislaw Lem, Summa Technologiae

Hace ya dos años, les comenté con profusión este extenso ensayo filosófico-tecnológico de Stanislaw Lem en una serie de entradas de este blog, de título Los laberintos de la ciencia (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí).  Leí este libro en traducción inglesa y en su momento me fascinó hasta la obsesión, como demuestra mi prolijidad analítica o el hecho de que lo releyera entero apenas terminado. Lo he vuelto a revisar ahora en traducción española, variante argentina, y no me ha despertado el entusiasmo de antaño. En varias ocasiones me sentí fuera del libro, lejano y desapegado.

No es un problema del ensayo de Lem, al que haya descubierto ahora como vacuo y baldío, ni mucho menos de la traducción, modélica y escrupulosa. Se trata más bien de una cuestión de tempo. El hecho de leer en una lengua, el inglés, que no es la mía materna, me forzaba a bajar el ritmo, a prestar más atención a lo contado, pudiendo así digerirlo y asimilarlo. Leer en castellano, por el contrario, me lleva a correr más de lo debido, por lo que, sin pretenderlo, me salto pasajes, los visitó descuidado. Se me escapan, desapercibidas, las ideas que Lem intenta resaltar y con ellas las conclusiones en las que Lem quiere que reparemos.

Porque hay algo innegable: Summa Technologiae es un libro importantísimo. O lo hubiera sido si se hubiera publicado en Occidente en los años sesenta. En él, Lem intenta atisbar en las posibilidades que el futuro tecnológico podría traernos, tanto en sus aspectos positivos como en los negativos. Y no se trata de un ejercicio de futurología al uso, de ésos que, llegado el futuro que pretenden adivinar, sólo sirven como burla y diversión de los contemporáneos, regocijados al comprobar lo equivocados que estaban sus anticipados. No, lo que Lem cuenta es tan relevante y pertinente que mucho forma parte ya de nuestro presente, desde hace apenas unas décadas. incluso años.Tanto más sorprendente su pensamos en la cisura cultural que, en los veinte años que median entre 1990 y 2010, han creado la internet y los móviles.

martes, 28 de agosto de 2018

Fragmentos esparcidos (y I)

A la postre, tampoco es de extrañar la preferencia por la guerra en un pueblo (el americano) que apenas parece concebir otra dimensión de la vida y afanes de los hombres y los individuos que la que discurre a lo largo de la polaridad entre « vencedor » y « perdedor». Ya acertó a señalar al preferencia y propensión la escritora Susan Sontag - a raíz de la miserable hazaña perpetrada desde un cielo que acaso sea el Dios o Yavé Sabaoth, pero no ciertamente el de los hombres, por los impunes bombardeos americanos sobre Afganistán - con la adecuada crudeza de aquella fórmula de « la luhuria que la opinión pública siente por los bombardeos en masa» Creo que son poco todavía los que lo han entendido y le han visto la gracia, pero tal vez no tarde en lograr hacer reír a todo el mundo a mandíbula batiente el que es sin duda el mejor chiste político americano de estos últimos años « ¿Por qué nos odian? »

Rafael Sánchez Ferlósio, La belleza de la guerra.

En mis manuales de literatura de bachillerato, allá por 1982, la literatura castellana posterior a 1945 carecía de cualquier sistematización. Era un inmenso revoltillo en el que se acumulaban nombres y nombres de autores y obras, sin mayor comentario. Listas que el tiempo aún no había tamizado y sedimentado, dejando a la vista sólo aquéllo que deberían merecer la pena. No sé quienes, de todos esas obras y autores, seguirán siendo admirados y recordados, pero me da que además de sobrar bastantes, debían faltar muchos de los imprescindibles... o no se les daba la importancia que merecían. Porque otro problema, que venía a empeorar aún más la situación, es que entre exilios, silencios y omisiones, se dejaban fuera demasiados nombres, demasiadas obras valiosas. como Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos o El laberinto Mágico de Max Aub. Herencia inevitable de aquel tiempo de negación que fue el franquismo,  cuya sombra aún pesa sobre nosotros, como la de un espantajo de pesadilla que no podemos apartar de nuestra memoria y nos impide pensar con claridad.

Sin embargo, aquí y allá, en esos resúmenes caóticos y apresurados, se señalaba una obra aislada, de ésas que habíabn supuesto un antes y un despúes en la historia de nuestra literatura. La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela; Nada, de Carmen Laforet; Camino, de Miguel Delibes; Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo. . Obras que también constituían un hito en la producción de estos autores, hasta tal extremo que, en muchos casos, su creación posterior podía asemejarse a una huida de aquel éxito primero, a través del cual era observada, y juzgada, su obra.

Y entre ellas,  El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. Obra publicada en 1955 y caso extremo de esos hitos literarios, porque tras esa novela, incontestable e insoslayable, no se volvía a hablar de él. Como si se hubiese desvanecido en las tinieblas, como si ese éxito hubiera devenido losa abrumadora, maldición inquebrantable, tumba de la que ya no hubiera tenido las fuerzas para escapar. Pero no era así, o si lo era fue sólo en parte. Sólo en las últimas décadas, cuando ya este escritor era un anciano, he vuelto a saber de él. De repente, se ha vuelto a publicar su obra completa, en ediciones revisadas y corregidas, acompañadas de reseñas elogiosas en los suplementos literarios.

lunes, 15 de agosto de 2016

Leyendo a Camus (II): Le Mythe de Sisyphe

Mais que signifie la vie dans un tel univers ? Rien d'autre pour le moment que l'indifférence à l'avenir et la passion d'épuiser tout ce qui est donné. La croyance au sens de la vie suppose toujours une échelle de valeurs, un choix, nos préférences. La croyance à l'absurde, selon nos définitions, enseigne le contraire. Mais cela vaut qu'on s'y arrête.
Savoir si l'on peut vivre sans appel, c'est tout ce qui m'intéresse. Je ne veux point sortir de ce terrain. Ce visage de la vie m'étant donné, puis-je m'en accommoder ? Or, en face de ce souci particulier, la croyance à l'absurde revient à remplacer la qualité des expériences par la quantité. Si je me persuade que cette vie n'a d'autre face que celle de l'absurde, si j'éprouve que tout son équilibre tient à cette perpétuelle opposition entre ma révolte consciente et l'obscurité où elle se débat, si j'admets que ma liberté n'a de sens que par rapport à son destin limité, alors je dois dire que ce qui compte n'est pas de vivre le mieux mais de vivre le plus. Je n'ai pas à me demander si cela est vulgaire ou écoeurant, élégant ou regrettable. Une fois pour toutes, les jugements de valeur sont écartés ici au profit des jugements de fait. J'ai seulement à tirer les conclusions de ce que je puis voir et à ne rien hasarder qui soit une hypothèse. À supposer que vivre ainsi ne fût pas honnête, alors la véritable honnêteté me commanderait d'être déshonnête.

Albert Camus, El mito de Sísifo

¿Pero qué significa la vida en ese universo? Nada menos que la indiferencia ante el porvenir y la pasión de agotar todo lo que se nos dé. Creer en el sentido de la vida siempre supone una escala de valores, una elección, nuestras preferencias. La creencia en el absurdo, según nuestra definición, muestra lo contrario. Merece la pena detenerse aquí.
Saber si se puede vivir sin vocación es todo lo que me interesa. No quiero salir de este terreno. Dando por supuesto este aspecto de la vida, ¿puedo encontrar un acomodo? Porque, ante esta preocupación particular, la creencia en el absurdo viene a reemplazar la calidad de las experiencias por su cantidad. Si me convenzo de que este vida no tiene otro rostro que el del absurdo, si siento que todo su equilibrio se sostiene por la perpetua oposición entre mi rebelión consciente y la obscuridad en la que se debate, si admito que mi libertad no tiene otro sentido que en relación a su destino limitado, entonces debo decir que lo que cuenta no es vivir mejor, sino vivir más. No tengo que preguntarme si esto es vulgar o repulsivo, elegante o lamentable. De una vez por todas, todo juicio de valor debe ser puesto a un lado a favor de los juicios de hecho. Sólo tengo que extraer las conclusiones de lo que puedo ver y no debo aventurarme en hipótesis. Si se supusiera que vivir así no es honesto, entonces la auténtica honestidad me exigiría ser deshonesto.

Les comentaba, en la primera entrada de esta serie, que L'Étranger me dejaba un poco frío, a pesar de su fama y de su importancia. Lo que le ocurría al protagonista de la novela me resultaba bastante lejano, incluso aunque parte de lo que el sentía y experimentaba era similar a mi manera de sentir y vivir en ese mundo. En concreto, esa extrañeza existencial que te hace sentir aparte del mundo, un cuerpo extraño en un organismo universal, del que pronto será rechazado y eliminado.

Sin embargo, me ocurre todo lo contrario con Le Mythe de Sisyphe. Cuando lo leí por primera vez - haciendo guardia de cuartelero en el servicio militar, no se lo pierdan -, me dio la impresión de estar escrito con fuego, de ser un torbellino que me arrastraba y consumía... con mi completo consentimiento y aprobación. Exagero, obviamente, pero aún hoy, desengañado y desesperanzado, me siguen quemando la mano los rescoldos que he encontrado en esta nueva lectura.

Simplemente, ocurre que la pregunta que se sigue planteando Camus en este ensayo sigue siendo la misma que me obsesionaba en mi juventud y a la que no he conseguido encontrar respuesta. ¿Por qué vivir? ¿Para qué nos obligamos a levantarnos todas las mañanas, realizar un trabajo, relacionarnos con nuestros semejantes? ¿Que sentido tiene este afán de simular que somos felices y que la existencia tiene un sentido? Porque si no lo tiene, y para Camus y para mí la respuesta es completamente negativa, la única acción lógica y honorable es la del suicidio. 

Poner término a este ridículo e infructuoso caminar en círculos al que nosotros mismos nos hemos condenado.