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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Historia(s) de España (XI)

Esa fracción del  bloque dominante necesita cambios «ideológicos&raquo: el «desarrollismo» y el «consumismo» no pueden sustentarse en una ideología carismática y providencialista. Parte de ese sector se da cuenta de que el consenso a lo «Girón y Fernández» ha fracasado completamente y que hace falta buscar otro. No se trata ahora de galvanizar a las masas, sino, al contrario de «despolitizarlas»; de inocularlas una especie de vacuna frente al proyecto ideológico de las clases dominadas; convencerles de que su nivel de vida será cada vez mejor «sin meterse en política&raquo, que el sistema les dará paz (el «vivir en paz» de la segunda etapa franquista es casi lo opuesto de «,la vida de servicio» propuesta por el falangismo del 40) y bienestar. En suma, en su segunda etapa, el ideología del bloque dominante franquista pasa de ser carismática a ser «tecnocrático-consumista» Y llega entonces el famoso lema de Fin de las Ideologías que con tanto ahínco defiende un protagonista tan importante de ese bloque como Fernández de la Mora.

José Antonio Biescas, Manuel Tuñón de Lara. Tomo X de la Historia de España de Tuñón de Lara: España bajo la dictadura franquista. 
 
Les he comentado ya en varias ocasiones mi decepción al releer aquella Historia de España que dirigiera Tuñón de Lara. A pesar de sus buenas intenciones -fue la primera historia escrita en libertad tras el fin del Franquismo-, no está a la altura de sus pretensiones. Adolece de dirigirse a un público que se supone erudito en extremo -por ejemplo, alguien que conozca al dedillo las relaciones familiares de las clases dirigentes del Bajo Imperio Romano-, o de no concluir ni proponer una tesis que ligue los muchos datos que acumula. En especial, algo triste para una historia de tipo marxista, de no ser capaz de conectar las transformaciones económicas, procesos de largo plazo, con las convulsiones sociales y políticas, de corto plazo. La sensación tras la lectura de es no haber aprendido nada nuevo, sino sólo haber visto desfilar un apabullante despliegue de erudición y conocimiento.

Sin embargo, hay tomos que son magistrales, como el dedicado al Imperio Español en América, una obra cuyo análisis y conclusiones siguen siendo validas hoy, cuarenta años más tarde, cuando las estoy encontrando, casi en sus mismos términos, en una obra reciente sobre el mismo tema. Otros volúmenes, los que abordan la historia contemporánea, son bastante interesantes, aunque su atractivo depende bastante de quien lo hubiera escrito. Por ponerles un ejemplo, nunca pensé que la evolución económica de la España de mediados del siglo XIX y la Restauración, tema árido donde los haya, llegase a fascinarme, hasta que leí el completísimo análisis que se le dedicaba en el tomo reservado a esa época. 
 
Por otra parte, los últimos tomos, los dedicados a la Segunda República, Guerra Civil y el Franquismo, mejoran bastante. En ellos, el propio Tuñón de Lara comienza a colaborar en su escritura, por lo que adquieren un carácter de alegato político, de urgencia restauradora de la justicia, en contra del Franquismo y del Alzamiento Nacional. Esto era comprensible -necesario incluso- en los años 80, con el dictador apenas sepultado en su mausoleo y la democracia aún frágil e inestable. Había que construir una nueva España sobre fundamentos renovados, que no fueran los de una dictadura sanguinaria, sino los de una democracia abierta a todos, donde todos nos sintiéramos representados.

domingo, 10 de mayo de 2020

El culto a la violencia

Me pregunto que habríamos hecho los españoles con napalm. Porque también corresponde a un español el honor de ser el primero en concebir el concepto de bombardeo en alfombra, o de saturación, para destruir sistemáticamente el potencial enemigo, sea en el frente o en la retaguardia. Pensemos en Guernica. O en Dresde. El alto comisario Silvela solicitó en 1923, sin éxito, bombardear los poblados de cabilas de Tensamán y Beni Urriaguel con bombas de trilita, y las cosechas con bombas incendiarias. Silvela pidió que no quedase «un metro sin batir», pero su solicitud fue denegada por falta de medios, que no de ganas.

Varios Autores. España Salvaje: Los otros episodios nacionales.

Compré este libro casi por casualidad, quizás atraído por su portada: una foto del general Millán Astray, fundador de la legión, posando con actitud gallarda ante la cámara. Un personaje que, para mí, simboliza como ninguno todo lo que aborrezco en la historia de España del siglo XX. Para su desgracia, el nombre de Millán Astray ha quedado asociado de forma indisoluble al famoso altercado que sostuvo con Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en octubre de 1936. Según la versión más conocida, el general fundador de la legión habría expresado, de forma cuartelera, una visión de España en la que el culto a la muerte, junto la eliminación violenta del contrario, adquirían rasgos de mandamiento bíblico. Aspiraciones que, para cualquiera que sueñe con construir una sociedad basada en el respecto y la tolerancia, son, como poco, repelentes. Como la propia figura del general, cuyo único timbre de gloria es haber perdido partes de su anatomía en una guerra sin sentido, como fue la de Marruecos.

No me arrepiento de mi compra. El contenido de España Salvaje es más que interesante, muy ilustrativo de un periodo aún cercano de nuestra historia. Con ayuda de abundante material gráfico y texto de aquella época, España Salvaje traza el origen y desarrollo del culto a la violencia en nuestro país, durante los años que median entre la Guerra de Cuba y el Franquismo más duro, anterior a 1960. Un religión de odio y muerte, cuyos orígenes se encuentran en los relatos de la Guerra de Cuba, donde una generación entera de españoles perdió su juventud, continuados por los noticiarios de sucesos, colmados de noticias truculentas para aumentar su tirada. Sin embargo, el espaldarazo de este modo de pensar, como en otros países europeos, fue una guerra colonial: la de Marruecos. 

domingo, 26 de abril de 2020

Historia(s) de España (X)

Los sublevados buscaron pretextos y justificaciones, casi siempre toscos, para explicar su acción. Frente a eso se opuso lo inadmisible que era el rompimiento de un orden de base democrática y de soberanía popular, por defectos que tuviese. Pero no deja de ser también una explicación idealista que tiene poco que ver con la historia. Siempre he pensado que, desde su clase y desde su óptica, no le faltó razón a Gil Robles al escribir.

      En la primavera de 1936 no existía un verdadero complot comunista, según han pretendido hacer creer los historiadores de la España oficial: pero se había iniciado en muchos sectores de la península una profunda revolución agraria, que llevó al desorden y la anarquía a una gran parte del campo español.

No se iba a ninguna revolución proletaria. Pero, como otras veces he escrito,

    ...es verdad que se iba al cambio de las relaciones de producción en la España agraria: ca una mayor presencia de los sindicatos en la producción industrial y, tal vez, al control harto moderado que Caballero había propuesto, sin éxito, cuando el primer bienio.

Sevilla-Guzmán ha explicado también:

      La República burguesa, estaba tornándose por vez primera en una auténtica República de trabajadores. El pronunciamiento militar del 17 de julio evitó que esto llegase a realizarse. 

Con terminología distina, Malefakis viene a decir lo mismo.

      La magnitud de la amenaza que la Ley Agraria planteaba a las clases proseedoras no las permitía tolerar sus realización.

Febrero de 1936 significaba una pérdida del poder político mucho más grave que para las antiguas clases dominantes, que la de 1931.

Pierre Malerbe, Manuel Tuñón de Lara, Maria Carmen García-Nieto, José-Carlos Martínez Baqué, La crisis del Estado: Dictadura, República, Guerra. Tomo IX de la Historia de España dirigida por Tuñón de Lara

El acontecimiento por excelencia del siglo XX español es el binomio Segunda República/Guerra Civil. A casi 90 años de la proclamación de la Segunda República, la divisoria entre los campos políticos siguen marcándose de acuerdo con los bandos de la Guerra Civil, del que depende la valoración que se dé a esa efímera experiencia democrática, encajonada entre dos dictaduras de derechas. Para empeorarlo, la radicalización de la derecha española, iniciada en los 90 y culminada en esta década, ha provocado una exasperación del debate histórico. Las mentiras propagadas por portavoces de esa nueva ultraderecha militante, como Pio Moa o César Vidal, han impedido que se progrese en el conocimiento y apreciación de ese periodo crucial, al menos en la conciencia popular. Las falsedades de la propaganda francisca, interesada en disfrazar su traición como justa rebeldía, han sido revitalizadas. Se han convertido en dogma de fe de esa derecha que no oculta sus tentaciones autoritarias, mezcladas con un neoliberalismo devastador para las clases más pobres.

martes, 21 de abril de 2020

Estamos bien jodidos (y VIII)

The result of this system is that the gullibility of sympathizers makes lies credible to the outside world, while at the same time the graduated cynicism of membership and elite formations eliminates the danger that the Leader will ever be forced by the weight of its own propaganda to make good his own statements and feigned respectability. I has been one of the chief handicaps of the outside world in dealing with totalitarian systems is that  it ignored this system and trusted that, on one hand, the very enormity of totalitarian lies would be their undoing and that, on the other, it would be possible to take the Leader at its word and force him, regardless of his original intentions, to make it good. The totalitarian system, unfortunately, is foolproof against such normal consequences: its ingeniousness rest precisely on the elimination of that reality which either unmask the liar or forces him to live up to his pretences.

Hannah Arendt, The Origin of Totalitarism

El resultado de este sistema es que la credulidad de sus simpatizantes provoca que las mentiras parezcan creíbles desde el exterior, mientras que, al mismo tiempo, el cinismo gradual de militantes y formaciones de elite evita el peligro de que el Líder se vea forzado, por el peso de sus propia propaganda, a hacer realidad sus promesas y fingir respetabilidad. Uno de los obstáculos principales, desde el exterior, a la hora de tratar con un régimen totalitario es que se ha ignorado esta realidad, al tiempo que se confiaba en que, de un lado, la enormidad absoluta de las mentiras del totalitarismo provocaría su derrumbe, mientras que, por otra parte, sería posible tomar la palabra al lider para forzarle, en contra de sus intenciones originales, a cumplirla. El totalitarismo, por desgracia, está blindado contra esos desarrollos naturales: su ingenio radica, precisamente, en eliminar cualquier hecho real que lleve a desenmascarar al mentiroso o le obligue a mantenerse a la altura de sus pretensiones.

Como les decía al principio, no tengo la altura mental, mucho menos el espacio, para realizar un análisis en profundidad del libro que Hannah Arendt dedicó al estudio de los totalitarismos. Es una pena, puesto que gran parte de los fenómenos que ella identifica, mirando a su pasado reciente, son identificables al instante en nuestro presente. Como esa paradoja, incompresible e inatacable, que lleva a que las mentiras del líder, a pesar de su evidente falsedad, sirvan para fortalecerle aún más entre sus seguidores. Debilitando y derrotando a quienes las ponen de manifiesto, incapaces de encontrar un arma, en ellas, para vencerlo. Como ocurre con esos genios de la desfachatez y el descaro que son Donald Trump y Jair Bolsonaro.

Me limitaré, por tanto, a señalar algunos puntos que me han llamado especialmente la atención. El primero es que Arendt utiliza una definición muy restringida del totalitarismo. Para ella sólo han existido dos que se puedan llamar plenos: el Nazismo y el Estalinismo. La URSS de Jrushov, por ejemplo, dejó de serlo, mientras que la China de Mao no llegó a culminar. Puede parecer sorprendente, pero creo que la razón se deba al carácter destructivo, asesino, que se hizo inseparable de estos totalitarismos plenos. El Nazismo es indisociable de Auschwitz, conclusión lógica de sus ideales racistas de exterminio, tanto de judíos como de eslavos. Por su parte, Gulag y Estalinismo han terminado por ser sinónimos: sólo con el uso extensivo de mano de obra esclava, extraída de la demolición de la sociedad anterior, pudo la URSS convertirse en una superpotencia industrial.

domingo, 1 de diciembre de 2019

La descarnada realidad

Indiferentes siguieron hablando, simbiotizándose, apelmazados en una única materia sensitiva. La ciudad, el momento, la rigidez propia de una determinada situación, de unos determinados placeres, de unas prohibiciones inconscientemente acatadas, de un vivir parásito pecaminosamente asumido, de un desprenderse de dogmas dogmáticamente establecido, de un precisar de normas estéticamente indeterminado, de un carecer de norte con varonil violencia -aunque con estéril resultado- urgentemente combatido, los hacían tal como sin remedio eran (como ellos creían que eran gracias a su propio esfuerzo). El bajorrealismo de su vida no llegaba a cuajar en estilo. De allí no salía nada.

Luis Martín-Santos, Tiempo de Silencio

Hace unas entradas les señalaba de la difícil misión, casi imposible, que supone diseñar un sistema educativo. Pueden pasar hasta veinte años en que el escolar salga con un título universitario, sin que nada garantice en ese momento que sus conocimientos sigan siendo válidos, mucho menos relevantes. El problema, el que lo torna irresoluble, no es de planificación, sino de incertidumbre. Vivimos en un tiempo en el que, sin exagerar, se producen revoluciones tecnológicas anuales, por lo que no tiene ningún sentido inculcar,  desmenuzándolos hasta en sus más nomios detalles, saberes que se habrán quedado anticuados en unos pocos años. Las herramientas en uso serán muy otras cuando haya que buscar un empleo y ganarse la vida. Y quien habla de ciencia e ingeniería, se refiere también al arte y literatura. Nadie puede predecir qué, de lo que está de moda en una década, seguirá siendo recordado a la siguiente.
Ejemplos hay a montones. Cuando yo era un adolescente, el op-art -ya saben, Vasarely y Riley- parecía el último estadio en la ascensión sin límite de la modernidad. Cuarenta años más tarde, la modernidad es repudiada de forma general, mientras que el op-art ha quedado arrumbado a la categoría de retro-futuro. Ya saben, esas fantasías del porvenir que se figuran las sociedades, pero que no pasan de ser destilaciones de sus sueños y aspiraciones en esa época, sin parecido alguno con lo que acaecerá en realidad. De la misma manera, en mi manual de literatura de bachillerato -el famoso Lázaro-Carreter-, la novelística posterior a 1940 -que sólo abarcaba hasta 1980, recuerden-, quedaba reducida a una árida e indigerible lista de nombres, sin clasificación ni jerarquía alguna, fuera de algunos hitos esenciales: La familia de Pascual Duarte de Cela, Nada de Carmen Laforet, Tiempo de Silencio de Martín-Santos. Inicio y acicate de cambios cuantitativos, revolucionarios incluso, en la literatura española de posguerra.

Un inciso. A punto he estado de escribir que Martín-Santos NO aparecía en el Lazaro-Carreter, lo que iba a utilizar como apoyo de mi tesis del olvido inevitable, la inutilidad del conocimiento, la ingratitud patria, etc, etc. Por suerte, sí que figuraba y con dos menciones, además, aunque breves. Lo cierto es que en mi memoria, Tiempo de silencio y Martín-Santos no quedaron impresos entre los imprescindibles, los de obligada lectura. Fue sólo un poco más tarde, en COU, cuando cobre consciencia de su importancia. Un profesor de la rama de letras lo recomendaba a a los que seguían ese camino y yo, que había escogido ciencias, les veía enfrascados en su lectura, aunque no lo leí entonces. No obstante, también es cierto -redundando en mi tesis- es que aún en fechas recientes se ha querido restar importancia a este autor. En el compendio colectivo Cuarenta años con Franco, dirigido por Julián Casanova, ni se le nombraba en el capítulo dedicado a las artes. Sospecho que era una venganza por el lugar preeminente que Gregorio Morán le había reservado en El Cura y los Mandarines, demolición controlada del canon literario, interesado y parcial, que se construyó durante el franquismo y se continuó durante la transición.

O tempora. O mores.

domingo, 18 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (VII)

Esa es la verdad: ¿qué me he creído? ¿Que porque me fue mal fuera de las fronteras, a los treinta y pico de años, puedo compararme en daños con éstos que nacieron veinte años más tarde? Velos. A la edad que tu te acogiste a España -en 1914- despertaron en la guerra. Tú venías huyendo, ellos no pudieron hacerlo y la sufrieron. Tal vez no conocieron los campos a los que te viste arrastrado. Mas ¿cómo crecieron? Pudiste educarte en una escuela atea, siéndolo o no, y pudiste escoger, ellos no. Crecieron en un ambiente en que les enseñaron (aunque no lo creyeran) que sus padres eran unos asesinos y gente de la peor ralea. Los educaron contra sí mismos. Tan opuestos a sí mismos que -tal vez- alguno, para protestar contra lo que le atosigaba diariamente, sin contemplaciones, durante toda su adolescencia, se hizo pederasta. De todos modos, entre plegaria, blasfemia, iniquidades, vergüenzas, mentiras, represiones, castigos, inhabilitaciones, multas, destierros, afrentas, a pan y agua crecieron con la ilusión de un mundo mejor, evidente tras las fronteras, al alcance de la mano; un mundo justo donde nosotros estábamos viviendo. Hablo de los nacidos de 1920 a 1930. Centenares de miles de hijos de liberales y republicanos y aun de falangistas y fascistas de buena fe. Tal vez no eran muchos estos últimos, pero los había, Bástate con los primeros que llamaron multitud. ¿Sabes lo que fue su niñez -la guerra-, su adolescencia, -la guerra, la otra, más la represión- y falsas glorias españolas repartidas a manos llenas y el Imperio, y la  Hispanidad, y Cara al Sol? No hablo de los presos, de las represalias, de los represaliados, de los asesinados, eran sus padres, a menos que se hubieran convertido en ausentes o en seres tristes, escondidos de los demás y de sí mismos. O en traidores. Y no me salgas con el hambre que, a lo sumo, todos pasamos la misma, con la sola diferencia de que ellos, en general, no alcanzaban la razón. Tuvieron hambre en la base misma de su vida. Evidentemente una vida así no es para favorecer los entrañables lazos familiares.

Max Aub, La Gallina Ciega. Diario español.

Al examinar la obra de Max Aub, es fácil darse cuenta que gira, por entero, alrededor de un mismo hecho traumático: la Guerra Civil. Ese conflicto quedó novelado en el ciclo de El laberinto mágico -o los seis Campos, si lo prefieren-, que les ido comentando en las últimas semanas. Sin embargo, la contienda impregna y marca toda su obra, aparecía ya antes de que se comenzase la escritura del ciclo novelístico, en obras de teatro, ensayos y cuentos, y continúo haciéndolo hasta el final de su vida. Es más, ciertos hilos argumentales abiertos en El laberinto mágico, los destinos de bastantes de sus personajes, ya sean secundarios o principales, van a hallar continuación y conclusión en cuentos y relatos. Obras situadas aparte del ciclo, desgajadas del mismo, pero que podemos considerar como un único universo, imbuidas de la misma preocupación testimonial que la narración principal, necesarias para que todo acabe cobrando sentido.

En ese corpus extendido de El laberinto mágico se puede incluir La gallina ciega. No es una obra de ficción, una pieza teatral o un ensayo, sino un diario. Unas anotaciones, además, que al contrario que un diario al uso, estaban pensadas desde el inicio para su publicación, como si fueran un informe destinado a un público concreto, el de los españoles de dentro y fuera de España, el de los exiliados y el de quienes se habían quedado atrapados, encerrados, en la España de Franco. Porque la gallina ciega es el relato del viaje que Aub, en 1969, ya anciano -moriría en 1972-, realizó por la España de las postrimerías del franquismo, con permiso especial de las autoridades.

domingo, 3 de febrero de 2019

Los olvidos/Los recuerdos

El abrazo, Juan Genovés
Si viven en este país, aún llamado España, no les habrá pasado desapercibido que en diciembre del año pasado se cumplieron los cuarenta años de la constitución. En otras circunstancias, incluso apenas hace una década, esta efemérides habría dado pie a demostraciones sinceras de regocijo popular. Puede parecer extraño, pero esta moda de poner banderas en los balcones no es nueva. Sólo que si ahora se hace para demostrar el alineamiento con la derecha de orden, antes se hizo para demostrar el apoyo a una democracia amenazada por la involución militar y el terrorismo salvaje. Antes, claro está que el cansancio y la frustración nos tornaran una generación de indiferentes y conformistas.

Así, las celebraciones han sido casi exclusivamente institucionales. Deslucidas, protocolarias y rutinarias. Desprovistas de alegría y repletas de preocupación, aunque esto último no se manifestase a las claras. Por el futuro de nuestro país y por la integridad de nuestra democracia. Esta última cada vez más vacía de contenido, a medida que los partidos tradicionales revelan su debilidad y fragilidad, su dependencia de los poderes que nunca dejaron de serlo. Amenazada, por tanto, desde dentro y desde fuera, en este caso por partidos que ya no tienen remilgos en proclamar su auténticas intenciones. La de volver a tiempos mejores, para ellos, desde el punto de vista del orden, del control cultural y de la protección de la riqueza.

En este contexto, el de la celebración impostada de un constitución ansiada en su momento, se han abierto dos exposiciones muy dispares en Madrid. Una de ellas, en el Caixaforum, de nombre Democracia, 1978-2018, es un panegírico a nuestro sistema político actual, como corresponde a una institución bancaria con mucho que perder en caso de cambio de régimen. La otra, en el Reina Sofia, de nombre Poéticas de la transición,  intenta explorar esos años a través del arte de vanguardia coetáneo. Quedan en ella al descubierto los muchas fisuras y contradiciones de ese periodo, así como los muchos caminos abandonados en pos de una necesaria normalización democrática.

Creo que ya pueden suponer cuál de las dos es más interesante.

martes, 11 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y IV)

Ahora bien, pese a que la Brigada Político Social haya cambiado de nombre, lo cierto es que sus agentes han continuado sirviendo en las Fuerzas de Seguridad, y muchos de ellos se han reciclado en la lucha antiterrorista. De hecho, entre este personal, que no ha sido objeto de ninguna depuración, destacan algunas figuras emblemáticas, como el «superagente» Roberto Conesa, probablemente el más conocido. Conesa ingresó en la policía en 1939 y fue adquiriendo experiencia en la lucha contra las guerrillas republicanas de los maquis del Norte, convirtiéndose rápidamente en un especialista de los interrogatorios y de la obtención de confesiones por medio de la tortura -como bien recordarán los acusados del proceso de Burgos-. En los últimos años del franquismo, y transformado en un torturador de renombre, Conesa logrará auparse hasta la cima de la Brigada Política Social. En 1976, al suprimirse este último cuerpo, es nombrado jefe superior de la policía de Valencia. En enero de 1977, tras los desastrosos resultados que está obteniendo la policía en el  caso Oriol, el nuevo director general de la Seguridad del Estado, Mariano Nicolás, exgobernador civil de Valencia, decide llamar a su antiguo jefe de policía. Éste regresa a Madrid, substituye al comisario encargado de la investigación, y en menos de dos semanas consigue resolver el asunto. Varios testigos referirán posteriormente el espanto que se apoderó de ellos al descubrir de pronto en primera plana de todos los medios el rostro del hombre que tanto sufrimiento les había infligido unos años antes. En marzo, Martín Villa le nombra director de la recién creada Brigada Antiterrorista, es decir, los GEOs. Le felicita además por su eficacia en el caso Oriol y lo condecora con la medalla de oro al merito policial. Conesa se pone al frente de la Comisaría general de Información, bajo la que se oculta la antigua Brigada Político Social. En el otoño de 1978, será enviado en misión especial al País Vasco, al frente de unos sesenta policías, con el fin de actualizar la información sobre ETA. Procede entonces a la detención de cerca de 180 personas pertenecientes a los círculos nacionalistas vascos, arrestando indiscriminadamente a los miembros activos y a los ya retirados de la organización e interrogando asímismo a sus familiares o a los militantes de otros partidos alejados de toda actividad terrorista. En 1979 sufre un infarto de miocardio y queda apartado de toda actividad laboral.  Una vez alcanzada la edad de la jubilación, se retira definitivamente de la policía.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica.

En la entradas anteriores, les había hablado de como se ha creado un mito casi indestructible sobre una transición remanso de paz que en realidad no fue tal, sino con un grado de violencia similar al de la Italia coetánea, sumida en una sangrienta guerra sin cuartel entre terrorismo de izquierda y derechas. Asímismo, y en nuestro caso,  la pervivencia en el recuerdo de ambas ramas del terrorismo ha tenido muy diferente suerte. Aun cuando ambos fueron casi igual de violentos, el de la derecha ha quedado casi olvidado, salvo hechos excepcionales como la matanza de Atocha; mientras que el de izquierda sigue siendo utilizado como arma arrojadiza en el combate político, producto de la larga trayectoria de ETA durante los 80 y 90. Sin embargo, hay un tercer tipo de violencia que ha desaparecido por completo de la memoria e incluso de la reflexión histórica: el ejercido por el propio estado.

No es de extrañar, ya que la existencia de esa violencia niega de pleno el mito de la transición pacífica e incluso su legitimidad. Si los poderes existentes usaron la fuerza, la violencia, la intimidación y el amedrentamiento contra su propia población, sus credenciales democráticas quedan claramente en entredicho. Por otra parte, documentar y probar esos hechos delictivos del estado es harto difícil. Algunos, como la guerra sucia contra el terrorismo ejemplificada no sólo por el GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) , sino por su posible predecesor, el nebuloso BVE (Batallón Vasco Español), pertenecen al ámbito de las operaciones secretas, cuya envergadura sólo suele salir a luz muchas décadas tras los hechos, tras la desclasificación de los archivos oficiales. Otros, como la tortura en las comisarías, suelen terminar siendo silenciadas por el miedo y la indefensión de sus víctimas, temerosas de volver a ser succionadas por ese torbellino del terror y el sufrimiento. No obstante, como bien hace Baby en el libro que vengo comentándoles, sí es posible realizar un estudio de esa violencia estatal, aunque sea fragmentario. Incluso es posible dividirlo en dos periodos, los separados por la disolución del TOP (Tribunal de Orden Público) franquista y su substitución por la Audiencia Nacional, el 4 de enero de 1977

jueves, 6 de diciembre de 2018

Las cuentas pendientes (y III)

Al margen de estas campañas puntuales, la acción armada de ETA se propone frenar toda veleidad de resistencia ciudadana o de « colaboración » con el enemigo, sembrando progresivamente el terror entre la población vasca. La organización elige como blanco a aquellos individuos a los que previamente ha estigmatizado como adversarios de la causa nacionalista, lo que deja la puerta abierta a la práctica de un terrorismo indiscriminado. Un análisis detallado de las víctimas civiles de ETA permite entrever a un tiempo las fórmulas con las que se califica a este enemigo y el lugar que ocupan los civiles que escapan a ese etiquetado simbólico. Dejando a un lado a los empresarios, que se convierten en blanco de la banda por motivos principalmente vinculados con la extorsión de fondos, y a los representantes de la administración, que sufren las acciones de ETA en el contexto de su enfrentamiento con el Estado, la quinta parte de los civiles asesinados por ETA serán atacados por su compromiso político, confirmado o supuesto. Al ser considerados como enemigos ideológicos decididos a oponerse frontalmente al proyecto que acaricia el movimiento de liberación nacional de los radicales vascos, esas personas pueden ser simpatizantes de la extrema derecha (antiguos miembros de la Guardia de Franco, carlistas tradicionalistas o presuntos integrantes de los grupos antiterroristas que causan estragos en el País Vasco), o militantes regionales de los partidos parlamentarios nacionales. La UCD, partido fundado por Adolfo Suárez e iniciador de la reforma democrática, se cuenta entre las formaciones más afectadas, ya que en el otoño de 1980 tres miembros del ejecutivo regional mueren asesinados, mientras otros sufren diversos ataques, como Gabriel Cisneros, un diputado de notable reputación, víctima de un intento de secuestro en julio de 1979 - del que logrará escapar, aunque gravemente herido -, o las víctimas de largos secuestros, como Javier Ruperez, de quien ya hemos tenido ocasión de hablar. También morirán asesinados dos militantes de Alianza Popular, el partido que dirige Manuel Fraga, exministro de Franco y duramente hostil a ETA desde sus inicios. En noviembre de 1979 se llega a asesinar incluso a un militante del PSOE, acusado de ser un « colaborador de las fuerzas represivas ».

Sophie Baby. El mito de la transición política.

 En la entrada anterior, les comentaba el estudio y conclusiones de Baby sobre la violencia de extrema derecha, en donde primaba la paradoja de su rápido eclipse en los primeros años de la transición. Sin embargo, se me olvidó señalar otra extrañeza no menos notable: su desaparición casi completa de la memoria colectiva. Aunque casi tan mortífera como el terrorismo de izquierdas, al menos en sus años de mayor pujanza, la mayoría de la población guarda la idea equivocada de que el terrorismo fue en su mayoría de un solo bando. De la derecha, como mucho, se recordará la matanza de abogados laboralistas en la calle Atocha, en enero de 1977, pero poco más.

Este olvido tiene un origen claro. Como señalaba en esa misma entrada, los  mismos sectores radicales de la derecha, al darse cuenta de que no podían volver a traer el franquismo con sus solas fuerzas, hallaron refugio en la Alianza Popular de Fraga, esperando conquistar el poder con los votos; o, cuándo esto se mostró también un callejón sin salida, depositando sus esperanzas en un golpe militar.  El fracaso del golpe, a su vez, asestó un golpe mortal a la extrema derecha, que durante un par de décadas no se atrevió a manifestarse públicamente con orgullo. Por el contrario, el terrorismo de izquierda continúo mucho más allá del periodo estricto de la transición, en forma de las acciones del GRAPO y sobre todo ETA, condicionando el desarrollo y la política de la joven democracia. Hasta un punto que incluso hoy, cuarenta años tras la aprobación de la constitución, usar el nombre de ETA y de etarra constituye un arma política de especial contundencia.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Las cuentas pendientes (y II)

No obstante, el análisis ha mostrado que el objetivo último no consistía en proteger un ámbito ideológico amenazado, sino en reconquistar asímismo un espacio público ocupado por grupos enemigos - procediendo para ello a reafirmar una identidad vacilante -. Enfrentada a una evolución histórica que parece cada vez más inexorable, lo que intenta la extrema derecha con sus iniciativas de carácter proactivo es construirse un espacio identitario propio y conquistar una esfera de influencia en el marco político que se está organizando. De hecho, da la impresión de que, tras la aprobación de la Ley para la Reforma Política y desde los mismos inicios de 1977, los grupos de extrema derecha renuncian a poner en práctica una estrategia global de terror. A partir de ese momento de contentan con instrumentalizar las acciones terroristas de sus oponentes, con intimidar a la oposición durante los periodos electorales, y con reafirmar su presencia en el espacio público mediante periódicas demostraciones de fuerza. El sector social más nostálgico del franquismo se integra en el proceso de reforma: los líderes del búnker, cono Girón de Velasco, que se halla al frente de la Confederación de Excombatientes, se suman al juego parlamentario pasando a engrosar las filas de Alianza Popular, y el propio Blas Piñar, dirigente de Fuerza Nueva, termina por mostrarse más proclive a la estrategia electoral que a la acción directa. De ese modo, los militantes más radicales quedan desprovistos de todo apoyo organizativo. Los únicos que seguirán disfrutando de un respaldo activo - al menos de forma oficiosa, serán los grupos que se lancen a la lucha contra el terrorismo vasco - lo que explica el impacto de sus crímenes. Por lo demás, después de 1979, la extrema derecha acabará poniendo todas sus esperanzas en una reacción del ejército. Deja por tanto el destino de la patria en manos de los militares, renunciando con ello a convertirse en protagonista autónoma de la historia: demuestra así inscribirse en la tradición de la extrema derecha española, además de confesarse incapaz de toda renovación, ya sea en el plano ideológico o en el estratégico, lo cual la abocará a la desaparición política.

Sophie Baby, El mito de la transición pacífica

En una entrada anterior, ya les había esbozado las líneas generales del interesantísimo ensayo sobre la Transición Española, escrito por la historiadora francesa Sophie Baby. Frente a una versión oficial en el que ese cambio histórico se  presenta como sosegado y meditado, caracterizado por la responsabilidad y el consenso entre una derecha que buscaba con sinceridad la democratización del país y una izquierda que había renunciado a sus veleidades revolucionarias, el análisis de Baby deja bien a las claras como la Transición fue acompañada de una violencia política casi sin igual en los turbulentos años setenta, marcados por el último brote del terrorismo marxista y fascista. De hecho, sólo un país supera, y no por mucho, el número de víctimas de la transición española: la Italia de los años de plomo, asediada por la violencia de las Brigadas Rojas y los grupos de extrema derecha. Frente a lo ocurrido en estos dos países, las actuaciones de la Baader-Meinhoff en Alemania apenas merecerían reseñarse, si no hubieran ocurrido en el clima político posterior a 1968, donde el sistema occidental se imaginaba a sí mismo amenazado y en quiebra. A punto de derrrumbarse ante el menor empujón.

La transición fue así, según ha comenzado a señalarse, no un plan maestro diseñado por las élites de uno y otro bando, a cuyo desarrollo la población asistió pasiva y se limitó a dar su aprobación cuando se le pidió. Por el contrario, y como es habitual en los sucesos humanos, fue un proceso con mucho de improvisación, mucho de chapuza, y sobre todo, mucho miedo. Miedo de las élites franquistas más jóvenes y menos radicales a perder el poder político y económico, lo que les llevó a desmontar de manera controlada el sistema,  proponiendo leyes y reformas que hubieran sido impensables años antes, por su corte democrático y avanzado. Miedo de las izquierdas a quedar neutralizadas y silenciadas en una España cuyo nuevo sistema, aunque imperfecto y limitado, hubiera sido aprobado por la comunidad internacional, exlusión de la que se libró el PCE justo antes de las primeras elecciones del 77, pero que sí afectó a otros partidos más extremistas que permanecieron prohibidos. Miedo, sobre todo, de la población a que se repitiera otra guerra civil, con su cortejo de ejecutados, represaliados y exiliados, catástrofe de la que las muchas violencias de la transición parecían ser el anuncio.

sábado, 27 de octubre de 2018

Las cuentas pendientes (y I)

Por consiguiente, el presunto « pacto de olvido » de la transición abarcó a un tiempo los crímenes de la transición, los de la guerra civil y los del franquismo, al unificarlos en un ciclo histórico común. La implacable determinación de excluir la violencia del horizonte democrático se halla también en el corazón de esta voluntad de apartar los enfrentamientos pasados del campo de visión del presente, con el fin de construir un porvenir común -y ya hemos visto también que había sido esa misma voluntad la que había guiado la política de contención de la violencia en el presente de la transición-. Por consiguiente, la cuestión no estriba tanto en ignorar o « echar al olvido » los horrores del pasado, sino más bien en expulsar del pasado democrático en construcción toda aquella gramática de la violencia que pudiera ponerlo en peligro. En este sentido, la simple mención de la violencia pasada resulta inoportuna, dado que sobre ella viene a recaer la acusación de reactivar  en el presente los conflictos de otra época. Del mismo modo, el solo hecho de señalar que la tortura persistía en las comisarías resulta inoportuno, dado que constituye un atentado intolerable contra la propia esencia de lo que pretende ser el nuevo régimen democrático. No existe la menor duda que la realidad tangible de la violencia, constatable a lo largo del periodo aquí estudiado, contribuyó a elevar a su máxima expresión esta lógica del silencio. Tal dinámica persistirá hasta que una nueva generación, carente de complejos y liberada del temor a un resurgimiento presente de los conflictos del pasado como del peso de haber protagonizado la transición y sus malentendidos, se atreva a poner en cuestión las decisiones tomadas entonces. Evidentemente, dichas decisiones permitieron salir de la dinámica cíclica de la violencia que pesaba sobre la historia de España, pero la pacificación democrática que se exalta no consiguió una verdadera reconciliación. Antes al contrario, ya que generó un gran número de frustraciones que se hallan en la base del desarrollo, visible a partir del año 2000,  de un movimiento favorable a lo que se ha dado en llamar la « recuperación de la memoria histórica », con el que se pretende rehabilitar la memoria de oculta de los vencidos de la Guerra Civil y del Franquismo.

Sophie Baby. El mito de la transición política. Violencia y política en Espala (1975-1982)

Ya les he comentado en otras entradas como, a partir de 2005, se empezó a resquebrajar el consenso sobre el significado de la transición política a la democracia tras la muerte del dictador Francisco Franco. Este crítica se ha intensificado en la década posterior, coincidiendo con la asoladora crisis económica mundial. Una de sus resultas ha sido la quiebra del sistema bipartidista español, dada la imposibilidad de los partidos tradicionales para responder con eficacia a la creciente pobreza de la población o encontrar una solución duradera al ascenso de los movimientos separatistas. Así, desde la derecha, se ha comenzado a abandonar los disfraces democráticos con los que se habían arropado hasta ahora, para volver a reclamar la legimitidad de la dictadura pasada y su carácter de gloria nacional. Una evolución similar al resurgimiento fascista que está teniendo lugar en toda Europa, sólo que aquí no nos llama tanto la atención, puesto que el PP, surgido de una AP fundada por familias franquistas opuesta a cualquier tipo de democratización, nunca llegó a perder del todo sus raíces, ni a exorcizar los fantasmas dictatoriales de su pasado.

Por parte de amplios sectores de la izquierda,  asímismo, y en un movimiento que antecede al de la derecha, se ha vuelto a recuperar el recuerdo de la Segunda República, como primera experiencia democrática real en España, destruida por la intransigencia de reaccionarios y militares. La Transición y la Democracia del 78, a su vez, han dejado de verse como plasmación de lo que quedó en proyecto en aquel entonces, para pasar a considerarse como claudicación por causa de fuerza mayor. Ante la amenaza de involución por parte del ejército, que condujese a una represión feroz y quizás a otra guerra civil, las fuerzas progresistas aceptaron al rey y toleraron la pervivencia de múltiples resabios franquistas. Peor aún, consintieron un silencio cómplice para proteger el futuro democrático, por el cual el pasado, el golpe militar, la guerra civil y la cruel represión franquista que la siguió, quedaban relegados a los libros de historia, sin que fuese lícito preguntarse en público quiénes fueron los asesinos y por qué. Para el común de la población, la guerra debía considerarse como conflicto entre hermanos, del que todos habíamos sido responsables en la misma medida. La reconciliación, por tanto, sólo podía alcanzarse por medio de un perdón general y de la immunidad perpetua.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Combates por el pasado (II)

La limpieza de España

La enérgica política de Cisneros, ayudada por los Reyes Católicos, se llevó hasta el fin. La limpieza fue completa. A la ley contra los judíos siguieron más tarde otras echando, si no se convertían, a los moros que fingiéndose cristianos o no, vivían entre los cristianos. Así se logró esa fuerte unidad interna de fe y alma, sin la cual la unidad externa de las tierras y el gobierno hubiera sido difícil e insegura.

Dura y agria fue la tarea. A esta distancia casi nos entristece el rigor que hubo que emplear. Pero pensemos que de no haber hecho aquello, España hubiera sido el extremo Occidente de Europa, lo que son los Balcanes en el extremo Oriente, un conjunto de razas y pueblos mezclados y desunidos, hormiguero de toda clase de gentes y semillero de toda clase de conflictos.

El que quiera persuadirse de ello, que vaya a aquellos países y viva unos días en aquellas ciudades, que son como hoteles, donde viven sin entenderse hombres de todas las razas, lenguas y religiones - moros, turcos, rusos, griegos, judíos -, que no podrán nunca unirse para nada grande. Si no se hubiera hecho en España una enérgica limpieza, eso hubiera sido ella, que ha sido, en el extremo contrario de Europa, tierra, como aquéllas, de paso continuo, de invasiones y conquistas... El que después de ver aquello y pensar esto, vuelva aquí y vea esta España unida, europea y civilizada, tendrá que acabar bendiciendo la obra de los Reyes Católicos y del cardenal Cisneros.

José María Pemán. La historia de España contada con Sencillez.

Durante mucho tiempo, he guardado un odio inextinguible hacia esta obra. Mejor dicho, cuando la leí de niño, me la creí por entero, como si fuera otro relato de aventuras más, sólo que esta vez cierto y fidedigno.  Fue luego, cuando comencé a estudiar e interesarme por la historia, cuando descubrí las muchas mentiras y manipulaciones que contiene. Todas al servicio de una ideología opresora, retrógrada y racista, el Franquismo, que nos llevó a la mayor catástrofe del siglo XX: el asesinato de la Segunda República, la Guerra Civil y la larga represión que le siguió, en forma de interminable dictadura. Tanta tirria le cogí al libro, que acabé tirando a la basura la versión que poseía. Ha sido sólo ahora cuando he vuelto a hacerme con otra copia. Me interesaba el libro como artefacto histórico, reliquia del pasado, cuya importancia era de servir de ventana a la mentalidad de aquel tiempo.
 
Lo que esperaba encontrar era una versión crítica, repleta de notas y comentarios, donde se señalasen las muchas tergiversaciones, silencios interesados incluidos, que Pemán realiza con nuestra historia. Todo ello, por supuesto, en aras de un bien superior, la exaltación del régimen de Franco, en cuya loa, sin nombrar al general, llega a extremos de adulación rastrera. Orientado así, hubiera sido un interesante ejercicio de historia de la historia, obligando al lector a enfrentarse con un pasado incómodo, cuyas secuelas siguen afectando nuestro presente. En forma de versión paralela con ribetes de cuento de hadas que sigue siendo creída a pies juntillas por grandes sectores de nuestra población, quienes a sabiendas - y no voy a decir nombres ni partidos - siguen divulgando la propaganda franquista. En vez de ello, me he encontrado un libro que reproduce el texto sin quitar ni añadir una coma, como si siguiera siendo perfectamente válido y necesario, cierto y verídico, sin errores ni inexactitudes. Incluso conteniendo un prologo entusiasta de un miembro de la Academia de la Historia, quien lo considera "especialmente rico en sus valores morales" y que subscribe, sin despeinarse, todo lo que en él figura. Disculpable en sus pequeños errores, por la pasión y arrebato con la que está escrito. 
 
 Así le va a esa institución.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Bajo la sombra del postmodernismo (XXVII)

Cuando un dictador fallece de muerte natural y longevo demuestra algo tan evidente como que sus enemigos no han contado con la fuerza suficiente para derribarle. Es decir, está en condiciones de instrumentalizar el hecho de que ellos no han conseguido el apoyo necesario, mientras que él asienta sobre una sólida base. Por más que la historia esté llena de pruebas de lo contrario, la persistencia de un dictador en su cargo les sirve para demostrar que el número de sus defensores es arrolladoramente superior al de sus adversarios. Basta que sea una dictadura para que todo fiel súbdito sea por principio, además de un leal servidor, un partidario.
La ancianidad de un dictador parece atenuar el carácter de la propia dictadura. Por un atavismo cultural, un dictador anciano es siempre una figura a la cual debe respeto incluso sus enemigos. Escuchar, por ejemplo, la opinión de hombres que sirvieron a Franco, como el embajador José María de Arielza o el ministro Joaquín Ruíz Jiménez, es sintomático. Cuando estos políticos, antes y ahora, han tenido que exponer sus consideraciones en público sobre el Generalísmo, no han evitado ejercicios de ponderación y grandes muestras de respeto. Cuando lo hacen en privado no se privan de acusarle con una severidad rayana en la caricatura.

Gregorio Morán, El precio de la Transición.

A pesar de los muchos defectos de su obra, tengo gran admiración por la obra de este periodista/cronista/historiador. Tiene, es cierto, una grave tendencia a dispersarse y perder el norte en su narración, analizando de manera demasiado profunda en algunos puntos mientras pasa de puntillas por otros, sin que esto sea provocado por el afán de silenciar u ocultar, sino por ese defecto, tan común a muchos escritores, que es el encontrarse sin espacio cuando apenas se ha comenzado a narrar. Por otra parte, debido a su profesión de periodista, es inevitable cierto gusto por la dramatización, la vehemencia y la polémica, que colocan sus escritos en una clara actitud combativa y confrontacional, muy propia de la lucha política izquierdista del tardofranquismo y la transición. 

Dadas estas inclinaciones sería muy fácil apartar y desdeñar sus escritos como literatura panfletaria, cuya importancia se limitaría al momento y a la llamada a la acción requerida en ese instante. Sin embargo, al menos para mí, estas carencias se ven equilibradas por una virtud esencial, necesaria en estos tiempos. Frente a los habituales coros aúlicos, los no menos corrientes cortejos de aduladores, Morán fue el primer escritor que se atrevió a poner en tela de juicio nuestra historia reciente, o al menos su interpretación común aceptada, esa versión de unos pocos hombres buenos, desinteresados y altruistas, que desde dentro y fuera del franquismo colaboraron por traernos esta democracia de la que disfrutamos. Historia que, como ya les he comentado en otras ocasiones, tiene mucho de propaganda, incluso cierto tufo a hagiografía.

Así, en El maestro en el erial, señalaba las muchas sombras de un Ortega y Gasset vuelto a la España Franquista en 1945, sin darse cuenta - o querer darse cuenta - de que ese sistema representaba todo lo contrario a las ideas que él sostenía. De forma similar, en Adolfo Suárez, Ambición y Destino, presentaba a un presidente del gobierno que no pasó de ser un mero intrigante, capaz de navegar con soltura entre los escollos del régimen franquista, incluso hasta propiciar su desmontaje, pero nulo a la hora de hacer política y poner en práctica el sistema nuevo establecido con la constitución del 78. En El cura y los mandarines, por último, sacaba a la luz el pasado obscuro e incómodo de grandes figuras e instituciones de la cultura española de la segunda mitad del siglo XX, además de poner de manifiesto los muchos olvidos injustos que se habían consentido, por una razón u otra, en ese mismo ámbito.

Pueden imaginarse entonces la ilusión y anticipación con que abordé un libro que tenía como título El precio de la transición, tan prometedor y tan relevante hoy en día, más incluso que cuando se escribió a principios de los 90. Por desgracia, ha sido una gran decepción. Lo peor que he leído de Morán, 

martes, 8 de mayo de 2018

Bajo la sombra del postmodernismo (XXVI)

Al cabo de un año de su creación y de cierto letargo o escasa actividad que siguió, Unión Española decidió celebrar un acto público a modo de presentación en sociedad, para el que se repartieron cien invitaciones, entre las que se contaron las de algunos altos mandos militares y que dio lugar a lo que Tierno definirá como primera manifestación pública de oposición burguesa organizada al régimen: una cena en el hotel Menfis de Madrid, en plena Gran Vía, o sea, a la vista de la Policía, el 29 de enero de 1959. A los postres, Tierno desarrolló una idea que ya había tenido ocasión de exponer en el pasado y que repetirá con profusión en el futuro: que él era republicano, pero que estaba convencido de que la Monarquía podía dar una salida al problema nacional y que, por tanto, había que apoyar su restauración. Introducía Tierno una diferencia conceptual, con consecuencias políticas, entre salida y solución, a la que volverá luego en no pocas ocasiones, afirmando que la Monarquía podía ser lo primero aunque se tomara algún tiempo hasta alcanzar lo segundo. Esto es lo que había escrito a Llopis y lo que estaba ya bastante explícito en sus tres hipótesis. Por corazón y sentimiento se confesaba afincado a la República, como recordará en sus Cabos sueltos, pero por razón y por reflexión creía que la Monarquía era deseable para España por ser "la institución que mejor puede lograr la legitimidad racional" y porque la consideraba el mejor medio para que los españoles se entendieran, la única institución que podría vencer la hostilidad entre unos y otros sepultando siempre en el olvido a la Guerra Civil.

Santos Juliá. Transición, Historia de una política española (1937-2017)

Siguiendo mi lectura de libros dedicado a la Transición y la democracia del 78, he llegado a este libro de Juliá, cuya estructura es tan peculiar como su génesis. Si recuerdan, en la Historia de España Fontana-Villares, reciéntemen concluida, el tomo dedicado a la democracia española tras la muerte de Franco iba a ser escrito en principio por este historiador. Tras múltiples retrasos y el giro que ha experimentado la situación política reciente, Gran Recesión e independencia catalana incluidas, fue substituido por otros historiadores. Transición, el libro que hoy les comento, sería así una respuesta a ese otro trabajo, examinando la Transición Española desde una postura más respetuosa y defensora de ese momento histórico, frente a las muchas voces críticas que se han elevado en los últimos tiempos.

Lo primero que sorprende en el libro de Juliá  es la amplitud cronológica de su estudio. No se limita al tiempo estricto de la transición, de la muerte de Franco en 1975 - o el asesinato de Carrero Blanco en 1973 - a la victoria del PSOE en 1982. Ni siquiera lo amplia ligeramente para que incluya las causas y las consecuencias de ese periodo, analizando, en un extremo, la progresiva decadencia del régimen franquista que empezó a hacer forzada una reforma - cualquier reforma -, solo retrasada siempre por la presencia física del dictador; mientras que por el otro se intentaría examinar la manera en que España devino una democracia "normal" bajo el felipismo, con un partido socialista cada vez más moderado, podríamos decir que domado. Por el contrario, Julía extiende su análisis de 1937 a 2017. De la lenta agonía de la república a estos tiempos de crisis de la transición, quizás su agonía.

sábado, 30 de abril de 2016

Entre las rendijas

Fotografía de Gregorio Pietro utilizada en el manifiesto postista de 1945
Antes de visitar la exposición Campo Cerrado, arte y poder en la posguerra española, 1939-1953, recientemente abierta en el MNCARS, había leído la crítica aparecida hace una semana en diario El País.La tesis de ese artículo era que el erial cultural del primer franquismo, con su arte oficial cristianofascista, había sido condenado injustamente, ya que al contrario de la opinión consagrada, ése había sido un tiempo de hallazgos y caminos, en los que se había configurado un arte contemporáneo y vanguardista patrio que se distinguía por ser ascético y espiritual. La muestra del MNCARS, en la visión de ese articulista, se encuadraba así en el esfuerzo reciente por normalizar el arte de ese tiempo de penurias, que no habría sido una época de represión y autoritarismo en lo cultural, sino jardín de libertad y pluralismo.

Y un jamón con chorreras.

sábado, 9 de enero de 2016

Bajo la sombra del postmodernismo (XXI)

El gobierno de 1965 ha sido considerado como el de la consolidación del ascenso político de los tecnócratas, haciendo evidente que el propio gobierno, en su conjunto, y pese a las reticencias de Solís y Fraga, asumía plenamente el discurso político tecnocrático. Este fue el gran momento de la divulgación, como si de una doctrina se tratara, del mensaje que ponía todo el énfasis en defender que la consolidación del régimen franquista se lograría gracias al desarrollo económico, las modernización de la producción y la racionalización de la Administración pública. Y que la prosperidad y el bienestar crearían un consenso social tan alto, que el régimen no necesitaría de votaciones para legitimarse. El discurso sobre la "legitimidad de ejercicio" completaba y enriquecía el de la "legitimidad de origen". La política de realizaciones se presentaba como la más clara alternativa a las propuestas de participación política. En 1967, Gonzalo Fernández de la Mora, que sería ministro en  la década siguiente, rechazó claramente la prioridad de las ideologías en  el opúsculo El estado de las obras: " los regímenes se miden por su eficacia objetiva y sus fines fundamentales son: el mantenimiento del orden, la elevación de la renta nacional y la justa distribución de los bienes". El propio López Rodó llego a declarar que España se democratizaría a semejanza de los países europeos occidentales cuando su sociedad fuera madura, desarrollada y alcanzase los 1500 dólares de capital.

Borja de Riquer, La dictadura de Franco, Tomo X de la Historia de España Fontana/Villares.

El gran defecto del volumen de la historia de España de John Lynch escrito por Javier Tusell y dedicado al franquismo, no era otro que su objetividad daba en ocasiones la impresión de disculpar, cuando no justificar, a ese régimen, sobre todo en sus décadas finales. Esa condescendencia se corrige en el tomo homólogo de la historia de España Fontana/Villares, escrito por Borja de Riquer, en donde queda bien a las claras el carácter criminal y opresor del franquismo en toda su historia, a pesar de sus transformaciones, reformas y "aperturas" cara a la galería. También es uno de los análisis más completos que se han escrito hasta ahora sobre esas cuatro décadas - son casi 800 páginas - y si  no llega a ser el mejor, es por la multitud de erratas ortográficas y gramaticales que lo pueblan... sin que se llegue a comprender muy bien como las necesarias revisiones editoriales no eliminaron la mayor parte de ellas.

No obstante, esto queda compensado por el esfuerzo del libro en plantear una serie de problemas básicos que afectan al estudio de ese régimen, proponiendo lo que en mi opinión serían las respuestas correctas y que les resumo a continuación


jueves, 31 de diciembre de 2015

Bajo la sombra del postmodernismo (XX)

Aznar was not a Maura to whom several right-wing political families owed their existence  - a man whose stature even in areas as far removed from politics as culture, was accepted by all; a man who was called on automatically when the time came to form a government. Nor he was a Gil Robles - a skilled politician whose complex strategies during part of his life remain indecipherable up to the present day,  a great speaker in Parliament with considerable popular appeal but condemned to only the briefest time as political leader: as brief as the party he led. The historical figure with whom we can compare Aznar is not Fraga either, whose behaviour was always exaggerated but who was, nonetheless, capable of making crucial decision for the benefit of everyone (winning agreement on the text of the constitution from many who had no intention of accepting it). Even less was he Areilza, who was in essence a refined loner who found intellectual pursuits attractive but lacked the vital tool for democratic political action: a party. Fundamentally, Aznar's abilities - if one sets the question of dictatorship aside - meant that he most closely resembled Franco. Because of his closed nature, his coldness, his sense of timing, his ability to arbitrate between his followers, and his apparent inanity, which led to him being despised by his opponents but which hid a powerful sense of ambition, and his unbearable skill at the cut and throat of political life within the party, the parallels between these two figures are much greater than it might at first seem.

Javier Tusell, Spain: From dictatorship to democracy

Aznar no era un Maura a quien varias corrientes políticas de la derecha debieran su existencia - un hombre de tal altura que incluso fuera aceptado por todos en ámbitos tan lejanos de la política como la cultura; un hombre al que se llamase automáticamente cuando llegase el momento de formar gobierno. Tampoco era un Gil Robles - un hábil político cuyas complejas estrategias de parte de su vida sean aún indescifrables, un gran orador en el parlamento con considerable atractivo popular pero condenado a un brevísimo periodo como líder político: tan corto como el de su partido. La figura histórica con la que podemos compararlo tampoco es Fraga, cuya conducta fue siempre exagerada pero que, sin embargo, era capaz de tomar decisiones críticas que beneficiaban a todos (como conseguir que aceptasen la constitución mucho que estaban en contra). Menos aún era un Areilza, quien era en el fondo un solitario refinado, quien encontraba atractivos los empeños intelectuales, pero al que le faltaba la herramienta esencial para la acción política democrática: un partido. Fundamentalmente, las habilidades de Aznar recordaban - si se deja a un lado la cuestión de la dictadura -  a las de Franco. Debido a su retraimiento, su frialdad, su sentido del momento, su habilidad para mediar entre sus seguidores, y su aparente vaciedad, que llevaba a que le despreciasen sus oponentes pero que escondía una profunda ambición, además de su intolerable capacidad para las intrigas de la vida política dentro del partido, los paralelos entre ambas figuras históricas son mayores de lo que a parece a primera vista.

Un signo de la estupidez y cerrazón - además de extremismo - a la que se ha llegado en los últimos tiempos es el ataque continuado al que se ha sometido al difunto historiador Javier Tusell por parte de ciertos sectores de la izquieda. Es cierto, por una parte, que la responsabilidad última de esa inquina radica en la propia derecha, cuya intransingencia revisionista a llevado a muchos sectores de la izquierda a postular una serie de líneas rojas en la investigación histórica del pasado republicano y franquista. Asímismo, por otra parte, Tussel no es un historiador sin ideología, sino que representa una ideas muy concretas, las de una democracia cristina centrista, que le llevan a veces a defender algunas posiciones un tanto ambiguas y confusas, cuando menos extrañas en alguien que estudió y se formó con Tuñon de Lara.

No obstante, al contrario que los mamporreros de la derecha, Tusell es un historiador con las mejores credenciales. De una integridad, honestidad y rigor tal que en conciencia sólo puede definir la dictadura de Franco como un régimen inmovilista, despótico y asesino, características que quedan bien claras en este último tomo de la Historia de España dirigida por John Lynch, Su postura, por tanto, se halla en clara oposición con la campaña de salvamento del franquismo iniciada y dirigida por Stanley Payne, quien intenta justificar la dictadura franquista acumulando desmanes inventados sobre la experiencia republicana de los años 30. Una revisión histórica de la que tanto se han aprovechado nuestros neoliberales patrios para intentar absolver a un régimen que, ¡oh paradoja!, era profundamente antiliberal.

jueves, 9 de julio de 2015

Las derivas

Ortega escribió sobre prácticamente todos los temas humanos, sin olvidar el deporte, la moda, la caza o los toros. Sin embargo no ha aparecido hasta ahora una línea suya de reflexión sobre el nazismo, el franquismo o lo que es más sorprendente, sobre la guerra civil. Si existe está escondido, aunque es poco probable, gracias a la pista permanente que nos da el filósofo de que ése era precisamente su archicitado silencio. Desde 1945 hasta su muerta apela con frecuencia al silencio y con no menos reiteración advierte que está a punto de romperlo y de hablar al fin. La leyenda orteguiana considera su silencio como una prueba de las dificultades que tuvo que pasar en ese marco hostil que le impedía hablar. La verdad es que no se lo ponían fácil, pero el silencio orteguiano es una impostura para uso de gentiles, de gente llana. También del orteguismo universitario y de salón. Ortega y Gasset no calló nunca, sólo que no habló a todo el mundo, sino a unos pocos, y no a los que quería escucharle sino a los que le interesaba que le oyeran.

Gregorio Morán, El maestro en el erial, Ortega y Gasset y la cultura del franquismo.

Este libro sobre Ortega - y la cultura del primer franquismo - es el tecer libro de Gregorio Morán con el que me atrevo, después de los que escribió sobre Suárez y la cultura del tardofranquismo. Su principal característica, en comparación con los otros, es su mesura, su casi ausencia de estridencias y juicios fulminantes, que puede hacer de esta obra la mejor de las suyas. La biografía de Suárez presentaba una tesis interesante y verosímil sobre el golpe del 23-F, al proponer que el rey Juan Carlos había intentado hacer un Alfonso XIII, con Armada como Primo de Rivera, pero que este general en realidad pretendía un golpe similar al del 36, sólo que esta vez con éxito, discrepancias que llevarían al fracaso del golpe del 81 y la construcción posterior de la leyenda de la monarquía como garante y defensora de la democracia. No obstante, a la hora de presentar esta teoría, Morán caía en los clichés del periodismo/novela, lo que le hurtaba bastante de su valor de prueba y demostración, al no ser posible deslindar qué era creación, qué especulación, qué hechos fidedignos.

El libro dedicado a la cultura del franquismo tardío estaba libre de esos resabios de periodista de best-sellers. Sin embargo, se notaba un claro apresuramiento que le llevaba a saltar de un periodo a otro sin llegar a explorarlos convenientemente, a lo que se unía una clara voluntad de ajuste de cuentas contra otro mito no menor que el del 23-F: la concepción de esa intelectualidad conformista y conformada con un régimen dictatorial como resistentes en continua lucha contra la opresión, de la que surgiría, varios decenios más tarde, el espíritu de la transición y la normalidad democrática, como si el tiempo anterior no hubiera sido otra cosa que un paréntesis necesario y no demasiado incomodo, mucho menos doloroso.

El libro que nos ocupa, sobre el Ortega de vuelta a una España dominada por un franquismo aún claramente totalitario, sea en su vertiente fascista o en su vertiente católica, esta libre por completo de ambos errores, el novelístico y el polemístico, lo que acentúa aún más su innegable interés: trazar la historia cultural de un periodo vergonzoso de nuestro pasado, que ha caído en un olvido interesado por parte de todos los que en aquel tiempo ejercieron de aduladores rastreros y de sus herederos espirituales. Una labor en la que Morán destruye de paso algunos mitos, el propio de Ortega y junto con el del intelectual, entendido como motor social con ideología de izquierdas, o al menos progresista.

sábado, 25 de abril de 2015

La historia (aún) no escrita

Una de las últimas y más recientes aportaciones al tema de la relación entre fascismo y franquismo hace hincapié en el carácter protéico del régimen militar construido durante la guerra civil y de sus potencialidades virtualidades evolutivas en un sentido plenamente fascista y totalitario. Como había percibido desde el principio del conflicto español el propio Mussolini, el estado franquista, pese a su naturaleza originaria reaccionaria y autocrática, en virtud de la movilización impuesta por la guerra y por las circunstancias internacionales, "puede servir mañana de base para el estado totalitario"; cabía esperar, por tanto, que Franco liderase el proceso de "fascistización de España".
Bajo esta perspectiva analítica atenta a la dinámica histórica-evolutiva, el franquismo habría sido un régimen militar reaccionario que sufrió un proceso de "fascistización", notable pero inconcluso  y finalmente truncado y rebajado por el resultado de la segunda guerra mundial y la derrota de Italia y Alemania en la misma. Esta naturaleza de régimen "fascistizado" se apreciaría en su peculiar "capacidad para combinar ciertos elementos de la rigidez propia de los fascismos con la versatilidad y capacidad de maniobra de los no fascistas". No en vano, una de las características de los regímenes "fascistizados" habría sido su reversibilidad hacia el estado inicial de régimen dictatorial autoritario. En gran medida, ese proceso de "fascistización" emprendido, truncado y revertido, es la razón de las dificultades de conceptualización del régimen franquista y la clave de la subrayada capacidad evolutiva y adaptativa del mismo.

Franco y el franquismo en tinta sobre papel: narrativas sobre el régimen y su caudillo. Participación de Enrique Moradiellos en 40 años con Franco, dirigido por Julián Casanova

Esperaba mucho más del libro 40 años con Franco, obra colectiva dirigida por Julián Casanova en donde han participado importantes historiadores especializados en el periodo de la dictadura. Se trata evidentemente de una obra de circunstancias, coincidente con este año en el que se celebran los cuarenta años sin Franco, en la que se nota el apresuramiento impuestos por el aniversario. 

No esperaba que fuera la obra definitiva sobre ese periodo - eso queda para otra ocasión y de ahí el título de esta entrada - pero se nota demasiado que algunos de los autores, como Preston, se han limitado a resumir y reutilizar sus tesis habituales, mientras que otros, como José Carlos Mainer, en su revisión de la literatura de ese periodo. parece dedicarse a polemizar con libros y autores a los que no se nombra. En este caso, el recién publicado El Cura y los Mandarines de Gregorio Morán, cuya sombra gravita sobre el artículo de Mainer y le lleva a ningunear a un gran escritor como Luis Martín-Santos, héroe máximo para Morán, mientras procede a defender a aquellos a quienes Morán despellejaba, caso de Benet... para hurtarnos así de nuevo a los lectores, una visión equilibrada de la cultura de ese periodo.

Curiosamente, en este batiburrillo de artículos de intenciones y temas muy dispares, los más interesantes son precisamente aquellos que abordan fenómenos pocos conocidos. Así, el artículo de Mary Nash sobre la mujer en el franquismo se revela casi un acto de justicia, reparando un poco el silencio de una narración histórica donde la presencia masculina era aplastante, además de revelar la existencia fenómenos paralelos y subterráneos de la oposición al franquismo fuera de los partidos tradicionales, como el comunismo, o los grupos aislados de intelectuales sin contacto con el pueblo. De hecho, hace concebir esperanzas de que esos breves apuntes lleguen a convertirse en un libro, y de la misma manera, hace que parezca extraña - ¿o demasiado obvia? - la ausencia de un artíticulo dedicado a las otras nacionalidades de España y su superviviencia en ese tiempo de opresión y unificación, especialmente cuando de trata de una cuestión que vertebra todo el siglo XX, sin perder nada de su fuerza y su influencia en la política nacional actual.

Dicho esto, el artículo más interesante el el final, el de Moradiellos, en el que se aborda un tema muy caro a los tiempos postmodernos en los que vivimos. No la historia del franquismo, sino la historia de la historias y los análisis que se han hecho sobre ese régimen y la persona, Franco, que le dio nombre.