La imagen que surgía de todo esto era violenta y lúgubre. En los propios cronistas y en la elaboración de sus materiales por el romanticismo del siglo XIX resalta, ante todo, el aspecto lúgubre y terrorífico de la última Edad Media; la crueldad sangrienta, la soberbia vocinglera, la codicia, la pasión, la sed de venganza y la miseria. La exagerada y vana pompa multicolor de las famosas solemnidades y fiestas de corte, con su resplandor de alegorías desgastadas por el uso y de insoportable lujo, son las que ponen en el cuadro los tonos más luminosos.
¿Y ahora? Hoy irradian para nosotros sobre la imagen de aquella época la elevada y maravillosa gravedad y la profunda paz de los van Eyck y de Menling; aquel mundo de hace medio milenio parécenos lleno de un luminoso brillo de alegría sencilla, de un tesoro de sosegada ternura. El cuadro violento y sombrío se ha transformado en un cuadro apacible y sereno. Y todas las manifestaciones de la vida de aquel periodo que aún conocemos directamente, además de las artes plásticas, son una expresión de belleza y de tranquila sabiduría: la música de Dufy y de sus compañeros, la palabra de Ruusbroeck y de Tomás Kempis. Incluso allí donde aún repercuten directamente la crueldad y la miseria de la época, en la historia de Juana de Arco y en la poesía de François Villon, sólo elevación y emoción emanan, sin embargo, de las figuras.
¿En qué descansa, pues, esta profunda diferencia entre las imágenes de la época, aquélla que se refleja en el arte y aquella otra que nos forjamos por medio de la historia y la literatura?
Johan Huizinga. El otoño de la edad media
Al igual que el libro de Norman Cohn, In search of the Millenium, que ya les comenté en entradas anteriores, El otoño de la edad Media, de Johan Huizinga, se ha convertido en un clásico de la investigación histórica. Ambos se siguen leyendo y siguen siendo buenas introducciones a los temas y periodos históricos que tocan. Todo ello, a pesar de las décadas transcurridas desde su publicación, de los muchos cambios en la metodológía y filosofía de la historia, o de las ingentes cantidades de datos nuevos que han sido descubiertos desde los años 30 y 50, fechas de concepción de las obras respectivas.
De hecho, desde el punto de vista de un lector del sur de Europa, sea la península ibérica, sea la itálica, el mayor defecto de ambas es su restricción geográfica. En su análisis de los movimientos milenaristas europeos durante la Baja Edad Media, Cohn se circunscribe a los valles del Rin y del Danubio, con alguna excursión a regiones vecinas, como la Bohemia husita o la Inglaterra de Wat Tyler y Wycliff. Huizinga es aún más restrictivo, puesto que su estudio se centra en las tierras al oeste del Rin y el norte del Loira. En concreto, a lo que constituyó el malogrado Condado/Ducado de Borgoña, estado situado a lo largo del curso del Rin, junto con el norte del estado francés, presa de las convulsiones de la Guerra de los Cien Años.