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domingo, 15 de septiembre de 2019

Hacia lo desconocido (y II)

What he (Burckhardt) had discovered here, in fact, was the great crossroads of the Nile. The River at this point made its closest approach to the southern end of the Red Sea, and thus the way was opened up to Arabia, India and the Far East. To the west the caravan routes keeping as far as possible within the cover of  the rain belt and south of the Sahara, led on from oasis to oasis, to Lake Chad and Timbuktu. The Nile valley itself provided a highway to Egypt in the North and Ethiopia could be reached by the track that led up through Metemme to Gondar. In a curious but inevitable way al the themes of the river were gathered here. The pilgrims from Central Africa came through Shendy on their way to Mecca. The slaves captures on the Upper Nile were inevitably bound for Shendy market. Here, for the first time, the traveller ascending the Nile came into touch with Ethiopia, and here on his return journey downstream he was once more drawn into the influence of Egypt and the north. Shendy was also known as "The Gates", and it lay in the heart of the ancient "Island of Meroë" - the area bounded by the Athara and the Nile. From Meroë the Egyptian Pharaohs and their Queens had ruled the river almost as far norht  as the delta and it was in this part of the Nile that Cambyses had been finally driven back. On his way into Shendy, Burckhardt had passed through the ruins of the ancient capital of Meroë and although he failed to investigate the place ("I was in the company of a caravan, and had the marvel of Thebes been placed on the road, I should not have been able to examine them"), he had correctly divined that important discoveries would be made on the site.

Allan Moorehead, The Blue Nile (El Nilo azul)

Lo que (Burckhardt) había descubierto aquí, de hecho, era el gran cruce de caminos del Nilo. En ese punto era donde el río se acercaba más al extremo inferio del mar Rojo, de manera que existía una ruta hacia Arabia, India y el Extremo Oriente. Al oeste, las rutas caravaneras, que se mantenían tanto como les era posible en la zona de lluvias y al sur del Sahara, conducían de oasis en oasis hasta el lago Chad y el Tombuktu. El valle del Nilo, en sí, constituía una vía hacia Egipto, al norte, mientras, que se podía llegar a Etiopía por la pista que conducía a Gondar, a través de Meteme. De manera curiosa, pero inevitable, todas las regiones del río confluían aquí. Los peregrinos de África Central cruzaban Shendy en su camino hacia La Meca. Los esclavos capturados en el cauce alto del Nilo eran conducidos inevitablemente al mercado de Shendy. Aquí, por primera vez, el viajero que remontaba el Nilo entraba en contacto con Etiopia y aquí, en su descenso de vuelta, se veía envuelto por la influencia de Egipto y el norte. Shendy era conocido también como "Las Puertas" y se alzaba en la antigua "Isla de Meroe" -el área limitada por el Atara y el Nilo-. Desde Meroe, los faraones egipcios y sus reinas gobernaban el río hasta el delta, al norte, y era en estas regiones del Nilo donde Cambises había sido finalmente repelido. En su ruta hacia Shendy. Burckhardt había cruzado las ruinas de la antigua capital de Meroe y aunque le fue imposible investigarlas («Estaba en compañía de una caravana y aunque todas las maravillas de Tebas se hallasen en el camino, no habría podido examinarlas») intuyó correctamente que allí se harían grandes descubrimientos.

En la entrada anterior, les reseñaba The White Nile (El Nilo blanco), obra de Allan Moorehead que se centraba en el largo y complejo descubrimiento de las fuentes del Nilo en el centro de África, para seguir con el relato de la rebelión del Mahdi en el Sudán.  Sin embargo, el Nilo es un río doble, con dos ramales bien diferenciados que confluyen en la ciudad de Jartúm, la actual capital del Sudán. The White Nile se centraba en uno sólo de ellos, el Nilo Blanco, objeto de viajes de descubrimiento y luego de conquista en la segunda mitad del siglo XIX, pero dejaba de lado el otro, el Nilo Azul, proveniente de la meseta de Etiopia. Así, de una obra titulada The Blue Nile esperaba un tratamiento igual de detallado sobre el descubrimiento y exploración de sus orígenes, además de la intervención de las potencias coloniales en Etiopía. El único país africano, junto con Liberia, que sobrevivió al reparto del continente.

El problema con esta narración es que las fuentes del Nilo eran conocidas en Europa ya desde el siglo XVI, cuando los primeros misioneros portugueses llegaron a la corte de los reyes de Abisinia. No hubo, como tal, un descubrimiento al estilo del siglo XIX, con un esforzado explorador presentando su informe ante alguna sociedad geográfica, sino una serie de contactos esporádicos que se fueron intensificando a partir del siglo XVIII. Además, debido a una serie de circunstancias que sería largo de relatar, no fue objeto de una agresión colonial. La única seria, el intento Italiano de unir Abisinia a sus colonias de Eritrea y Somalia, acabó en la catástrofe de Adua de 1896, cuando un ejército expedicionario italiano fue aniquilado por entero por las tropas del emperador abisinio Menelik II. No hay por tanto un relato continuado, como en el Nilo Blanco, en el que las exploraciones iniciales se convierten en campañas de conquista.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Hacia lo desconocido (I)

Mohammed Ahmed Ibn el Sayyid Abdullah, The Mahdi, follows the true tradition of the warrior priests of Islam. Like a sandstorm in the desert he appears, suddenly and inexplicably out of nowhere and by some strange process of attraction generates and ever increasing force as he goes along. Confused accounts were given of his origins: some said that he came from a family of boat-builders on the Nile, others that he was the son of a poor religious teacher, others again that he was the descendent of a line of Sheiks. It was generally accepted, however, that he was born in the Dongola province in the North Sudan in 1844 (which would make him 37 years of age at this time) and that quite early in life he had achieved a local reputation for great sanctity and for a gift of oratory that was quite exceptional. His effects, it seemed were obtained by an extraordinary personal magnetism. To put it in Strachey's phrase: "There was a strange splendour in its presence, an overwhelming passion in the torrent of his speech". He was a man possessed. Mohammed had promised that one of his descendants would one day appear and reanimate the faith, and Abdullah now declared, with an unshakable conviction, that he himself was that man. His hatred of Egyptians was inmense.

Alan Moorehead, The White Nile.

Mohammed Ahmed Ibn el Sayyid Abdullah, el Mahdi, continúa la larga tradición de los monjes guerreros del Islam. Aparece como una tormenta del desierto, repentina e inexplicable, salida de la nada, y por un extraño proceso de atracción va creciendo en fuerza a medida que avanza. Los relatos sobre su origen eran contradictorios: había quien decía que procedía de una familia de constructores de botes en el Nilo, para otros era el hijo de un maestro religioso pobre, mientras que por último se lo suponía descendiente de una estirpe de Sheiks. Se solía aceptar, sin embargo, que había nacido en la provincia de Dongola, en el norte del Sudán, en 1841 (lo que haría que tuviese 37 años en esta fecha) y que desde joven se había granjeado reputación de gran santidad y un don para la oratoria excepcional. Como decía Strachey: "Su presencia tenía una aire de esplendor, una pasión abrumadora en el torrente de su habla". En un hombre poseído. Mahoma había prometido que uno de sus descendientes reaparecería un día para revivir la fe y Abdullah declaraba ahora, con convicción inamovible, que él era ese hombre. Su odio hacia los egipcios era inmenso.

Desde pequeño me ha fascinado la historia del descubrimiento de las fuentes del Nilo. Esa pasión de la debo a una magnífica serie de la BBC -algún día les tengo que hablar de la influencia de esta emisora en mi formación intelectual-  de los años setenta, llamada The Search of the Nile. Gracias a ella, me aprendí al dedillo las andanzas de los exploradores británicos Burton, Speke, Livingstone y Baker, quienes junto al americano de adopción Stanley, cartografiaron la región africana de los grandes lagos. Origen y fuente de dos grandes ríos africanos: el Congo y el Nilo. 

Por supuesto, estos europeos victorianos no se movían en un espacio abstracto, vacío de población, ni tampoco obedecían a puros intereses científicos. Muchos de ellos, aunque fuera de forma inconsciente, estaban infectados por la seguridad de la superioridad de la raza blanca. Incluso aquellos que, como Burton, estaban fascinados por las culturas del Oriente, hasta considerarlas iguales a Occidente, no podían evitar contemplar a los negros del centro de África como inferiores, subhumanos que necesitaban la influencia de una cultura superior, ya fuera la cristiana o la musulmana, para avanzar hacia la civilización. Para empeorar las cosas, las rutas descubiertas por los exploradores sirvieron de vía de entrada para los ejércitos coloniales europeos, mandados y aconsejados en ocasiones por esos mismos aventureros, caso de Stanley y Baker.

sábado, 13 de octubre de 2018

Quimeras cartográficas

He then turned to the narrative of the voyage itself. The letter began with the statement that news of an expedition from Boston in 1639 led to Fonte receiving orders from Spain to sail north from Lima. If this was true, Burriel pointed out, it meant that information came from New England to Spain (presumably by way of London), a decision was taken in Madrid, orders for an expedition sent to Mexico, and thence to Lima, and ships fitted out - all within a year, since Fonte sailed early in April 1640. Furhtermore, Burriel asked, was it likely that the Spanish government, faced with rebellion in Portugal, Catalonia and Naples, and harassed by Dutch and French attacks on their shipping, would order four ships of war to be sent into unknown regions to investigate a vague report about a Boston expedition? The pace of the explorations of Fonte's squadron surpassed even the speed with which the expedition had been prepared. On 22 June, Fonte, when at the entrance of Rio de los Reyes in latitude 53ºN, ordered Captain Barnarda to explore northward. Five days later Barnarda wrote to Fonte that he was at the sea of Tartary in latitude 61ºN and this letter reached the admiral, far inland at Lake Belle, before 1st July! Burriel gently enquired whether it had been sent by land or water, or perhaps by air. He then turned to the two jesuits mentioned by Fonte, who during their mission had been as north as latitude 66ºN, and had stayed two years at the indian town of Conosset. He pointed out that the activities of the Jesuits were strictly supervised, and that a mission could not be set up without a licence; yet nowhere in the record of the Society of Jesus could he find any trace of this extraordinary mission many hundreds of miles north of any Spanish settlement.

Glyn Williams, Voyages of Delusion (Viajes de autoengaño)

Luego retornó a la narración del propio viaje (de Bartolomeo de Fonte). La carta comenzaba con la afirmación de que la noticia de que una expedición bostoniana en 1639 condujo a que Fonte recibiera ordenes desde España para navegar de Lima con rumbo norte. Esto significaba que la información fue de Nueva Inglaterra a España (supuestamente vía Londres), se llegó a una resolución en Madrid, se enviaron las órdenes a México y de allí a Lima, y se armaron los barcos, todo en el transcurso de un año, puesto que Fonte zarpó a principios de abril de 1640. Más aún, se preguntaba Burriel, ¿era probable, que el gobierno español, amenazado por revueltas en Cataluña, Portugal y Nápoles, hostigado en sus rutas navales por franceses y holandeses, enviase cuatro barcos de guerra a regiones desconocidas para investigar un informe vago sobre una expedición desde Boston? El ritmo de las exploraciones de la escuadra de Fonte incluso sobrepasaba la velocidad con que habías sido aparejada. El 22 de junio, Fonte, en la embocadura del estrecho de Ría de los Reyes, a 53º de latitud norte, ordenó al capitán Barnarda que explorase en dirección norte. Cinco días más tarde, Barnarda escribió a Fonte que se hallaba en el mar de Tartaria, a una latidud de 61º Norte y esta carta fue recibida por el almirante, ya muy tierra adentro en el Lago Belle, !antes de el primero de Julio! Con amabilidad, Burriel preguntaba si se había enviado por tierra o por mar, o quizás por el aire. Luego prosiguió examinando el papel de los dos jesuitas mencionados por Fonte, que durante sus viajes de misión habían llegado tan al norte como a 66º de latitud y había permanecido dos años en la ciudad indígena de Conosset. Burriel señaló que las actividades de los jesuitas estaban supervisadas estrictamente y que un viaje de misión no podía ser realizado sin una licencia. Sin embargo, en los archivos de la Compañía de Jesús no se podía encontrar traza alguna en ninguna parte de un viaje extraordinario, a cientos de millas al norte de cualquier asentamientos español.

Tras haber leído el excelente libro de Glyn Willians sobre las exploraciones del paso del noroeste, me había quedado con ganas de profundizar más en este tema. Fuera del destino de la expedición Franklin, claro esta. Este Voyages of Delusion de título tan sugerente, me atraía con gran fuerza, puesto que señalaba a un hecho incómodo, escondido detrás de las múltiples expediciones del siglo XVIII en pos del paso del Noroeste. En su gran mayoría se justificaron sobre quimeras cartográficas, que sólo existían en la imaginación de geógrafos, inversores y políticos. Una y otra vez, los exploradores enviados a esas regiones remotas encontraban, una vez en el destino señalado en sus instrucciones, que los mapas a su disposición no tenían ningún sentido, que eran invenciones sin fundamento, cuya refutación consumía recursos sin cuento y malograba vidas. 

Tal era la divergencia entre lo soñado y lo encontrado que alguno de los exploradores, como señala Willians, no fue creído a la vuelta y vio su carrera posterior frustrada. El paso al Nordeste tenía que existir, tal y como figuraba en las cartas de navegación, y si no se había encontrado era por negligencia o cobardía. Incluso se les llegó a acusar de colusión con intereses creados, de falsedad y fraude, lo que llevó a consejos de guerra e interminables procesos. Pero, cabe preguntarse ¿cómo se llegó a esa situación? ¿Qué motivó esa persistente ceguera?

viernes, 28 de septiembre de 2018

Sin dejar rastro (y III)

Louie Kamookak did not set out to solve one of naval history's most enduring mysteries. His early work focused on tracing the family trees of four main groups that made up the Netsilingmiut. As the lines of those family trees became clearer, Kamookak also got a better understanding of contacts that Inuit had with the foreign explorers. Qalunaaq names did not make any more sense to them than Inuit names registered in white men's ears. So Inuit gave the outsiders nicknames . A common one was Aglooka, from the Inuktitut description of the long strides they saw foreigners taking. The problem is that Inuit knew several nineteenth-century visitors by that name, including James Clark Ross and Rozier. That makes it hard for someone accustomed to the conventions of European history to untangle the various strands of it in Inuit oral history. But if an Inuk tells a story of an encounter with Aglooka from an old relative, and a listener like Kamookak knews the source's family group, he can figure out where they normally lived and hunted. That gave the Inuk historian a distinct edge over experts from the south trying to figure out the Franklin mystery. Travelling across Netsilingmiut territory, he listened and learned, deciphering elders' stories to figure out which groups of qaluunaq various Inuit family groups likely met, and when. In time Kamookak found that one of the most obvious mariners in the elders ' stories was Franklin loyal friend John Ross. Those accounts came from the years when the Ross expedition was trapped on the Boothia peninsula, and Netsilingmiut helped the sailors survive, sealing their place in local legend.

Paul Watson, Ice Ghosts

Louie Kamookak no se propuso desde un principio resolver un misterio naval (el de la expedición Franklin) de los más persistente de la historia. Su trabajo inicial se centraba en trazar los árboles genealógicos de los cuatro grupos principales que componían la tribu de los Netsilingmiut. A medida que los diferentes linajes se iban aclarando, Kamookak comenzó a tener una mejor comprensión de los contactos que los Inuit habían tenido con los exploradores extranjeros. Los nombres de los Qaluunak eran tan incompresibles para ellos como podían serlo los nombres Inuit para los oídos de los hombres blancos. Por ello, los Inuit se inventaron apodos. Uno comín era Aglook, proveniente de la descripción de las largas zancadas que los Inuktituk veían dar a los extranjeros. El problema es que los Inuit ser referían a varios visitantes decimonónicos con ese nombre, incluyendo a James Clark Ross y Rozier. Esto tornaba difícil, para quien está aconstumbrado a las convenciones de la historiografía europea, el desenredar los diferentes cabos que componen la tradición oral de los Inuit. Pero si un Inuk narra una historia de un encuentro de un pariente con Aglooka y un oyente, como Kamookak, conoce el árbol familiar de ese Inuk, puede adivinar donde vivían y cazaban. Esto confería una clara ventaja al historiador Inuk, comparado con los expertos del sur que intentaban aclarar el misterio de Franklin. En sus viajes a lo largo del territorio Netsilingmiut, Kamookak escuchó y aprendió, descifrando las historias de los ancianos para así esclarecer con qué grupos de Qaliinaq podían haberse encontrado los distintos grupos familiares Inuit. Con el tiempo, Kamookak averiguó que uno uno de los marinos más frecuentes en las historias de los ancianos era John Ross, el fiel amigo de Franklin. Esas narraciones provenían de los años que la expedición de Ross permaneció atrapada en la península de Bothia y los Netsilingmiut ayudaron a los marinos a sobrevivir, quedando marcado en sus leyendas.

Este es el último libro sobre la desaparición de la expedición Franklin que voy a reseñarles. Visto lo tenues y contradictorias que son las pruebas e indicios que nos han llegado, no creo que se pueda concluir nada definitivo sobre el destino de los expedicionarios. Al menos hasta que terminen las excavaciones submarinas en los pecios del Erebus y el Terror, los dos barcos de la expedición recientemente encontrados en 2014 y 2016, respectivamente. Esta tarea va a llevar años, cuando no decenios, y temo que las elevadas esperanzas puestas en ellas se vean defraudadas, al suscitar más preguntas que respuestas, cuando no misterios insolubles.

De hecho, si compre este libro es porque narraba, precisamente, el hallazgo de estos pecios, relato casi ausente en los dos libros anteriores, tanto en el de Woodman como en el de Potter. Aún así, los comentarios que leí en la tienda de internet donde lo adquirí eran desalentadores. Según ellos, esta obra no añadía nada a lo expuesto en las obras clásicas sobre el tema. Incluso se le reprochaba el perderse en meandros y digresiones que poco interesaban al tema principal, al tiempo que se olvidaban hechos fundamentales en el desarrollo de las investigaciones.

Éste último defecto era bien cierto, ya que, por ejemplo, se pasaba de puntillas tanto sobre la tarea de recopilación de los testimonios Inuit que realizó Rae en 1870, como sobre las penalidades de varias de las expediciones de rescate, en concreto la de McClure. Por el contrario, se dedicaba una atención desmesurada al circo, con mediums y videntes incluidos, farsantes y personas de buena fe. que se montó alrededor de la esposa del explorador; o las supuestas hazañas, ya en nuestro siglo, de uno de esos millonarios/aventureros que tanto abundan en el mundo anglosajón, pero que en esta ocasión, aparte de destruir pecios, poca relevancia tenían.

Sin embargo, cualquier libro de historia, aunque divague y se pierda por vericuetos, puede ser una fuente inestimable de información, siempre que abunde en datos bien investigados. Tal es el caso del libro de Watson, que ilumina multitud de aspectos secundarios de las numerosas búsquedas en pos de la exposición perdida. Algunas de ellas, cierto, total y completamente irrelevantes; otras, sin embargo, de gran pertinencia. Como el papel fundamental que tuvieron y tienen los testimonios Inuit en la reconstrucción y verificación de cualquier teoría sobre la desaparición de la expedición

viernes, 21 de septiembre de 2018

Sin dejar rastro (y II)

McKlintock thought that Ootgoolik referred to the west coast of King William Island, but we  have seen that this term applies to the west coast of the Adelaide Peninsula. Hall was told that the natives found this second ship "in the ice of the sea between Dease Strait and Simpson Strait" - modern Queen Maud Gulf. From descriptions of the actual wreck site, Hall concluded that the ship, "sank some time after they [the Inuit] found it but no so bad what the topmast were above water - ultimatley (sic) the ice broke the vessel that masts, timbers etc. drifted to the land south side of Ook-joo-lik sea & and there found in abundance by Ook-joo-lik natives. 

Hall was later given more detail about this wreck by an Oot-goolik native named Ek-pre-ree-a.

This ship first seen he said by Nuk-kee-che-uk an Ook-joo-lik Innuit who in now dead, having been killed by his (Ek-kee-pee-ree-a0's) father. This he told me with a smile. This ship had 4boats hanging at the sides and 1 of them was above the quarter deck. The ice about the ship one winter's make, all a smooth flow (sic) & and a plank was found extending from the ship down to the ice. The innuit were sure some white men must have lived there through the winter. Heard of tracks of 4 strangers, not Innuits, being seen on the land adjacent to the ship (Emphasis in the original)

David C. Woodman. Unravelling the Franklin Mistery, Inuit Testimony

McKlintock pensó que Ootgoolik se refería a la costa oeste de la isla del Rey Guillermo, pero ya hemos visto que ese apelativo se aplica a la costa occidental de la península de Adelaida. A Hall se le contó que los nativos habían encontrado ese segundo barco « en el hielo, en el mar entre el estrecho de Dease y el de Simpson » - el actual golfo de la Reína Maud. De la descripción del lugar del naufragio, Hall concluyó que el barco « se había hundio al poco de ser encontrado [por los Inuit], pero no tan profundo que los mástiles no sobresalieran del agua - al fimal (sic) el hielo troncho el barco, de manera que los mástiles y el maderamen fueron arrastrado a tierra, al sur del mar de Ook-joo-lik, donde los nativos los encontraron en abundancia.

Hall consiguió aún más detalles del pecio por medio de un nativo de Oot-goolik de nombre Ek-pre-ree-a. 

« Este barco fue visto primero por  Nuk-kee-che-uk un Inuit de Ook-joo-lik ya muerto,k asesinado por su padre (el de Ek-kee-pee-ree). Esto me lo narró sonriendo. Este barco tenía cuatro botes colgados a sus lados y 1 de ellos estaba sobre la cubierta. El hielo que rodeaba al barco era de un invierno de edad, todo suave fluido (sic) y se encontró una plancha de madera que descendía del barco hasta el hielo. Los Inuit tenían la certeza de que algunos hombres blancos debían haber vivido allí durante el invierno. Se hablaba de rastros en la nieve de cuatro extraños, que no eran Inuit,  vistos en las tierras próximas al barco »

Buscando libros que resumiesen el estado de las investigaciones sobre la expedición Franklin, llegué por casualidad a éste de Woodman. Sin sospecharlo, me había tocado el premio gordo de la loteria. Unravelling the Franklin Mistery, Inuit Testimony (Desenredando el misterio de Franklin, el testimonio de los Inuit), es un libro clave en la investigación moderna de la desaparición de esa expedición. 

Publicado en los años 90, Woodman realiza en él un análisis exhaustivo del cúmulo de noticias obtenidas de los Inuit por los exploradores que fueron en busca de Franklin. No sólo los más famosos, y que ya les señale en la entrada anterior, como Rae, MacKlintock o Hall, sino otros menos conocidos o mucho más tardíos, como Schwatka, el propio Admundsen o Rassmussen, éstos últimos ya en el siglo XX. Y no sólo lo publicado por ellos, ya corregido y pulido, sino los diarios originales que dormían en los archivos, más cercanos a la verdad y con menos distorsiones, tanto voluntarias como involuntarias. Con esas fuentes, Woodman construyó una versión alternativa al destino de la expedición que destaca por su lógica y su verosimilitud, y que ha sidoconfirmada en gran medida por los descubrimientos de los pecios del Erebus y el Terror, encontrados en los lugares señalados por los Inuit y en condiciones casi idénticas a las descritas por ellos.

sábado, 18 de agosto de 2018

Los hielos eternos

During further attempts to obtain information from the Inuit, the officers discovered that an Inuit woman, Iligluk, had an impressive ability for drawing maps. Lyon spent most time with her as she covered a strip of dozen sheets of paper with large scale sketches, while Parry attention was caught by Iligluk's depiction of what seemed to be a strait leading westward just to the north of her own island of Amitioke. By now other Inuit were enthusiastically drawing maps, but Parry noticed that 'no two charts much resembled one another. Iligluk was in a different class from the others, and the officers encouraged her to draw small-scale maps and taught her to 'box the compass' so that she could align natural features correctly. To their delight, after tracing the coast north of Winter Island, Iligluk 'brought the continental coast round to the westward, and afterwards to the SSW, so as to come within three or four days' journey of Repulse Bay', If she was correct, then the ships were near the northeastern tip of America, and once round that, the way westward should lie open. As Lyon described Iligluk's maps, he confessed that 'this little Northwest Passage set us all castle-building, and we already fancied the worst part of our voyage over'.

Glyn Williams, Artic Labyrinth

En el curso de intentos posteriores de obtener información de los Inuit, los oficiales descubrieron que una mujer Inuit, Iligluk, poseía una habilidad impresionante a la hora de trazar mapas. Lyon la acompaño durante la mayor parte del tiempo que ellas pasó rellenando docenas de hojas de papel con amplios esquemas. Mientras, Parry estaba absorto con por la descripción que Iligluk había hecho de un estrecho con dirección oeste justo al norte de su isla de Amitioke. En ese momento, otros Inuit estaban dibujando con entusiasmo mapa tras mapa, pero Parry señaló que « no había dos que se parecieran ». Iligluk estaba muy por encima de ellos, así que los oficiales la animaron a « seguir la brújula », de manera que los accidentes geográficos quedaran alineados correctamente. Para su alivio, tras trazar el perfil de la costa al norte de Winter Island, Iligluk « hizo girar el borde costero hacia el oeste y luego hacia el sursuroeste, a una distancia de cuatro días de viaje de Repulse Bay » Si estaba en lo cierto, los barcos estaban cerca de la punta noroeste de América y una vez doblada la vía hacía al oeste debía quedar abierta. Cuando Lyon describió los mapas de Iligluk, confesó que « este pequeño paso del noroeste nos llevó a construir castillos en el aire, como si viéramos ya tras de nosotros lo peor de nuestro viaje»

Les confieso que tengo debilidad por los relatos de exploraciones polares.  Mi fascinación tiene un doble origen, vernesco, de un lado, televisivo, de otro. El nombre de la novela de Verne es, por supuesto, Las aventuras del capitán Hatteras, donde el capitán homónimo y su buque Forward se pierden en el laberinto de islas del norte de Canada, buscando paso libre de hielos hacia el polo norte del planeta. La televisiva es una serie documental que vi siendo niño, dedicada a los viajes del explorador noruego Roald Amundsen. Un aventurero que fue, ni más ni menos, el primero en navegar el paso del noroeste, llegar al Polo Sur y, junto con el italiano Nobile, alcanzar el Polo Norte en dirigible, entre  otras muchas aventuras, no todas con éxito, que sería largo de relata aquí.

A lo largo de los años, espigando aquí y allá, conseguí hacerme una idea más o menos aproximada de como se había llegado a explorar los dos pasos, el del noreste y el del noroeste, así como llegado a los dos Polos y cartografiado el vasto continente antártico. Sin embargo, me faltaba una obra de conjunto en la que todos esos datos estuviesen recogidos juntos, una laguna que la obra de Williams que les reseño ha venido a suplir en parte. Y digo en parte, porque se centra en la exploración del paso del noroeste, con referencias sumarias al otro paso, y ninguna sobre la conquista de los polos. Éste es su mayor defecto, si es que eso se puede llamar así, y ya si quisiese ponerme tiquismiquis, me da la impresión de que la expedición de Amundsen de 1903, la que navegó finalmente el paso, queda un tanto desdibujada, comparada con la abrumadora cantidad de detalles de los intentos anteriores.

Pero son sólo defectos menores, porque la realidad es que el libro me ha fascinado. Leyéndolo he vuelto a ser, por unos días, el niño aquél que se quedaba embobado con las penalidades del capitán Hatteras y la travesía de Amundsen. En este libro está todo lo que yo recordaba y mucho más. El coraje temerario que supone adentrarse por mares desconocidos, en medio de un laberinto de islas casi deshabitadas, fuera de los Inuits, y completamente inhospitas para un europeo, con el peligro constante de quedarse atrapado entre los hielos y verse obligado a invernar. Con el frío, las enfermedades, principalmente el escorbuto, y el hambre acechando a cada instante. Con la soledad, la obscuridad y el tedio pesando sobre el espíritudurante días, semanas y meses interminables, royendo las fuerzas, carcomiendo la resistencia. 

Todo ello, no se olvide, sin GPS para orientarse, radio para comunicar las dificultades, ni posibilidad de ser rescatados en caso de catástrofe. Cualquier ayuda estaba a miles de kilómetros, en otro continente, sólo se pondría en marcha al cabo de varias años sin noticias y aún entonces, podría tardar meses en estar preparada.

martes, 21 de febrero de 2017

La red y la expansión (II)

Aber Johann hat ein drittes Eisen im Feuer. Ebenfalls 1487 schickte er zwei Späher aus, die als Moslem verkleidet die Islamische Barriere überwinden sollten. Das Florentiner Bankhaus Marchioni war an der Finanzierung des Unternehmens beteiligt. Alfonso de Paiva hatte Briefe an der Priester Johannes dabei, den man inzwischen mit der Negus im Abessinien identifizierte. Pero da Covilha, ein sprachenkundiger Abenteurer, den man heute wohl als berufsmäßigen Geheimagenten bezeichnen wurde, sollte Indien erkunden. In Kairo trennten sich; de Paiva starb bald danach. Da Covilha fuhr auf den Seeweg nach Indien, erkundete die Malabarküste und das Gewürzgeschäft auf das genaueste und muss auf dem Rückweg den Persischen Golf und die afrikanische Ostküste besucht haben. Denn im seinen Bericht, den er 1490 von Kairo aus durch einen Juden, der im Auftrag des Königs auf ihn wartete, nach Lissabon schickte, betonte er, dass Sofala (im heutigen Mosambik), wohin er gelangt hat, von Guinea auf dem Seeweg rund um Afrika erreicht werden konnte. Dann ging Covilha nach Äthiopien, wo er zu hohen Ehre, einer Ehefrau und zahlreichen Kinder gelangte, aber bis zu seinem Ende festgehalten wurde.

Wolfang Reinhard, Die Unterwerfung der Welt (El sometimiento del mundo)

 Pero Juan (II de Portugal) tenía una tercera prioridad. En todo caso, en 1487 envío dos exploradores, disfrazados como Musulmanes, para que cruzasen la barrera islámica. La banca florentina Marchioni participó en la financiación de la empresa. Alfonso de Paive llevana cartas para el Preste Juan, quien se identificaba ahora con el Negus de Abisinia. Pero da Covilhn, un aventurero políglota, quien ahora sería similar a un experto agente secreto, debía explorar la India. En el Cairo se separaron y de Paiva murió al poco. Da Covilha siguió las rutas marítimas hasta la India, exploró con detalle la costa de Malabar y el comercio de las especias y debe haber visitado a la vuelta el Golfo Pérsico y la costa este de África, puesto que en su informe, enviado en 1490 del Cairo a Lisboa por mediación de un Judio que le esperaba allí por encargo del rey, señala que Sofala, en el actual Mozambique, ciudad que había visitado,. puede ser alcanzada desde Guinea navegando alrededor de África. Después de esto, Covilla marchó a Etiopia, donde con gran honor, consiguió esposa y muchos hijos, pero permaneció retenido hasta su muerte.

Cuando se comparan los Imperios marítimos de España y Portugal, fundados ambos a primeros del siglo XVI, llama la atención el carácter cataclísmico del primero. En apenas 50 años, de 1490 a 1540, el dominio español sobre gran parte del continente americano, en El Caribe, México, Panamá y Perú, estaba afianzado. En los cuarenta años siguientes, la propia inercia de la conquista llevaría a una segunda expansión hacia Chile, Argentina, Colombia, Venezuela, Centroamérica y Florida - y cruzando el Pacífico hacia las Filipinas - donde definitivamente se detendría hacía 1580. Por otra parte, al contrario que esa ley que nos dice que el tiempo de construir un imperio es proporcional a su longevidad, ese dominio perduraría durante más de dos siglos y medio, hasta 1810 y las guerras de Independencia. Incluso casi otro siglo más en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. 

Ningún Imperio Europeo ha tenido esa longevidad, ni ha dejado una huella duradera en las tierras ocupados, a menos que estos estuvieran escasamente poblados, como EEUU, Canada, Australia o Nueva Zelanda. En el caso del imperio portugués contemporáneo en Asia - dejemos Brasil a un lado, por ahora -, llama la atención que tomó casi un siglo el lograr la circunnavegación del continente africano, desde los primeros intentos de Enrique el Navegante hacia 1400 hasta la arribada de Vasco de Gama a Calicut, en la India en 1498. Ese siglo de preparación se corresponde con un siglo de dominio indiscutido en solitario de Portugal sobre el océano Índico - y luego parcialmente en el Mar de la China Sudoriental y en las Molucas - hasta la irrupción de los comerciantes holandeses hacia 1600. Una supremacía que, no se olvide, era muy tenue y frágil, puesto que se limitaba al control de las vías de comunicación navales y la ocupación de algunos puertos estratégicos, como Goa, Ormuz o Malaca.

El balance, por tanto, estaría en contra del Imperio portugués y a favor del castellano, pero esta conclusión es equivocada, engañosa e injusto.