domingo, 6 de febrero de 2022
jueves, 2 de diciembre de 2021
Francisco Veiga, El desequilibrio como orden (y II)
Pero lo que supuso un golpe final a la escasa autoridad moral que le podría quedar a la presidencia Bush en relación con la invasión y la ocupación de Irak, fue el reconocimiento oficial de que en ese país no existían armas de destrucción masiva, admitido en octubre de 2003. Washington perdió apoyos internacionales y gastó el último céntimo del crédito moral obtenido el 11-S, quizás el momento en que Estados Unidos estuvo más cerca de imponerse como única superpotencia mundial durante el periodo 1991-2008. De paso, también desaparecieron los últimos vestigios de la posible utilidad del plan para democratizar y reorganizar Oriente Próximo: la idea no podía prosperar aupada en un ridículo tan espantoso, pero tampoco sobre el ya vetusto supuesto de democratizar a sangre y fuego. El proyecto para un Nuevo Orden Mundial había quedado seriamente comprometido y, con ello, todo lo que había construido antes en su nombre, y lo que se haría a continuación.
Francisco Veiga, El desequilibrio como orden
En una entrada anterior ya les había comentado El desequilibrio como orden, libro de Francisco Veiga que se centra sobre las dos primeras décadas, aproximadamente, de la postguerra fría. Sin embargo, esa entrada se centraba en la primera década de ese periodo, los años 90, una época que podría llamarse de neoliberalismo triunfante y sin competidores. Aunque aún pervivían, en especial en los países del antiguo bloque occidental, resabios del periodo anterior, la apisonadora neocapitalista se adueñó casi de inmediato de los estados del extinto Pacto de Varsovia, en donde se produjo un efecto rebote: estos epígonos del liberalismo se tornaron, como dice el dicho, en más papistas que el Papá. EE.UU y su sistema parecían destinados a convertirse en modelo único, la alternativa ineludible que Margaret Tatcher resumía en los siglas TINA.
Sin embargo, en 2001 la historia volvió por sus fueros. No en ese falso aspecto de ineluctabilidad, de teleología que comparten marxistas y liberales, sino en forma de caos impredecible que daba al traste con previsiones y seguridades. Los atentados del 11-S pusieron patas arriba el orden internacional y desencadenaron una serie de acontecimientos que aún siguen influyendo, veinte años más tarde, en nuestro presente. No sólo supuso la irrupción, como rayo en cielo sereno, del islamismo como fuerza política que no se podía soslayar, sino que dejó en entredicho la supuesta hegemonía estadounidense tras el fin de la guerra fría. Si ese fue el comienzo de la década, el final vino a confirmar la inestabilidad inherente al nuevo orden: el estallido de la Gran Recesión dejó bien claro, para todo el que quisiese ver, las debilidades inherentes al liberalismo parlamentario, ya que sus consecuencias no quedaron limitadas al terreno económico. El resurgimiento del nacionalismo y el racismo, el giro hacia la derecha y las soluciones autoritarias recordaban demasiado lo que había sucedido, en circunstancias de crisis muy similares, durante los años 30.
sábado, 17 de marzo de 2018
De ida y vuelta
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Fernando Zobel |
sábado, 16 de septiembre de 2017
¿El punto de inflexión?
¿Permiten las pruebas del siglo XVII corroborar este análisis? Con seguridad las revueltas principales casi siempre ocurren en periodos clímaticos adversos sin precedentes, especialmente cuando un "clima bloqueado" bien produce precipitaciones prolongadas y frío o una sequía persistente (1618-23, 1629-32, 1639-43, 1647-1650, 1657-8). Algunas zonas sufrieron incluso más: tanto Escocia (1637-49) como Java (1643-71) experimentaron las seguías más largas que se han registrado. El siglo también presenció una cadena de "inviernos clave", incluyendo algunos de los meses más fríos regustrados y dos años "sin verano" (1628 y 1675), además de una serie sin igual de sucesos climáticos extremos: la congelación de las aguas del Bósforo (1620) y del Báltico (1658), el secado del Gran Canal Chino (1641) o el avance máximo de los glaciares alpinos (1642-44). En 1641 el nivel del río Nilo a su paso por Cairo cayó por debajo de los niveles antes registrados, mientras que la península escandinavia sufrío su peor invierno registrado. Estas diferentes aberraciones climáticas acompañaron un episodio principal de enfriamento global que duró al menos dos generaciones: algo sin paralelos en los últimos 12.000 años. Las hambrunas causadas por este cambio en el clima global causaron lo que hoy llamaríamos una crisis humanitaria, en la que millones de personas murieron de hambre.
Geoffrey Parker es uno de los grandes historiadores mundiales del periodo que antes se llamaba como Edad Moderna, siglos XVI al XVIII, y ahora se prefiere denominar Premodernidad. Es también uno de los proponentes de una "Great Divergence" temprana, dentro del debate sobre el auge y dominio de Europa durante el siglo XIX y XX. Frente a la postura tardía, que lo retrasa a finales del XVIII e incluso a comienzos del XIX, para Parker este giro en la historia mundial tuvo lugar a mediados del siglo XVII. Una postura a la que yo también me adhiero.
Global Crisis, con el subtítulo War, Climate Change and Catastrophe in Seventeenth Century (Guerra, cambio climático y catástrofe en el siglo XVII) es una análisis extenso, 700 páginas de texto, profundo y complejo de ese siglo crucial. Lo primero que llama la atención de este siglo es que, comparado con los que le preceden y suceden, es especialmente belicoso. No por el número de guerras, sino por su extensión y mortandad, que no vuelven a ser igualados, salvo excepciones, hasta el no menos sangriento siglo XX. Encuadrando el siglo, se tienen los 30 años de la guerra del mismo nombre, 1618-1648, que dejaron asolado y despoblado el espacio del Sacro Imperio Romano Germánico; mientras que en la segunda parte del siglo, de 1640 a 1680 tiene lugar la caída de la dinastía Ming en China y su substitución por la dinastía Quing.
sábado, 10 de junio de 2017
La red y la expansión (X)
sábado, 18 de marzo de 2017
La red y la expansión (IV)
Ya les he comentado en otras entradas, que para la historiografía ibérica la fecha decisiva en el despegue de Europa es 1500. Durante el siglo XVI, no sólo se incorporó América central y sur al ámbito de la cultura occidental, sino que se construyó la primera red comercial que englobaba al mundo entero, interconectando sus economías y volviéndolas dependientes unas de otras. Sin embargo, de mis lecturas recientes sobre The Great Divergence, al decir de los historiadores anglosajones, he tenido que reconocer que hay otro momento de igual importancia en la construcción de la supremacía europea: El siglo XVIII.
La diferencia entre la expansión europea del siglo XVI y la del siglo XVIII se puede resumir de manera muy simple. En el siglo XVI, Europa se puso al nivel del resto de culturas Euroasiáticas, como el Imperio Otomano, el Imperio Mogol de la India o las dinastias Ming/Quing de la China. Sin embargo, su presencia en el Océano Índico y el Extremo Oriente se limitó al control de las vías comerciales marítimas y al establecimiento de factorías comerciales aisladas. Cualquier intento de Los imperios orientales contaban con recursos humanos casi inagotables, o al menos muy superiores a lo que Europa podía mandar a Oriente, y supieron asimilar pronto las innovaciones técnicas bélicas creadas en Europa, como fusilería y artillería.
sábado, 4 de marzo de 2017
La red y la expansión (III)
martes, 21 de febrero de 2017
La red y la expansión (II)
jueves, 16 de febrero de 2017
La red y la expansión (I)
martes, 31 de enero de 2017
La singularidad
Sin contar que la definición de modernidad en Bayly es lo suficientemente laxa para que en ella quepa todo - y por tanto sea completamente inútil a efectos clasificatorios -, este historiador hacía caso omiso de las claras diferencias entre las distintas civilizaciones, así como que ciertos avances técnicos, como la máquina de vapor, el ferrocarril o el buque de vapor , sólo surgieron en el contexto británico, sin que existieran correlatos en otras regiones, ni claros indicios de que fuera a haberlos. Claramente se trata de un intento por parte de Bayly de eludir en su relato una excepcionalidad Europea de corte colonialista, que cae sin embargo en el defecto opuesto, suponer una igualdad de base que le hace perder todo poder explicativo.
Por el contrario, Pomeranz, en el libro que les comento, parte de una tesis completamente distinta. Algo sucedió en Inglaterra en el siglo que media entre 1750 a 1850 y ese algo tuvo un efecto de bola de nieve, de manera que lo que era sólo un artilugio para achicar agua en las minas de carbón británica condujo a una industrialización profunda de amplias zonas de Europa. No sólo Inglaterra, sino Bélgica, la Renania, el Norte de Francia y el norte de Italia. En la concepción de Pomeranz, la chispa inicial no hubiera podido prender sino hubieran existido una serie de requisitos iniciales en la Europa del siglo XVIII, incapaces por si solos de desencadenar la divergencia de Europa, pero que actuaron como catalizadores de la reacción. Hasta que esta fue ya incontenible, se tornó reacción en cadena, y llevó a Europa a dominar el mundo en el segundo tercio del siglo XIX