Todo el que haya seguido la trayectoria fílmica de Zhang Yimou se habrá sorprendido por el giro de 180º que su cine dio a comienzos de este siglo. Hasta ese momento, su obra había construido una revisión crítica de la historia reciente de China, antes del Maoísmo, durante el Maoísmo y después del Maoísmo; mientras que pasado el 2000, sus películas se tornaron cada vez más superficiales y comerciales, adentrándose en géneros como la intriga criminal o el relato de aventuras. Hay muchos motivos por el que un autor puede convertirse en otro diametralmente opuesto -desde una fórmula sin nuevas perspectivas o el simple agotamiento creativo- pero creo que ese cambio tiene raíces más profundas. En concreto, se pueden rastrear hasta Houzhe (Vivir, 1994)
En Houzhe llegó a su culmen el largo pulso estético-ideológico que Yimou -y su esposa Gong Li- habían mantenido con las autoridades culturales chinas. Sus películas anteriores no habían sido del agrado del poder, tanto por su sensualidad, rayana en el erotismo, como por su ambigüedad ideológica, ya que no parecían cantar con el suficiente entusiasmo los triunfo del sistema. Sin embargo, su repercusión internacional -casi todas fueron premiadas en importantes festivales- obligaron a las autoridades a levantar la mano, puesto que servía a otro fin propagandístico: presentar ante el mundo una China renovada, abierta y tolerante, capaz de volver a ocupar el papel que merecía en el concierto de las naciones. Acuerdo tácito que llegó a su fin precisamente con Houzhe, cuando tanto a Yimou como Li se les prohibió trabajar en el cine durante dos años, aunque, curiosamente, la cinta realizó el habitual tour por el circuito de festivales.
¿Por qué? La clave está en las dos imágenes que abren esta entrada. La primera, ambientada durante la Revolución Cultural -de mediados de los sesenta a mediados de los setenta-, ilustra una sociedad donde todo, hasta los actos sociales más nimios, gira y está imbuido por la imagen y la palabra de Mao. En la otra, la figura del Gran Timonel se ha desvaído por completo, insinuando de forma sutil que sus pensamiento y medidas han fracasado por completo. Esa alusión ponía en un brete a las autoridades, ya que las reformas de los años ochenta -que conducirían en los 90 a un capitalismo de partido único- se basaban en un rechazo fundamental hacia el periodo de la Revolución Cultural. Época donde la aplicación ideología maoísta había causado infinidad de abusos y sufrimiento a la población, -y casi el derrumbamiento del sistema- , pero de cuya implantación y dirección el Gran Timonel era absolvido por la propaganda estatal: para ella, Mao se había transfigurado en una suerte de deidad tutelar, apartada del mundo y de sus miserias, que velaba por la estabilidad y continuación del sistema.
En Houzhe, por el contrario, Yimou aprovechaba la primera parte del silogismo -la Revolución Cultural fue un sinsentido- para impugnar la segunda parte - la santidad intocable del Gran Timonel -. Negación que se basaba en una inversión de los términos. En su retrato de la Revolución Cultural, la película primero describe un mundo donde todo es Mao: sus escritos teóricos son regalos habituales, mientras que, en los momentos decisivos de la vida, la población pide, como si se tratase de una divinidad, su aprobación y protección. Sólo entonces, una vez que queda claro que la Revolución Cultural es Mao y que Mao es la Revolución Cultural, se nos muestran sus errores y su crueldad: los miembros del partido, que durante la película entera habíamos visto servir al movimiento con absoluta fidelidad y entrega, son depurados sólo por ser viejos. Purgas que alcanzan todos los ámbitos de la sociedad y que provocarán que servicios esenciales, como la sanidad, queden en manos de personas inexpertas, o simplemente ignorantes, lo que acarreará consecuencias demoledoras para los protagonistas.
La fe que todo un pueblo tenía en Mao es reemplazada. por tanto, por olvido. Sus enseñanzas se tornan inútiles, rechazables, indignas de ser conservadas y transmitidas, lo que debió irritar sobremanera a las autoridades chinas. Indignación tanto más compresible porque esta repulsa no se limita a un momento aislado ni constituye un descuido: a lo largo de todo el metraje de Houzhe, Yimou juega a mostrar los logros de la revolución maoísta para luego negarlos al instante. Por ejemplo, una vez terminada la guerra civil, el protagonista se ve obligado a asistir a los juicios, con veredicto de muerte inapelable, contra los antiguos propietarios, entre los que él podría haber figurado. Si se libró de ese destino fue porque, en un giro inesperado del destino, se había arruinado y caído en la pobreza al principio de la película. Situación afortunada, pero inestable, que le lleva a recuperar documentos que había tirado a la basura -en una escena de lo más cómica- donde se constataba su militancia en el ejército revolucionario. De nuevo, no por convencimiento -como la ortodoxia del partido hubiese deseado- sino por mero azar.
Mensajes tanto más potentes porque quien los plasma en imágenes no es un cualquiera, sino un director de gran talento y renombre, capaz de mostrar, en imágenes contundentes, como nuestras vidas son corchos a la deriva en la corriente de la historia. Donde cada momento de felicidad, de seguridad y reposos, puede verse quebrado al día siguiente. Sin que nada de lo que hiciste y fuiste pueda protegerte contra contra la implacabilidad y arbitrariedad del devenir histórico.
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