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Robert Mallet-Stevens, La cité moderne |
Comentaba en entradas anteriores como el MNCARS madrileño parecía embarcado en la tarea de difundir el arte contemporáneo posterior a 1960, tan poco conocido, casi despreciado, por los aficionados. La fundación Juan March, curiosamente, también realiza algo parecido, solo que últimamente ha pasado de la promoción del arte ruso/soviético y el alemán, a realizar una concienzuda revisión de lo que se llamaba en el pasado artes menores y ahora se conoce como artes industriales/decorativas, con ejemplos tan destacados como la modélica exposición La Vanguardía Aplicada, dedicada a la revolución que experimento la tipografía europea con la llegada de las vanguardias.
Este esfuerzo no puede ser más loable, ya que ayuda a romper la distinción forzada entre las llamadas artes menores y mayores (ejemplo: ¿Por qué la pintura es mayor y la ilustración menor? ), división para las mismas vanguardias había dejado de tener valor. Asímismo, esta nueva mirada permite ofrecer una imagen más completa del ambiente cultural de ese tiempo, en el que las influencias podían surgir - y de hecho provenían - de los lugares más inesperados. Sin embargo, en este afán de la Juan March, se ha colado otra motivación que ya no me parece tan necesaria y que no esta exenta de cierta manipulación. Se trata de la reivindicación del artista como asalariado -pero, ¡ojo! no como artesano - que trabaja por encargo, frente al artista revolucionario que hace de la libertad y de la integridad su bandera.
Un tema y un objetivo que parecen ser el centro de la última exposición de la March, la que tiene el nombre de El Gusto Moderno, Art Déco en París, 1910-1935.