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martes, 4 de agosto de 2015

A la antica

El cartero no cesa de correr con ordenanzas. Trurl estampilla, sella, envía resoluciones, la maquinógrafa le da a las teclas, todo funciona que da gusto verlo. Y así, sin pensarlo, ya tenemos toda una oficina: calendarios, agendas, pliegues, actas, clips, manguitos de satén negro, carteras, archivadores, cucharitas, letreros de "prohibido el paso", timbres, formularios, despachar sin cesar, tecleos y correos, colillas en el suelo, papelitos a voleo, café y té, lo que prefiera usted. Los de los Ojos de Acero se consumen de angustia, porque no le ven sentido, y Trurl envía sobres franqueados o libres de franqueo, con "acuse de recibo" y, los más pesados, con "portes debidos con recargo"; manda órdenes de pago, multas, urgencias, cuestionarios bajo juramento, establece cuentas por separado, de momento con ceros, pero "¡Ya se llenaran!" dice.

Ciberiada, Stanislaw Lem

Sigo con mi revisión de la obra de Stanislaw Lem, que empieza a tomar rasgos de fiebre o chifladura. Mi obsesión con él, claro está, no su obra.

Ya les he comentado como uno de los rasgos que me ha sorprendido de este escritor mal catalogado como de ciencia ficción es la amplia variedad de temas y formas por los que se interesa y de los que se atreve escribir, para casi siempre demostrar que es un maestro en todos ellos. Así, tenemos novelas de ciencia ficción dura insuperables, como  Solaris o Fiasco, experimentos literarios postmodernos, como Vacío perfecto, tratados filosóficos como Summa technologiae... u otros que lo son en todo excepto por un cierto baño novelístico, caso de Golem XIV o La voz de su amo.

Para lo que no estaba preparado es para un Lem maestro del humor, a la altura y en la línea de la mejor tradición de escritores satíricos/humorísticos occidentales. Ya saben, esa larga serie que comienza en Luciano de Samosata, continúa con Rabelais, Jonathan Swift  y Voltaire, para concluir en... bueno en cualquier escritor que tengan Uds. en mente.