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martes, 23 de febrero de 2021

Tornando tus utopías económicas en desastres sociales (y III)

Entre las insuficiencias de la reflexión social de la socialdemocracia en temas de fiscalidad, dos puntos merecen una mención particular. De entrada, los movimientos socialdemócratas, socialistas y laboristas no supieron desarrollar los organismos de cooperación internacional necesarios para proteger y profundizar en  el sistema progresivo de impuestos. Incluso han organizado ellos mismos las condiciones de una competición  fiscal devastadora para la propia idea de justicia fiscal. A continuación, la reflexión sobre el impuesto justo no ha integrado de forma completa el tema del impuesto progresivo sobre la propiedad, central para toda tentativa ambiciosa de sobrepasar el capitalismo privado, en especial a través de la financiación de una dotación universal del capital y de una circulación mayor de la propiedad. Como veremos más adelante, el concepto de un impuesto justo debe reposar sobre un equilibrio entre tres formas legítimas y complementarias del impuesto progresivo: el impuesto progresivo sobre la renta, el impuesto progresivo de sucesiones y el impuesto progresivo anual sobre la propiedad.

Thomas Piketty. Capital e ideología

La entrada anterior terminaba con la aparición, a principios del siglo XX, de los impuestos de la renta y de sucesiones progresivos. Esto tenía lugar tras un siglo, como el XIX, en que la propiedad se había considerado sagrada e inalienable, incluso desde un punto de vista fiscal. Las bajas tasas de inflacción y la estabilidad política más o menos general habían favorecido el nacimiento de una clase de rentistas, cuyo sustento estaba asegurado por lo que les rentaban sus propiedades. Por otra parte, esas propiedades -y los capitales financieros- estaban en poder de una fracción muy exigua de la sociedad - apenas un 10%- mientras que el resto de la población no contaba con nada o casi nada. Las desigualdades eran hirientes, incluso en regímenes, como el francés de la III República, que se vanagloriaban de una solidaridad republicana que transcendía las clases.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Tornando tus utopías económicas en desastres sociales (y II)

 Lloyd George decidió entonces doblar la apuesta, haciendo que en la cámara de los comunes se aprobase una ley nueva, esta vez de naturaleza constitucional, por la cual la cámara de los lores no podría, desde entonces, enmendar las leyes financieras -de aquí en adelante jurisdicción exclusiva de los comunes-, y estipulaba que el bloqueo del resto de las leyes sólo podría durar un año. Los lores, como era de esperar, opusieron su veto a este suicidio programado, provocando la convocatoria de nuevas elecciones, donde se repitió la victoria de los liberales. En virtud de la doctrina Salisbury, los lores tendrían que haber renunciado  voluntariamente a su oposición y aceptar que se sancionasen las leyes en litigio, que eran, a la vez, financieras y constitucionales. Sin embargo, dado el calado histórico de la apuesta, una buena parte de los lores estaban dispuestos a revocar ese compromiso de su jefe, que en el fondo no era más que un acuerdo informal. Según los testimonios mejor informado, parece que la amenaza, por parte del rey, de crear quinientos escaños nuevos en la cámara de los lores -resultado de una promesa secreta a Lloyd George antes de las elecciones- jugó un papel decisivo. Sin embargo, es muy complicado predecir que habría sucedido en realidad si los lores no se hubieran amoldado a adoptar, en mayo de 1911, la nueva ley consitucional. En  todo caso, es en ese instante cuando la cámara de los lores perdió todo poder legislativo auténtico. Desde 1911, ha sido la voluntad mayoritaria, plasmada en las urnas y en la cámara de los comunes, la que cuenta con fuerza de ley en el Reino Unido, mientras que los lores sólo tienen un papel consultivo, en gran medida protocolario. La institución política que había gobernado el Reino Unido durante siglos, que había presidido la formación y el destino de su primer imperio colonial e industrial mundial a lo largo de los siglos XVIII y XIX, había cesado de facto de ser un instancia decisiva.

Thomas Piketty, Capital e ideología

En la entrada anterior, había intentado esbozar los presupuestos metodológicos del último libro de Piketty, intento de una historia general de los sistemas impositivos desde el inicio de los tiempos.  Durante todo el análisis, hay que tener en cuenta la tesis principal del libro: economía e ideología no son compartimentos aislados y estancos. Toda organización social tenderá a crear un sistema financiero e impositivo amoldado a sus ideales políticos, en el sentido de contribuir a perpetuarla en el tempo. El objetivo principal será mantenerse intactos una serie de privilegios y jerarquías ya existentes -o recién creados-, sean estos del signo político que san,  La regulación económica devendrá así una criada de la política, nunca al contrario, negando sus pretensiones de ciencia objetiva e independiente -esto lo añado yo-.

Partiendo de esa premisa, Piketty identifica una serie de sistemas político-económicos, que podrían resumirse en tres: las sociedades ternarias, las sociedades de propietarios, propias del siglo XIX, para terminar en los múltiples sistemas mixtos del siglo XX. Mixtos, porque incluso en los países más vocalmente neoliberales -EE.UU y UK- la realidad es de una amalgama público/privada en la que que ninguna de las partes puede sobrevivir sin la otra. De todos ellos, el más longevo ha sido el ternario, que sólo empezó a cuarterarse a finales del siglo XVIII y eso en Europa. De hecho, durante todo el XIX el sistema ternario se perpetúo en forma de la administraciones coloniales que surgían a medida que la potencias europeas se adueñaban del mundo.

sábado, 13 de febrero de 2021

Tornando tus utopías económicas en desastres sociales (y I)

 

Hace unos meses, dediqué varias entradas a comentar Le capital au XXIième siècle (El capital en el siglo XXI) de Thomas Picketty. Si recuerdan, el motor de ese libro eran gráficas como la ilustrada arriba. En ellas se podía comprobar que el mundo, durante las primeras décadas del siglo XXI, había vuelto a a niveles de desigualdad económica similares a los de 1900. Una fracción cada vez más reducida de la población -la décima o centésima parte correspondiente a los ingresos más altos -acumulaba un porcentaje cada vez mayor de los ingresos nacionales. Más del 45% durante la primera década del siglo en los EE.UU., en comparación con menos de un 35% en los llamados Glorious Thirties. Durante esas tres décadas, posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se produjo el Baby Boom, la economía de Occidente crecía con cifras de dos dígitos, al tiempo que la consideración de clase media se extendía a trabajadores que, en otros tiempos, hubieran formado parte del proletariado industrial y agrícola.

No obstante, Le capital au XXIième siècle era, ante todo, un libro técnico de economía. Árido y denso, con una larga introducción de conceptos, indicadores y fórmulas sin la cual el lego no podría orientarse a través de sus tesis. Además, de ese estudio no se seguía una propuesta de acción, sino una mera constatación: ese enconamiento reciente de las desigualdades tenía una clara fecha fundacional:1980. Coincidía con el surgimiento de la contrarrevolución conservadora, la aceptación por parte de la élite política de las teorías de Milton Friedman y el relajamiento de normativas, restricciones y presión impositiva. En contra de los fundamentos del estado de bienestar de posguerra, que realizaba una distribución de la riqueza vía impuestos progresivos elevados, se intentaba sacar partido al llamado Trickle down: si se se dejaba intocada la riqueza de los adinerados, todos nos beneficiaríamos, puesto que sus gastos e inversiones dinamizarían la economía.