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martes, 11 de enero de 2022

Belkis Ayón, Colografías. Exposición en el MNCARS

Creo que ya en varias ocasiones les he indicado lo agradecido que estoy a la política expositiva del Reina Sofía: si para la gran mayoría de instituciones el arte moderno parece terminar en la década de los 1960, con el advenimiento del Pop y la disolución de las vanguardias históricas, el MNCARS hace continuas incursiones en las manifestaciones artísticas del último tercio del siglo XX y las primeras décadas del siglo XX. Un viaje que me han permitido descubrir multitud de artistas nuevos, de gran importancia, así como ampliar mis horizontes estéticos. Entre otras cosas, porque el arte de estos últimos cincuentas años parece estar caracterizado -tanto en pintura como en música- por la recuperación de la figuración. La abstracción -que tanto amo, no se equivoquen- se había convertido en una suerte de mordaza, mientras que estos artistas nuevos necesitaban hablar: en voz alta y todo el mundo.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Desde el exilio


Es normal asignar a los artistas a sus escuelas nacionales. Al fin y al cabo, de ese substrato patrio provienen sus principales influencias, sin las cuales su obra sería incomprensible. Como mucho, se llega a hablar de escuelas internacionales, caso de aquéllas ciudades, como la Roma del XVII o el París del siglo XX, que acogieron a artistas de múltiples proveniencias, de cuyos intercambios cruzados, de sus múltiples fertilizaciones, habrían de surgir estilos nuevos, perspectivas imposibles de contemplar, mucho menos imaginar, desde el terruño.

Sin embargo, creo que en el siglo XX habría que añadir una categoría más: el del exilio. De rango similar al de un país, puesto que quienes se convirtieron en artistas exiliados acabaron por adquirir rasgos idénticos, incluso sin conocerse entre ellos ni recalar en los mismos países. ¿La razón? Que esos exilios fueron de naturaleza política. Siempre han existido artistas nómadas, que no encajaban en sus sociedades de origen, pero en el siglo XX -y además de forma multitudinaria- muchos artistas fueron extirpados de sus tradiciones culturales, obligados a aclimatarse en culturas que no habían elegido y en donde sólo la suerte -o la casualidad- les había ofrecido abrigo frente a la persecución. No es de extrañar que en todos ellos se refleje la amargura ante la arbitrariedad, el rencor frente a la injusticia, junto con el más profundo desánimo, imbricado e inseparable de una inquebrantable voluntad de lucha y denuncia.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Sin poderse permitir el descanso

Francisco de Goya, Desgracias aceacidas en el tendido de la plaza de Madrid © Museo del Prado

Como deben ya saber, el Museo del Prado cierra la celebración de su centenario con una exposición-mamuth dedicada a los dibujos de Goya. En ella se han incluido todos sus dibujos conservados en el museo, casi sin excepción, abarcando bocetos, diseños, borradores, apuntes, dibujos preparatorios, sucesivas pruebas de impresión, grabados finales, etc, etc. De hecho, es tan exhaustiva que se puede decir que ése es su mayor defecto, puesto que acaba por toparse con diferentes limites: los de espacio, reproducibilidad y resistencia humana.

Por poner un ejemplo. Una buena cantidad de la obra gráfica de Goya son dibujos preparatorios y pruebas de impresión para sus series de grabados. En esos casos es muy interesante, casi esencial, acompañar esos ensayos del resultado final, como se hizo, hace ya muchos años, en la muestra de Los caprichos realizada por la Real Academia de Bellas Artes. Sólo así se puede apreciar su trabajo creativo de Goya, además de comparar las múltiples diferencias y correcciones entre las sucesivas versiones. Cambios no sólo debidos al perfeccionamiento de la concepción inicial o al descubrimiento de nuevas posibilidades compositivas, sino a la imposibilidad de traducir de forma directa las idiosincracias de una técnica, la del dibujo a lapiz o pluma, en otra bien distinto, la del aguafuerte. Por desgracia, esa posibilidad de análisis se hurta al visitante de  muestra, salvo ocasiones muy contadas,  como con el grabado de la Tauromaquia incluido al comienzo.

martes, 22 de octubre de 2019

Ocasiones desaprovechadas


En los últimos años, el panorama expositivo madrileño se ha visto ampliado con las muestras que Artemisia, un conglomerado artístico italiano, organiza en el Palacio de Gaviria, recuperado y restaurado para esas ocasiones. Debería alegrarme, -todo nuevo espacio expositivo es bienvenido- pero les confieso que tengo sentimientos encontrados. Empezaron muy fuertes, con Escher y el Surrealismo, aunque sin esconder que buscaban apelar al público y los recientes cambios de gusto. Así, entre medias tiraron de Mucha -que empacha y astraga como los dulces en grandes cantidades- para continuar con Tamara de Lempicka. Una exposición, esta última, muy loable, ya que recuperaba a una pintora valiosa, por desgracia famosa por razones extrapictoricas, pero que en su selección de piezas acababa por ser un injerto entre almacén de Ikea y planta de moda del Corte Inglés. Con poca pintura, mucho vestido y demasiado mueble.

Tras haber estado centrada en la modernidad, Artemisia ha vuelto la vista a los antiguos maestros, en concreto a la pintura flamenca de los siglos XVI y XVII. La nueva muestra tiene de nombre Bruegehel, Maravillas del arte flamenco, y se propone trazar la historia de esa larga dinastía de pintores, central en la evolución del arte europeo de esa época, y con varias figuras notables entre sus filas, más allá de su fundador. Para que se hagan una idea, primero tenemos a Pieter Brueghel el Viejo, el más famoso de todos, creador de una serie de imágenes icónicas que figuran en todas las historias del arte. No sólo por su carácter de símbolo reconocible al instante, sino por la riqueza de su detalle y la calidad de su pincelada. Digno cierre a ese miniaturismo obsesivo, creador de un realismo asombroso por vía de la  microscopía -y no la perspectiva, como el Renacimiento Italiano-, que había caracterizado el arte flamenco desde los van Eyck.

sábado, 1 de junio de 2019

Por otros medios


A esta alturas, es obvio que ninguna exposición va a venir a descubrirnos a Matisse, fuera de aquéllos aficionados que apenas han comenzado a serlo. El puesto de este pintor como el otro gran gigante de la vanguardias de la primera mitad del siglo XX - el primero sería Picasso - parece inamovible, fijado en el canon como artículo de fe, verdad revelada. Sin embargo, en la obra de todo artista siempre quedan áreas en la penumbra, bien por olvido, bien por no hallarse a la altura, de forma que ese descubrimiento, ese relámpago repentino, se hace realidad posible, por mucho que Matisse nos parezca conocido, trillado, de ordinaria administración. Esto es lo que ocurre con la muestra Matisse, Grabador, abierta hace nada en la Fundación Canal madrileña

Por supuesto, Matisse sigue siendo Matisse, sea cual sea la técnica en la que plasme su arte. En sus obras finales, aquellas que recortaba en papel charol, cuando la enfermedad le impedía pintar al óleo, siguen presentes esa pasión por la línea, ese enamoramiento del color, que le llevaron a ser el más fauve de los fauve. El único, quizá, que no acabó perdiéndose en los laberintos y recovecos de la revolución que habían desatado en 1905, como le ocurrió a un pintor que estimo muchísimo, Derainm, cuya obra desde 1920 hasta su muerte es la constatación de una inexorable decadencia, interrumpida por chispazos de genio, breves y aislados. Por el contrario, la evolución de Matisse, a pesar de parones y desvíos, siempre acababa por encontrar nuevos cauces por donde fluyera su creatividad, aunque fuera mutando radicalmente de formato y materiales.

Como sucede en esta exposición, en la que se comprueba como Matisse logró transmutar y destilar su arte, adaptarse a técnicas que obligaban a renunciar al color deslumbrante, suplido y substituido en parte por la infinita variedad de tonos y difuminados de gris. Una traducción que podría parecer sencilla - todo artista parte siempre de esbozos monocromos -, pero en la que sólo han logrado brillar unos pocos pintores de genio: Durero, Rembrandt, Goya, Picassa. También Matisse, quien supo conservar la elegancia de su trazo, su habilidad para el arabesco exuberante, tan avezados ambos que le permiten crear una figura con cuatro lineas, sin perder nada de su belleza, ganando incluso en fascinación

miércoles, 15 de agosto de 2018

Fantasías/Advertencias

Desfile nocturno de los 100 demonios

Ayer tenía la intención de realizar mi visita anual al museo de la Real academia de bellas artes de San Fenando, cuando me topé con que estaba cerrado durante todo agosto. Por suerte, se mantenían abiertas dos exposiciones temporales, ambas de gran interés, así que el día no se fue al traste.

La primera entra dentro de esa obsesión occidental con el Japón, cuya última manifestación es la invasión reciente de manga y anime. Una referencia que no está traído por los pelos, ya que lo  que la muestra busca rastrear es como las leyendas de monstruos sobrenaturales, los yokai, tan típicas del folklore de cualquier nación, sufrieron una metamorfosis a finales del siglo XIX, comienzos del XX. En esa época pasaron de ser potencias reales, peligrosas y temibles, capaces de dañar y matar a quienes caían en sus garras, para convertirse en imágenes entrañables con las que divertir a la infancia, tornándose cada vez más monas y adorables. Confundiéndose con esa pasión por lo kawai tan característica de la cultura popular japonesas, cuya última plasmación sería la serie Yokai Watch o los muchos muñecos comercializados.

sábado, 24 de junio de 2017

Mundos transfigurados


Creía que al final no iba a poder visitar la exposición de Escher abierta en el renovado Palacio de Gaviria, pero resulta que la han prorrogado hasta finales de septiembre, así que no tenía que haber ido con prisas y  a la carrera.

Se me presentan varios interrogantes sobre esta muestra, no siendo el menor el destino del espacio expositivo. Su sede es el Palacio de Gaviria, en cuyo edificio se alojaba el antiguo decomisos, y que llevaba largo tiempo cerrado. Aunque se presenta como completamente renovado. es patente el estado de abandono en que debía encontrarase hasta que lo compró el grupo italiano Arthemisa, como sede de sus exposiciones en Madrid. ¿Y quién es Arthemisia? Pues una empresa privada que desde el 2000, según indica su web, se dedica precisamente a eso, a organizar muestras de arte, y que ya hace unos años se ocupo de la Muestra Kandinski en el CentroCentro 

Lo de privado se nota en el elevado precio de la entrada y en que te obliguen a cargar con la audioguía, aunque lo primero se ha convertido en tónica general del panorama expositivo desde que estalló la Gran Recesión. El arte, debido a esta crisis, se ha convertido en un privilegio, no en un bien común a todos, de manera que las exposiciones de acceso libre han desaparecido por completo, mientras que los museos han subido considerablemente el precio de sus entradas. 

En fin, son los tiempos que nos han tocado vivir. 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Light of Darkness

Michael Wolgemut, Baile de los Esqueletos
Si el invierno pasado fue el tiempo de los impresionistas en Madrid- con dos megaexposciones en la misma calle - este otoño ha sido el tiempo de los surrealistas, con dos exposiciones más que interesantes, aunque quizás no por las razones que pensaban sus organizadores.

La primera de ellas que voy a intentar reseñarles es la abierta en la fundación Juan March, con el nombre Surrealistas antes del Surrealismo. Como es habitual en esta instución - casi la decana del panorama expositivo madrileño - el nombre que se ha dado a la muestra define bastante bien su propósito: Trazar la permanencia de lo fantástico y lo irracional en el arte occidental, fenómeno del cual el surrealismo es la última - y más ruidosa - manifestación.

Ese rigor temático puede haber tenido el indeseable efecto de confundir al público. Como ya saben suelo visitar las exposiciones dos veces, separadas por varias semanas de  distancia. Pues bien, si en mi primera vista la asistencia era bastante importante, aunque no masiva, en esta segunda ocasión, la muestra estaba casi completamente vacía. Circunstancia que ayuda mucho a verla, pero que supone un pequeño fracaso para una exposición tan apartada de los tópicos que rodean a ese movimiento en el mente popular: El sueño y Dalí, por decirlo brevemente.