lunes, 26 de septiembre de 2011

The TDS Files (XVI): Cuadros de una exposición, Tezuka Osamu


Como todos los lunes, toca recuperar un artículo de Tren de Sombras, en este caso uno de los inaugurales de la sección parpadeos, dedicado a Osamu Tezuka y uno de sus largos experimentales, el llamado Cuadros de una exposición.

Como podrán apreciar se trata de otro de esos artículos que escribí poseído por algún extraño tipo de furor divino, nada objetivo, poco orientador sobre el contenido de la obra, defectos que tratan de ser equilibrados convirtiendo el escrito en una carta de amor.

Pero eso sí, que premonitorias resultan estas líneas dado el Brave New World en el que nos ha tocado vivir.



Cuadros de una exposición, Osamu Tezuka, 1966

Producción: Osaku Tezuma Productions, Japón, 1966
Dirección, Guión y Producción: Osamu Tezuka
Animación: Nobuo Onuki
Dirección Artística: Tatsuya Nahagara
Música de: Modest Mussorgski, arreglos de Isao Tomita .
Fotografía: Eiji Yamaura


¿Qué cabezas son coronadas con laureles? ¿A quiénes se recibe con aplausos? ¿Sobre quiénes se posan todas las miradas?¿De quiénes son los nombres que todo el mundo pronuncia, las caras que todos reconocen, las vidas que todos quisieran vivir?

Generales cuyas victorias se construyen sobre pilas de muertos, políticos que desconocen otro bien común que no sea el suyo, industriales ocupados en acumular millón tras millón, artistas borrachos con su orgullo e importancia, escritores e intelectuales que nunca se han asomado al mundo, deportistas, celebridades y famosuelos que nunca han hecho nada de provecho.

Parásitos. Vampiros. Muertos en vida.

Pigmeos que se hacen pasar por son gigantes.



¿Quiénes son los auténticos héroes? ¿Quiénes soportan el peso de este mundo?

La multitud anónima. Los que tienen que ir a trabajar cada día, sin saber si llegarán a fin de mes con el sueldo, si tendrán trabajo al día siguiente, si podrán disfrutar de una vejez tranquila.

Los que han visto sus vidas destruidas, sus sueños aniquilados, su juventud malgastada, sus fuerzas consumidas, su inteligencia embotada.

Los que nada no han logrado, ni nunca lo lograrán. Los que sólo conocen el sufrimiento



¿Por quién realizan estos sacrificios? ¿Por quién han renunciado a tener una vida plena? ¿Por quién han perdido todo, incluso la esperanza?

Por las personas que aman, por aquellos que dependen de ellos, por los que no tienen otro lugar ni otra persona a quien acudir en busca de protección y cariño.

Por otros olvidados, por otros desprotegidos, por otros débiles. Por otros iguales a ellos.


Sin que su lucha sea reconocida, sin que nadie cante su heroísmo, sin que nadie escriba su tragedia.

Obligados a ver pasar la interminable procesión de los triunfadores ante sus ojos. Destinados a ser de los que aplauden, de los que miran con la boca abierta, de los que se inclinan y prosternan. Forzados a contemplar, impotentes, como las puertas del paraíso se cierran sin esperarles.

Porque no han sido invitados, porque no pertenecen a los elegidos. Porque no lo merecen, como así lo anuncian a los cuatro vientos los triunfadores autoproclamados.


¿Por qué no abandonar la lucha, entonces? ¿Por qué no correr a reclamar lo que se merece por justicia?

¿Por qué no arrebatar a los ladrones lo que es de uno, lo que siempre ha sido de uno?

¿Porque no levantarse y rebelarse, sin que importen las consecuencias, caiga quien caiga, ocurra lo que ocurra?

¿Qué impide pertenecer al grupo de los triunfadores, de los elegidos? Nada. Excepto el propio convencimiento de no ser como ellos.


¿Aguantaría el mundo si los colosos que lo sostienen abandonasen sus puestos?

¿Se mantendría sobre sus cimientos por si sólo?

No. Puesto que no existen otros milagros que aquellos provocados con nuestro sudor y esfuerzo.

Y si se hundiera el mundo, porque no quedara quien lo sostenga... ¿Quiénes serían los que más sufriesen?

¿Acaso no serían los de siempre? ¿Los débiles, los desheredados, los humillados y ofendidos? ¿Y quiénes saldrían a flote? ¿Acaso no serían también los de siempre? ¿Los parásitos, los aprovechados, los marrulleros y mentirosos?


¿Dónde está entonces el auténtico heroísmo? ¿Cuál es la piedra de toque para distinguir a los auténticos hombres de los que no son? ¿Cómo se distingue a los egoístas, a los aprovechados, a los parásitos?

Los verdaderos hombres, los únicos que merecen ese nombre, los auténticos colosos, son los que saben reconocer la mentira, el humo, la tramoya que hay en todo lo que llamamos fama, ambición y gloria humana. Los que saben rechazarla y tienen el coraje de darse la vuelta y volver, para proteger y mantener aquello que realmente importa  Figura 7, aquello que es necesario, aquello que es imprescindible.

Sin que necesiten alabanzas, ni cantos, ni recompensas, para cumplir con su cometido.



Porque... ¿Qué hay tras las puertas del cielo? ¿Qué se ha reservado a los dioses en las cumbres del Olimpo? ¿Qué disfrutan los elegidos que gozan del Elíseo? ¿Qué se oculta en las cumbres del Parnaso?

¿Hay allí jardines, arroyos y prados? ¿Amaneceres y atardeceres? ¿Noches silenciosas, mediodías completos?

No.

Sólo hay confusión, caos y podredumbre, muerte y destrucción. La misma que los poderosos y triunfadores trajeron a este mundo. La misma que se llevarán cuando desaparezcan.




domingo, 25 de septiembre de 2011

100 AS (LXIX): Ego Yena Kouritsa (1989) Igor Kovalikov














El domingo es el día de revisar un corto más de la lista que recopilará el festival de Annecy. Poco a poco, nos vamos acercando al final, aunque nos quede casi una año, entre la lista oficial y la lista b, de comentar cortos. Esta vez le toca el turno a Ego Yena Kouritsa (La gallina, Mi Mujer) realizada por el ruso Igor Kovalikov en 1989.

En este sorprendente corto confluyen varios hilos de la historia animada. Por una lado, como ya he indicado en otras ocasiones, el origen de la animación se encuentra en el cómic y la ilustración, raices que este corto se empeña en resaltar al asumir un dibujo que remite a un estilo muy preciso de cómic, el de los tiempos de la psicodelia de los 60, que también hallaría su reflejo en una obra esencial como Yellow Submarine. En este caso, sin embargo, los colores vivos que se atribuyen a esta psicodelia parecen haber sido apagados y atenuados, viraje acentuado por el aspecto de viejo, de celuloide sucio con el que se cubren las imágenes del corto.

Esta variación quizás deba atribuirse al segundo aspecto al que quería hacer referencia, ya que este corto constituye una de las últimas manifestaciones de una de las escuelas de animación más prolíficas e influyentes de su historia, la soviética, activa desde mediados de los cincuenta hasta la caida de ese estado y el cierre de los principales de animación, ya sin financiación pública, un golpe tremendo del que aún no se ha recuperado la animación rusa y que ha dado al traste con la carrera de bastantes artistas de talento y algunos genios.

Puede parecer extraño este elogio de las producciones de un sistema totalitario, pero que es que a partir de la muerte de Stalin y la relajación de la censura, los animadores soviéticos (y en general los del antiguo bloque soviético) se entregaron a un extraño y peligroso juego, donde la obligada propaganda era diluida en un formalismo y un experimentalismo cada vez más atrevido y acusado, que incluso servía para realizar agudas críticas al régimen, cuyos censores se veían imposibilitados de determinar si el material realmente era peligroso o no.  Este corto, como tantos cortos soviéticos o de los países del este, es voluntariamente hermético, voluntariamente experimental, voluntarianmente formalista y al mismo tiempo, abiertamente político.

Un mensaje político que utiliza las armas del absurdo y del surrealismo (ejercicio en el que sobresaldría otro artista esencial como el checo Jan Svankmajer) para narrar un mundo desquiciado, poblado por personajes imposibles que se afanan en rituales absurdos, pero que a ellos les parecen lo más normal del mundo, hasta que la llegada de un visitante descubre el imposible que es evidente para los espectadores desde el principio del corto, provocando que ese sistema, irracional pero funcional, se derrumbe sobre si mismo una vez descubierto su pecado original... en clara referencia al escándalo del sistema soviético y las reformas de Gorbachov, que acabaron por derribarlo.


Y como siempre, aquí les dejo el corto, mediten sobre él y saquen sus propias conclusiones, las mías seguramente serán equivocadas,

jueves, 22 de septiembre de 2011

Myth
















La primera vez que vi el Orphée de Jean Cocteau, me dejó bastante frio. Comparado con la exuberancia simbólica de sus hermanas, La Sang d'un Poète y Le Testament d'Orphée, me parecía demasiado sobria y contenida, fría y falta de de pasión. Tan poco valor le di que cuando la he revisado el fin de semana pasado, no la recordaba en absoluto y pude gozar de ese imposible, el ver una obra ya conocida con los ojos del que la explora por primera vez.

Digamos que, en 2011, esta obra se podría calificar de postmoderna, al trasladar el mito al tiempo presente y convertir a los personajes principales, Orfeo y Eurídice, en secundarios, vaciándoles de la personalidad transmitida por el mito. Podría pensarse así, que esta obra anticipa el posrmodernismo es cierto, pero como muchos artistas modernistas y como los protagonistas de su película, Cocteau se mueve en una suerte de limbo, en una zona entre dos mundos, en este caso, la vanguardia y el clacisismo, lo que quiere decir que el polígrafo francés aún recuerda la figura de un Eurípides, que como sabe, desmontó y reconstruyó los mitos griegos según le parecían, traicionándolos y al mismo tiempo haciendolos más veraces. De la misma manera, a Cocteau le es imposible olvidar un teatro barroco francés, trufado de tramas de la mitología y de la biblia, pero donde los actores vestían a la moda de su tiempo, adaptándolo por tanto a todos los efectos al tiempo presente.

No obstante, es mucho más importante que discutir la modernidad o la postmodernidad del mito, el reparar en como transforma el mito originario, de manera que aunque sus elementos originarios aún son reconocibles, el resultado final no puede ser calificado de otra manera que de Cocteau, lleno hasta revisar de sus obsesiones.

Es esa traición, à la Euripides, la que me confundió y me hizo rechazar la película, puesto que en esta cinta no queda nada del príncipe de los poetas, capaz de domar a las fieras, ni del amor perfecto que le unía a su esposa. Muy al contrario, Orfeo se nos aparece como un poeta de gran talento en profunda crisis, protegido sólo por su fama de una futura caída, cuyos primeros signos empiezan a aparecer aquí y allí, mientras  que su matrimonio es simplemente una farsa, mantenida por la costumbre. Una separación radical de los elementos originales del mito que provoca que cuando la historia toca una de esas constantes inseparables del mito de Orfeo, suene a falsa y mentirosa, especialmente en el primero de sus dos finales, feliz pero completamente vacío.

Y es que la pasión, la fuerza, el romanticismo a ultranza no se encuentra ni en Orféo, ni en Eurídice, ni en su relación, elementos que acaban reducidos a excusas argumentales para que se desarrolle la auténtica historia, ya que la verdadera pasión amorosa, esa que lleva a la propia muerte por salvar el objeto amado, es el doble enamoramiento de la Muerte por Orfeo, no una muerte cualquiera, sino la propia muerte de Orfeo, ordenada para él desde el principio de los tiempos y que sólo él puede ver, pero que acaba traicionando su misión y siendo castigada de la manera más cruel. Destino que se ve reflejado en el de uno de sus servidores Heurtebise, que por sus servicios sabemos que habrá de convertirse también en una de esas muertes personales, pero que, a pesar de la inquina que siente por su ama, acabará siguiendo sus pasos, enamorado de Euridice.

Doble destino, auténtico motor de la historia, en el que se entrelaza el motivo del viaje a los infiernos de Orfeo, que se describe con poderosos medios poéticos basados en la novísima praxis surrealista y al mismo tiempo de una antigüedad inmemorial, como muestra el ejemplo que he utilizado para las capturas de esta entrada, el paso a través del espejo, del reíno de los vivos al reíno de los muertos.

martes, 20 de septiembre de 2011

Rites






Debo confesarles que una de mis pasiones es el cine bélico, lo cual me hace tragarme según que truños sólo porque tratan algún periodo de la historia, así que no deberñía extrañarles que en cuanto he tenido oportunidad haya revisado Tora, Tora, Tora, la coproducción americanojaponesa de los sesenta, rodada a medias por Richard Fleischer y un conjunto de directores japoneses (hasta Kurosawa apareció por allí) y que intenta reconstruir, con más o menos fortuna, los hechos que llevaron al ataque contra Pearl Harbour.

Pero vayamos por partes, el subgenero bélico puede dividirse en tres grandes grupos. Por un lado, la larga secuencia de películas que han imitado el modelo de The Lost Patrol de John Ford,  las cuales han dado los mejores productos de este género y siempre han tenido una fuerte componente pacifista. El segundo tipo eran Las costosas superpoducciones que intentaban reconstruir un hecho bélico, siempre fallidas, total o parcialmente, exageradas e hinchadas hasta el hastío, mientras el tercer tipo englobaba las películas de hazañas bélicas que se inventaban una misión imposible que sus protagonistas culminaban contra todo pronóstico, tipo The Guns of Navarone o Where the Eagles Dare, filmes perfecta y completamente olvidables, por su propio bien.

La huella de estos tres tipos de film llega hasta nuestros días, especialmente la de los dos primeros tipos, encarnada en extraños híbridos, como Band of Brothers y The Pacific, que  mezclan reconstrucción histórica con soldados perdidos en el campo de batalla, mientras que incluso el tercer tipo ha tenido una inesperada resurrección con la reciente Inglorious Basterds de Tarantino.

Tora, Tora, Tora, por supuesto pertenece al segundo tipo y hay que decir que puede ser la que mejor ha envejecido de todas, no sólo por proponer una versión no patriotera y ultranacionalista de los hechos relatados (comparése con el engendro llamado Pearl Harbor de 1941), sino por constituir un ejemplo de las alturas a las que se podía llegar en el pasado sin recurrir a los CGIs. Por supuesto, esa neutralidad a la que me refería, tiene unas causas históricas muy claras en el contexto de los años 60, el granjearse el apoyo del antiguo enemigo convertido en aliado y mostrar a ambos bandos como igual de nobles y dignos.

Curiosamente, ese esfuerzo de ecuanimidad es el que le obliga a las mayores traiciones históricas, como el hecho de intentar absolver a la marina japonesa de cualquier responsabilidad en las acciones del Japón, convirtiéndolos en los buenos de la historia y en la imagen positiva a la que los supervivientes japoneses de la guerra podían agarrarse para aquietar sus conciencias... y que se extiende también a la figura de un emperador, sin poder político decisorio, pero cuya familia intervino y se benefició de la expansión imperial japonesa.






Curiosamente, es por ello que las escenas de mayor exaltación militar aparecen en el lado japonés, sin recibir ninguna crítica, mientras que el lado americano áparece imbuido aún de esa concepción de ejército civil, apéndice y exponente de la sociedad americana, siempre sometido al poder civil, tan apartada de Rambos y similares, que desaparecería con la guerra del Viet-Nam y la posterior revolución conservadora.

Es por ello también que las partes más interesantes de la película sean precisamente las peripecias de los decodificadores americanos de los códigos japoneses, en las cuales se destaca su trabajo intelectual, tan apartado de las virtudes guerreras, y su pequeñez frente al aparato del estado, del cual no son más que una mínima parte, todo ello enfrentado a una sociedad japonesa, rígidamente estructurada, y donde cualquier actuación pública, como bien ilustra la película, no es más que una representación de decisiones previamente tomadas en privado, llegando al extremo de que incluso las voces de oposición parecen formar parte del guión previamente escrito y muchas veces ensayado.

Un inmovilismo que acaba convertido en el mayor defecto de la sociedad japonesa, en la causa que inevitablemente lleva a la guerra contra los Estados Unidos, ya que cada personaje parece tan convencido de su papel, lo acepta con tal fatalismo, que ninguno tomará la decisión de oponerse, por mucho que todos sepan el inmenso error que están cometiendo.




lunes, 19 de septiembre de 2011

The TDS Files (XV): Un Chant d'Amour, Jean Genet

En la breve vida de Tren de Sombras, este artículo sirvió para inaugurar un sección. la llamada parpadeos, en la que se procuraba dar la importancia que merece a un genero tan olvidado como el cortometraje, que se supone simplemente un escalón para pasar a las formas nobles del cine, resumidas en el largo, cuando ciertos modos como la animación, serían incomprensibles si se dejasen a un lado la obras creadas en ese formato (lo cual puede explicar, el desapego de la crítica a la animación, por cierto).

No obstante, este artículo tiene importancia por otros aspectos. Como conté al director de esa publicación, si las personas que me conocen en persona llegasen a leerlo, concebirían serias dudas acerca de mi identidad sexual o verían confirmadas sus (falsas) sospechas, dado el grado de exasperación con el que está escrito. De todas formas, como podrán haber apreciado los que hallan leído estos artículos que empiezan a tener unos años a las espaldas, ese furor báquico de mi expresión escrita no dejaba de ser una pose, una herramienta con la que capturar y cautivar la atención del lector, que distraía de mi profunda ignorancia de las técnicas y las reglas del arte del cinemátografo.

Pero ¡Ay! que ya me gustaría a mí volver a escribir así, con esa entrega y vocación, lo cual me hace pensar que algo de verdad debería haber tras la fachada de esa la mía manera.

En fin, no les entretengo más, aquí les dejo el artículo, para que lo disfruten.


Des méditations à propos de Un Chant d’amour par Jean Genet

Un chant d'amour
Francia, 1950
Dirigida por Jean Genet
Escrita por Jean Genet
Interpretada por Luecien Sénemoud, Bravo, Java, André Reybaz




1 Objeto

A  primera vista, se podría pensar que éste es el material apropiado para un festival de cine gay y lésbico. Con esta etiqueta, clasificado y guardado en su cajita, todos, sea cual sean nuestras preferencias sexuales, nos habríamos quedado satisfechos, encerrados entre las cuatro paredes de nuestras convicciones, la estrecha celda de nuestras convicciones, la cárcel en la que hemos elegido ser prisioneros.

¿Pero debe ser así? ¿Acaso lo importante no es derribar barreras, en vez construirlas? Durante décadas, en los tiempos en que éste era un tema tabú, un pecado que sólo podía merecer el castigo, una vergüenza cuyo descubrimiento podía dar al traste con la vida, el artista homosexual ha expresado su vivencia del sentimiento amoroso bajo el disfraz de la relación amorosa heterosexual.

Lo cual no deja de ser una especie de regalo.

¿Y no podría ser lo contrario también cierto? ¿Que el heterosexual encontrase en la representación de una relación homosexual las experiencias de su propio amor?


2 Sentimiento.

L’object, c’est different. Le sentiment, c’est le même.

Ausencia. Espera. Deseo. Frustración. Desesperación. Fantasías. Consuelo, aunque sea por senderos retorcidos.

Violencia. Conquista y Sumisión. Amargura y Vacío.

Encuentro y Aceptación. Lirismo. Éxtasis.

Siempre los mismos sentimientos. La experiencia común a todos, diferente en grado, diferente en su expresión, diferente en su objeto. Iguales en su intensidad, en el modo en  que descarrilan la vida.


3 Pornografía

El amor de dos presos en una cárcel, el carcelero que vigila desde la mirilla de las celdas y ve atizadas las llamas de su deseo.

El argumento típico del filme pornográfico. La cárcel=infierno donde desaparecen todas las inhibiciones. El internado=cárcel de señoritas donde ocurre lo mismo. Los ambientes, cerrados, claustrofóbicos, sometidos a estricto control y disciplina, tras cuyas paredes esa misma disciplina se desmorona.

Sin embargo, no es así.

Lo que distingue a la pornografía, y a su forma cursi, llamada erotismo, no son sus contenidos explícitos, sino sus características formales. La complicidad del espectador. La certeza de que se está allí para ver una única escena, representada siempre ajustándose a un ritual inamovible. La eliminación de todos los pasos intermedios hasta llegar a ese punto. La repetición una y otra vez de ese mismo instante, intentando vencer el hastío, sin conseguirlo por supuesto. La exageración y la distorsión, la plasmación del imposible. La mentira pasada por verdad.

De esta manera, el más excelso filme de autor, limpio de contenido, puro en sus ideales, comprometido en sus fines, es indistinguible de la película pornográfica más cochambrosa y chapucera.

No es el caso. A pesar de la sinceridad de ciertas escenas, no es el caso. Porque no están puestas ahí para satisfacer nuestro placer, sino para satisfacer la necesidad interna de los personajes y sus pasiones 


4 Simbolismo.

De la misma manera, ciertas ideas, ciertas acciones solo pueden ser representadas de forma abstracta.

Éste es el punto débil del cine moderno, que tanto espectadores como creadores son incapaces de abstracción, de elevar su pensamiento por encima de los meros hechos materiales, de escapar a la ecuación imagen=realidad y a sus conclusiones, escritas a fuego en nuestras mentes como mito fundacional del cine.

Sin embargo, en este corto de hace medio siglo, escandalosa en su tiempo, quizás superada a nuestros ojos, tan actuales y tan ciegos, tan importante como lo obvio es la guirnalda que se balancea entre las ventanas enrejadas, la caña que cruza los espesos muros y rompe el aislamiento, las flores que se encuentran bajo una camisa.


Porque la voz que pronuncia un nombre, el toque inesperado, la mirada encontrada por casualidad, pueden ser más definitivos que las más ardiente noche de pasión, olvidada con las luces del día.


5 Estatuaria

“I sing the body electric …  that of the male is perfect and that of the female is perfect”. (Yo Canto al cuerpo eléctrico... el del hombre es pefecto y el de la mujer es perfecto: Whitman).

O en otra parte:

“Not an inch or a particle of an inch is vile, and none shall be less familiar than the rest”. (“Ni una pulgada ni una partícula de una pulgada es vil y ninguna debe ser menos familiar que el resto”: Whitman).

En esta sociedad sexualizada, donde aparentemente todas las barreras han sido derribadas, la idea del pecado, del mal, de la degradación y envilecimiento, continúa viva, en nuestras mentes y en la representación que hacemos de la realidad.

Así como, en esta sociedad, la de la supuesta igualdad absoluta entre sexos, el machismo continúa bien vivo, puesto que, todos lo sabemos, el cuerpo de una mujer es más hermoso que el de un hombre. O expresado de otra manera... un hombre no puede vestir como una mujer.

Algo que todos que hayan crecido con el arte de la antigüedad clásica, que hayan sido aconstumbrados a pasear por los museos, a contemplar las estatuas de los dioses, semidioses y héroes, de los capitanes, príncipes y emperadores, incluso de la cohorte de los santos, saben que no es cierto.


6 PV

¿Quién mira? ¿De quién es la mirada? ¿Cuál es nuestra mirada?

El primer plano nos muestra la fachada de la cárcel. El segundo el carcelero que descubre lo que no debería estar ahí.

Ésa, nos guste o no, es la lente a través de la que observaremos este mundo. Ésa, la del guardian, la del opresor, la de poder, es nuestra mirada.

Nuestros ojos son la mirilla de la celda, irrumpiendo en la intimidad de los prisioneros, descubriendo y exponiendo lo que no debería ser visto, violándolos, aunque sea sin violencia.

Compartiendo la mirada de aquel que no participa, la de aquel a quien está vedado unirse, la de aquel a quien se le permitirá la entrada.

El puesto de aquel a quien esta reservada la frustración y la amargura, la de aquel que es el auténtico prisionero, aunque pueda marchar por los pasillos, vagar de celda en celda sin ser molestado e imponer su voluntad a los allí encerrados.

Aquel que ya no es capaz de distinguir la realidad, ni mucho aceptarla, ni por supuesto, separarla de sus fantasías, que le persiguen y torturan.


7 Opresión


Sólo queda un camino entonces, el uso del poder, la posición, las armas, para conseguir lo vedado, para aliviar la presión, aunque sea por un instante.

Otro camino sin salida, puesto que no hay consentimiento. Puesto que la posesión física no es seguida por la posesión mental.

Porque se ha vuelto al punto de partida. Porque se camina en círculos.


8 Liberación.

A pesar de la prisión, a pesar de la violencia, a pesar de las humillaciones, los prisioneros han conseguido evadirse, al contrario que su carcelero.

Mientras el guardián continúa vagando entre los muros, altos e impenetrables, encerrado a perpetuidad, a ellos les ha sido reservada la Arcadia soñada.


Conclusion

Homo sum et nihil humani a me alienum puto (Hombre soy y nada humano me es ajeno).

domingo, 18 de septiembre de 2011

100 AS (LXVIIIb): Een griekse tragedie (1985) Nicole van Goethem







En nuestra cita semanal con la lista de cortos animados recopilada por el festival de Annecy, le ha llegado el turno a uno de los pertenecientes a la lista B, la recopilación que corre por las Internets de dios y en la que se han substituido los cortos inencontrables por otros no menos importantes, en concreto, por este Een griekse Tragedie (Una tragedia griega), realizada en 1985 por Nicole van Goethem.

Y debo confesarles que no acabo de entender la inclusión de este corto, peor aún, no acabo de entender que se llevase el gran premio del festival de Annecy y el Oscar de Hollywood.

Es cierto que esta animadora pertenece a una de las escuelas de animación europeas más activas recientemente, la holandesa, que cuenta con figuras como Rosto, Paul Driessen o Michael Dukok de Wit entre muchos otros. Es cierto también que la animación de esta obra no tiene tacha alguna, así como que supone una mirada irónica a lo que consideramos como alta cultura, representada en un cochambroso templo griego cuyas cariátides no pueden estar más alejadas del ideal de belleza clásico... pero ahí se queda la cosa, ya que la idea en que se basa el corto queda agotada en un par de gags, de forma que parece al mismo tiempo demasiado breve y demasiado largo, puesto que por una aparte apenas tiene desarrollo y por la otra se aprecia que ha habido que rellenarlo para que no se acabe enseguida.

Más bien parece como si ambos jurados, el de Annecy y el de los Oscar hubieran querido premiar ese evidente espíritu subversivo que inspira el corto, la idea de que el derrumbamiento del templo griego que aparece en la historia, lo que hace es liberar a las cariátides de una tarea absurda y sin sentido, permitiéndoles gozar al fin de la vida, lo cual debería hacernos revisar nuestras categorías artísticas y vitales, pero como digo, ahí se queda la cosa, sin mayores alardes estéticos ni un intento por desarrollar más la idea, tanto visual como ideológicamente, lo cual provoca que el corto sólo tenga atractivo en su primer visionado, quedando claro su vacío en los siguientes.

En fin, no les doy más la lata y les dejo con el corto. Al menos, échenle un vistazo.