En las primeras entregas de esta serie de anotaciones dedicada a Utena, ya había señalado las constantes que se repetirán a lo largo de toda la serie, el más que evidente feminismo (aunque descrito por hombres, no lo olvidemos), la subversión del cuento de hadas tradicional, la concepción del amor como desgarro, engaño y tortura (virado hacia relaciones fuera de lo normal, como el lesbianismo y el incesto), el mundo como un juego de espejos, ilustrado por el espacio irreal en el que tienen lugar los duelos, o el círculo vicioso en que se mueven los personajes, cárcel de la que no pueden escapar y cuyas paredes habrán de derrumbarse en una revolución, siempre esperada pero nunca producida.
Otra de las características de esta serie es que casa arco narrativo de los tres y medio en que se divide, aunque forzando al espectador a recorrer de nuevo ese mismo círculo del infierno en que se debaten los protagonistas, consigue el milagro de no repetirse, sino ahondar un poco más en la densa red de relaciones que envuelven y atan a los personajes, avanzando en la descripción de ese mundo que por momentos se va descubriendo cada vez más cruel y descarnado, un juego sádico de engaños y confusiones, donde la amistad y el amor, se revelan ejercicio del poder, jerarquía de humillados y humilladores.
En este sentido, este arco central, el dedicado a la Cofradía de la Rosa Negra, sirve para sembrar en el espectador la sospecha sobre lo que está viendo y para prefigurar el destino final de Utena, que se anuncia en lo que ocurrirá a los que dirigen la cofradía en la sombra. Contar más, sería arruinar el efecto de la sorpresa final de este arco, así que voy a preferir señalar otro aspecto, indicativo de la sabiduría de esta serie, tanto visual como narrativa. Como dije, los personajes de esta serie se encuentran atrapados en un círculo vicioso, en el cual sus faltas y errores pasados, vuelven una vez y para atormentarles, en ese caso, no obstante no es el personaje principal que conocimos en el primer arco sobre el que se aplica el foco, sino sobre el secundario, el que parecía simplemente excusa argumental, y que en esta ocasión, se revela esencial, tan importante y necesario como el protagonista.
Si me dejara llevar, volvería a Glosar las tumultuosa relación entre Juri y Kozue, tan cercana a mi experiencia vital por razones que no son tan evidentes, pero dentro de los magníficos episodios que jalonan este arco, hay otro que tiene una resonancia especial, el segundo de los dedicados a Wakaba, la amiga íntima de Utena, o al menos así se presentó, pero que desde el primer capítulo fue relegada a un segundo plano, ya que la auténtica historia de amistad y amor, es la de Utena y Anthy.
Un segundo plano que es el de todos los protagonistas de los episodios de este arco, secundarios que nunca deberían ocupar el papel de los auténticos protagonistas... y esa es la dura lección que tiene que aprender Wakaba, por que tanto en la vida como en la ficción, los hay que son ganadores, cuyo nombre estará siempre en boca de todos y despertarán admiración donde quiera que vayan, mientras que el resto, la inmensa mayoría de nosotros, nunca llegaremos a nada y seremos rápidamente olvidados.
Excepto, quizás, por un breve momento como le sucede a Wakaba, en que el sueño que guarda en su interior, ése que sabe que jamás alcanzará pero al que le es imposible renunciar, parece que habrá de volverse realidad, contra toda esperanza, contra todo pronóstico, y de repente la persona así agraciada, brilla con una intensidad nunca vista, se transforma en alguien distinto, en alguien nuevo, en uno de esos pocos bendecidos por la fortuna.
Pero ¡Ay! que todo esto es pasajero y pronto habrá de desaparecer, retornar al mismo estado del que surgió, porque como dice la Biblia, al que tiene se le dará, y al que no tiene, aún lo que tiene le será arrebatado.
Al mismo estado del que surgió... sí, pero nada podrá borrar el recuerdo de haberlo poseído, de haberlo rozado con los dedos, y de haberlo perdido irremediablemente. Frustación que se transformará en ira y que llevará a la rebeldía, a la locura destructiva que nadie es capaz de entender o jusificar, excepto aquellos que la experimentan.
Locura que lleva a atacar, los primeros de todos, a aquellos que amabas más que a ti mismo, que admirabas como si fueran dioses, simplemente porque ellos lo poseen, eso a lo que te crees con derecho, mientras que tú no.
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