J'étais triste en remontant dans ma chambre de penser que je n'avais pas été une seule fois revoir l'église de Combray qui semblait m'attendre au milieu des verdures dans une fenêtre toute violacée. Je me disais: "Tant pis, ce sera pour une autre année, si je ne meurs pas de d'ici là" ne voyant pas d'autre obstacle que ma mort et n'imaginant pas celle de l'église qui me semblait devoir durer longtemps après ma mort comme elle avait duré longtemps avant ma naissance.
Me sentía triste al subir a mi habitación, pensando que no había ido ni una sola vez a visitar la iglesia de Combray que parecía esperarme en medio de los campos en una ventana completamente violeta. Me decía: "Tanto peor, será para otro año, si no muero antes" sin ver otro obstáculo que mi muerte y sin imaginar la de una iglesia que parecía debía permanecer aún largo tiempo tras mi muerte, tanto como había permanecido antes de mi nacimiento.
Ya les había contado como La Prisonnière se centraba en narrar las tres muertes de Albertine, el gran no-amor del protagonista. Le Temps Retrouvée, la novela que cierra el ciclo, en la que se obra la redención/salvación del narrador, el modo y la manera en que que deja de ser un inútil, una sombra más destinada a desaparecer, para hacer realidad sus aspiraciones literarias, debería constituir un contrapunto a la historia anterior, un punto de partida, un rayo de esperanza - valga el tópico -, pero lo cierto es que toda esta obra final, de principio a fin, está teñida por la certeza y proximidad de la muerte: la del propio protagonista, en este caso.
Parte de esta negrura, apenas rota por esos débiles rayos de esperanza, se debe a las circunstancias en qué fueron escritas estas novelas finales. Ya les señalé en otras entradas como el plan original de Proust - en 1913 - era publicar sólo dos novelas de gran extensión, ue se convirtieron en tres por deseo de su editor. El parón provocado por la primera guerra mundial, cuando sólo se había publicado Du Côte de Chez Swan y la relación, terminada en tragedia, de Proust con su secretario Agostinelli - reencarnado luego en la Albertine de la Novele - permitieron que Proust reelaborase una y otra vez la novela, pasando primero a cinco volúmenes y luego a los siete que conocemos.
Sin embargo, como también es sabido, los últimos tres volúmenes quedaron en estado primer borrador y copia mecanografíada, pendiente de una revisión posterior de Proust, que, por lo que sabemos, podía resultar en modificaciones de gran calado, hasta tornar irreconocible la versión final. Ese borrador, por otra parte, está plagado de inconsistencias y contradicciones - como las resurrecciones repentinas de personajes muertos - que fuerzan a que toda edición de esos tres tomos sea un auténtico trabajo de arqueología, para intentar dilucidar las auténticas intenciones de Proust, fueran cuales fueran.
Ese estado de inacabado no era desconocido al propio autor, que siguió trabajando la novela hasta prácticamente el último instante de sus existencia y no es de extrañar - como veremos - que gran parte de ese miedo a la disolución final se filtre en el texto que nos ha llegado. No obstante, como en tantas ocasiones, pensar en los últimos tomos de À la Recherche - y especialmente Le Temps Retrouvé - en términos de esbozo sería hacer de menos a Proust y caer en la trampa de un espejismo, ya que gran parte del material que surge en la versión final de Le Temps Retrouvé estaba ya presente desde el tiempo ya lejano - en 1909 - que el autor francés emprendió la redacción de la obra de su vida.