El número de víctimas es imposible de calcular con una mínima exactitud, pero vale decir que en el marco del conflicto (Guerra de Liberación de Bangladés en 1971) tuvo lugar una campaña eliminacionista contra la comunidad bengalí. Desde el punto de vista académicp, existe acuerdo a la hora de considerar este episodio de matanzas colectivas como un genocidio, que con toda probabilidad costó la vida de un millón de personas, puede que más, y que asímismo incluyó la violación de masas como arma de guerra, afectando a unas 200.000 mil mujeres. A tal efecto, se crearon instalaciones o centros donde muchas de éstas eran retenidas y violadas de forma sistemática por soldados pakistaníes y sus aliados autóctonos de origen bengalí o biharí. Sin embargo, las agresiones también se llevaban a cabo en grupo y delante de los familiares de las víctimas, que en muchos casos eran repudiadas a causa del peso de una tradición patriarcal donde el mantenimiento de la pureza de la mujer era considerado un factor fundamental.
Comunidades rotas, Una historia de las guerras civiles, 1917-2017. Javier Rodrigo y David Alegre
En una entrada anterior, ya les había hecho una pequeña presentación del libro Comunidades rotas, de Javier Rodrigo y David Alegre, magnífico estudio del siglo XX -y lo que llevamos del XXI-, desde el prisma de las guerras civiles. La primera conclusión del estudio es que, a lo largo de ese periodo de tiempo, se ha producido un mutación en la tipología de las guerras: la guerra interestatal se ha vuelto cada vez más infrecuente, substituida por las guerras civiles. No significa que los estados no se hagan la guerra los unos a los otros, sino que aprovechan las guerras intestinas de otros estados para resolver allí sus diferencias, por intermediarios y sin necesidad de recurrir a movilizaciones generales que pudieran enajenarles el apoyo de sus ciudadanos. Por otra parte, las pocas guerras interestatales que habido desde la Segunda Guerra Mundial indefectiblemente han derivado en conflictos civiles. La desestabilización que toda intervención -o invasión- provoca en el país afectado deja al descubierto sus cisuras internas, antes ocultas por la presencia de un poder estatal, derivando rápidamente en guerra civil, más o menos larvada. Incluso llegando a extenderse, de manera especular, a la sociedad del país invasor.
Sin embargo, podría objetarse que qué importancia -o relevancia- tiene esta metamorfosis del conflicto bélico. De acuerdo con cierto optimismo de raigambre (neo)liberal, de 1945 para acá cada vez ha habido menos guerras, al tiempo que esas pocas han causado muchos menos muertos, en media, que los estimados para el periodo 1914-1945. Se podría deducir que la guerra -y el sufrimiento que acarrea- ha ido tornándose menos frecuente, como conviene al progreso imparable de la civilización. De hecho, podría alegarse como prueba, las que aún quedan se libran en regiones periféricas, en países que no han completado su evolución hacia la modernidad, mientras que en Occidente -y en otros estados como China, Japón o India- se vive una larga paz que no tiene visos de terminar en el futuro.