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sábado, 3 de octubre de 2020

Divulgación e Internet

 111. ¿Comían los caribes carne humana?

No, no lo hacían. De acuerdo con los estudios de W. Aren esta idea fue una creación de los españoles, para afear las costumbres de pueblos que habían sido especialmente hostiles a la llegada de los conquistadores. De esa manera, las duras medidas que adoptasen para la conquista y represión de este pueblo quedarían justificadas por su salvajismo a ojos de la Monarquía Hispánica.

Sin embargo, la invención tuvo éxito, ya que la palabra caníbal deriva precisamente del nombre caribe. Además, con otros pueblos nativos se siguió la misma estrategia. De hecho, pueblos que en un principio habían sido aliados y posteriormente rechazaron a los castellanos, se convirtieron mágicamente en caníbales también.

Ad Absurdum. El pene perdido de Napoleón... y otras 333 preguntas de la historia.

Comencemos por un acto de penitencia. Al igual que otras personas de mi generación, los que pasamos ya de los cincuenta, yo también había caído en la trampa de los prejuicios hacia los tuiteros y youtubers. Ya saben, que de esos ambientes han surgido una serie de mangantes -de posers, que se diría ahora- que viven del cuento contando naderías y vaciedades, compradas con avidez por una legión de descerebrados, en su mayoría adolescentes incultos y sin experiencia. Sin embargo, no debería haber llegado a esa conclusión injusta, generalizadora y despreciativa. 

Mis veinte años, en la década de los noventa del siglo pasado, coinciden con el ascenso de la internet, etiquetada entonces -y ahora- como máquina de perder el tiempo en paridas sin beneficio o de descarga de porno. Una imagen errónea que yo rebatía ante todos mis colegas, mostrando los amplios horizontes culturales y científicos que se habían abierto con ella. Por ponerles un ejemplo: cuando en 1994, el cometa Shoemaker-Levy 9 impactó contra Júpiter, fue posible descargar en tiempo real las fotografías que estaban tomando los observatorios terrestres, incluyendo el telescopio espacial Hubble.

Pues bien, lo mismo pasa en ese mundillo de Youtube y Twitter. Hay personas, a las que admiro sinceramente, que están dedicando mucho tiempo y esfuerzo a realizar divulgación histórica, artística y científica. De primerísima calidad, además, basada en las últimas investigaciones, sin evitar meterse en polémicas, y orientada a la actualidad más candente -si lo que contamos no tiene relación con el presente, está muerto y enterrado-. Más importante aún, con un estilo desenfadado que permite hacer llegar a un público joven temas que, en esencia, pueden ser áridos e indigeribles. 

Ahora es cuando quedaría muy bien decir: gracias al confinamiento del COVID, mi opinión ha cambiado, porque blah, blah. No ha sido así, sino que yo ya venía interesándome por esos youtubers y tuiteros culturales desde hacia tiempo, de forma que lo único que ha ha hecho la pandemia es inclinar la balanza de forma definitiva. Y sin que hagan falta ambages ni excusas. También me he aficionado a escuchar a gente que sin ser expertos en un tema, ni pretender divulgar, simplemente tienen una opinión sobre la vida que me resulta cercana. A pesar de las múltiples distancias -temporales, geográficas, biográficas- que nos pueden separar.