Y es así, por tanto, porque en el transcurso de los cuarenta años que, que como escritor, he ocupado con mis aspiraciones futurológicas, he llegado a convencerme de que lo que yo había preparado con un claro optimismo unilateral, la historia lo ha condimentado con una desmedida crueldad, de manera que si, por así decirlo, el progreso hubiera debido ser la semilla de una existencia mejor, en realidad ha originado nuevos infortunios, cuyo propio desarrollo ha alimentado.
Stanislaw Lem, Las trampas de la tecnología
Si me siguen, ya sabrán de mi admiración por Stanislaw Lem. Aunque asociado con la ciencia-ficción, género del que constituye una cumbre indiscutible, se trata de un escritor polifacético cuya obra escapa de sus estrechos márgenes. No es ya que muchas de sus mejoras obras de ciencia-ficción pertenezcan, con todos los honores, al género humorístico -gran parte de las andanzas de Egon Tichy-, sino que otras se trasladan a un género de largo recorrido, con sus inicios en la antigüedad grecorromana, pero muy olvidado en el siglo XX: la literatura satítirico-fantástica, de manos de los dos robot-ingenieros Turi y Clapaucio. Al final de su vida, además, se aventuró en los terrenos de la experimentación - o, como poco, la vanguardia - con los prólogos a libros inexistentes que componen su amplia Biblioteca del Siglo XXI.
El rango de temas que aborda la obra de Lem no se detiene ahí. Uno de los hilos conductores de su ciencia ficción no es tanto la anticipación científica -descubrir qué cacharros y cachivaches nos deparará el futuro- sino la crítica de la ciencia y la tecnología, poniendo de relieve sus limitaciones y carencias. Se podría decir que Lem es un filósofo de la ciencia y ese espíritu es el que anima una obra capital de su producción: el largo ensayo Summa Technologiae. Se trata de un largo e intrincado análisis sobre las posibilidades futuras del progreso científico -que ya les he comentado in extenso en muchas entradas-, pero, de nuevo, no centrado tanto en describir las innovaciones tecnológicas, sino en analizar si podremos prescindir de ellas, qué problemas acarrearán y sí nos conducirán a nuevos atolladeros, puede que sin salida.
Es una pena que este libro de los años sesenta no alcanzará la difusión que merecía en occidente. Publicado tras el telón de acero, no llegó a ser leído fuera de él hasta los años 90, cuando muchas de sus especulaciones comenzaban a tornarse realidad -y ahora son experiencia cotidiana, casi banal-. Si el curso de los eventos hubiera sido otro, ahora podríamos estar hablando de fantomática y fantasmología, en vez de realidades virtuales o aumentadas. Pueden imaginarse, por tanto, con qué ilusión emprendí la lectura de Las trampas de la tecnología, recopilación de ensayos escritos por Lem a finales de los 80 y principios de los 90, que conformaban una suerte de continuación a esa Summa Tecbnologiae, actualizándola y completándola. Pues bien, ha sido una pequeña decepción.