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martes, 12 de octubre de 2021

Las trampas de la tecnología, Stanislaw Lem

Y es así, por tanto, porque en el transcurso de los cuarenta años que, que como escritor, he ocupado con mis aspiraciones futurológicas, he llegado a convencerme de que lo que yo había preparado con un claro optimismo unilateral, la historia lo ha condimentado con una desmedida crueldad, de manera que si, por así decirlo, el progreso hubiera debido ser la semilla de una existencia mejor, en realidad ha originado nuevos infortunios, cuyo propio desarrollo ha alimentado.

Stanislaw Lem, Las trampas de la tecnología

Si me siguen, ya sabrán de mi admiración por Stanislaw Lem. Aunque asociado con la ciencia-ficción, género del que constituye una cumbre indiscutible, se trata de un escritor polifacético cuya obra escapa de sus estrechos márgenes. No es ya que muchas de sus mejoras obras de ciencia-ficción pertenezcan, con todos los honores, al género humorístico -gran parte de las andanzas de Egon Tichy-, sino que otras se trasladan a un género de largo recorrido, con sus inicios en la antigüedad grecorromana, pero muy olvidado en el siglo XX: la literatura satítirico-fantástica, de manos de los dos robot-ingenieros Turi y Clapaucio. Al final de su vida, además, se aventuró en los terrenos de la experimentación - o, como poco, la vanguardia - con los prólogos a libros inexistentes que componen su amplia Biblioteca del Siglo XXI.

El rango de temas que aborda la obra de Lem no se detiene ahí. Uno de los hilos conductores de su ciencia ficción no es tanto la anticipación científica -descubrir qué cacharros y cachivaches nos deparará el futuro- sino la crítica de la ciencia y la tecnología, poniendo de relieve sus limitaciones y carencias. Se podría decir que Lem es un filósofo de la ciencia y ese espíritu es el que anima una obra capital de su producción: el largo ensayo Summa Technologiae. Se trata de un largo e intrincado análisis sobre las posibilidades futuras del progreso científico -que ya les he comentado in extenso en muchas entradas-, pero, de nuevo, no centrado tanto en describir las innovaciones tecnológicas, sino en analizar si podremos prescindir de ellas, qué problemas acarrearán y sí nos conducirán a nuevos atolladeros, puede que sin salida. 

Es una pena que este libro de los años sesenta no alcanzará la difusión que merecía en occidente. Publicado tras el telón de acero, no llegó a ser leído fuera de él hasta los años 90, cuando muchas de sus especulaciones comenzaban a tornarse realidad -y ahora son experiencia cotidiana, casi banal-. Si el curso de los eventos hubiera sido otro, ahora podríamos estar hablando de fantomática y fantasmología, en vez de realidades virtuales o aumentadas. Pueden imaginarse, por tanto, con qué ilusión emprendí la lectura de Las trampas de la tecnología, recopilación  de ensayos escritos por Lem a finales de los 80 y principios de los 90, que conformaban una suerte de continuación a esa Summa Tecbnologiae, actualizándola y completándola. Pues bien, ha sido una pequeña decepción.

domingo, 22 de agosto de 2021

Homo Ludens, CaixaForum Madrid

Me duele decirlo, pero la exposición Homo Ludens, abierta en el CaixaForum madrileño, tiene todas las papeletas para convertirse en la peor de este año. No porque su tema, los videojuegos y su papel central en la cultura contemporánea, no sea interesante y pertinente para entender nuestro mundo actual, sino porque la muestra no sabe abordarlo: es superficial, confusa, intrascendente e infantil. En su planteamiento, en la forma de presentarlo al visitante y en los objetos que se muestran. Dudo que una persona de edad -y yo ya empiezo a serlo - haya modificado -o ampliado- su opinión sobre los videojuegos, mientras que para las generaciones jóvenes -los gamers- habrá resultado aburrida, desprovista de los hitos presentes y pasados que jalonan la historia de esta forma tecnología, al tiempo arte, entretenimiento y lugar de encuentro social. 

Hala, ya lo he soltado, pero, ¿por qué digo esto?

sábado, 3 de octubre de 2020

Divulgación e Internet

 111. ¿Comían los caribes carne humana?

No, no lo hacían. De acuerdo con los estudios de W. Aren esta idea fue una creación de los españoles, para afear las costumbres de pueblos que habían sido especialmente hostiles a la llegada de los conquistadores. De esa manera, las duras medidas que adoptasen para la conquista y represión de este pueblo quedarían justificadas por su salvajismo a ojos de la Monarquía Hispánica.

Sin embargo, la invención tuvo éxito, ya que la palabra caníbal deriva precisamente del nombre caribe. Además, con otros pueblos nativos se siguió la misma estrategia. De hecho, pueblos que en un principio habían sido aliados y posteriormente rechazaron a los castellanos, se convirtieron mágicamente en caníbales también.

Ad Absurdum. El pene perdido de Napoleón... y otras 333 preguntas de la historia.

Comencemos por un acto de penitencia. Al igual que otras personas de mi generación, los que pasamos ya de los cincuenta, yo también había caído en la trampa de los prejuicios hacia los tuiteros y youtubers. Ya saben, que de esos ambientes han surgido una serie de mangantes -de posers, que se diría ahora- que viven del cuento contando naderías y vaciedades, compradas con avidez por una legión de descerebrados, en su mayoría adolescentes incultos y sin experiencia. Sin embargo, no debería haber llegado a esa conclusión injusta, generalizadora y despreciativa. 

Mis veinte años, en la década de los noventa del siglo pasado, coinciden con el ascenso de la internet, etiquetada entonces -y ahora- como máquina de perder el tiempo en paridas sin beneficio o de descarga de porno. Una imagen errónea que yo rebatía ante todos mis colegas, mostrando los amplios horizontes culturales y científicos que se habían abierto con ella. Por ponerles un ejemplo: cuando en 1994, el cometa Shoemaker-Levy 9 impactó contra Júpiter, fue posible descargar en tiempo real las fotografías que estaban tomando los observatorios terrestres, incluyendo el telescopio espacial Hubble.

Pues bien, lo mismo pasa en ese mundillo de Youtube y Twitter. Hay personas, a las que admiro sinceramente, que están dedicando mucho tiempo y esfuerzo a realizar divulgación histórica, artística y científica. De primerísima calidad, además, basada en las últimas investigaciones, sin evitar meterse en polémicas, y orientada a la actualidad más candente -si lo que contamos no tiene relación con el presente, está muerto y enterrado-. Más importante aún, con un estilo desenfadado que permite hacer llegar a un público joven temas que, en esencia, pueden ser áridos e indigeribles. 

Ahora es cuando quedaría muy bien decir: gracias al confinamiento del COVID, mi opinión ha cambiado, porque blah, blah. No ha sido así, sino que yo ya venía interesándome por esos youtubers y tuiteros culturales desde hacia tiempo, de forma que lo único que ha ha hecho la pandemia es inclinar la balanza de forma definitiva. Y sin que hagan falta ambages ni excusas. También me he aficionado a escuchar a gente que sin ser expertos en un tema, ni pretender divulgar, simplemente tienen una opinión sobre la vida que me resulta cercana. A pesar de las múltiples distancias -temporales, geográficas, biográficas- que nos pueden separar.

miércoles, 5 de agosto de 2020

Estamos bien jodidos (y XIX)

Es un contramovimiento fascinante, de manera que he dedicado grandes esfuerzos para entenderlo bien, y éste es resultado: sé más o menos lo que esa gente no traga. Lo que hace que salten por los aires. Voy a intentar sintetizarlo en unos pocos puntos bien claritos.
1. Nacido como un campo abierto capaz de redistribuir el poder, el Game se ha convertido en presa de unos poquísimos jugadores que prácticamente se lo comen todo, a menudo incluso aliándose. Estamos hablando de Google, Facebook, Amazon, Microsoft, Apple. Esa Gente.
2. Cuanto más ricos se hacen, más jugadores de estos son capaces de comprarse todo, en un círculo vicioso destinado a crear poderes inconmensurables. Más arriesgado es el hecho de que se estén comprando toda la información, es decir, el futuro: acaparan patentes y son los únicos que tienen los enormes recursos financieros para invertir en inteligencia artificial.
3. Parte de estos beneficios tiene su origen en un uso resuelto y quizá astutamente consciente de los datos que dejamos en la Red: la violación de la intimidad parece ser sistemática y parece ser el precio que hemos de pagar por los servicios que esos jugadores ponen a nuestra disposición de manera gratuita, Parece que la regla es ésta: cuando es gratis, lo que realmente se está vendiendo eres tú.
4. Otra parte de estos beneficios es generada por un mecanismo simplísimo: esa gente no paga impuestos. O, por lo menos, no todos los que deberían.
5. Existe un tráfico de ideas, de noticias y de verdad que se ha convertido en un auténtico mercado, y en el que el Game tolera monopolios de unos pocos jugadores particulares, las sospecha es que si quieren orientar nuestras convicciones no van a encontrar entonces demasiados problemas. Probablemente ya lo hacen.
6. Fuera cual fuera la intención original, lo que el Game ha producido más tarde es una inmensa fractura entre aptos y menos aptos, ricos y pobres, fuertes y débiles. Quizá ni siquiera el capitalismo clásico, en su época de oro, había distribuido la riqueza de un modo tan asimétrico, injusto e insostenible.
7. A base de distribuir contenidos a precio irrisorio, cuando no gratuitamente, el Game acaba haciendo realidad un genocidio de los autores, de los talentos, hasta de las profesiones: el trabajo de un periodista, de un músico, de un escritor, se convierte en mercancía que vaga dentro del Game produciendo beneficios que, sin embargo, no tienen retorno hacia el autor, sino que desaparecen por el camino. Quien gana no es quien crea, sino quien distribuye. Hazlo durante un buen número de años y para encontrar a un creador vas a tener que ir a buscarlo al fin del mundo.
8. Por medio de perfeccionarse en la fabricación de juegos que resuelven problemas, habría que preguntarse si esto no ha generado un vago efecto narcótico, con el que el Game mantiene domesticados sobre todo a los más débiles,  atontándolos lo justo para impedirles que constaten su condición esencialmente servil. 
Como veis no es para tomárselo a broma. Son objeciones durísimas. Y son muchas.
A mí me parece importante conservar la lucidez, volver a trabajar como arqueólogos y anotar tres cosas.

Alessandro Baricco. The Game.

Les comentaba como no acaban de convencerme los dos ensayos anteriores de Alesandro Barico, centrados sobre la cisura cultural y social que han propiciado las  nuevas tecnologías. Mejor dicho, aunque coincidía con su diagnóstico, disentía en su valoración. Es cierto, como Barico apuntaba en Next, que la nueva globalización ha traído consigo una uniformización del gusto, en el sentido del mínimo común denominador. Es innegable, como remachaba en Los Bárbaros, que se ha producido una democratización tanto en la creación artística como en su difusión: cualquier puede aspirar a ser un artista y a conseguir una difusión mundial inmediata, algo impensable en el pasado, incluso para quienes se convirtieron en hitos de nuestra evolución cultural. En contrapartida, el ruido, la masa de obras deleznables indistinguibles se ha vuelto abrumadora, impidiendo reconocer, identificar y valorar aquéllo que realmente vale la pena conservar. Hemos quedado abandonados a nuestros propios medios, sin guías ni referencias, si es que éstas realmente existen.
Aunque pueda parecerlo, mi posición no es pesimista, sino cautelosa. Creo que han ocurrido cosas maravillosas, como cuando, en las primeras décadas de este siglo, las redes P2P, o el mismo youtube, permitieron tener acceso a todo el corpus cinematográfico mundial. Gracias a ello, mi percepción de este arte, así como su concepción del canon, se modificaron de forma drástica. No dependía de lo que otros quisieran señalarme, o de los vaivenes del azar: podía ver lo que quisiese cuando quisiese, explorar a mi antojo, disfrutar de lo que, hasta hacía unos años, eran apenas unas pocas líneas, áridas y confusas, en un libro de historia del cine. Sin embargo, no puedo dejarme arrastrar por un optimismo ciego y entusiasta. Ahora mismo, con la consolidación de las plataformas de streaming, esa ventana de conocimiento se está cerrando. En sus catálogos, apenas hay obras anteriores al año 1980, de cinematografías que no sean la estadounidense, o de clara vocación comercial. Lo poco que queda fura de esas categorías es lo manido y archisabido, la obra cliché cuya fama poco tiene que ver con sus auténtica virtudes. Se está hurtando así todo el legado cinematográfico mundial a las nuevas generaciones, quienes, como en el poema, acaban por despreciar aquello que ignoran.

lunes, 27 de julio de 2020

Estamos bien jodidos (y XVI)

Los hechos son que cuando compráis unas zapatillas Nike, pagáis cien euros por el nombre y cincuenta por las zapatillas. ¿Es que sois tontos? No. Estáis comprando un mundo, ¿qué demonios os importan lo que cuesten, en cuero, goma y trabajo, esas zapatillas? Compráis un mundo. Gente libre que corre, casi siempre hermosa, fundamentalmente elástica, como Michael Jordan; en todo caso, muy moderna. Y vosotros,. en ese mundo. Por ciento cincuenta euros. Si os parece un gesto infantil o idiota, entonces pensad en lo siguiente. Id a un concierto. Beethoven. Música de Beethoven. Habéisc pagado la entrada. ¿Qué habéis comprado? ¿Un poco de música? No, un mundo. Una marca. Beethoven es una marca, construida en el tiempo a partir de la figura de un genio sordo y rebelde, alimentada por dos generaciones de músicos románticos que crearon un mito. De él procede una marcha todavía más potente: la música clásica. Un mundo.

Alessandro Baricco. Next

 Me decidí a leer los ensayos de Alessandro Baricco, centrados sobre las transformaciones socio-tecnológicas del mundo contemporáneo, porque me había topado con recomendaciones muy entusiastas. Según ellas, este pensador pertenecía a un grupo muy selecto: el de aquéllos que, en medio del fragor y las polémicas de nuestro presente, era capaz de discriminar las líneas de avance culturales, técnicas y sociales de nuestra sociedad globalizada, así como de trazar su origen y pasado. Desde 2002, y a razón de un ensayo cada lustro o así, Baricco habría sido capaz de deslindar lo esencial de lo pasajero en lo referente a las nuevas tecnologías, así como su impacto en nuestras vidas cotidianas. Yendo aún más allá, habría señalado a qué debemos renunciar de lo antiguo y qué debemos abrazar (embrace, otro de esos barbarismos apenas disimulados) de lo nuevo.

Sin embargo, debo confesarles que me he llevado una gran desilusión. Lo que dice en Next, el primer ensayo de la serie, tiene cierto sentido e incluso podría subscribirlo. Con reservas, pero obligado a aceptar que el mundo actual es así, tal y como él lo describe, y que no nos queda otra que asumirlo con todas sus consecuencias, puesto que no hay lugar para una marcha atrás. Mucho menos a esos paraísos nostálgicos que sólo existen en nuestra imaginación. No obstante, en los sucesivos ensayos tengo la impresión de que pierde pie, que se deja llevar por sus preconcepciones. Baricco es un optimista tecnológico, para quien todo lo nuevo es bueno, mientras que cualquier efecto deletéreo es producto de nuestros miedos ante el futuro, de nuestras ataduras con un pasado ya periclitado. Si nos entregásemos al New Brave World que Apple, Google o cualquier otra gran corporación nos promete, seríamos felices al instante.

sábado, 30 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y XI)

Google's asymmetrical power draws on all the social sources that we have considered: its declarations, its defensive fortifications, its exploitation of law, the legacy of surveillance exceptionalism, the burdens of second modernity individuals, and so on. But its power would not be operational without the gargantuan material infrastructure that surveillance revenues have brought. Google is the pioneer of "hyperscale", considered to be "the largest computer on earth". Hyperscale operations are found in high-volume information business such as telecoms and global payment firms, where data centres require millions of "virtual servers" that exponentially increase computing capabilities without requiring substantial expansion of physical space, cooling or electrical power demands. The machine intelligence at the heart of Google's formidable dominance is described as "80 percent infrastructure", a system that comprises custom-built, warehouse-sized data centres spanning 15 locations and, in 2016, an estimated 2,5 million servers in four continents.

Shoshana Zuboff, The Age of surveillance capitalism (La era del capitalismo de vigilancia)

El poder asimétrico de Google bebe de todas las fuentes sociales que hemos considerados: sus declaraciones de intenciones, sus fortificaciones defensivas, su explotación de la ley, el legado del excepcionalismo de vigilancia, las cargas de los individuos de la segunda modernidad y así sucesivamente. Pero su poder no sería operativo sin la titánica infraestructura material que los beneficios económicos de esa vigilancia han propiciad. Google es el pionero de la «hiperescala», considerada como «el mayor ordenador sobre la tierra». Operaciones de Hiperescala son habituales en negocios con grandes volúmenes de información como las empresas de telecomunicaciones y las de pagos a nivel mundial, donde los centros de datos necesitan millones de «servidores virtuales» que incrementan de manera exponencial la capacidad de cálculo sin requerir una expansión substancial del espacio físico o las necesidades de refrigeración o potencia eléctrica. La inteligencia mecánica que constituye el corazón del temible dominio de Google se suele describir como «infraestructura en un 80%», un sistema que abarca centros de datos del tamaño de un almacén, construidos a medida, repartidos a lo largo de 15 ubicaciones distintas y, en 2016, con una estimación de 2,5 millones de servidores en cuatro continentes.

Habrán apreciar que soy muy crítico con el dominio global de Google (y de facebook y de tantas otras grandes empresas), sin embargo, esto no significa que sea un "neoludita" o un "agnóstico" tecnológico. Dada mi edad, viví en un tiempo donde no existían ni internet ni los telefónos móviles. Viajar en aquel entonces, aunque fuera una mínima distancia, podía suponer quedar desconectado durante largos periodos de la gente que conocías, reducido a breves llamadas, apenas un hola y un adiós, si se encontraba un teléfono públicos. En los lugares de destino, a menos que contases con un mapa y una guía, ambos en formato físico y acarreados al lo largo de todos tus desplazamientos, encontrar cualquier sitio podía ser una aventura. Se necesitaba contar con intuición, lo que se llamaba sentido de la orientación, además de ser capaz de comunicarse con la población local, lo que sigue siendo ser abierto y sociable.  Pero sobre todo había que tener suerte. Mucha, mucha suerte.

Comparado con ese pasado primitivo, es evidente que hemos mejorado mucho. ¿Quiero charlar con mi familia o mis amigos? Whatsup está ahí para ayudarme. ¿Que quiero conocer el significado, la historia y la importancia del monumento que estoy visitando? Wikipedia lo mostrará de forma instantánea. ¿Qué quiero asegurarme de mi posición, buscar un lugar para comer, encontrar la mejor ruta para trasladarme? Activo el GPS y  con Google Maps lo determinaré al instante. Todo con un aparato minúsculo, mi móvil inteligente, que puedo llevar en el bolsillo a todas partes y que puede conectarse a esas aplicaciones casi desde cualquier lugar. Las ventajas son innegables y nadie en su sano juicio renunciaría a ellas, lo que no quita que seamos rehenes de todas esas grandes empresas. Al utilizar sus aplicaciones les suministramos nuestros datos personales, sin que conozcamos qué hacen con ellos.

domingo, 24 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y X)

The four stages of the cycle are incursion, habituation, adaptation, and redirection. Taken  together, these stages constitute a "theory of change" that describes and predicts dispossession as a political and cultural operation supported by an elaborate range of administrative, technical, and material capabilities. There are many vivid examples of this cycle, including Gmail: Google's efforts to stablish supply routes in social networks, first with Buzz and the with Google+, and the company's development of Google Glass. In this chapter we focus on the Street View narrative for a close look on the dispossession cycle and its management changes.

Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia) 

La cuatro fases del ciclo son: intromisión, aclimatación, adaptación y desviación. En conjunto, estas etapas componen una «teoría del cambio» que describe y predice el desposeimiento como una operación cultural y política, apoyada en un complejo abanico de características administrativas, técnicas y materiales. Hay muchos ejemplos señeros de este ciclo, que incluyen el caso de Gmail: el esfuerzo, por parte Google, para crear vías de suministro en las redes sociales, primero con Buzz y luego con Google+, además del desarrollo de Google Glass. En este capítulo, nos centraremos en la narración de los sucedido con Street View para tener una clara visión del ciclo de desposeimiento y los cambios en su gestión.
En la entrada anterior, les comentaba como el libro de Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism, ponía de manifiesto un peligro innegable, pero que todos nos negamos a aceptar: hemos cedido, de manera voluntaria, parcelas cada vez más grandes de nuestra intimidad a las grandes empresas, para que éstas obtengan beneficio económico de ellas según les plazca. Sin que, y he ahí lo crucial, tengamos conocimiento de qué, cómo y para qué, ni mucho menos podamos ejercer un derecho de veto o de borrado.

Podría pensarse -todo los hacemos- que esto es un efecto indeseable de las nuevas tecnologías. El uso de ingentes cantidades de datos, en especial los personales, es necesario para ofrecernos posibilidades que hace unas décadas ni siquiera se soñaban. Ni en la ciencia ficción ni en los proyectos de los ingenieros. El mal uso de esa información es achacable, en exclusiva, a errores de diseño, intromisión de criminales o mero desconocimiento de las derivaciones de estas nuevas tecnologías, tan complejas que es imposible prever todos los riesgos. Sin embargo, la realidad es la contraria. Desde el principio -recuerden como se salvó Google de la quiebra-, el objetivo ha sido convertir en mercancía secciones cada vez mayores de nuestra existencia personal, sin avisarnos, sin compensarnos y sin permitirnos el derecho a réplica.

Nos encontraríamos, por tanto ante una tercera fase del capitalismo. En la primera, el obrero vendería su trabajo por unas migajas, que apenas le permitirían sobrevivir -la alienación marxista-. En la segunda, vigente desde 1945, todos habríamos devenido consumidores, obligados a comprar sin tasa para mantener la economía en marcha -piensen en esta recesión del COVID-19, inducida por nuestra incapacidad para comprar-. En la tercera, nosotros, lo que pensamos, nuestros deseos y apetencias, serían la mercancía, de manera que ya no quedarían ámbito humano alguno que no fuera comerciliazable. Todo ello con nuestro consentimiento implícito, como pago por unos avances tecnológicos de los que ya no podemos prescindir.

domingo, 17 de mayo de 2020

Estamos bien jodidos (y IX)

The elective affinity between public intelligence agencies and the fledging surveillance capitalist Google blossomed in the heat of emergency to produce a unique historical deformity: surveillance exceptionalism. The 9/11 attacks transformed the government's interest in Google, as practices that just hours earlier were careening toward legislative action were quickly recast as mission-critical necessities. Both institutions craved certainty and were determined to fulfill that craving in their respective domains at any price. These elective affinities sustained surveillance exceptionalism and contributed to the fertile habitat in which the surveillance capitalism mutation would be nurtured to prosperity

Shoshana Zuboff, The Age of Surveillance Capitalism (La era del capitalismo de vigilancia)

La afinidad electiva entre los organismos de información estatales y Google, la empresa capitalista de vigilancia en desarrollo, floreció al calor de la emergencia para crear una deformidad histórica única: el excepcionalismo vigilante. Los atentados del 11S transformaron el interés gubernamental en Google, ya que métodos que horas antes se planteaban como medidas legislativas fueron transformadas de inmediato en necesidades irrenunciables. Ambas instituciones ansiaban una certeza absoluta y estaban decididas a colmar ese ansia a cualquier precio, en sus dominios respectivos. Esas afinidades electivas mantuvieron el excepcionalismo vigilante y contribuyeron a crear un entorno fértil, donde este mutación del capitalismo de vigilancia sería criado hasta prosperar.

Hace unos meses, antes de esta pandemia que se ha convertido en nuestra nueva normalidad, mis conclusiones sobre este libro esencial de Shoshana Zuboff habrían sido muy distintas. En ese pasado al que creo que ya no retornaremos, la autora de The Age of Surveillance Capitalism advertía contra un peligro del que ninguno éramos plenamente conscientes: empresas como Google saben todo de nosotros -donde estamos, donde vamos, qué vemos y leemos, cuáles son nuestras creencias-, utilizan esa información para obtener beneficios monetarios y, mucho peor, aplican ese conocimiento único sobre cada individuo para manipular nuestras conductas. Este cambio fundamental en nuestra vida personal, social y política se habría obrado en apenas dos décadas, del año 2000 hasta nuestros días, hasta constituir una nueva normalidad -otra vez esa palabreja-, en especial para los jóvenes, quienes no han conocido un mundo sin Google.

Sin embargo, la conclusión de Zuboff no era pesimista. Mediante la concienciación de la sociedad y acciones coordinadas podíamos recuperar el control sobre nuestra vida privada, sin que -y eso es lo más importante- tuviéramos que renunciar a las evidentes ventajas de ese conocimiento perfecto que, no sólo los buscadores, sino también las redes sociales y mapas digitales, ponen al alcance de cada uno de nosotros. Por desgracia, al igual que en otros temas, el COVID-19 ha venido a trastocar todo esto. Para evitar que la enfermedad se propague de manera exponencial, parece necesario realizar un control al minuto de las evoluciones de cada individuo.  Con todas las seguridades referentes a la privacidad y el anonimato, nos tranquilizan, si no fuera porque es trivial volver a poner nombre y apellidos a los datos. Basta con tener la suficiente potencia de cálculo para cruzar metadatos, algo que a Google le sobra.